![](acoyauh/11.htm)
Introducción
Varios son los testimonios indígenas que nos hablan acerca del
asedio de la gran capital mexica. Rehechos los españoles,
gracias principalmente a la ayuda prestada por sus aliados
tlaxcaltecas, reaparecieron al fin, para atacar de todas las
maneras posibles a México-Tenochtitlan.
El texto que aquí se transcribe, debido a los informantes de
Sahagún, comienza mostrando la persuasión abrigada por los
mexicas de que los españoles ya no regresarían. Las fiestas
volvieron a celebrarse como en los tiempos antiguos.
Cuitláhuac fue electo gran tlahtoani o rey, para suceder al
trágicamente muerto Motecuhzoma.
Sin embargo, el primer presagio funesto se hizo sentir bien
pronto. Se extendió entre la población una gran peste, la
llamada hueyzáhuatl, o hueycocoliztli, que por lo general
se
piensa fue una epidemia de viruela, enfermedad
desconocida hasta entonces por los mesoamericanos. Una
de las víctimas de este mal iba a ser precisamente el tlahtoani
Cuitláhuac.
Fue entonces cuando reaparecieron los españoles por el rumbo
de Tetzcoco, para venir a situarse en Tlacopan. El testimonio
indígena nos refiere con numerosos detalles la manera como
comenzaron a atacar los españoles desde sus bergantines. Trata
también el texto indígena del desembarco de la gente de Cortés,
de la reacción defensiva de los mexicas, del modo cómo fueron
penetrando los españoles al interior de la ciudad. En vista del
asedio implacable de la gran capital, la gente tenóchca fue a
refugiarse a Tlatelolco. Allí se iba a concentrar al fin la lucha. El
texto que aquí se transcribe concluye trazando un magnífico
retrato de la fisonomía del capitán mexícatl Tzilacatzin, que fue
uno de los que jamás retrocedieron, al ser atacado por los
españoles.
La actitud de los mexicas después de idos
los españoles
Cuando se hubieron ido los españoles se pensó que la vuelta. Por
tanto, otra vez se aderezó, se compuso. Que nunca jamás
regresarían, nunca jamás darían la vuelta. Por tanto, otra vez se
aderezó, se compuso la casa del dios. Fue bien barrida, se recogió
bien la basura, se sacó la tierra.
Ahora bien, llego Huey Tecuilhuitl 1 . Una vez más, otra
vez la festejaron los mexicanos en esta veintena.2
A todos los representantes, a todos los sustitutos3 de los
dioses otra vez los adornaron, les pusieron
sus ropas y sus plumajes de quetzal. Les pusieron sus
collares, les pusieron sus máscaras de turquesas y les
resistieron sus ropas divinas: ropa de pluma de quetzal,
ropa de pluma de papagayo amarillo, ropa de pluma de
águila. Todas estas ropas que se requieren, las
guardaban los grandes príncipes . . .
La peste azota a los mexicas
Cuando se fueron los españoles de México y aún no se
preparaban los españoles contra nosotros, primero se
difundió entre nosotros una gran peste, una enfermedad
general. Comenzó en Tepeílhuitl.4 Sobre nosotros se
extendió: gran destruidora de gente. Algunos bien los
cubrió, por todas partes (de su cuerpo) se extendió. En
la cara, en la cabeza, en el pecho.
Era muy destructora enfermedad. Muchas gentes
murieron de ella. Ya nadie podía andar, no más estaban
acostados, tendidos en su cama. No podía nadie
moverse, no podía volver el cuello, no podía hacer
movimientos de cuerpo; no podía acostarse cara abajo,
ni acostarse sobre la espalda, ni moverse de un lado a
otro. Y cuando se movían algo, daban de gritos. A
muchos dio la muerte la pegajosa, apelmazada, dura
enfermedad de granos.
Muchos murieron de ella, pero muchos solamente de
hambre murieron: hubo muertos por el hambre: ya
nadie tenía cuidado de nadie, nadie de otros se
preocupaba.
A algunos les prendieron los granos de lejos: esos no
mucho sufrieron, no murieron muchos de eso.
Pero a muchos con esto se les echó a perder la cara,
quedaron cacarañados, quedaron cacarizos. Unos
quedaron ciegos, perdieron la vista.
El tiempo que estuvo en fuerza esta peste duró
sesenta días, sesenta días funestos. Comenzó en
Cuatlan: cuando se dieron cuenta, estaba bien
desarrollada. Hacia Chalco se fue la peste. Y con esto
mucho amenguó, pero no cesó del todo.
Vino a establecerse en la fiesta de Teotleco y vino a
tener su término en la fiesta de Panquetzaliztli. Fue
cuando quedaron limpios de la cara los guerreros
mexicanos.
Reaparición de los españoles
Pero ahora, así las cosas, ya vienen los españoles, ya se
ponen en marcha hacia acá por allá por Tetzcoco, del
lado de Cuauhtitlan: vienen a establecer su real, a
colocarse en Tlacopan. Desde allí después se reparten,
desde ahí se distribuyen.
A Pedro de Alvarado se le asignó como su campo
propio el camino que va a Tlatelolco. Pero el marqués
tomó el rumbo de Coyohuacan. Y era su campo propio
el que va por Acachinanco hacia Tenochtitlan.
Sabedor era el marqués de que era muy valiente el
capitán de Tenochtitlan.
Y en el cenicero de Tlatelolco, o en la Punta de los
Alisos, fue en donde primero comenzó la guerra.
De ahí se fue a dar a Nonohualco: los persiguieron
los guerreros, y no murió ni un mexicano.
Luego se vuelven los españoles y los guerreros en
barcas atacan. Llevan sus barcas bien guarnecidas.
Lanzan dardos: sus dardos llueven sobre los españoles.
Luego se metieron.
Pero el marqués se lanza luego hacia los tenochcas,
va siguiendo el camino que conduce hacia
Acachinanco. Luego se traslada el marqués al sitio de
Acachinanco. Con muchos batalla allí y los mexicanos
le hacen frente.
Los españoles atacan con bergantines
Y entonces vienen los barcos desde Tetzcoco. Son por
todos doce. Todos ellos se juntaron allá en
Acachinanco. Luego se muda el marqués hasta
Acachinanco.
Después anda revisando dónde se entra, donde se
sale en los barcos. Dónde es buena la entrada en las
acequias, si están lejos; si no están lejos; no vaya a ser
que encallen en algún lugar.
Y por las acequias, retorcidas, no derechas, no
pudieron meter por allí a los barcos. Dos barcos
metieron solamente, los hicieron pasar por el camino
de Xoloco: van a ir derechamente.
Y hasta entonces resolvieron unos con otros, se
dieron la palabra de que iban a destruir a los
mexicanos y a acabar con ellos.
Se pusieron en fila, entonces, llevando los cañones.
Los precede el gran estandarte de lienzo. No van de
prisa, no se alteran. Van tañendo sus tambores, van
tocando sus trompetas. Tocan sus flautas, sus
chirimías y sus silbatos.
Dos bergantines lentamente vienen bogando:
solamente de un lado del canal van pasando.
Del otro lado no viene barco alguno, por haber
casas.
Luego hay marcha, luego hay combate. De un lado y
otro hay muertos, de un lado y otro hay cautivos.
Cuando vieron a los tenochcas, los habitantes de
Zoquiapan, emprendieron la fuga, echaron a correr
llenos de miedo. Son llevados los niñitos al lado de
otras personas. Van por el agua, sin rumbo ni tino, los
de la clase baja. Hay llanto general.
Y los dueños de barcas, en las barcas colocaron a
sus niñitos, los llevan remando, los conducían
remando afanados. Nada tomaron consigo: por el
miedo dejaron abandonado todo lo suyo; su
pequeña propiedad la dejaron perder.
![](acoyauh/ven10.htm)
Asedio de la ciudad desde los bergantines (Códice
Florentino)
Pero nuestros enemigos se apoderaron de las cosas, haciendo fardo con
ellas, van tomando cuanto
hallan por donde van pasando todo lo que sale a
su paso. Toman y arrebatan las mantas, las capas,
las frazadas, o las insignias de guerra, los tambores,
los tamboriles.
Y los tlatelolcas les hicieron resistencia allí en
Zoquiapan desde sus barcas.
Cuando llegaron los españoles a Xoloco, en donde hay un muro, que por
medio del camino cierra
el paso, con el cañón grande lo atacaron.
Aun no se derrumbó al caer el primer tiro, pero
al segundo, se partió y al tercero, por fin, se abatió
en tierra. Ya al cuarto tiro totalmente quedó
derruido.
Dos barcos vinieron a encontrar a los que tienen
barcas defendidas por escudos. Se da batalla sobre
el agua. Los cañones estaban colocados en la proa
y hacia donde estaban aglomeradas las barcas, en
donde se cerraban unas con otras, allá lanzaban sus
tiros. Mucha gente murió, y se hundieron en el
agua, se sumergieron y quedaron en lo profundo
violentamente.
De modo igual las flechas de hierro, aquel a
quien daban en el blanco, ya no escapaba: moría
al momento, exhalaba su aliento final.
La reacción defensiva de los mexicas
Pero los mexicanos cuando vieron, cuando se dieron cuenta de que los
tiros de cañón o de arcabuz
iban derecho, ya no caminaban en línea recta,
sino que iban de un rumbo a otro haciendo zigzag;
se hacían a un lado y a otro, huían del frente.
Y cuando veían que iba a dispararse un cañón, se echaban
por tierra, se tendían, se apretaban a la tierra.
Pero los guerreros se meten rápidamente entre las casas, por
los trechos que están entre ellas: limpio queda el camino,
despejado, como si fuera región despoblada.
Pero luego llegaron hasta Huitzilan. Ahí estaba enhiesta otra
muralla. Y muchos junto a ella estaban replegados, se
refugiaban y protegían con aquel muro.
Desembarco de los españoles
Un poco cerca de ella anclan, se detienen sus bergantines; un
poquito allí se detienen en tanto que disponen los cañones.
Vinieron siguiendo a los que andaban en barcas. Cuando
llegaron cerca de ellos, luego se dejaron ir en su contra, se
acercaron a todas las casas.
Cuando hubieron preparado los cañones, lanzaron tiros a la
muralla. Al golpe la muralla quedó llena de grietas. Luego se
desgarró, por detrás se abrió. Y al segundo tiro, luego cayó por
tierra: se abrió a un lado y otro, se partió, quedó agujerada.
Quedó el camino entonces totalmente limpio. Y los
guerreros que estaban colocados junto a la muralla al punto se
desbandaron. Hubo dispersión de todos, de miedo huyeron.
Pero la gente toda llenó el canal; luego de prisa lo cegó y
aplanó, con piedras, con adobes, y aun con algunos palos para
impedir el paso del agua.
Cuando estuvo cegado el canal, luego pasaron por allí los de
a caballo. Eran tal vez diez. Dieron vueltas, hicieron giros, se
volvieron a un lado y a otro. Y en seguida otra partida de gente
de a caballo
vino por el mismo camino. Iban en pos de los que
pasaron primero.
Y algunos de los tlatelolcas que habían entrado de prisa al
palacio, la casa que fue de Motecuhzoma, salieron con gran
espanto: dieron de improviso con los de a caballo. Uno de
éstos dio de estocadas a los de Tlatelolco.
Pero el que había sido herido, aún pudo agarrar la lanza.
Luego vinieron sus amigos a quitar la lanza al soldado español.
Lo hicieron caer de espaldas, lo echaron sobre su dorso, y
cuando hubo caído en tierra, al momento le dieron de golpes, le
cortaron la cabeza, allí muerto quedó.
Luego se ponen en marcha unidos, se mueven en un
conjunto los españoles. Llegaron de esta manera a la Puerta del
Águila. Llevaban consigo los cañones grandes. Los colocaron
en la Puerta del Águila.
La razón de llamarse este sitio Puerta del Águila es que en él
había un águila hecha de piedra tajada. Era muy grande, tan alta
y tan corpulenta en extremo. Y le hicieron como comparte y
consorte un tigre. Y en la otra parte estaba un oso mielero,
también de piedra labrado.
Y estas cosas así hechas, los guerreros mexicanos se
recataron en vano detrás de las columnas. Porque había dos
hileras de columnas en aquel sitio.
Y sobre la azotea de la casa comunal también estaban
colocados los guerreros, estaban subidos sobre la azotea. Ya
ninguno de ellos daba la cara abiertamente.
Por su parte los españoles no estaban ciertamente ociosos.
Cuando hubieron disparado los cañones, se oscureció mucho
como de noche, se difundió el humo. Y los que estaban
recatados tras las columnas huyeron: hubo desbandada general.
Y los que estaban en la azotea se echaron abajo: todos huyeron
lejos.
Avanzan los españoles al interior de la ciudad
Luego llevaron los españoles el cañón y lo colocaron sobre la
piedra del sacrificio gladiatorio.
Los mexicanos, entre tanto, sobre el templo de
Huitzilopochtli aun en vano se estaban atalayando. Percutían
sus atabales, con todo ímpetu tocaban los atabales.
Y al momento subieron allá dos españoles, les dieron de
golpes, y después de haberlos golpeado, los echaron para
abajo, los precipitaron.
Y los grandes capitanes y los guerreros todos que combatían
en barcas al momento se vinieron, vinieron a desembarcar a
tierra seca. Y los que remaban eran los muchachos: eran ellos
los que conducían las barcas.
Hecho esto, se pusieron a inspeccionar las calles: iban
recorriendo por ellas, gritaban y decían:
¡Guerreros, venid a seguir la cosa! . . .
Y cuando los españoles vieron que ya iban contra de ellos,
que ya los vienen persiguiendo, luego se replegaron y
empuñaron las espadas.
Hubo gran tropel, carrera general. De un lado y otro caían
flechas sobre ellos. De un lado y otro venían a estrecharlos.
Hasta Xoloco fueron a remediarse, fueron a tomar aliento.
Desde allí fue el regreso (de los mexicas).
También por parte de los españoles hubo regreso. Fueron a
colocarse en Acachinanco. Pero el cañón que habían colocado
sobre la piedra del sacrificio gladiatorio, lo dejaron abandonado.
Lo cogieron luego los guerreros mexicanos, lo arrastraron
furiosos, lo echaron en el agua. En el
Sapo de Piedra (Tetamazolco) fue donde lo echaron.
La gente mexica se refugia en Tlatelolco
En este tiempo los mexicas-tenochcas vinieron a refugiarse a Tlatelolco.
Era general el llanto, lloraban con grandes gritos.
Lágrimas y llanto escurren de los ojos mujeriles.
Muchos maridos buscaban a sus mujeres. Unos llevan
en los hombros a sus hijos pequeñitos.
El tiempo que abandonaron la ciudad fue un solo día.
Pero los de Tlatelolco se encaminaron a Tenochtitlan para seguir la
batalla.
Fue cuando Pedro de Alvarado se lanzó contra Iliacac
(Punta de alisos) que es el rumbo de Nonohualco, pero nada pudo hacer.
Era como si se arrojaran contra una roca: porque los de
Tlatelolco eran hombres muy valientes.
Hubo batalla en ambos lados: en el campo seco de las
calles y en el agua con lanchas que tenían sus escudos de defensa.
Alvarado quedó, rendido y se volvió. Fue a acampar
en Tlacopan.
Pero al siguiente día, cuando llegaron allá los dos
bergantines que primero habían arribado, se juntaron todos en la orilla
de las casas de Nonohualco, allí se fueron a situar.
Luego saltaron a tierra y siguieron por los caminos
secos, los caminos entre el agua. Luego fueron a dar al centro de los
poblados, a donde estaban las casas, llegaron hasta el centro.
Donde llegaban los españoles, todo quedaba
desolado. Ni un solo hombre salía afuera.
El capitán mexica Tzilacatzin
Tzilacatzin gran capitán, muy macho, llega luego. Trae consigo bien
sostenidas tres piedras: tres grandes piedras, redondas, piedras con que
se hacen muros o sea piedras de blanca rosa.
Una en la mano la lleva, las otras dos en sus escudos. Luego
con ellas ataca, las lanza a los españoles: ellos iban en el agua,
estaban dentro del agua y luego se repliegan.
Y este Tzilacatzin era de grado otomí.5 Era de este grado y
por eso se trasquilaba el pelo a manera de otomíes. Por eso no
tenía en cuenta al enemigo, quien bien fuera, aunque fueran
españoles: en nada los estimaba sino que a todos llenaba de
pavor.
Cuando veían a Tzilacatzin nuestros enemigos luego se
amedrentaban y procuraban con esfuerzo ver en qué forma lo
mataban, ya fuera con una espada, o ya fuera con tiro de
arcabuz.
Pero Tzilacatzin solamente se disfrazaba para que no lo
reconocieran.
Tomaba a veces sus insignias: su bezote que se ponía y sus
orejeras de oro; también se ponía un collar de cuentas de
caracol. Solamente estaba descubierta su cabeza, mostrando ser
otomí.
Pero otras veces solamente llevaba puesta su armadura de
algodón; con un paño delgadito envolvía su cabeza.
Otras veces se disfrazaba en esta forma: se ponía un casco
de plumas, con un rapacejo abajo, con su colgajo del Águila que
le colgaba al cogote. Era el atavío con que se aderezaba el que
iba a echar víctimas al fuego.
Salía, pues, como un echador de víctimas al fuego, como el
que va a arrojar al fuego los hombres vivos: tenía sus ajorcas de
oro en el brazo; de un lado y de otro las llevaba atadas en sus
brazos, y estas ajorcas eran sumamente relucientes.
También llevaba en las piernas sus bandas de
oro ceñidas, que no dejaban de brillar.
Y al día siguiente una vez más vinieron. Fueron
llevando sus barcas al rumbo de Nonohualco, hasta
junto a la Casa de la Niebla (Ayauhcalco). También vinieron los
que andan a pie y todos los de
Tlaxcala y los otomíes. Con grande ardor se arrojaron contra los
mexicanos los españoles.
Cuando llegaron a Nonohualco luego se trabó el
combate. Fue la batalla y se endureció y persistió
el ataque y la guerra. Había muertos de un bando
y de otro. Los enemigos eran flechados todos. También todos los
mexicanos. De un lado y de otro
hubo gran pena. De este modo todo el día, toda
la noche duró la batalla.
Sólo hubo tres capitanes que nunca retrocedieron. Nada les importaban
los enemigos; ningún
aprecio tenían de sus propios cuerpos.
El nombre de uno es Tzoyectzin, el del segundo
es Temoctzin y el tercero es el mentado Tzilacatzin.
Pero cuando los españoles se cansaron, cuando
nada podían hacer a los mexicanos, ya no podían
romper las filas de los mexicanos, luego se fueron,
se metieron a sus cuarteles, fueron a tomar reposo.
Siguiéndoles las espaldas fueron también sus
aliados.6
![](acoyauh/11a.htm)
1 Huey
Tecuilhuitl: nombre del séptimo mes. En el primer día de él se
hacía la fiesta a la diosa de la sal, Huixtocíhuatl.
2 Veintena:
uno de los 18 "meses" o grupos de veinte días de que se componía el xihuitl
o "año". (18x20= 360+5 días que se llamaban nemontemi).
3 Los
sustitutos de los dioses eran los que los representaban en las fiestas.
4 Tepeílhuitl:
décimo tercer mes, se hacían fiestas a los dioses de los montes.
5 Otomí:
como se indica en el texto, con esta palabra se designaba un grado,
dentro de la jerarquía militar de los mexicas.
6 Informantes
de Sahagún. Códice Florentino, lib. XII, caps. XXIX-XXXII.
(Versión de Ángel Ma. Garibay K.)