Introducción
Tres son las fuentes indígenas de las que provienen
los textos aducidos en este capítulo, acerca de la rendición de la gran
capital mexica. El primer testimonio,
de los informantes indígenas de Sahagún, menciona un
último presagio que pareció anunciar la ruina inminente
de los mexicas. Según este texto indígena, fue Cuauhtémoc quien por su
propia voluntad se entregó a los españoles. La tragedia que acompañó a
la toma de la
ciudad, nos la describe a continuación el documento
indígena de manera elocuente.
El segundo testimonio aducido proviene de la ya varias veces citada XIII
relación de Alva Ixtlilxóchitl.
Es en este texto donde se relata cuáles fueron las palabras que dijo
Cuauhtémoc a Cortés, cuando hecho ya
prisionero, tomando la daga que traía el conquistador,
le rogó pusiera fin a su vida, como había puesto ya fin
a su imperio. Es interesante notar las palabras textuales
de Ixtlilxóchitl, que afirma que durante el sitio de México-Tenochtitlan
murió "casi toda la nobleza mexicana,
pues que apenas quedaron algunos señores y caballeros
y, los más, niños y de poca edad".
El tercero y último texto que se presenta en este
capítulo, proviene de la VII relación de Chimalpain, y en
él se describe la forma como Cortés requirió por todas
partes y aún sometió a tormento a los señores mexicas
para obtener de ellos el oro y los demás tesoros que
poseían ellos desde tiempos antiguos.
En la Relación de 1528 , debida a un indígena
anónimo
de Tlatelolco, de la cual se publica íntegra la sección
referente a la Conquista, en el capítulo XIV de este libro,
se ofrece uno de los cuadros mis patéticos en el que se
pinta el éxodo de los vencidos y las vejaciones sin
número de que fueron objeto, al ser sometida la capital
mexícatl.
El último presagio de la derrota
Y se vino a aparecer una como grande llama. Cuando
anocheció; llovía, era cual rocío la lluvia. En este tiempo
se mostró aquel fuego. Se dejó ver, apareció cual si
viniera del cielo. Era como un remolino; se movía
haciendo giros, andaba haciendo espirales. Iba como
echando chispas, cual si restallaran brasas. Unas
grandes, otras chicas, otras como leve chispa. Como si un
tubo de metal estuviera al fuego, muchos ruidos hacía,
retumbaba, chisporroteaba. Rodeó la muralla cercana al
agua y en Coyonacazco 1
fue a parar. Desde allí fue luego
a medio lago, allá fue a terminar. Nadie hizo alarde de
miedo, nadie chistó una palabra.
Pues al siguiente día nada tampoco sucedió. No hacían
más que estar tendidos, tendidos estaban en sus
posiciones nuestros enemigos.
Y el capitán (Cortés), estaba viendo constantemente
hacia acá parado en la azotea. Era en la azotea de casa de
Aztautzin, que está cercana a
Amáxac. Estaba bajo un doselete. Era un doselete de
varios colores.
Los españoles lo rodeaban y hablaban unos con otros.
La decisión final de Cuauhtémoc y los mexicas
Por su parte (los mexicas) se reunieron en Tolmayecan y
deliberaron cómo se haría, qué tendríamos que dar como
tributo, y en qué forma nos someteríamos a ellos. Los que
tal hicieron eran:
Cuauhtémoc y los demás príncipes mexicanos . . .
Luego traen a Cuauhtémoc en una barca. Dos,
solamente dos lo acompañan, van con él. El capitán
Teputztitóloc y su criado, Iaztachímal. Y uno que iba
remando tenía por nombre Cenyáutl.
Y cuando llevan a Cuauhtémoc, luego el pueblo todo
le llora. Decían:
¡Ya va el príncipe más joven, Cuauhtémoc, ya va
entregarse a los españoles! ¡Ya va a entregarse a los
"dioses"!
La prisión de Cuauhtémoc
Y cuando lo hubieron llevado hasta allá, cuando lo
hubieron desembarcado, luego vinieron a verlo los
españoles. Lo tomaron, lo tomaron de la mano los
españoles. Luego lo subieron arriba de la azotea, lo
colocaron frente al capitán, su jefe de guerra.
Y cuando lo hubieron colocado frente al capitán, éste
se pone a verlo, lo ve detenidamente, le acaricia el
cabello a Cuauhtémoc. Luego lo sentaron frente al
capitán.
Dispararon los cañones, pero a nadie tocaron ya.
Únicamente, dispararon, los tiros pasaban sobre las
cabezas de los mexicas.
Luego tomaron un cañón, lo pusieron en una barca, lo
llevaron a la casa de Coyohuehuetzin, y
cuando allá hubieron llegado, lo subieron a la
azotea.
La huida general
Luego otra vez matan gente; muchos en esta ocasión murieron. Pero se
empieza la huida, con esto
va a acabar la guerra. Entonces gritaban y decían:
¡Es bastante! . . . ¡Salgamos! . . . ¡Vamos a comer
hierbas! . . .
Y cuando tal cosa oyeron, luego empezó la huida
general.
Unos van por agua, otros van por el camino
grande. Aun allí matan a algunos; están irritados
los españoles porque aún llevan algunos su macana
y su escudo.
Los que habitaban en las casas de la ciudad van
derecho hacia Amáxac, rectamente hacia el bifurcamiento del camino. Allí
se desbandan los pobres.
Todos van al rumbo del Tepeyácac, todos van al
rumbo de Xoxohuiltitlan, todos van al rumbo de
Nonohualco. Pero al rumbo de Xóloc o al de
Mazatzintamalco, nadie va.
Pero todos los que habitan en barcas y los que
habitan sobre las armazones de madera enclavadas
en el lago, y los habitantes de Tolmayecan, se fueron puramente por el
agua. A unos les daba hasta
el pecho, a otros les daba el agua hasta el cuello.
Y aun algunos se ahogaron en el agua más profunda.
Los pequeñitos son llevados a cuestas. El llanto
es general. Pero algunos van alegres, van divirtiéndose, al ir
entrelazados en el camino.
Los dueños de barca, todos los que tenían barcas, de noche salieron, y
aun en el día salieron
algunos. Al irse, casi se atropellan unos con otros.
Los españoles se adueñan de todo
Por su parte, los españoles, al borde de los caminos,
están requisionando a las gentes. Buscan oro. Nada
les importan los jades, las plumas de quetzal y las
turquesas.
Las mujercitas lo llevan en su seno, en su faldellin, y los hombres lo
llevamos en la boca, o en
el maxtle.
Y también se apoderan, escogen entre las mujeres, las blancas, las de
piel trigueña, las de trigueño cuerpo. Y algunas mujeres a la hora del
saqueo, se untaron de lodo la cara y se pusieron
como ropa andrajos. Hilachas por faldellin, hilachas como camisa. Todo
era harapos lo que se vistieron.
También fueron separados algunos varones. Los
valientes y los fuertes, los de corazón viril. Y también jovenzuelos,
que fueran sus servidores, los que
tenían que llamar sus mandaderos.
A algunos desde luego les marcaron con fuego
junto a la boca. A unos en la mejilla, a otros en
los labios.
Cuando se bajó el escudo, con lo cual quedamos
derrotados, fue:
Signo del año: 3-Casa. Día del calendario mágico:
1-Serpiente.
Después de que Cuauhtémoc fue entregado lo
llevaron a Acachinanco ya de noche. Pero al siguiente día, cuando había
ya un poco de sol, nuevamente vinieron muchos españoles. También era
su final. Iban armados de guerra, con cotas y con
cascos de metal; pero ninguno con espada, ninguno
con su escudo.
Todos van tapando su nariz con pañuelos blancos: sienten náuseas de los
muertos, ya hieden, ya
apestan sus cuerpos. Y todos vienen a pie.
Vienen cogiendo del manto a Cuauhtémoc, a
Coanacotzin, a Tetlepanquetzaltzin. Los tres vienen
en fila . . .
Cortés exige que se le entregue el oro
Cuando hubo cesado la guerra se puso (Cortés)
a pedirles el oro. El que habían dejado abandonado en el canal de los
toltecas, cuando salieron
y huyeron de México.
Entonces el capitán convoca a los reyes y les dice:
-¿Dónde está el oro que se guardaba en México?
Entonces vienen a sacar de una barca todo el oro.
Barras de oro, diademas de oro, ajorcas de oro para
los brazos, bandas de oro para las piernas, capacetes de oro, discos de
oro. Todo lo pusieron delante
del capitán. Los españoles vinieron a sacarlo.
Luego dice el capitán:
-¿No más ése es el oro que se guardaba en México? Tenéis que presentar
aquí todo. Busquen los
principales.
Entonces habla Tlacotzin:
-Oiga, por favor, nuestro señor el dios: todo
cuanto a nuestro palacio llegaba nosotros lo encerrábamos bajo pared.
¿No es acaso que todo se
lo llevaron nuestros señores?
Entonces Malintzin le dice lo que el capitán
decía:
-Sí, es verdad, todo lo tomamos; todo se juntó
en una masa y todo se marcó con sello, pero todo
nos lo quitaron allá en el canal de los toltecas;
todo nos lo hicieron dejar caer en el agua. Todo
lo tenéis que presentar.
Entonces le responde el Cihuacóatl Tlacotzin:
-Oiga por favor el dios, el capitán:
La gente de Tenochtitlan no suele pelear en barcas: no es cosa que hagan
ellos. Eso es cosa exclusiva de los de Tlatelolco. Ellos en barcas
combatieron, se
defendieron de los ataques de vosotros, señores nuestros.
¿No será que acaso ellos de veras hayan tomado todo (el oro), la gente
de Tlatelolco?
Rendición de los mexicas
(Lienzo de Tlaxcala)
Entonces habla Cuauhtémoc, le dice al Cihuacóatl:
-¿Qué es lo que dices, Cihuacóatl? Bien pudiera ser que
lo hubieran tomado los tlatelolcas . . . ¿Acaso no ya por esto
han sido llevados presos los que lo hayan merecido? ¿No
todo lo mostraron? ¿No se ha juntado en Texopan? ¨Y lo
que tomaron nuestros señores, no es esto que está aquí?
Y señaló con el dedo Cuauhtémoc aquel oro.
Entonces Malintzin le dice lo que decía el capitán:
-¿No más ése es?
Luego habló el Cihuacóatl:
-Puede ser que alguno del pueblo lo haya sacado . . .
¿Por qué no se ha de indagar? ¿No lo ha de hacer ver el
capitán?
Otra vez dijo Malintzin lo que decía el capitán:
-Tenéis que presentar doscientas barras de oro de este
tamaño...
Y señalaba la medida abriendo una mano contra la otra.
Otra vez respondió el Cihuacóatl y dijo:
-Puede ser que alguna mujercita se lo haya enredado en
el faldellin. ¿No se ha de indagar? ¿No se ha de hacer ver?
Entonces habla por allá Ahuelítoc, el Mixcoatlailótlac.
Dijo:
Oiga por favor el señor, el amo, el capitán: Aun en
tiempo de Motecuhzoma cuando se hacía conquista en
alguna región, se ponían en acción unidos mexicanos,
tlatelolcas, tepanecas y acolhuas. Todos los de Acolhuacan
y todos los de la región de las Chinampas.
Todos íbamos juntos, hacíamos la conquista de aquel
pueblo, y cuando estaba sometido, luego era el
regreso: cada grupo de gente se iba a su propia población.
Y después iban viniendo los habitantes de aquellos
pueblos, los conquistados; venían a entregar su tributo, su
propia hacienda que tenían que dar acá : jades, oro,
plumas de quetzal, y otra clase de piedras preciosas,
turquesas y aves de pluma fina, como el azulejo, el pájaro
de cuello rojo, venían a darlo a Motecuhzoma.
Todo venía a dar acá, todo de donde quiera que
viniera, en conjunto llegaba a Tenochtitlan: todo el
tributo y todo el oro...2
La relación de Alva Ixtlilxóchitl
Hiciéronse este día (cuando fue tomada la ciudad), una
de las mayores crueldades que sobre los desventurados
mexicanos se han hecho en esta tierra. Era tanto el llanto
de las mujeres y niños que quebraban los corazones de
los hombres. Los tlaxcaltecas y otras naciones que no
estaban bien con los mexicanos, se vengaban de ellos
muy cruelmente de lo pasado, y les saquearon cuanto
tenían.
Ixtlilxóchitl (de Tetzcoco y aliado de Cortés) y los
suyos, al fin como eran de su patria, y muchos de sus
deudos, se compadecían de ellos, y estorbaban a los
demás que tratasen a las mujeres y niños con tanta
crueldad, que lo mismo hacía Cortés con sus españoles.
Ya que se acercaba la noche se retiraron a su real, y en
este concertaron Cortés e Ixtlilxóchitl y los demás
señores capitanes, del día siguiente acabar de ganar lo
que quedaba.
En dicho día, que era de San Hipólito Mártir, fueron
hacia el rincón de los enemigos. Cortés por las calles, y
Ixtlilxóchitl con Sandoval, que era el capitán de los
bergantines, por agua, hacia una laguna pequeña, que tenía
aviso Ixtlilxóchitl cómo el rey (Cuauhtémoc) estaba allí con
mucha gente en las barcas. Fuéronse llegando hacia ellos.
Era cosa admirable ver a los mexicanos. La gente de
guerra confusa y triste, arrimados a las paredes de las
azoteas mirando su perdición; y los niños, viejos y
mujeres llorando. Los señores y la gente noble, en las
canoas con su rey, todos confusos.
La prisión de Cuauhtémoc
Hecha la seña, los nuestros embistieron todos a un tiempo
al rincón de los enemigos, y diéronse tanta prisa, que
dentro de pocas horas le ganaron, sin que quedase cosa
que fuese de parte de los enemigos; y los bergantines y
canoas embistieron con las de éstos, y como no pudieron
resistir a nuestros soldados echaron todas a huir por
donde mejor pudieron, y los nuestros tras ellos. García
de Olguín, capitán de un bergantín que tuvo aviso por un
mexicano que tenía preso, de cómo la canoa que seguía
era donde iba el rey, dio, tras ella hasta alcanzarla.
El rey Cuauhtémoc viendo que ya los enemigos los
tenía cerca, mandó a los remeros llevasen la canoa hacia
ellos para pelear; viéndose de esta manera, tomó su
rodela y macana, y quiso embestir; mas viendo que era
mucha la fuerza de los enemigos, que le amenazaban con
sus ballestas y escopetas, se rindió.
Cuauhtémoc frente a Cortés
García de Olguín lo llevó a Cortés, el cual lo recibió con
mucha cortesía, al fin como a rey, y él echó mano al puñal de
Cortés, y le dijo: ¡Ah capitán! ya yo he hecho todo mi
poder para defender mi reino, y librarlo de vuestras manos; y
pues no ha sido mi fortuna favorable, quitadme la vida, que
será muy justo, y con esto acabaréis el reino mexicano, pues
a mi ciudad y vasallos tenéis destruidos y muertos . . . Con
otras razones muy lastimosas, que se enternecieron cuantos
allí estaban, de ver a este príncipe en este lance.
Cortés le consoló, y le rogó que mandase a los suyos se
rindiesen, el cual así lo hizo, y se subió por una torre alta, y
les dijo a voces que se rindieran, pues ya estaban en poder
de los enemigos. La gente de guerra, que sería hasta sesenta
mil de ellos los que habían quedado, de los trescientos mil
que eran de la parte de México, viendo a su rey dejaron las
armas, y la gente más ilustre llegó a consolar a su rey.
Ixtlilxóchitl, que procuró harto de prender por su mano a
Cuauhtémoc, y no pudo hacerlo solo, por andar en canoa, y
no tan ligera como un bergantín, pudo sin embargo alcanzar
dos, en donde iban algunos príncipes y señores, como eran
Tetlepanquetzaltzin, heredero del reino de Tlacopan, y
Tlacahuepantzin, hijo de Motecuhzoma su heredero y otros
muchos, y en la otra iban la reina Papantzin Oxómoc, mujer
que fue del rey Cuitláhuac, con muchas señoras.
Ixtlilxóchitl los prendió, y llevó consigo a estos señores
hacia donde estaba Cortés: a la reina y demás señoras las
mandó llevar a la ciudad de Tezcoco con mucha guarda, y
que allá las tuviesen.
La duración del sitio
Duró el cerco de México, según las historias, pinturas y relaciones,
especialmente la de don Alonso
Axayaca, ochenta días cabalmente. Murieron de la
parte de Ixtlilxóchitl y reino de Tezcoco, más de
treinta mil hombres, de más de doscientos mil que
fueron de la parte de los españoles, como se ha
visto; de los mexicanos murieron más de doscientos
cuarenta mil, y entre ellos casi toda la nobleza
mexicana, pues que apenas quedaron algunos señores y caballeros, y los
más niños, y de poca edad.
Este día, después de haber saqueado la ciudad,
tomaron los españoles para sí el oro y plata, y los
señores la pedrería y plumas y los soldados las
mantas y demás cosas, y estuvieron después de estos
otros cuatro en enterrar los muertos, haciendo grandes fiestas y
alegrías. 3
La relación de Chimalpain: lo que siguió
a la toma de la ciudad
Y después que fueron depuestos los atavíos de
guerra, después que descansó la espada y el escudo,
fueron reunidos los señores en Acachinanco. El
primero Cuauhtémoc, señor de Tenochtitlan, el
segundo Tlacotzin, el Cihuacóatl, el tercero Oquiztzin, señor de
Azcapotzalco Mexicapan, el cuarto
Panitzin, señor de Ecatépec, el quinto de nombre
Motelhuihtzin, mayordomo real, éste no era príncipe, pero era un gran
capitán de la guerra.
A estos cinco hizo descender el capitán Hernán
Cortés. Los ataron y los llevaron a Coyoacan. Tan
sólo Panitzin no fue atado. Allá en Coyoacan
fueron encerrados, fueron conservados prisioneros.
Allá se les quemaron los pies. Además a los
sacerdotes Cuauhcóhuatl y Cohuayhuitl, Tecohuentzin
y Tetlanmécatl se les inquirió acerca del oro que
se había perdido en el canal de los Toltecas (cuando huyeron los
españoles por la Calzada de Tacuba,
perseguidos por los mexicas). Se les preguntó por
el oro que había sido reunido en el palacio, en
forma de ocho barras y que había quedado al
cuidado de Ocuitécatl, que era mayordomo real.
Cuando murió éste -lo mató la epidemia de viruela- sólo quedó su hijo, y
de las ocho barras
tan sólo aparecieron cuatro. El hijo huyó en seguida.
Y salieron entonces de la prisión quienes habían
sido llevados a Coyoacan. El capitán Hernán Cortés (les habló a )
aquellos cinco mexicas a quienes
había combatido, los señores mexicas, Cuauhtémoc,
Tlacotzin, el Cihuacóatl, Oquiztzin, Panitzin, Motelhuihtzin; a éstos
les habló el capitán Cortés allá
en Coyoacan, se dirigió a ellos por medio de los
intérpretes Jerónimo de Aguilar y Malintzin. Les
dijo el señor capitán:
-Quiero ver cuáles eran los dominios de México,
cuáles los de los tepanecas, los dominios de Aculhuacan, de Xochimilco,
de Chalco.
Y aquellos señores de México en seguida entre sí
deliberaron. El Cihuacóatl Tlacotzin luego respondió:
-Oh, príncipe mío, oiga el dios esto poco que
voy a decir. Yo el mexícatl, no tenía tierras, no
tenía sementeras, cuando vine acá en medio de los
tepanecas y de los de Xochimilco, de los de Aculhuacan y de los de
Chalco; ellos si tenían sementeras, si tenían tierras. Y con flechas y
con escudos
me hice señor de los otros, me adueñé de sementeras y tierras.
Igual que tú, que has venido con flechas y con
escudos para adueñarte de todas las ciudades. Y
como tú has venido acá, de igual modo también yo,
el mexícatl, vine para apoderarme de la tierra con
flechas y con escudos.
Y cuando oyó esto el capitán Cortés, dijo con
imperio a los tepanecas, a los acolhuas, a los de
Xochimilco y de Chalco, así les habló:
-Venid acá, el mexícatl con flechas y con escudos se apoderó de vuestra
tierra, de vuestra pertenencia, allí donde vosotros le servíais, Pero
ahora,
de nuevo con flechas y con escudos, os dejo libres,
ya nadie allí tendrá que servir al mexícatl. Recobrad vuestra tierra . .
.4
1
Coyonacazco: "En la oreja del adive." Topónimo de un sitio de la
ciudad.
2
Informantes de Sahagún: Códice Florentino, lib. XII, caps.
XXXIX-XLI. (Versión de Ángel Ma. Garibay K.)
3 Alva
Ixtlilxóchitl, Fernando de, relación: "De la venida de los
españoles y principios de la ley evangélica."
4
Chimalpain Cuauhtlehuanitzin, Francisco de San Antón Muñón, Séptima
relación. (Véase bibliografía.) (Versión del náhuatl: Miguel
León-Portilla.) C
omo puede verse, Cortés se empeñó en consolidar su dominio sobre los
mexicas ganándose para esto las simpatías de los otros pueblos que hasta
entonces habín estado sometidos a los mexicas.