Aunque presenta un tono cercano al Andalucismo , este artículo, desmonta eficazmente las tesis de Blas Infante y de los Andalucistas.

Antonio Luis CORTÉS PEÑA - Revista Otoño 2 - Suplemento Andalucia

EL NACIONALISMO ANDALUZ, UNA MIRADA DESDE LA HISTORIA

Antonio Luis CORTÉS PEÑA

En Europa occidental, las grandes unidades administrativas diseñadas por el Imperio romano (Germania, Galia, Hispania...) fueron las bases territoriales de los principales Estado-Nación que surgieron con posterioridad, aunque la formación de los mismos se originase de modos muy diversos y en tiempos bien diferentes.

Ahora bien, ni todos los Estados europeos actuales son un reflejo de esa antigua división, ni todas las poblaciones que habitan dentro de sus fronteras tienen rasgos homogéneos de manera que respondan, en cada uno de ellos, a comunidades con unos únicos caracteres identitarios; de ahí que en el interior de los mismos existan sectores que reivindiquen un sentimiento nacional específico y que, algunos, aspiren a constituirse como una entidad política independiente. Reivindicación y aspiración que, a pesar de responder en una mayoría de los casos a concepciones políticas trasnochadas, pueden ser legítimas, siempre que no se menoscabe el derecho de los demás miembros de la comunidad a mantener posturas diferentes y que, por tanto, se respete, sin cortapisa de ningún género, la libertad de todos los ciudadanos a expresar su voluntad y sus sentimientos al respecto.

Si bien es verdad que, hoy día, en buena parte del Occidente europeo encontramos el planteamiento de problemas políticos derivados de esta situación, quizás sea España la que ofrezca el panorama más destacado en este terreno debido a la proliferación de "hechos diferenciales". Cierto que, en algunos casos, las reivindicaciones tienen tras de sí una larga historia -a veces lamentable, trágica y cruel-, mientras que en otros han aparecido en época más reciente; no obstante, esta circunstancia no debe presuponer en principio ventajas políticas para los primeros.

El caso andaluz

Entre los distintos grupos políticos que desde el inicio de la transición democrática defienden ideas y principios que se catalogan como propias de un nacionalismo andaluz, ha destacado el hoy denominado Partido Andalucista (PA), fundado en su día con el nombre de Partido Socialista Andaluz a partir de la Alianza Socialista de Andalucía (ASA). El respaldo electoral que este partido ha tenido hasta hoy ha resultado, con excepciones temporales y espaciales, poco satisfactorio, siendo ampliamente sobrepasado en cuanto a votos recibidos por los dos principales partidos implantados en todo el Estado español, PP y PSOE.

El "descubrimiento" de Andalucía

Es preciso recordar que Andalucía, hasta la constitución del Estado de las autonomías, nunca había formado unidad política o administrativa de ningún tipo; es más, durante bastante tiempo el término se utilizó para designar el territorio compuesto por los reinos del valle del Guadalquivir (Jaén, Córdoba y Sevilla), mientras que la zona oriental y mediterránea era conocida, como Reino de Granada. No obstante, a lo largo de la Edad Moderna, la noción de Andalucía se extendió, con lentitud, al conjunto de los cuatro reinos, aunque sería en la segunda mitad del siglo XVIII cuando se comenzó a aplicar el término en textos administrativos a la totalidad de las tierras que conforman la Andalucía actual, lo que se generalizaría en la época contemporánea.

Como en tantas otras ocasiones sucede, fueron primero los extraños quienes vieron a Andalucía y a sus habitantes como una unidad espacial y humana que, pese a sus diversas peculiaridades internas, presentaba rasgos distintivos comunes. Serían, así, una serie de viajeros románticos extranjeros quienes ofrecieron la visión de una tierra y unos hombres con caracteres específicos, cuyas costumbres y formas de vida presentaron dentro de un mundo exótico, no pocas veces extravagante y, por supuesto, atrasado en comparación con la civilización occidental. Era una Andalucía superficial y deformada por no pocos prejuicios, pero que de algún modo respondía a la existencia de una Andalucía real que por entonces iniciaba su verdadera formación en un sentido unitario dentro de su riquísima variedad física y humana.

Ahora bien, mucho más importante en la marcha hacia la formación de una conciencia identitaria andaluza iba a resultar la labor pionera de investigación y de divulgación de sus resultados emprendida por una serie de folkloristas y antropólogos, entre los que destacaron los Machado (el abuelo y el padre de nuestro poeta universal), Isidro de las Cagigas..., quienes, en el último tercio del siglo XIX, dieron rigor científico a este campo hasta entonces prácticamente ignorado. Para algunos, esta fase se completaría con la actividad de los ideólogos del federalismo republicano, quienes en la Asamblea de Antequera (1883), formularon un "Proyecto de Constitución Federalista de Andalucía", según ellos, primer hito importante del andalucismo, aunque parece más acorde con la realidad considerar este episodio dentro del conjunto de acciones del republicanismo federal español y, por tanto, habría que establecer una cierta lejanía con un andalucismo consciente.

La siguiente fase, liderada por Blas Infante, se iniciaría en la segunda década del siglo XX. Es la etapa conocida como la del andalucismo histórico. No voy a insistir aquí en el análisis del período que ya expuse en otros escritos, ni en la figura de su representante más cualificado, de quien continúa faltando la biografía rigurosa y científica que merece.

Fue en este periodo cuando una minoría de andaluces, conscientes de su especificidad, intentaron crear una conciencia nacional que formase una opinión relevante para que toda la colectividad se contemplase como un pueblo con unas señas propias de identidad y lo expresase en el campo de la política. Sin embargo, este movimiento andalucista encontró escasa audiencia entre sus coetáneos; la razón de su fracaso estuvo en los errores cometidos a la hora de concretar su proyecto político y social.

El "error" historiográfico

El primer error sustantivo radicó en la creación de una identidad andaluza "de laboratorio", alejada de la auténtica tradición histórica, ya que, sin otros rasgos palpablemente distintivos, como la lengua, se buscó la diferencia en la historia, pero recurriendo al mito y a la mixtificación, ignorando que el pasado real tenía suficientes elementos para conseguir la cohesión del pueblo andaluz. Cuatro fueron los puntos básicos que actuaron de pilares para lo que se denomina el andalucismo esencialista creado por aquellos andalucistas: 1) Existencia de una "Andalucía eterna", con continuidad hasta hoy. 2) Cristalización de las "esencias andaluzas" en la etapa musulmana, vista como la edad de oro. 3) Consideración de la conquista cristiana como el mayor de los desastres ocurridos a Andalucía. 4) Comienzo de la lucha contra el centralismo castellano a raíz mismo de dicha conquista.

Blas Infante no dudó en adentrarse en el mito esencialista, con el grave inconveniente de no ser historiador y, además, de las lagunas historiográficas entonces existentes. Sin entrar en muchos de los aspectos concretos que sostuvo sobre la época antigua que le llevó a enunciar tesis fantásticas, pienso que puede ser suficiente la lectura de estas elocuentes afirmaciones, contenidas en su Ideal Andaluz, para entender su postura: "El espíritu de un mismo pueblo ha flotado siempre, flota aún, sobre esta tierra hermosa y desventurada que hoy se llama Andalucía. Su sangre ha podido enriquecerse con las frecuentes infusiones de sangres extrañas; pero sus primitivas energías vitales se han erguido siempre dominadoras; no han sido absorbidas, como simples elementos nutritivos, por las energías vitales de una sangre extranjera".

Es la defensa de una Andalucía que existe fuera del tiempo. Algo bien diferente a la tesis de Domínguez Ortiz, quien sin oponerse a la existencia de un crisol integrador desde la misma Antigüedad, pero consciente de la evolución dinámica de los pueblos, ha afirmado que "gracias a las influencias del medio ambiente, a la persistencia de elementos culturales, que a veces sólo requieren la presencia de una reducida minoría para su transmisión, algo (quizás mucho) pervive en la Andalucía actual de todas las Andalucías pretéritas, del fabuloso reino de Tartessos, de la Bética romana, del Andalus hispanoislámico. Como es lógico, la resonancia es inversamente proporcional al alejamiento [en el tiempo]".

Lo más significativo en la invención del mito ha sido la identificación de las esencias andaluzas más profundas con el período histórico considerado de mayor esplendor: la etapa musulmana. Es la "Andalucía gloriosa" de Infante, cuya trascendencia era preciso recuperar para devolver su verdadera razón de ser al hombre andaluz. En este afán se ha llegado a situaciones tragicómicas; algunos, incluso, han dado crédito a la indocumentada fantasía de Olagüe, en la que se niega la invasión islámica de la Península.

La inverosimilitud y la artificiosidad de la tesis fue rebatida de forma contundente e inapelable, entre otros, por P. Guichard. Si todos los repudios científicos no impidieron que los inevitables iluminados, seguidos por osados grupos de ignorantes, hicieran suya la propuesta de Olagüe, hoy día resulta vergonzante mantener semejante manipulación.

La obligada concreción de estas líneas obliga a prescindir de los múltiples ejemplos que podrían citarse sobre la indocumentada mitificación de nuestro pasado islámico. Sólo como colofón de esta faceta, señalar que esta hipervaloración del sustrato andalusí en la búsqueda de la identidad andaluza ha sido, y continúa siéndolo hasta hoy, uno de los errores claves de los andalucistas, pues, por razones muy diversas, a veces espúreas, lo musulmán ha constituido más la alteridad que la identidad del "pueblo andaluz".

Los otros dos pilares del "andalucismo esencialista" -el desastre ocasionado por la conquista cristiana y la inmediata aparición de la lucha contra el centralismo- eran la consecuencia lógica de los primeros, en particular del marcado énfasis otorgado a lo islámico, ya que para defender dichos supuestos ha sido necesario ocultar el esplendor del Renacimiento y del Barroco andaluz y, además, buscar momentos conflictivos frente al poder en los que, con cierta cortedad de vista, se contempla un matiz anticentralista, debido al obsesionante afán de encontrar antecedentes a los sentimientos andalucistas.

Así, entre otros, se han contemplado ahistóricamente episodios como las revueltas de mudéjares y moriscos, el motín del "pendón verde" sevillano, las alteraciones andaluzas de mediados del siglo XVII o la Junta de Andújar de 1835, cuando los estudios realizados sobre los mismos han demostrado de forma clara unos rasgos bien diferentes a los defendidos por estos mixtificadores.

En definitiva, nos encontramos ante la construcción de todo un mito, elaborado artificiosamente, que ha encontrado escasa respuesta por parte del pueblo andaluz. Continuar en esas directrices parece conducir al fracaso más rotundo, aunque en determinados cenáculos la insistencia en las mismas se justifique de forma victimista achacándolo, sin la realización de la necesaria autocrítica, a una conspiración de fuerzas "del españolismo y de la reacción".

El "error" político

Si la utilización de la Historia por parte de los andalucistas presenta un balance negativo, algo semejante puede decirse en cuanto al proyecto político ofrecido al pueblo andaluz, cuyo eco fue muy poco relevante durante la fase del andalucismo histórico.

En este aspecto, aquel pequeño grupo capitaneado por Blas Infante tampoco supo conectar con ninguno de los dos sectores que hubieran podido dar fuerza a sus reivindicaciones: la burguesía o el proletariado.

En cuanto a la primera: por un lado, las clases agrarias acomodadas, temerosas del peligro que se cernía sobre su status privilegiado, habían optado por integrarse en el bloque de poder del régimen canovista; por otro, el fracaso de la industrialización de Andalucía, supuso la transformación de la naciente burguesía mercantil e industrial en un grupo oligárquico que basaba su poder en la tierra o en los negocios especulativos, para lo que no dudó en apostar por la defensa del orden establecido apoyando también al Estado centralista de la Restauración.

Tanto en un caso como en otro sólo rechazo podían hallar las propuestas blasinfantianas, que consideraban imprescindible unir los ideales andalucistas a las aspiraciones del campesinado, enfocando su solución en términos "regeneracionistas" con un evidente error en sus propuestas.

La razón del equivocado enfoque andalucista radicaba en su alicorto análisis de la economía andaluza apostando por las ideas agrarias del americano Henry George, que resultaban desfasadas en el tiempo, por lo que no podían resolver el problema agrario andaluz y dar satisfacción a los anhelos de tierra de los jornaleros, muy imbuídos por movimientos sociales más radicales, en particular el anarquismo.

En cuanto al proletariado urbano, la obsesión por el campesinado, cuya problemática estaba tan profundamente arraigada en Blas Infante, fue causa de que se marginaran sus legítimas aspiraciones, error grave, ya que, a pesar de la importancia del sector agrario en aquella Andalucía y de su lacerante desigualdad, era incuestionable la considerable influencia urbana en la evolución de la sociedad andaluza. En estas circunstancias, el minoritario grupo pequeño-burgués, que se integraba en este primer andalucismo, vio cómo su proyecto político era rechazado.

Tras el alevoso asesinato de Blas Infante y los duros y represivos años de la dictadura, los planteamientos andalucistas conocieron una revitalización en algunos sectores de la oposición al tardofranquismo; sin embargo, volvió la manipulación de la historia -se insiste en unir la identidad andaluza con ciertas veleidades orientalistas-, a la que se sumó la ambigüedad ideológica -lo que ha propiciado personalismos y divisiones internas-; además, fue entonces cuando se produjo otra mitificación, la del andalucismo histórico, lo que en ciertos círculos persiste de modo tozudo y recalcitrante, continuando sin realizar un análisis crítico de las anteriores propuestas andalucistas y culpando de su fracaso a la sociedad andaluza que, según ellos, no entendió el mensaje que se le había dirigido.

Ahora bien, en estas últimas décadas, parece que se han dado pasos importantes en la formación de la autoconciencia de los andaluces y la autoestima de su especificidad, aunque sigue sin vertebrarse una paralela respuesta política de tipo nacionalista. No obstante, en la actualidad, opino que existen las condiciones para que pueda surgir un nacionalismo andaluz. Eso sí, pienso que, en todo caso, para tener viabilidad, debe de ser un nacionalismo bien alejado de una concepción estatalista de la nación, concepción que en la actualidad tiene poca vigencia en sociedades políticamente evolucionadas.

Sería, por tanto, un nacionalismo de nuevo cuño, que en gran parte está por definir, cuyas propuestas consiguieran asumir los auténticos sentimientos y reivindicaciones de los andaluces, sin ambigüedades ideológicas y sin veleidades de ruptura con el resto de España.

Antonio Luis Cortés es profesor de Historia Moderna de la U. de Granada

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