Viernes 6 de Enero 1989 OPINION IDEAL • 3

Un regionalismo moderno para Granada, Jaén y Almería

DESDE los albores de la historia de España sufrimos en nuestro acontecer un cúmulo de problemas que, actuando de manera cíclica, han cuestionado, repetidamente, nuestro ser como colectividad. La ubicación geográfica de España entre dos continentes ha supuesto las influencias contradictorias de culturas y civilizaciones de raíz antitética. La propia mor-fología de nuestro relieve, así como la diver-sidad de nuestro clima, han coadyuvado a acentuar los antagonismos y disparidades interiores.

Sin duda una de las constantes históricas cíclicas que con más virulencia y dramatismo recorre nuestro pasado y presente es el llamado «problema regional».

La materialización de estas cuestiones ha tomado dos formas en nuestro acontecer. Primera, la llamada «tendencia centrípeta», que designaría aquellas etapas definidas por una mayor o menor centralización, unitarismo político, ideológico, económico. Segunda, corolario de la anterior, las «etapas centrífu-gas», caracterizadas por propensiones a la descentralización, al regionalismo e inclusive al separatismo «in extremis».

Ambas tendencias se suceden en el decurso de los siglos y en sus contradicciones y no resolución, así como en su concatenación con otros elemen-tos irresolutos de nuestra historia (problema religioso, social, político, etc.), provocaron «un continuum» de convulsiones e inestabili-dades que también serán cíclicas.

«Ab orígine» la multiplicidad de pueblos que arriban a nuestro solar constituyen un primer paso en la elaboración de nuestra heterogeneidad. En la no romanización de algunas regiones de España, como el País Vasco, podemos enraizar las primeras causas de singularidad.

La Edad Media es analizada por nuestros historiadores como la etapa en que se forja la singularidad de España. La polémica Sánchez Albornoz y Américo Castro respecto a nuestra propia esencia dio lugar al problema de «la metafísica de España». Para Castro, España es la convivencia pacífica de cristia-nos, árabes y judíos. Sánchez Albornoz sobrevalora la tradición cristiana occidental convirtiéndola en quintaesencia de lo espa-ñol.

La multiplicidad de estructuras políticas en España durante la Edad sería la raíz de regionalismos posteriores. Estamos ante una etapa centrífuga, aunque en su seno surjan elementos de otro signo.

El reinado de los Reyes Católicos es una de las manifestaciones más claras de nuestra original historia. Por una parte, asistimos al nacimiento del Estado moderno tal como sucede en Europa. Sin embargo, es profundamente medieval en los aspectos culturales, religiosos y sociales. Esta tendencia pervivirá con los Austrias mayores y menores hasta finales del siglo XVII. La conquista de Granada obedece «grosso modo» a dos razones. Una de índole político-territorial, otra de corte religioso: expulsar al Islam. Empero, la política de los Reyes Católicos no fue «centrípeta», ya que respetaron los organismos de poder regional de Castilla y Aragón. No actuaron lo mismo en cuanto a los territorios conquistados al Islam: éstos fueron asimilados con todo rigor. Granada, baluarte último del Islam, fue incorporada a Castilla y sus instituciones y particularidades desaparecieron por completo.

La organizacion «cuasi federal» que los Reyes Católicos mantienen a nivel del Esta-do subsiste incólume hasta el siglo XVII con los tímidos intentos centrípetos del Conde Duque de Olivares. Hay que esperar al siglo XVIII, con el decreto de Nueva Planta y las medidas centralizadoras de los Borbones, pa-ra contemplar una nueva y efectiva construcción del Estado basada en tendencias fuertemente «centrípetas».

El siglo XIX, hasta su último tercio, se-guirá en la tónica de un centralismo oficial a ultranza. A finales del mismo siglo, y ante la debilidad progresiva del Estado liberal, surgen dos grandes brechas «centrífugas» en nuestra historia. Por una parte, la revolución de 1868 y la posterior República y movi-miento cantonal. Por otra, la aparición de los regionalismos, teñidos en principio de movi-miento cultural, en Cataluña, Galicia y País Vasco. A partir del XX, «el problema regional» se acrecienta y crece en virulencia para culminar en otra etapa «centrífuga» por exce-lencia: la II República y la guerra civil. El régimen de Franco será la respuesta centrí-peta que con más fuerza irrumpe en la historia de España. La muerte del general abrió de nuevo nuestro devenir a una situación de signo contrario, de descentralización.

La construcción del Estado de las «autonomías», con todas sus perfecciones, presenta en algunos casos importantes fallas: es artificial en algunas de sus formaciones. De esta artificialidad y linealidad, Granada, Jaén y Almería han sido víctimas de primer orden. Si los regionalismos nacen en la España ac-tual por motivos histórico-económicos, como es el caso de Cataluña, País Vasco o Galicia, en otros es sólo la necesidad de administrarse —con más o menos verbosidad historicista— lo que determinará su existencia.

La Rioja, Murcia, Extremadura, Castilla-La Mancha, etc., son regiones que se estructuran para gobernar y administrar sus propios intereses como región y aquellos de los que las componen. El caso de Andalucía, tal como se ha materializado en la actualidad, está demostrando su inoperancia. Sobre todo para las provincias orientales. Las occidentales, con unas características históricas, geográficas y económicas diferentes, están siendo beneficiarias claras de una administración centralizada en Sevilla para y por. Las provincias orientales están siendo postergadas, reiteradamente, de decisiones, proyectos que les afectan directamente.

Ya lo dice el saber popular, que es el más cualificado para ello: «el que parte y reparte, se lleva la mejor parte».

Ello sucede hoy en «Andalucía». Granada, Jaén y Almería, inmersas en un senequismo, escepticismo visceral en lo político, no se gobiernan, ni se administran por sí mismas. Lo dejan hacer por un Parlamento y Gobierno sevillanista, que atiende a nuestras razones con disculpas y tardanzas. Las burguesías y clases medias granadinas, jienenses y almerienses languidecen ante la agresividad de sus «homónimas» sevillanas, gaditanas o incluso malagueñas. Asistimos. además, al desmantelamiento progresivo de nuestras instituciones seculares (Capitanía General, cultura granadina, etc.). De la mis-ma manera, un «colonialismo» cultural sevi-llano invade nuestras tierras. Perdemos día a día nuestra identidad. Perdemos día y sema-na tras semana nuestra posibilidad de decisión e independencia de criterio. No nos administramos, nos administran. El problema hoy no es historicista. No es arabismo-cristianismo.

Bajo la entelequia de la «unidad andaluza», subyace la realidad de un mono-polio de poder y de intereses, que prevalecen sobre el resto. Dejemos la palabrería histori-cista (que para colmo en el caso andaluz no tiene casi base) para, buscando la eficacia y la defensa de nuestros intereses, cultura y valores, encontrar nuevos «instrumentos» políticos. Nuestros intereses se ven aherrojados por las tendencias centrípetas de Sevilla in-mersas en una tendencia general centrífuga de la que no hemos sido beneficiarios.

Los granadinos, jienenses y almerienses debemos reflexionar sobre ello. ¿No habrá posibilidad de crear «instrumentos» que de-fiendan nuestros intereses y particularidades? Frente al uniformismo centralizador, enarbolemos el Pendón de Granada, de Almería y de Jaén como prueba de nuestra identidad. Ese Pendón debe ser cristiano y árabe, como nuestra historia.

Victoriano VELÁZQUEZ GALDON Profesor de Geografía e Historia.

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