Solo se que a veces pasa.

 

Me preguntas del tiempo,

inalcansablemente profundizo mis memorias

al fondo del mar en llamas,

tropecé con un verde llano,

ahí me di cuenta que estabas tú.

Sin darme cuenta me olvidé de las tormentas,

y cayó un frío hielo sobre espaldas desnudas de amor y ocio,

plantando en cada poro una poca de esperanzas.

 

Te observé,

las llamas de tus ojos, penetrantes, musculosas,

ávidas de atracción opuesta,

eran miradas lejanas entre el pueblo,

que se perdían en espejos de agua dulce en la tierra,

inundadas de alcohol, extremistas de ardor.

 

Tu cabello,

suelto y atrapado, húmedo y simple,

claro y brillante, aunque oscuro en la lejanía,

lo siento entre mis manos, sin tocarlo,

es largo y esbelto,

está atado a mis sueños.

 

Llenas de ilusiones mis valles que te contemplan en alto cielo,

luego mis ansias caen al olvido cuando tu espalda se hace distancia,

ya mi mano  no desea tu mano,

mis dedos quedaron solos, colgando en el tiempo

estoy como el ave que vuela inmóvil, sola en el viento.

 

Ahora estoy solo sin poder responder,

atado con distracción a la soledad,

ahora te puedo responder pero te fuiste,

estoy sintiendo las gotas dentro, son frescas y extrañan,

ya ha comenzado el atardecer, solo en mis recuerdos.

 

Andrés Ignacio Nieva

Rosario, junio de 1.997

 

 

 

 

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