Ayer
caminé por las sendas de la soledad
hasta que
el camino se bifurcó como un valle
olvidado por su grandeza.
Elegí un
pasaje al azar y descubrí un bar en el desierto.
En ese
triste momento brilló el sol en la ventana
con la
sonrisa en tu cara. El rígido aliento de tu palabra
voló
aquellas nubes de tormenta y mostró que
el cielo era azul
y que las
estrellas cambian de blanco en plateado,
y vuelven
a blanco.
Me sentí
lleno con el cuerpo herido
y un alma
mas cerca al recuerdo que el presente.
Percibí tu
pecho contra el mío y tus manos en mi espalda
como si
fuera en eclipse de luna entre las nubes.
Hoy
amanecí mis ojos sobre tu horizonte
y gusté de
la amistad como la mañana el fresco.
Viví el
furor del correr de tu sangre en mis venas
del
susurro embriagado con pasión
y de la
mirada que cae libre y directa en mi rostro.
Levanté
una copa media llena,
te invité
el trago,
y brindé
por tu buen amor mi querido y para siempre amigo...
Andrés
Ignacio Nieva
Octubre de
1.997