Marchó por su sendero, atariado y lento. Sabía que la suerte dormía junto a unos troncos lejanos que vio al pasar. armando sus hombros sabemos que seguirá, pisando tierra floja, con árboles que en el camino se separan, con las aves que volando se olvidan y con el sueño que en los recuerdos mece.

                                                Tiemblan sus manos y arrodillado grita alto, sin monedas y sin cintura, solo una música vaga en los aires que llorando se entierran como suave. Así recostó su pesado tiempo a descansar mientras sus brazos eran atados a la leña que en el fuego del silencio se hace un lejano olvido.

                                                 El pecho alto y cálido sintió el tacto de alguien que cerca lloró por él. Algo que no ocupa el recuerdo de algunas memorias que merodean la lúgubre y triste montaña inclinada.

                                                 Simple un cariño fundió el amor de una nube y el resplandor de sus ojos, dando gracias por la ayuda a este pobre viajero de la vida que lloró por un amor que llenó las piezas con las que menos pensaba jugar, con el vaso que nunca pensó vaciar bajo el cielo húmedo y gris.

 

 

Solo quiero a través de estas profundas líneas ocupar los oscuros y vacíos pasillos que en los buenos recuerdos se olvidan. Es tan simple la amnesia de una amistad que recurro a lo amargo y melancólico para tallar en mi corazón una felicidad inmensa que va mas allá de esta carta y que intenta dejar atrás una pesada soledad para enorgullecer sus tiernos cariños que recibí y recibo por las noches. Gracias a mi vida que encontré sus vidas, que aprendí a querer. Gracias a ustedes, que los puedo querer, por ser como son, y por dejarme ser.

 

Andrés Ignacio Nieva

 

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