RES�MENES


SIGMUND FREUD: Psicolog�a de las Masas

 

  Freud analiza porqu� las sociedades se mantienen unidas, recurriendo a los conceptos de libido e identificaci�n. La gente permanece unida por lazos de amor inhibidos en su fin, desexualizado o sublimado, y porque han elegido el mismo l�der como ideal del yo, se identificaron con �l y por tanto se han identificado entre s�.

Introducci�n 

La psicolog�a individual es desde un principio una psicolog�a social, pues en la vida an�mica individual aparece siempre integrado el �otro� como modelo, objeto, auxiliar o adversario. En psicolog�a no s�lo estudiamos fen�menos narcisistas (que no involucran al �otro� o eluden su influencia) sino tambi�n fen�menos sociales (los v�nculos interpersonales con familiares, etc.)

La psicolog�a social o colectiva tiende a ver al individuo como parte de un grupo amplio (casta, tribu, pueblo, instituci�n) y menos como parte de un grupo m�s restringido (familia). Se han intentado explicar los fen�menos de masa (grupos amplios) a partir de un instinto especial de tipo social. Pensamos que este factor num�rico de grupos muy grandes no se explica por s� solo este instinto social, por lo que nos quedan considerar dos posibilidades: que dicho instinto social no es un instinto primario e irreductible, y que su origen debemos buscarlo en grupos m�s peque�os, por ejemplo la familia.

El alma colectiva, seg�n Le Bon

La psicolog�a colectiva se pregunta �qu� es una masa?, �por qu� medios puede ejercer tanta influencia en cada individuo?, �en qu� consiste esa influencia, es decir, c�mo modifica al sujeto? Para Le Bon, por el solo hecho de integrar una multitud, los individuos adquieren una especie de alma colectiva que, a pesar de sus diferencias individuales, los hace obrar, sentir y pensar de manera distinta a como lo har�n de manera individual. La personalidad individual desaparece y cada individuo empieza a actuar a partir de una fuerza inconsciente de tipo social o colectivo. Queda as� al descubierto una base inconsciente com�n, nivel�ndose todas las diferencias. Le Bon intenta explicar este fen�meno de masas por tres factores: liberaci�n instintiva, contagio mental, y sugestibilidad.

En la masa, el individuo puede liberar su instintividad refugi�ndose en el anonimato y eludir su responsabilidad. Entendemos que esto no es un fen�meno nuevo sino una mera exteriorizaci�n de una tendencia del inconciente individual. Adem�s, en una multitud todo acto y sentimiento es contagioso, lo que para Le Bon explica la homogeneidad de la masa. Este contagio no es m�s que una consecuencia del tercer factor: la sugestibilidad. El individuo cae en un estado similar a la de la fascinaci�n hipn�tica, donde su voluntad queda abolida quedando a merced del hipnotizador. En suma, este autor propone que el contagio mental deriva de la sugestibilidad, y esta a su vez de una influencia hipn�tica de incierto origen. Le Bon no dice de d�nde proviene esta, no dice qui�n ser�a el hipnotizador.

Le Bon compara la multitud con los hombres primitivos y los ni�os, encontrando elementos en com�n: la multitud es impulsiva, vers�til, irritable, se deja llevar casi siempre por el inconsciente, es muy influenciable y cr�dula, y va r�pidamente a los extremos porque reacciona s�lo a est�mulos muy intensos. Para influ�r sobre ella no nos sirve el argumento l�gico sino la repetici�n y la presentaci�n de im�genes llamativas. En la masa pueden coexistir tendencias opuestas sin entrar en conflicto, cosa que ya hemos visto en ni�os y neur�ticos.

La masa no busca la verdad sino la ilusi�n, y cree en el m�gico poder de las palabras. Todo esto tambi�n aparece en el neur�tico, que privilegia la fantas�a sobre la realidad.

Le Bon dice adem�s que la multitud necesita un jefe por su sed de obedecer, jefe que debe tener ciertas cualidades: mucha fe para poder hacer surgirla tambi�n en la multitud, una voluntad potente para imponerse, etc. Le Bon atribuye a los jefes una cualidad llamada �prestigio�, o poder de fascinar a los dem�s paralizando sus facultades cr�ticas. Hay para Le Bon un prestigio adquirido (en virtud de la riqueza, la honorabilidad, la tradici�n, etc.) y un prestigio personal (que no todos tienen). Sea cual fuese, el prestigio se mantiene s�lo por el �xito, y sucumbe al fracaso. Freud criticar� esta concepci�n sobre los jefes de multitudes.

Otras concepciones de la vida an�mica colectiva

Freud coincide con Le Bon cuando acent�a la vida an�mica inconsciente, pero en rigor no dice nada nuevo: antes de ello ya se hab�a hablado de la inhibici�n de lo intelectual y la intensificaci�n de lo afectivo en la multitud, e incluso del papel del inconsciente y de la comparaci�n de la masa con el hombre primitivo.

Le Bon acept� ciertas objeciones, como la de que a veces la moral de la multitud puede ser superior a la individual (por ejemplo en las colectividades ben�ficas). Otros autores afirman que la sociedad impone normas morales a los individuos pues �stos no pueden alcanzarlas por s� solos. Tambi�n se plante� que las grandes producciones intelectuales ni habr�an podido ocurrir en un individuo aislado. Tales contradicciones derivan de confundir masas pasajeras con instituciones permanentes. Para Mac Dougall las primeras no est�n organizadas (y las llama multitudes), mientras que las segundas s�. La psicolog�a colectiva debe poder explicar qu� es lo que enlaza a los individuos en una masa, y Mac Dougall recurre para esto a un principio de inducci�n directa de las emociones por medio de la reacci�n simp�tica primitiva. O sea un afecto provoca otro similar en quien lo observa. Esta intensificaci�n del afecto se favorece porque da al individuo la sensaci�n de mucho poder, y de permitirle sortear peligros invencibles. Mac Dougall coincide en muchos puntos con Le Bon respecto de las caracter�sticas antes indicadas de las multitudes, pero agrega cinco factores que deben considerarse para pasar de la multitud desorganizada a una organizaci�n social: (1) no debe ser pasajera, sino m�s permanente; (2) cada individuo debe formarse una idea de la naturaleza y finalidad de la multitud, lo que condicionar� su actitud afectiva hacia ella; (3) en la masa debe relacionarse con otras an�logas (aunque sea por rivalidad), pero manteniendo su peculiaridad; (4) la masa debe tener una tradici�n y usos propios; (5) la masa debe estar organizada, debe inclu�r una especializaci�n entre sus miembros. Podemos describir esta �ltima caracter�stica de otro modo: crear en la masa las facultades que ten�a cada individuo (continuidad, conciencia, tradiciones, etc.) antes de su absorci�n por la multitud.

Tales cinco condiciones har�an desaparecer el defecto ps�quico de la formaci�n colectiva.

Sugesti�n y libido

La intensificaci�n de los afectos y el d�ficit intelectual producidos por la influencia de la masa pueden quedar en parte neutralizados por una superior �organizaci�n� de las masas, pero cuando no lo est�n, debemos buscar una explicaci�n adecuada, dice Freud.

No nos satisfacen los argumentos ni de Le Bon (los fen�menos sociales obedecen a la sugesti�n rec�proca de individuos y al prestigio del caudillo), ni los de Mac Dougall (cuyo principio de la inducci�n equivale en el fondo al de la sugesti�n). Estos autores, as� como tambi�n Bernheim, dejan traslucir que la sugesti�n es un fen�meno primario irreductible, o sea la sugesti�n quedar�a sin ser explicada. Nos proponemos ahora , dice Freud, explicarlo recurriendo al concepto de libido.

Libido es una cantidad de energ�a instintiva relacionada con el amor, o m�s neutramente, con los afectos. Tal energ�a es originalmente de tipo sexual, aunque despu�s puede ser desviada hacia otros fines.

Admitiremos la hip�tesis de que en la esencia del alma colectiva existen tambi�n relaciones amorosas, ocultadas detr�s de la llamada �sugesti�n�. Consideramos dos ideas importantes: que la masa se mantiene unidad por la fuerza del Eros, y adem�s que cuando el individuo renuncia a su individualidad dej�ndose sugestionar por otros, lo hace m�s por estar de acuerdo con ellos (por �amor� a ellos), que contra ellos.

Dos masas artificiales: la Iglesia y el Ej�rcito

Iglesia y Ej�rcito son masas artificiales porque sobre ellas act�a una coerci�n exterior que las preserva de la disgregaci�n, encontr�ndose por ello altamente organizadas y disciplinadas. En ellas reina la misma ilusi�n: la presencia de un jefe visible (jefe del Ej�rcito) o invisible (Cristo) que ama igualmente a todos lo miembros de la masa. De tal ilusi�n depende todo, hasta su misma existencia, y de otro modo se disgregar�a. El jefe es el padre que ama por igual a todos sus soldados, y por ello �stos son camaradas entre s�; id�nticamente Cristo ama a su grey, siendo �stos todos hermanos entre s�. Ni siquiera es preciso recurrir a nociones como �patria� para explicar la cohesi�n del ej�rcito.

En la masa artificial el individuo tiene entonces dos v�nculos afectivos o libidinales: con el Jefe, y con los restantes individuos. Esto nos permitir� entender el porqu� de la limitaci�n de su personalidad y su libertad, pues est� sujeto a dos centros libidinales distintos. La existencia de estos lazos afectivos se demuestra por ejemplo por el p�nico que se siente en el ej�rcito cuando ya no se obedecen �rdenes. Esto no depende de un peligro exterior, ya que un ej�rcito cohesionado no siente miedo frente a graves peligros como una guerra. El individuo en una masa que entr� en p�nico empieza a pensar s�lo en s� mismo y en el desgarramiento del lazo afectivo que antes lo manten�a sin experimentar miedo. As�, son estos fuertes lazos afectivos los que mantienen la unidad de la masa preserv�ndola del p�nico.

As� como en un individuo surge miedo por un peligro externo o por la ruptura de lazos afectivos (angustia neur�tica), as� tambi�n en la masa surge miedo ante un peligro que amenaza a todos o por la ruptura de los lazos afectivos que la manten�an cohesionada (angustia colectiva). Vemos entonces analog�as entre ambos tipos de angustia. Basta la p�rdida del lazo afectivo con el jefe para que cunda el p�nico, con lo cual adem�s se disuelven los lazos afectivos de los miembros entre s�. Lo mismo podr�a ocurrir si se disgrega la masa religiosa. Aqu� tambi�n los lazos afectivos de amor son muy intensos, lo cual contrasta con la crueldad y la intolerancia que manifiestan hacia otras masas fuera de la iglesia. Si hoy en d�a no se ve tanta crueldad no es porque el hombre se dulcific� sino porque se debilitaron los lazos afectivos dentro de la misma iglesia.

Otros problemas y orientaciones

Los lazos del individuo con el jefe son m�s decisivos (al menos para ellos mismos) que los lazos de los miembros entre s�. El jefe siempre est� ah�, y puede ser una persona o una idea, en cuyo caso �sta ser� sustituto de aquella.

Antes de ver si es realmente indispensable alg�n tipo de jefe en la masa, examinemos primero los v�nculos afectivos entre los miembros. Sabemos que cuando dos personas mantienen v�nculo estrechos o �ntimos, si bien existe hostilidad y agresi�n, �sta es reprimida. Cuando se trata de personas extra�as (ciudades, tribus diferentes, razas, etc.) la hostilidad se hace manifiesta, lo cual es una expresi�n del narcisismo (�Los otros son distintos a m�, y esto lo siento como una cr�tica que me hacen o una obligaci�n para que yo cambie�). No obstante, en las masas cohesionadas se toleran las diferencias entre los miembros, lo cual s�lo puede ser explicado por la presencia de lazos libidinales que restringen al narcisismo. Este mismo hecho se pudo verificar en la pr�ctica anal�tica con pacientes. Conclu�mos entonces que las restricciones al ego�smo narcisista que surgen en las masas son una prueba de que la esencia de dicha formaci�n colectiva reposa en los lazos afectivos que establecen sus miembros entre s�. Tales lazos son instintos er�ticos pero desviados de su fin original, que era sexual. En los lazos afectivos hay entonces una fijaci�n de la libido a un objeto, cosa que podemos vincular con otras dos temas tratados en el psicoan�lisis: el enamoramiento y la identificaci�n. Los examinaremos, dice Freud, para ver si nos ayudan a entender la psicolog�a de las masas, y luego retornaremos sobre este �ltimo tema.

La identificaci�n

Conocemos la identificaci�n como la forma m�s temprana de enlace afectivo a otra persona, y est� en la base del complejo de Edipo. El ni�o comienza identific�ndose con su padre y simult�neamente o algo m�s tarde, comienza a tomar a su madre como objeto de amor. Ambos enlaces afectivos coexisten durante cierto tiempo sin interferirse, hasta que finalmente confluyen: de esta confluencia nace el complejo de Edipo normal. El ni�o advierte que su padre le proh�be a su madre; la identificaci�n adquiere un matiz hostil y empieza a desear estar en el lugar del padre para estar m�s cerca de su madre. Es una identificaci�n ambivalente, pues coexiste el cari�o con la hostilidad. Como se ve, es una ramificaci�n de la fase oral, donde el sujeto incorporaba el objeto amado o ansiado, y as� lo destru�a. Los can�bales por ejemplo han permanecido en esta fase oral: comen a quienes aman.

Puede suceder que la identificaci�n con el padre sea s�lo el comienzo de tomar al padre como objeto sexual (Edipo invertido). Esto mismo suceder� a la hija respecto de la madre. Podemos entonces diferenciar su identificaci�n con el padre (quisiera �ser� como el padre), de la elecci�n del mismo como objeto sexual (es lo que se quisiera �tener�). La diferencia est� en lo si lo que interesa es el sujeto o el objeto, respectivamente. Puede haber entonces identificaci�n antes de haber una elecci�n de objeto.

En un s�ntoma neur�tico la identificaci�n es m�s compleja. Suponemos que la hija adquiere el s�ntoma de la madre: la tos. Tal identificaci�n puede venir de dos lugares: a) el deseo ed�pico hostil de sustitu�r a la madre, con lo cual la tos expresa el sentimiento amoroso hacia el padre, o b) por la influencia de la conciencia de culpabilidad, donde la tos expresa lo que la hija debe sufrir y pagar por haber querido sustitu�r a su madre.

Puede tambi�n ocurrir que la hija adquiera la tos de su padre (caso Dora): en este caso la identificaci�n ha ocupado el lugar de la elecci�n de objeto transform�ndose esta, por regresi�n, en una identificaci�n. Vemos que es frecuente esta regresi�n a una identificaci�n, pero esta �ltima es s�lo parcial, content�ndose con adquirir s�lo un rasgo de la persona-objeto.

A�n puede darse un tercer caso, frecuente y significativo, donde el s�ntoma se forme por identificaci�n con alguien con quien no hay lazo afectivo tan directo. Por ejemplo la mujer que sufre un ataque de celos porque una amiga tuvo el mismo ataque al advertir el enga�o de su pareja. Se identifica con su amiga, y no por mera simpat�a, sino porque hab�a alg�n punto de contacto entre ambos yoes, que hab�a permanecido reprimido.

Estos tres casos nos llevan a conclu�r lo siguiente:

1) La identificaci�n es la forma primitiva de enlace afectivo a un objeto. 2) Siguiendo una direcci�n regresiva, se convierte en sustituto de un enlace libidinal a un objeto: el yo introyecta el objeto. 3) La identificaci�n puede surgir si hay alg�n rasgo en com�n con la otra persona que no es objeto de sus instintos sexuales. Cuanto m�s importante sea esta uni�n, m�s completa ser� la identificaci�n parcial, y constru�r as� el principio de un nuevo enlace.

Sospechamos que este mismo proceso ocurre en los lazos afectivos de miembros de una masa , y de ellos pespecto al caudillo. Podemos dar a�n dos ejemplos patol�gicos de introyecci�n de objetos: la homosexualidad y la melancol�a.

En la homosexualidad, el sujeto ha introyectado a la madre. Se identific� con ella, lo que a su vez proviene del hecho de haber permanecido fijado durante mucho tiempo a ella, y muy intensamente, desde el tiempo del Edipo.

En la melancol�a hay una identificaci�n con el objeto perdido. Los autoreproches del melanc�licos se dirigen en el fondo hacia el objeto perdido y representan la venganza que se toma el yo contra �l. Vemos aqu� al yo dividido en dos partes, una de las cuales ataca implacablemente a la otra. La parte actacante encierra la conciencia de moral, instancia cr�tica que normalmente estaba ya antes del ataque melanc�lico, pero que por entonces no era tan cruel. Dicha instancia es el ideal del yo (heredero del primitivo narcisismo) que cumple las funciones de autoobservaci�n, conciencia moral, censura, etc. La distancia entre el yo y el ideal del yo es muy variable seg�n los individuos.

Antes de examinar la relaci�n de estos temas con la psicolog�a de las masas, veamos previamente algunas otras relaciones entre el yo y el objeto.

Enamoramiento e hipnosis

En algunos casos enamorarse se entiende simplemente como revestir a un objeto de inter�s sexual para lograr una satisfacci�n er�tica, desapareciendo luego con la consecusi�n de dicho fin. Este es el amor sensual, pero las cosas no son tan simples. Durante los primeros cinco a�os, el ni�o encontr� en su madre su primer objeto de satisfacci�n sexual (y la ni�a en su padre). La represi�n ulterior impuso un renunciamiento a estos fines o a la mayor�a de ellos, pasando a ser tales instintos �coartados en sus fines� (ternura en vez de sexualidad).

Con la pubertad surgen los impulsos sexuales directos, y entonces pueden ocurrir dos cosas: o bien �stos se mantienen aislados de los impulsos coartados en sus fines (se ama a quien no se desea sexualmente, o no se ama a quien se desea en tal sentido), o bien se hace la s�ntesis de amor sexual o terrenal y amor espiritual o asexual (lo m�s frecuente). El grado de enamoramiento lo medimos entonces por la parte de los instintos coartados en sus fines (por oposici�n al simple deseo sensual).

El sujeto sobreestima sexualmente al objeto amado, lo sustrae a la cr�tica, se ilusiona de que el objeto es amado tambi�n sexualmente por sus excelencias ps�quicas (en rigor es el placer sensual quien lo llev� a atribu�rle tales excelencias). Hay una idealizaci�n. Al objeto pasa una cantidad considerable de libido narcisista, es decir el objeto sirve par sustitu�r el ideal propio no alcanzado por el yo. Este ha quedado m�s humilde, m�s sumiso, menos exigente y adem�s minusvalorado: el objeto ha devorado al yo o, m�s sint�ticamente, el objeto ha ocupado el lugar del ideal del yo.

En la identificaci�n el yo se enriquece con las cualidades del objeto que introyecta, pero en el enamoramiento, al contrario, se empobrece y serviliza. No obstante, tal diferencia no se corresponde con los hechos, pues podemos decir que en el enamoramiento el objeto fue tambi�n introyectado por el yo. Lo esencial de la situaci�n entra�a otra alternativa: la de que el objeto sea situado en el lugar del yo o en el ideal del yo.

Notamos muchas coincidencias entre el enamoramiento y la hipnosis. En ambos casos quedamos sumisos y humildes frente al otro, renunciamos a toda iniciativa personal: el hipnotizador ocup� el lugar del ideal del yo. La diferencia est� en que en el enamoramiento hay la posibilidad de un fin sexual ulterior. La formaci�n colectiva (lazo del individuo con el caudillo en la masa) es algo intermedio entre hipnosis y enamoramiento, porque es algo colectivo y no bipersonal como en la hipnosis, y porque no incluye los elementos sexuales del enamoramiento.

Fuente: http://ar.geocities.com/art_psi/masas

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Bajada de la pagina del profesor http://espanol.geocities.com/angelbartolucci

 

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