EL VATICANO EN LA POLÍTICA MUNDIAL

CAPÍTULO 16

FRANCIA Y EL VATICANO

Petain y Laval

La historia de la relación diplomática, política, y social entre Francia y el Vaticano es notable, y debe ser tenida presente por cada lector interesado en la influencia ejercida por el Vaticano para moldear la historia moderna. Porque en pocos países la Iglesia Católica ha sido tan poderosa y sin embargo tan débil; en pocos países ha tenido que recurrir a medios tan sutiles y poco escrupulosos para declarar, conservar, y aun fortalecer su autoridad en una nación en la que su influencia ha menguado de año en año.

El clímax de las maquinaciones del Vaticano en Francia se alcanzó en la década precedente a la Segunda Guerra Mundial y durante los cuatro años de ocupación Nazi. Después relataremos esto de manera concisa. Pero antes de examinar el importante rol desempeñado por el Vaticano en la caída de la Tercera República, y en la instalación de un semifascista, seminazi Estado autoritario católico, es necesario estudiar, aunque sea brevemente, el trasfondo histórico de las relaciones entre Francia y el Vaticano, y así ver en su verdadera perspectiva los eventos que relataremos.

Como es bien sabido, la Iglesia Católica ha ejercido una enorme influencia en la vida política y social de Francia durante siglos, y hasta la Revolución francesa disfrutó de una privilegiada posición en el país. Ella había apoyado a la Monarquía desde la temprana Edad Media. La Corona, a cambio, había concedido importantes prerrogativas de toda clase al clero que, de hecho, constituía el primero de los tres estados del reino [siendo los otros dos, los nobles y el pueblo]. La Iglesia había poseído vastas tierras y enormes riquezas, y había ejercido un virtual monopolio de la educación. Todos esto acabó, sin embargo, con el estallido de la Revolución Francesa por medio de la cual la Iglesia sufrió un muy serio revés. La Iglesia y el Estado fueron separados, las órdenes religiosas fueron suprimidas, el estatus del clero desapareció, las tierras de la Iglesia fueron declaradas propiedad nacional, y el control de la educación fue transferido al Estado.

La Iglesia Católica, por supuesto, fue amargamente hostil a la Revolución Francesa y combatió sus principios con toda su fuerza, no sólo en Francia, sino también en toda Europa. Con el ascenso de Napoleón las relaciones entre la Iglesia y el Estado empezaron a mejorar, y aunque había muchas amargas controversias entre el Emperador y el Papa, el Vaticano en general mantuvo bastante buenas relaciones con el dictador francés. Tanto que Napoleón, cuando estuvo presionado por consideraciones sociopolíticas, concluyó un Concordato con el Papado -como después lo hicieron otros dos dictadores, Hitler y Mussolini.

Desde la Revolución Francia nunca ha sido sinceramente católica. No sólo las ideas de la Revolución permanecieron profundamente arraigadas, sino que la actitud de la Iglesia, después de la caída de Napoleon, fomentó que los franceses abandonaran su fidelidad a ésta. La Santa Alianza situó en el trono de Francia una dinastía de monarcas cuya preocupación principal parecía ser apalear al pueblo para someterlo al Papa; y los medios empleados fueron aquellos conocidos hoy como el "Terror Blanco". Cuando cayó aquella dinastía, Francia dejó de ser totalmente católica; de hecho, la Iglesia ha perdido terreno rápida y consistentemente.

Con el establecimiento de la Tercera República, en 1870, la cooperación iniciada por Napoleón se terminó. Ya hemos visto las razones que indujeron a la Iglesia Católica a apoyar monarquías, dictaduras, etcétera, y a emprender la guerra contra cualquier forma de gobierno popular. Así estos motivos se pusieron en acción en los campos sociales y políticos de la vida europea desde entonces hasta nuestros propias días.

Sería interesante comparar las diatribas del Papa, los cardenales franceses, y el clero contra la República; con la denigración que ellos han empleado durante los últimos treinta años contra el Socialismo, el Comunismo, y la Rusia soviética. Entonces, como ahora, la Iglesia proclamó "una santa cruzada contra la República Atea", y el deber de oposición al "Gobierno Ateo" que busca privar a la Iglesia de "sus inalienables derechos".

Pero la característica más notable de ese período, se parece mucho a los sucesos de nuestros propios tiempos y fue el nacimiento de la Comuna y la reacción de la Iglesia ante ello. La Comuna de París del último siglo fue, en miniatura, la precursora de la Rusia soviética del siglo vigésimo. Ambas fueron un fantasma para la Iglesia Católica y para todos los otros sectores reaccionarios de la sociedad.

Por supuesto, comparar la Comuna con el logro y duración de la Revolución soviética es comparar cosas pequeñas con grandes; no obstante, la Comuna dio al mundo un anticipo de cómo se comportaría la Iglesia Católica cuando se repitieran circunstancias similares, como ha sucedido. Naturalmente, la Iglesia Católica hizo todo lo que estaba en su poder para "sabotear" la Comuna. El clero de Francia, junto a los católicos en general, fueron convocados para destruirla. El Vaticano pronunció anatemas contra su espíritu, sus principios, y sus líderes, tanto durante su existencia como desde entonces. Sobre todo, el Vaticano aprovechó esta oportunidad para lanzar una cruzada moral contra las ideas que inspiraban la Comuna, enfatizando a la clase media los peligros inherentes para ella. La advertencia incluía a todas las otras clases reaccionarias de la sociedad y a todas las personas que tenían razón para temer a los "Comuneros" de 1871.

La Iglesia y el pensamiento reaccionario siempre han sido aliados íntimos. Su sociedad íntima en esta lucha apuntaba al establecimiento de la reacción una vez que los Comuneros hubiesen sido aplastados.

Un período de reacción siguió puntualmente a la Comuna. Durante algunos años otra vez Francia se volvió más católica. En 1875 se estimó que en una población francesa de 36,000,000, aproximadamente 30,000,000 se describían a sí mismos como católicos. Esta suma se debía principalmente al hecho que Francia era entonces un país muy pobremente industrializado y las clases agrícolas ignorantes estaban muy sometidas al dominio de los políticos burgueses y, sobre todo, al del clero. Se otorgaron grandes privilegios a la Iglesia, y durante un tiempo ella pareció haber triunfado sobre las leyes aprobadas contra ella al comienzo de la Tercera República.

Pero una vez que el susto por los Comuneros hubo pasado, el temor artificial, fomentado por la Iglesia y otros sectores interesados, desapareció; antes de 1880 una vez más Francia casi dejó de ser un país católico. La Iglesia en Francia, dirigido por el Vaticano, entonces aumentó sus ataques sobre la República. En consecuencia, la República se vengó aprobando leyes sucesivas pensadas para obstaculizar al poder de la Iglesia en la vida social y política de la nación.

Ante cada medida hostil la Iglesia y el Vaticano invocaban la maldición de Dios y la ayuda de todos los católicos para destruir la República por atreverse a dar educación libre al pueblo, por insistir en el matrimonio civil, y por restringir la enseñanza en escuelas del Estado con maestros clasificados por el Estado. Llegaban fulminaciones semanales desde el Vaticano, los cardenales y el clero movilizaban a los fieles contra las instituciones Gubernamentales y Republicanas de toda clase. Su objetivo era provocar la completa caída de la República. El Vaticano, de hecho, predicaba continuamente al pueblo francés que el Gobierno que ellos habían elegido debía ser destruido, de otra manera su salvación eterna estaba en riesgo. Durante más de veinte años el Vaticano se negó obstinadamente a reconocer la existencia de una República en Francia.

Entonces repentinamente el Vaticano, que era la verdadera fuente de todo este odio, cambió su política. Lo hizo así porque al fin había llegado a comprender que la República duraría y que era más sabio, desde el punto de vista del Vaticano, llegar a un acuerdo cuando fuera posible.

El Vaticano determinó ahora seguir este curso. El "Nuevo Espíritu" dio frutos en los campos administrativo y legislativo. Pero la unidad en las filas católicas era esencial para el éxito, y los increíbles fanatismos, disensiones, y odios impidieron la unidad; cuando un previsor católico, Jacques Piou, organizó la Acción Liberal en 1902 era demasiado tarde. En julio de 1904 las relaciones diplomáticas entre Francia y el Vaticano finalmente se rompieron y la Ley de Separación, en 1905, llevó el conflicto a un clímax. La Ley garantizaba la libertad de conciencia y el libre ejercicio del culto público, pero la religión no sería reconocida por el Estado, ni recibiría apoyo financiero de éste.

El Vaticano pronunció su anatema sobre la República por atreverse a negar la supremacía de la Iglesia Católica y por poner a todos los credos religiosos sobre la misma base. Pero eso no fue todo. La República, habiendo negado al Vaticano el control y el monopolio de la religión en Francia, había decretado que los edificios de todos los cuerpos religiosos, católicos, protestantes, o judíos, debían transferirse a associations cultuelles, asociaciones referidas al culto público, y que éstas debían ser autosostenidas. El Vaticano, alardeando las peculiares demandas de la Iglesia Católica, prohibió a los católicos en toda Francia que obedecieran a la República y así de nuevo se entrometió en la vida doméstica de la nación. El Papa prohibió estrictamente a los católicos franceses que formaran parte de cualquiera de esas asociaciones, bajo pena de grave castigo en el mundo venidero.

Durante y después de la Primera Guerra Mundial, debido a factores de índole diversa, las relaciones entre la Iglesia y el Estado mejoraron. Los devotos servicios de tiempo de guerra del clero y la restitución de Alsacia-Lorena, con su gran población católica practicante, constituyeron dos de esos factores. Uno de los resultados de la Ley de Separación había sido el empobrecimiento de muchos del clero, y la consecuente reducción en su standard de vida los puso más cerca de aquellos entre quienes andaban.

Antes de seguir describiendo el trasfondo de la relación entre el Vaticano y la República durante la Segunda Guerra Mundial, investiguemos la fuerza de la Iglesia en Francia en un período que se extiende aproximadamente entre las dos guerras.

Como se dijo antes, a pesar del espíritu anticatólico y anticlerical que prevalece en Francia durante los últimos cien años, Francia sigue siendo tradicionalmente un país católico. En 1936 se estimó que 34,000,000 de franceses, equivalentes al 80 porciento de la población, eran nominalmente católicos. Casi tres cuartos de estos limitaban su Catolicismo al bautismo, el casamiento, y el entierro por la Iglesia. Fuera de eso no tomaban ninguna parte, activa ni pasiva, en la vida de la Iglesia, y una gran proporción incluso era hostil. Los católicos practicantes que asistían más o menos frecuentemente a Misa y a Confesión, fueron calculados por las autoridades católicas haber sumado entre 20 y 23 por ciento de la población francesa total -claramente una minoría insignificante.

La clase y la región tienen una importante relación con la proporción de católicos practicantes. Esto debe tenerse presente cuando tratemos sobre los eventos que llevaron a la firma del Armisticio y sobre el Gobierno que cooperó con los Nazis. Los católicos más fervientes serán encontrados entre los aristócratas, los terratenientes, la casta militar, y las clases ricas o acomodadas. Entre la clase media baja (petite bourgeoisie) probablemente un tercio es católico practicante. La mayoría es indiferente a las cuestiones religiosas y una pequeña minoría es activamente anticlerical.

Como en todos los países nominalmente católicos, en Francia el proletariado industrial es el elemento menos católico. En unos pocos distritos, y especialmente en la región de Lille, sólo una pequeña minoría de obreros en industrias pesadas, como de textiles, y de ferroviarios es activamente católica. La proporción es más alta, sin embargo, entre los empleados de la industria ligera y de pequeños negocios. También debe notarse que la Iglesia está más profundamente arraigada en los distritos rurales que en los pueblos.

A pesar de la indiferencia general de la población, la Iglesia tiene una inmensa organización en toda Francia, coordinada por una maquinaria católica desproporcionado en relación al sentimiento real de la nación.

Para empezar con el clero inferior de la Iglesia Católica. Antes de 1940 el sacerdocio ordinario se estimaba en 52,000 individuos de los cuales 30,000 eran sacerdotes seculares [no estando en un convento o sujetos a una regla] y el resto regulares. Gobernando este ejército de sacerdotes ordinarios están los obispos, aproximadamente setenta, no incluyendo a veintiséis obispos sin sedes. Los obispos, a su vez, están sujetos a los arzobispos, cada uno de los cuales preside sobre una arquidiócesis que contiene cuatro o cinco diócesis, cada una a cargo de un obispo.

Hay tres cardenales, los Arzobispos de París y Lyons y el Obispo de Lille. Los arzobispos y obispos son los ayudantes inmediatos del Papa quien supervisa directamente algunos de los obispados franceses dotados de alta importancia política, como los Obispados de Estrasburgo y Metz. Los obispos están a cargo de la educación dentro de su sede, y cada diócesis tiene un directeur que supervisa las escuelas controladas por la Iglesia.

Todos estos dignatarios de la Iglesia son directamente responsables ante el propio representante del Papa, el nuncio Papal. Cuando hay un nuncio acreditado ante el Gobierno francés, la Iglesia está sujeta a su autoridad. Los deberes primarios del nuncio son, por supuesto, diplomáticos; él es el centro del cual irradian las negociaciones diplomáticas y políticas del Vaticano.

Hay tantos cientos de órdenes religiosas en Francia que es imposible dar con precisión una descripción general de su organización. Cada Orden de monjes, frailes, o monjas tiene su propia administración y mantiene su relación particular con el episcopado. Algunas Órdenes son virtualmente independientes de los obispos y sólo son responsables ante la Santa Sede. Otras cooperan estrechamente con los obispos, especialmente las Órdenes de enseñanza. Las órdenes de Monjas también reciben la dirección de los obispos. Los Jesuitas, los Dominicanos, los Franciscanos, los Benedictinos, los Oratorianos, y los Cistercienses constituyen algunas de las Órdenes más importantes.

Por siglos los Jesuitas han sido la Orden más influyente en Francia, a pesar de la persecución. Su gran influencia, antes y durante la guerra, surgió del hecho que ellos son un Orden de enseñanza, que pone gran énfasis en los standards culturales e intelectuales. Los Jesuitas en Francia, como en otras partes, se han especializado en la educación, y de este modo generalmente obtuvieron una influencia permanente sobre, la aristocracia, el Ejército, y las clases dirigentes. Así ellos han entrenado miles de oficiales que posteriormente han alcanzado altos rangos, en la Ecole Sainte Genevieve en Versalles, que es una escuela preparatoria para Saint Cyr, de donde solían salir los oficiales del Ejército regular. La alta y media burguesía también envía a sus hijos a las universidades Jesuíticas, y los Jesuitas, también, entrenan a los muchachos para el liderazgo en el movimiento de la Juventud Católica, etcétera.

Hemos visto que la Iglesia en Francia, a pesar de su inmensa organización, estaba perdiendo sus miembros -ante el Secularismo y el Liberalismo en el siglo decimonono, y en el vigésimo siglo ante el Socialismo y el Comunismo. Durante el último siglo la Iglesia perdió sólo un cuarto de sus adherentes, mientras que el siglo presente ha atestiguado una pérdida de seis séptimos de su grey.

A pesar de esto la Iglesia en Francia no ha perdido influencia en proporción a su pérdida en fuerza numérica; de hecho, en el período entre las dos guerras, ella ha seguido vigorosamente hacia adelante. ¿Cómo puede explicarse eso? La explicación está en el hecho de que la Iglesia en Francia, como en otras partes, ya no dependía para su dominio de la conversión de las masas; ella dependía, más bien, del poder adquirido y ejercido detrás de escena. Esto fue bastante obvio después de la Primera Guerra Mundial, cuando la República, aunque todavía estaba fundada sobre los antiguos principios y estaba inspirada por el espíritu liberal, no sólo estaba coqueteando con la Iglesia, sino también, en ocasiones, cooperando con ella -una actitud no debida a un cambio de corazón por parte de la República, sino a sólidas consideraciones sociales y políticas que el Vaticano hábilmente explotó para su propia ventaja. Por supuesto, muchos otros factores estaban actuando para ocasionar esta volte face [cambio de opinión], pero los esfuerzos del Vaticano para obtener control del país desde arriba, y de este modo detener la apostasía en masse, constituyeron el factor decisivo.

Así el Vaticano, aunque luchando una batalla perdida contra el Socialismo, el Comunismo, y otras fuerzas hostiles, se mantuvo cultivando la amistad con la República. Esta campaña dual se volvió muy acentuada durante los veinte años intermedios entre las dos guerras mundiales. La primera década estuvo caracterizada por el éxito de la Iglesia para aprovecharse del Gobierno en cuestiones políticas y nacionales. Durante la segunda década la Iglesia patrocinó, promovió, y bendijo diversos partidos y organizaciones fascistas, cuyo objetivo era establecer una Francia fascista, aplastar a los Socialistas, y dar poder a la Iglesia.

Éste no es el lugar para una disección muy detallada de Francia en el período intermedio entre las dos guerras mundiales. Baste dar algunos ejemplos de los dos métodos por los los cuales la Iglesia buscó adquirir influencia en ese país; en la primera década ejerciendo presión política sobre el lado débil de nacionalismo francés, y en la segunda década alentando movimientos fascistas en conjunción con el sector reaccionario de la sociedad francesa.

Después que la Conferencia de Versalles impuso su ley al mundo de postguerra, el Vaticano empezó a ganar influencia en Francia. Esto fue logrado manipulando las susceptibilidades nacionalistas francesas. La ocasión inmediata para esto fue la restitución de Alsacia-Lorena a Francia. Esta reincorporación estaba volviéndose una fuente de ansiedad para la República, porque parecía que la provincia devuelta no se establecería prontamente bajo el gobierno francés. La reincorporación de Alsacia-Lorena a Francia era una cuestión de prestigio, de orgullo, y sentimiento nacional.

Pero, y aquí entra el Vaticano, Alsacia-Lorena era sólidamente católica. El Vaticano, hablando a través de la Jerarquía francesa, declaró que si "el Gobierno francés hubiera mostrado más comprensión por la situación de la Iglesia Católica en la República", habría "tratado de ejercer su no poca influencia en la católica Alsacia-Lorena para el establecimiento de un mejor entendimiento entre la nueva Provincia y la República." Para abreviar, el Vaticano aquí siguió su antigua política, muchas veces repetida a través de los siglos la cual fue alguna vez agudamente caracterizada por Napoleón en su descripción del clero como "una gendarmería espiritual".

Esta política puede resumirse así: si una provincia determinada cuya población es católica, cuando es recientemente anexada, se vuelve sediciosa, el Vaticano invariablemente intenta hacer un acuerdo con el Poder anexionista. El biógrafo oficial de León XIII muestra abiertamente cómo la Iglesia, bajo su gobierno, siguió esta política -con Gran Bretaña con respecto a Irlanda, con Alemania con respecto a Polonia en el siglo decimonono, con Austria con respecto a los croatas, y en otros casos.

Así Alsacia-Lorena proporcionó la oportunidad deseada para el Vaticano. En 1919, muy poco después de la Primera Guerra Mundial, las Provincias empezaron a agitarse peligrosamente contra Francia y a confrontar la República con un serio problema. Además, las nuevas Provincias enviaron un número tal de diputados católicos al Parlamento como Francia no había visto desde 1880. El Vaticano empleó sin vacilación esta poderosa arma contra la República en pro de sus intereses políticos y religiosos. Los dos pudieron alcanzar un acuerdo.

En palabras llanas, éste fue el acuerdo alcanzado. El Vaticano se comprometía a mantener controlados a los rebeldes alsacianos ordenando a la Jerarquía local y a la organización católica para que siguieran un cierto curso. A cambio el Gobierno francés debía cesar su hostilidad hacia la Iglesia, reasumir las relaciones diplomáticas con el Vaticano, y conceder cualesquiera otros privilegios que pudieran ser posibles. El trato fue efectuado, y Francia, el país menos católico de Europa, cuya población era indiferente u hostil a la Iglesia, cuyos hombres de estado eran en su mayor parte agnósticos, abandonó la pasión anticlerical de tiempos anteriores. Las leyes hostiles a la Iglesia fueron derogadas, o no se pusieron en vigor, y las Órdenes religiosas que habían sido expulsadas, especialmente los Jesuitas, volvieron.

Ése no fue todo. El Vaticano insistió en que el Gobierno francés debía designar un embajador para éste y debía recibir, a cambio, un nuncio en París. Así ocurrió que la República, denunciada durante más de cuarenta años por el Vaticano como "un Gobierno de ateos, judíos y masones" contra la cual todos los buenos católicos debían rebelarse, designó un embajador al Vaticano y dio la bienvenida a un nuncio Papal en París. Es significativo que un Ministro francés -Cuval- visitó el Vaticano por primera vez en la historia que podían recordar los franceses.

Para completar el trato se proclamó la canonización de Juana de Arco. Esta fue una astuta movida por parte del Vaticano, ansioso de aprovecharse del sentimiento patriótico francés en su búsqueda de beneficios religiosos adicionales. El Gobierno, representado por sus escépticos hombres de estado, tomó parte en las ceremonias religiosas. Los elementos radicales de Francia protestaron amargamente contra este abandono del espíritu liberal Republicano, y especialmente contra la recepción del nuncio Papal. Ellos levantaron una tormenta en el Parlamento, y éste estaba al borde de aceptar el consejo radical. Pero justo en esta coyuntura el Vaticano instruyó a la Jerarquía en Alsacia-Lorena para que transmitieran a los diputados católicos alsacianos que su deber en la Cámara era "salvaguardar el supremo interés de la Iglesia." En otras palabras, los diputados alsacianos amenazaron al Gobierno con la secesión si las relaciones diplomáticas con el Vaticano eran interrumpidas. El Gobierno fue obligado a rendirse.

La segunda y más importante razón para el desproporcionado poder del Vaticano en Francia era, una vez más, la amenaza del Bolchevismo. La política de apaciguamiento en Alsacia-Lorena ya había unido a los obispos con los banqueros y los industriales, una combinación sumamente ventajosa para ambas partes. Debe recordarse que Lorena contiene el segundo más grande yacimiento de mineral de hierro en el mundo, y Alsacia tenía una gran riqueza de potasa además de su prosperidad agrícola.

La alianza entre la Iglesia y todos los sectores reaccionarios de la sociedad francesa se intensificó enormemente. De esa unión dependían las cuestiones de vida o muerte para ellos, porque en el Bolchevismo ellos percibían una amenaza mortal a su mundo particular. Nada más podría haber intensificado tan profundamente la alianza ya existente entre la Iglesia y la reacción, social, económica, y política. La famosa expresión de Enrique IV, "París bien vale una Misa", se volvió la contraseña de un influyente sector del anticlericalismo francés, unido al Vaticano por el temor al Bolchevismo. Muchos sectores liberales y seculares franceses en esta coyuntura, urgidos por el temor al Comunismo, rechazaron el clamor de Gambetta, "el Clericalismo es el enemigo". El clamor que había resonado por toda Francia durante cuarenta años fue reemplazado por "la Iglesia es ahora nuestra aliada".

Los banqueros y los grandes industriales, por supuesto, no unieron sus manos con el Vaticano para promover al Catolicismo. Indudablemente muchos de ellos tenían dos objetivos en vista. Primero venía su interés privado, y segundo los intereses de la Iglesia, siempre que éstos fueran compatibles con los suyos propios. Las famosas "doscientas familias", que poseían la mayor riqueza en Francia, eran en su mayoría católicas devotas.

Como los años pasaban, y principalmente a través de esta alianza impía, una campaña organizada contra el Bolchevismo barría Francia, creciendo y decreciendo periódicamente. Esta campaña fue realizada en dos niveles de la vida francesa. En primer lugar, aparecían movimientos populares y seudopopulares, uno tras otro. En segundo lugar, los más altos niveles políticos, financieros, y sociales estaban envueltos detrás de escena; aquí el Vaticano acumuló sus éxitos más notables.

Unos diez años después de la Primera Guerra Mundial -alrededor de 1930- éstas organizaciones antibolcheviques empezaron a aparecer, volviéndose rápidamente más y más audaces. En una época parecía posible que empezarían una guerra civil y que intentarían tomar el poder. Estos movimientos exhibían definidas características. Todos eran antibolcheviques y decidieron acabar con el Socialismo y el Comunismo dondequiera que se encontraran. Ellos se oponían a la influencia de la Rusia soviética en el concierto de las naciones. Ellos estaban modelados según el clásico patrón fascista y Nazi, con distintivos y eslóganes similares. Constituían estructuras armadas, predicando la violencia y practicando el terrorismo. Ellos clamaban por una inmediata dictadura. Su toma del poder habría sido marcada por la destrucción de la democracia y de la libertad política. Por último, pero no menos importante, tanto sus líderes como sus miembros eran fervientes católicos. El nacionalismo y el interés de clase inspiraban estos movimientos, todos los cuales estaban firmemente unidos por la religión.

Tales sociedades eran innumerables. La mayoría de ellas tenía, en secreto, gran cantidad de armamentos de toda clase y se les proveía de dinero a través de canales "secretos".

Ellos empezaron a marchar por las calles de París, dispersando reuniones socialistas y comunistas. Organizaban demostraciones armadas y atacaban a sus opositores. Ellos actuaron, para abreviar, exactamente como lo habían hecho tan exitosamente sus equivalentes en Italia y Alemania.

Se enumeran aquí a los partidos fascistas y semifascistas reaccionarios más notorios e influyentes de Francia, antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.

La Union Republique Democratique. Este partido, apoyado por el sector más rico de Francia, era la columna vertebral de la opinión Conservadora francesa. Su principal tarea era defender los intereses del capital y del "feudalismo" industrial y agrícola. Su tarea secundaria era hostigar a los partidos Izquierdistas hasta donde fuera posible y combatir al "dragón bolchevique". En 1936 intentó consolidar a todos los elementos derechistas en un Frente Nacional en oposición al Front Populaire [Frente Popular].

Era preeminentemente el partido de los Grandes Negocios, y la mayoría de sus miembros privadamente o abiertamente simpatizaban con el Nazismo, tanto como las fuerzas reaccionarias en la Alemania prehitleriana. La Unión era esencialmente católica, y su objetivo inmediatamente siguiente a la defensa del capital, era el fomento de los intereses de la Iglesia Católica. Apoyaba afanosamente la idea de que la Iglesia debía controlar completamente la educación de la nación, y predicaba, de acuerdo con la doctrina católica, la importancia de la familia y la oposición a la interferencia Estatal en las cuestiones sociales. La Unión se abrazó a muchas importantes personalidades industriales, sociales, financieras, políticas, y religiosas.

La Action Francaise. La Action Francaise era un partido violentamente reaccionario que buscaba destruir la República y establecer una Monarquía, con la ayuda y bendición de la Iglesia Católica. Predicó la violencia y la resistencia durante muchos años, y su fanatismo y ultracatolicismo frecuentemente perturbaron los planes del propio Vaticano. El Vaticano, en muchas ocasiones, intentó alinear la política de la Action Francaise con su propia política y falló; por lo tanto el Papa fue obligado a pronunciar una prohibición sobre este partido. La prohibición fue pronunciada en 1926, el Gobierno de Herriot fue reemplazado. El Vaticano fue el principal responsable por este reemplazo, y se establecieron de nuevo relaciones amistosas entre el Estado y la Iglesia. Como consecuencia, la prohibición se hizo pública y el movimiento Realista, liderado por Maurras y Daudet, empezó a declinar. Durante años había estado atrayendo a numerosos sacerdotes y al elemento fascista de jóvenes franceses. Esta prohibición ofendió tan seriamente a la Jerarquía francesa que estaba apoyando este movimiento, que un cardenal, Louis Billot, devolvió su capelo rojo al Papa. Esta fue la primer renuncia de un cardenal en cien años.

La Action Francaise tenía una organización militar que a menudo llevó a disturbios sangrientos, tales como los disturbios de 1934. Aquí los Camelots du Roy [la rama juvenil de la Acción Francesa] jugaron el papel principal.

Durante el Gobierno del Front Populaire, la Action Francaise pidió abiertamente la muerte del Primer Ministro, Blum. De hecho un ferviente nacionalista católico realizó un atentado sobre la vida del Primer Ministro. También apoyó abiertamente a la Italia fascista en la Guerra abisinia, a Franco en la Guerra española, y a los Poderes del Eje durante la crisis de Munich.

Otro movimiento, estrechamente conectado con la Action Francaise, era la ultracatólica Ligue d'Action Francaise, cuyo objetivo principal era la destrucción de la República. Éste era el juramento de los miembros: "Yo me comprometo a luchar contra todos los regímenes Republicanos. El espíritu Republicano favorece a influencias religiosas hostiles al Catolicismo tradicional."

Otro movimiento, modelado completamente según los lineamientos Nazis, se denominaba la Jeunesse Patriote [Juventud Patriótica]. Este grupo disfrutó del apoyo de los capitalistas, quienes proporcionaron fondos, y sus miembros católicos y nacionalistas le dotaron de prestigio. Sus miembros predicaron la violencia abierta contra todos los oponentes suyos y de la Iglesia, considerando como enemigos especialmente a los comunistas. La Bagarre, o lucha callejera, era su método principal de proceder, y su vanguardia consistía de cincuenta hombres, divididos en tres sectores, conocidos como los Groupes Mobiles.

Solidarite Francaise era otro partido católico, fundado por Francois Coty, famoso por sus perfumes y periódicos.

Le Croix de Feu [La Cruz de Fuego] era un movimiento reclutado entre las clases ricas para oponerse al Parlamento y la democracia. Sus miembros clamaban por un Estado autoritario que prohibiera la libertad de pensamiento político, de expresión, y de la Prensa. Desde este grupo se originó el movimiento fascista violento y terrorista llamado Les Cagoulards [Los Encapuchados].

Estos diversos movimientos y partidos lucharon fuertemente para tomar el poder -pero por diferentes causas, sin éxito. Sin embargo, la sensación de fracaso sólo les inspiró para una mayor actividad detrás de escena, y aquí su influencia fue grande. Como se ha visto, estas fuerzas estaban estrechamente aliadas con la Iglesia Católica, y algunas de ellas obtuvieron apoyo de ella. El Vaticano también, percibiendo su fracaso en la contienda política abierta, concentró su atención en los planes que estaban a mano detrás de la fachada de la República.

Mientras Francia era desgarrada por intereses opuestos, Alemania estaba avanzando de una victoria a otra. No puede intentarse aquí un análisis de la política francesa de ese período, pero uno o dos puntos de capital importancia sobresalen del trasfondo de esos años. Está claro que las mismas clases que patrocinaron el Fascismo y el Nazismo en Francia ya lo habían hecho así en Alemania y Italia; también que la Iglesia Católica de nuevo desempeñó una parte importante alentando tales movimientos. Está claro, también, que el principal objetivo era la destrucción del Socialismo y el Comunismo. Los esfuerzos para este fin no se confinaron dentro de la vida interna de la nación, sino que formaban una parte de la política exterior de Francia.

Esta hostilidad hacia el Comunismo, cuando se trasladó a la actividad política, se presentó como un incansable y activo sabotaje a los esfuerzos de la República por mantener una estrecha alianza con la Rusia soviética.

Los reaccionarios no sólo se preocupaban por hostigar la política de la República; ellos también perseguían una política propia -la instalación del Fascismo en Francia. En la situación existente en Francia ellos no veían esperanza alguna de conseguir esto, excepto con la ayuda del extranjero. Esa ayuda sólo podría venir de la Alemania Nazi. Para esta política el orgullo y el sentimiento nacionales ofrecían un obstáculo aparentemente insuperable. "Cualquier cosa antes que una Francia Roja" se volvió su contraseña. Esta determinación fue reforzada por la creencia de que si la victoria estimulaba la entrada de Francia en la guerra, la posición de los Rojos se fortalecería grandemente, ante el peligro de los capitalistas, los supuestos fascistas, y la Iglesia Católica. La derrota de su país y el sacrificio de su orgullo nacional habría significado su ventaja personal por medio de la derrota de los Rojos. Ésta era la cuestión última de su política, como veremos dentro de poco.

Hemos examinado el trasfondo político reaccionario en Francia en la década precedente a la Segunda Guerra Mundial. Una inmensa población era indiferente u hostil a la Iglesia. Había una inmensa maquinaria católica enlazando toda Francia, aunque sin influencia sobre las masas, y trabajando por lo tanto, como si fuera, en un vacío. Había una persistente campaña, por encima y por debajo de la superficie, contra el Bolchevismo y la Rusia soviética, y había movimientos imitando al Fascismo y al Nazismo, en gran parte inspirados por la Iglesia Católica.

En íntima alianza con estas organizaciones habían pequeños pero poderosos sectores del país inspirados por un odio tan profundo hacia el Bolchevismo como la Iglesia. La pesadilla que les perseguía era que su mundo social y financiero desaparecería si se permitía que los principios Socialistas y Comunistas se propagaran libremente. Ellos planearon poner un freno al Bolchevismo, en primer lugar en casa, y en segundo lugar en el extranjero; por lo tanto organizaron y financiaron partidos para establecer el Fascismo en Francia como una respuesta al Comunismo. Estos dos poderosos factores de Francia se unieron para lograr su objetivo común de establecer una dictadura fascista y de aplastar al enemigo bolchevique; pero ellos no lograron lo que Mussolini había logrado en Italia y Hitler en Alemania. Con temor y esperanza mezclados ellos observaban la propagación del ateísmo y el Bolchevismo y el nacimiento de regímenes que con éxito, y uno por uno, aplastaban a los dragones comunistas. La Iglesia y las clases reaccionarias en Francia, de hecho, aclamaron con entusiasmo la dictadura de Primo De Rivera en España; luego la de Mussolini y su alianza con el Vaticano; luego la dictadura de Franco, y en muchas ocasiones aun la de Hitler.

Un sector particular de esas clases que estaban "obsesionadas por el temor al Comunismo" era la clase de los oficiales regulares. Esta clase era célebre por su actitud reaccionaria a casi todas las cuestiones y por su devoción a la Iglesia. Muchos oficiales de alto rango habían sido notorios por su odio al Bolchevismo, su desprecio por la democracia, y su defensa de "las formas fuertes de gobierno", Petain, Weygand, y Giraud entre ellos. Seleccionamos sólo a estos tres, por estar destinados a jugar roles tan importantes en los años subsiguientes.

El General Weygand

Estos oficiales eran católicos devotos y estaban profundamente interesados en la Iglesia, no sólo como una institución religiosa, sino también en la política del Vaticano hacia las cuestiones sociales y políticas. Muchos oficiales y políticos que seguían estrechamente los movimientos políticos del Vaticano, fueron profundamente impresionados por una encíclica en especial, la Quadragesimo Anno, publicada en 1931. Esta encíclica que hemos mencionado frecuentemente, abogaba por el establecimiento de un Estado Corporativo como un antídoto para el Comunismo y el Socialismo. Ya hemos visto lo que eso significaba. En palabras llanas, esto significaba Fascismo según el modelo italiano y que a cada católico se le prohibía oficialmente abrazar o ayudar al Socialismo.

¿Podría alguien dudar cuál era su deber? Como miembros devotos de la Iglesia, como los vástagos leales de una casta, como patriotas que sólo podían concebir una Francia edificada sobre un modelo venerable, Petain y otros empezaron a moverse. Muy pronto se hizo visible el efecto de la encíclica en el campo político, en Francia como en varios otros países católicos. Por supuesto, no fueron sólo las palabras del Papa las que pusieron en movimiento la inmensa maquinaria del Fascismo reaccionario en Francia. Vastos intereses que tenían poca o ninguna relación con la Iglesia, estaban en acción, pero el poder acumulativo de la Iglesia dio en esta coyuntura un tremendo ímpetu a estas fuerzas. Para 1934 no sólo se formaron cuerpos armados del floreciente Partido Fascista francés, sino que también estaban causando alborotos en las calles de París. Ya hemos descripto a la "Cruz de Fuego", a los "Encapuchados", y a sociedades similares, con su demanda en favor de un Estado Corporativo, en favor de la concesión de privilegios a la Iglesia, y en favor del Totalitarismo.

Fue en este momento que Petain, inspirado por las palabras del Papa y por su propio odio a la democracia y al Bolchevismo, decidió ser activo y no "limitarse a las meras palabras." No sin ambición, él había estado airado durante varios años en su relativa oscuridad. La violenta adquisición del poder por parte de Mussolini, Hitler, y otros habían encendido en él y sus socios "una nueva esperanza." (Cartas de Petain a un amigo, 30 de septiembre de 1933.)

Petain "congregó alrededor de sí mismo un pequeño círculo de amigos políticos", los líderes de los partidos reaccionarios. Como un primer paso en su programa ellos publicaron un panfleto titulado Queremos a Petain. ¿Cuál era su plan? Abolir "el espíritu revolucionario que estaba amenazando destruir el país, la familia, la Iglesia, y todo lo que había hecho grande a Francia." Petain pensó repetir la proeza del joven Bonaparte que en 1797 había barrido los últimos rastros de la Revolución fuera de París con "una ráfaga de metralla".

Petain y sus amigos no se detuvieron tras publicar el panfleto; ellos hicieron preparativos para llegar al poder. Petain, de hecho, "estaba estrechamente envuelto en preparativos para la guerra civil", y estaba íntimamente conectado, muy secretamente, con los movimientos terroristas descritos anteriormente. Mientras se involucraba en estas actividades, "miraba atentamente el progreso del Nazismo con gran simpatía." Con el paso del tiempo, y la consolidación del Nazismo, él empezó a fraternizar con los Nazis alemanes, y especialmente con Goering en Berlín, como también lo hacía Laval.

Varios años antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Petain había llegado a la conclusión de que el Fascismo no podía volverse un poder en Francia exclusivamente con recursos internos. En esto él estaba de acuerdo con todos los otros líderes reaccionarios, y juntos ellos empezaron a mirar y a trabajar en el extranjero con la intención de introducir el Fascismo en la primera ocasión oportuna.

Petain, con sus amigos, buscaron entradas en este campo extranjero. Él aseguró su designación como Embajador en Madrid, en un momento en que las armas fascistas y Nazis, los ingleses y franceses no intervencionistas, estaban ocupados poniendo la Francia fascista en el poder.

Simultáneamente, otro influyente político católico, Laval, fue abordado por Petain. Juntos y en secreto ellos empezaron a trabajar por su objetivo común. En Madrid Petain se contactó con Hitler y el Vaticano, autoridades con quienes él podría contar para ser apoyado en sus planes. Él estableció contacto, muy en secreto, con el Vaticano por medio de la intermediación de Franco y, sobre todo, por medio del representante Papal en España. El contacto con Hitler se hizo a través de los buenos oficios del Embajador alemán en Madrid, Herr Von Stohrer.

Mientras sus planes se estaban desarrollando, Petain se mantuvo en estrecho contacto con Laval, que estaba trabajando en Francia para los mismos fines, en alianza con poderosos magnates militares, financieros, e industriales.

¿Cuál eran estos planes? El plan general básico era muy simple -"la creación del terreno favorable para el establecimiento del Fascismo en Francia que lideraría al bloque europeo de Totalitarios en todo el Continente. El éxito de esto depende enteramente del sabotaje de todos los esfuerzos de cooperación, o de apoyo en cualquier forma hacia el Bolchevismo en casa y especialmente en el extranjero." (Carta del Embajador fascista en Madrid a Mussolini, el 29 de marzo de 1939.) En otras palabras, la influencia política de la Rusia soviética y de varios Estados europeos, particularmente Checoslovaquia y Francia, debía ser boicoteada.

Hitler, al "apoyar" a Petain y a todos los otros grupos fascistas en Francia, les habría dado la misma ayuda para "llegar al poder" como la que ya había dado a Franco en España. Él también habría ido en su ayuda en el campo internacional si hubieran surgido complicaciones serias. En caso de una guerra europea, "Petain y sus amigos habrían hecho todo lo que estuviese en su poder para impedir que Francia entrara junto a los que se opondrían a las aspiraciones alemanas." Una de sus tareas principales, durante este último período, era romper la alianza con la Rusia bolchevique. Con respecto al problema checo, esto ya se había hecho con éxito. Si la guerra hubiese estallado (en el momento de la crisis de Munich), y Petain y sus socios hubiesen sido incapaces de impedir la participación de Francia, ellos habrían asegurado que "el poderío de la Francia armada no se empleara contra el Tercer Reich."

El Papa Pío XI y su Secretario de Estado habían dado su bendición a todo el proyecto. El temor de otra gran guerra era su única objeción. Pacelli le hizo saber a Hitler que el Vaticano preferiría "la resolución de problemas nacionales e internacionales sin el riesgo de que se inicie otra gran guerra en el mundo." Él pidió a Hitler que encontrara medios para ayudar a "Francia a establecer un Gobierno sano y amistoso que cooperaría con Alemania en la reconstrucción de una Europa Cristiana." (Cardenal Seredi, 6 de abril de 1940.) Los principales protagonistas en todo este plan eran el delegado Papal en España, el Embajador alemán en España, el General Franco, Petain, y en Francia, Laval.

Las actividades de Petain y sus amigos, y los contactos con el Vaticano y con Hitler, se filtraron hasta los oídos del Gobierno francés. La mayoría de las actividades de Petain se reportaron por escrito al Primer Ministro francés, Daladier. Ante el asombro de aquellos que reportaron estos procedimientos, Daladier declaró que él era consciente de lo que está pasando pero que "no podía hacer nada."

La guerra estalló, y Petain y sus aliados continuaron más que nunca con su complot. En el capítulo que trata de Alemania hemos relatado las discusiones entre el Vaticano y Hitler acerca de Francia. El Vaticano estaba en estrecho contacto con Petain y sus amigos, y la certidumbre que el Papa podía transmitir a Hitler acerca de Francia se derivaba de ellos. Petain, por otro lado, confiaba por la información recibida de Herr von Stohrer, y sobre todo del delegado Papal, que Alemania demostraría ser confiable para con él. Él todavía estaba inseguro de si "sufrir una derrota en el campo militar" no era un precio demasiado grande a pagar por el apoyo de Alemania.

Las actividades de Petain y otro devoto general, Weygand, junto con las actividades de Laval y otros aliados, aumentaron cien veces con la entrada de Francia en la guerra. Durante años Petain y otros habían estado procurando la promoción a posiciones claves, en el Ejército, de oficiales que con seguridad serían útiles para ellos en el momento crítico. Casi todos estos oficiales eran católicos, inspirados por el mismo odio por la democracia y la República que el que sentía el veterano Mariscal; discretamente su promoción a las posiciones claves había continuado.

Ahora que Francia había entrado en la guerra, Petain deseaba completar la construcción de su plan sobre los fundamentos durante tanto tiempo y tan exitosamente preparados. En su búsqueda de un contacto más estrecho y más frecuente con esos sectores que compartían sus planes, él volvió a París. Aquí sondeó a miembros del Gobierno, pidiéndoles que obtuvieran un permiso para él para que pudiera dividir su tiempo y actividades. Él propuso pasar mitad de su tiempo en Madrid (donde tenía contactos internacionales) y mitad en Francia (para mantener contacto con sus agentes, encargados de la ejecución de sus planes militares y políticos).

Esta petición fue rotundamente negada: el viejo Mariscal ya había caído bajo la sospecha del Primer Ministro y de otros políticos. Petain se amargó, y en un momento de enojo profirió una frase que descubrió, más que cualquier otra cosa, lo que estaba pasando detrás de escena. Él usó las significativas palabras: "Ellos me necesitarán en la segunda quincena de mayo."

En la segunda quincena de mayo Alemania invadió Francia. Petain, el Secretario de Estado Papal, y Hitler, tenían todos sus planes listos y sabían la fecha en la que la Alemania Nazi lanzaría su ofensiva en el Oeste. (Ver Ci-devant 1941, por el Ministro francés, Anatole De Monzie.)

Capítulo 16 continuado....

 

Esta traducción se encuentra registrada, (©), y no puede ser almacenada en BBS u otros sitios de Internet. Este texto no puede ser vendido ni puesto solo o con otro material en ningún formato electrónico o impreso en papel para la venta, pero puede ser distribuido gratis por correo electrónico o impreso. Debe dejarse intacto su contenido sin que nada sea removido o cambiado, incluyendo estas aclaraciones. http://ar.geocities.com/antorchabiblica


Inicio | Textos | Sitios cristianos recomendados | El Evangelio de la Eterna Salvación | Literatura Cristiana Fundamentalista

e-mail: [email protected]

http://ar.geocities.com/antorchabiblica

1