EL VATICANO EN LA POLÍTICA MUNDIAL

CAPÍTULO 17

RUSIA Y EL VATICANO

Lenin y Stalin

Sería un error pensar que el Vaticano ha considerado a Rusia como uno de los más grandes enemigos de la Iglesia Católica sólo desde que ese país se hizo comunista. Lejos de eso. Roma consideró a Rusia con la más profunda hostilidad aun cuando el Zar era el gobernante supremo en ese país. Pero mientras que la hostilidad del Vaticano hacia la Rusia soviética era debida a su estructura económica, social, política y cultural, su hostilidad hacia la Rusia Zarista era principalmente un antagonismo religioso. Era la animosidad de una Iglesia poderosa, la católica romana, contra otra Iglesia poderosa y rival, la Iglesia Ortodoxa.

Esta enemistad había existido durante siglos, pero, debido al comparativo aislamiento de la Rusia Ortodoxa, había estado dormida excepto en aquellos países católicos en las fronteras de Rusia o en aquellos cuyos territorios, en ocasiones, habían estado sujetos a la ocupación rusa.

Hacia el fin del último siglo y durante la primera década del siglo veinte el Vaticano empezó a considerar a Rusia con mayor interés que antes, y empezó, de hecho, a formular planes para una "eventual conversión de la Rusia Ortodoxa al Catolicismo". Extendernos sobre esos planes no es la tarea de este libro. Baste decir que el Vaticano estaba activo ante la persecución a la Iglesia Católica por la Iglesia Ortodoxa en la misma Rusia y en territorios ocupados por los rusos. Se entablaron protestas hacia el Gobierno ruso y la opresión ejercida por la Iglesia Ortodoxa se denunció al mundo.

Que la Iglesia Ortodoxa persiguió las pequeñas islas de Catolicismo es bastante verdadero. También es verdad, por el otro lado que la Iglesia Católica persiguió a la Iglesia Ortodoxa siempre que pudo.

Dos características distinguían a las dos Iglesias y dieron una particular importancia a su hostilidad. En primer lugar la Iglesia Ortodoxa era, en comparación, muy corrupta y su clero ignorante y supersticioso. Segundo, y esto es igualmente importante, ella era una Iglesia Nacional -o, más bien, se había transformado en poco más que un aditamento de la casta militar y del Zar. Ella cooperó con aquellos que deseaban mantener al pueblo ruso en el nivel cultural y espiritual más bajo posible y de este modo asegurar una continuación del régimen Zarista. No sería una exageración decir que la Iglesia Ortodoxa se había vuelto un poderoso instrumento del régimen Zarista, y, a su vez, el régimen Zarista se había vuelto un poderoso instrumento de la Iglesia Ortodoxa. Cada uno era dependiente del otro para una continuación de su dominio y para su eventual supervivencia. La caída de uno, de hecho, habría involucrado la caída del otro.

Aunque la Iglesia Católica siempre ha apoyado un Gobierno centralizado y absoluto, como lo era el del Zar, a pesar de eso esperaba que el Zarismo pudiese ser barrido, de una manera u otra. Esto no era porque la Iglesia Católica fuera hostil al régimen Zarista en sí, pero en el Zarismo absolutista la Iglesia Católica veía el principal obstáculo a sus planes, por ser el gran defensor de la rival Iglesia Ortodoxa.

Cuando, en 1905, el Zar fue compelido a otorgar concesiones permitiendo la práctica de cualquier religión, el Sínodo Santo [ortodoxo] hizo tales libertades religiosas inaccesibles para los católicos romanos. Así fue que, tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, el Vaticano se esforzó por obstaculizar la alianza existente entre la Rusia Zarista y los otros Aliados, porque en cada movimiento ruso, militar o político, el Vaticano sólo veía un movimiento de la Iglesia Ortodoxa. Durante la guerra esta actitud se hizo obvia cuando el Vaticano hizo saber que el plan Zarista para apoderarse de Constantinopla era, quizás, el factor más grande impidiendo la consideración de los términos de paz Papales.

El Vaticano enfatizó que, en tanto que Rusia mantuviera sus demandas imperialistas, los Aliados no podrían encontrar una base justa para las negociaciones de paz. El Vaticano no podría dar ninguna bendición a los Aliados Occidentales mientras Rusia, la Rusia Ortodoxa, permaneciera en la Entente. En la cuestión de Constantinopla el Vaticano temía grandemente que si ese pueblo caía bajo la dominación rusa, la Iglesia Ortodoxa crearía allí un gran centro de la Fe Ortodoxa, en rivalidad con el de Roma.

En ese momento la hostilidad del Vaticano hacia Rusia era debida a la Iglesia Ortodoxa en el segundo plano. Por ello las palabras del Cardenal Gasparri, Secretario de Estado en el Vaticano: "La victoria de la Rusia Zarista, a quien Francia e Inglaterra han hecho tantas promesas, constituiría para el Vaticano un desastre mayor que la reforma." (El Cardenal Gasparri al Historiador Ferrero.) Más de veinticinco años después, en el tiempo de otro Secretario de Estado y otro Papa, esta frase del Cardenal Gasparri fue repetida una y otra vez, pero en éstas ocasiones la referencia era al Bolchevismo. Así, cuando en 1917 el régimen Zarista se derrumbó en la ruina absoluta y fue suplantado por el Bolchevismo, las noticias se recibieron en el Vaticano con grandes esperanzas e incluso regocijo. En vista de lo que ha sucedido desde entonces, esto podría parecer extraño: pero ciertamente sucedió. El Vaticano se regocijó en la concreción de sus antiguas esperanzas. La caída del Zar implicó la caída del gran rival de Roma, la Iglesia Ortodoxa, ya que desde Nicolás II, el Zar era también la cabeza de la Iglesia rusa.

Es verdad que la asunción del poder por el Bolchevismo no fue muy alentadora; pero en ese momento el Vaticano consideró que el Bolchevismo era el menor de los dos males, sobre todo como la separación de Iglesia y Estado por fin se volvió una realidad, bajo el gobierno de Kerensky. Aunque esta separación hacía peligrosa la situación, a pesar de eso daba la igualdad religiosa a Rusia, lo que significaba que de aquí en adelante el Catolicismo estaría en iguales términos con la Iglesia Ortodoxa. Así se abriría para Roma una estupenda perspectiva de actividad religiosa en ese inmenso territorio ruso hasta aquí sellado contra el celo misionero de la Iglesia Católica. El Vaticano durante aquellos años estaba, de hecho, contemplando seriamente la conversión del país entero a Roma. El Conde Sforza que estaba en estrecho contacto con el Vaticano relató que:

En el Vaticano, el Bolchevismo fue visto al principio indudablemente como un horrible mal, pero también como un mal necesario que posiblemente podría tener consecuencias saludables. La estructura de la Iglesia rusa nunca habría cedido el paso mientras el Zarismo duró. Entre las ruinas acumuladas por el Bolchevismo había espacio para todo, aun para un avivamiento religioso en el que la influencia de la Iglesia Romana se podría haber hecho sentir.

Inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial el Vaticano entró en contacto con los bolcheviques, con el propósito de alcanzar un acuerdo que permitiera las actividades católicas en la nueva Rusia. Esto fue hecho mientras, simultáneamente, la Iglesia Católica estaba fulminando contra la ideología y los "actos de terrorismo" promovidos por el Bolchevismo en toda Europa, incluyendo a la misma Rusia.

Pero aunque la Iglesia Católica estaba condenando al Bolchevismo dondequiera se encontrara, ésta se refrenó de tal condenación durante las negociaciones con la República soviética. Ella toleró al Bolchevismo, e incluso negoció con él, para destruir a aquel gran enemigo religioso, la Iglesia Ortodoxa -o más bien, después de la Revolución, para suplantarlo permanentemente.

Uno de los primeros grandes movimientos del Vaticano fue efectuado a través de la actuación de Monseñor Ropp, Obispo de Vilna [en Lituania], un refugiado de la Rusia Zarista. Monseñor Ropp, en 1920, habiendo establecido su sede en Berlín, convocó a numerosas reuniones de emigrantes rusos, incluyendo a adherentes de la Iglesia Ortodoxa, católicos convertidos, bálticos, y alemanes, con el objetivo de efectuar una unión entre la Iglesia Ortodoxa Rusa y la Iglesia Católica. Monseñor Ropp hizo tres demandas a los soviéticos -el permiso para volver; libertad de conciencia en religión y de educación religiosa; y la restitución de edificios eclesiásticos y otras propiedades de la Iglesia. El Vaticano expresó así su visión sobre este empeño: "Ha llegado el momento propicio para la reconciliación, ya que el círculo de hierro del cesaropapismo, [la autoridad religiosa de los Zares], que cerraba herméticamente la vida religiosa rusa a todas las influencias romanas ha sido quebrantado. (Osservatore Romano).

El Vaticano estaba muy esperanzado en que el Bolchevismo no duraría tanto tiempo. "Las condiciones políticas actuales (dentro de Rusia) constituyen un grave obstáculo, pero este obstáculo tiene un carácter temporario" (Osservatore Romano). Había conversaciones abiertas sobre "convertir" un país de 90,000,000 de personas a "la verdadera religión". Negociaciones diplomáticas entre el Kremlin y el Vaticano continuaron, a veces abiertamente y a veces en secreto.

Los líderes soviéticos, entretanto, estaban siguiendo tácticas astutas. Aunque ellos aseguraron a los católicos y a los ortodoxos por igual que la religión no tendría limitaciones, empezaron una gigantesca campaña antireligiosa. A ambas Iglesias se prometieron libertad y privilegios, y estas promesas se extendieron a grupos protestantes, sobre todo a protestantes americanos. En ese período la Rusia soviética, obediente al dicho "divide y reinarás", estaba permitiendo simultáneamente la formación de un gran grupo católico, la formación de un poderoso centro ateo, y la resurrección de la Iglesia Ortodoxa. De esta última finalmente surgió la Iglesia Viviente de inspiración soviética, con el Obispo Vedensky como el primer Patriarca, y varios poderosos grupos protestantes. Todos éstos lucharían entre sí para salvar las almas de 90,000,000 de rusos.

Estas maquinaciones diplomáticas, políticas, y religiosas alcanzaron su clímax, en lo que concierne a la Iglesia Católica, en 1922, durante la Conferencia de Génova. En una cena el Ministro de Relaciones Exteriores bolchevique, Chicherin, y el Arzobispo de Génova hicieron un brindis. Ellos habían estado discutiendo la relación futura del Vaticano y la Rusia soviética. Chicherin enfatizó que cualquier religión tenía amplias libertades en Rusia, desde que la República soviética había separado Iglesia y Estado. Pero cuando después el Vaticano propuso planes concretos para "Catolizar Rusia" eso produjo grandes dificultades. La moribunda Iglesia Ortodoxa estaba verdaderamente moribunda, pero todavía no estaba muerta.

El Vaticano se acercó luego a las diversas naciones que tenían entonces representantes en Génova y envió a un mensajero Papal que llevaba una carta del Secretario de Estado. Esta misiva pedía a los Poderes que no firmaran ningún tratado con Rusia a menos que fuera garantizada por ella la libertad para practicar cualquier religión, junto con la restauración de toda propiedad de la Iglesia. Entretanto la Conferencia de Génova fracasó -y el Vaticano abandonó su plan.

Pero pronto el plan fue reanudado en Roma. El representante Papal, Monseñor Pizzardo, negoció con el Ministro bolchevique, Vorowsky, con resultados satisfactorios. Se permitió al Vaticano enviar misioneros a Rusia para preparar un gran plan de alimentación y vestimenta para la población. El primer grupo consistió de once sacerdotes que llevaron con ellos 1,000,000 de paquetes teniendo la inscripción: "Para los niños de Rusia de parte del Papa en Roma." Debe notarse que el Vaticano le había prometido a Vorowsky abstenerse de toda "propaganda".

Luego el Vaticano designó al Padre Walsh como cabeza de la misión de ayuda Papal y representante del Vaticano, en el momento cuando la expedición de ayuda norteamericana llegó a Moscú. El Padre Walsh unió fuerzas con el Coronel Haskell, jefe de la Agencia de Ayuda Norteamericana dirigida por Hoover. Una serie interminable de disputas surgieron entre la República soviética y los católicos, cada uno acusando al otro de emplear "propaganda".

La "enemistad implacable y manifiesta" del Padre Walsh pronto causó dificultades y él se volvió "el obstáculo principal para la consumación exitosa del plan del Papa de ganar a Rusia para el Catolicismo" (Louis Fischer).

Esta tirante relación alcanzó un clímax cuando fueron arrestados quince sacerdotes acusados de haber ayudado al enemigo, a saber la Polonia católica, durante la guerra de 1920; y uno fue sentenciado a muerte.

El Padre Walsh y el Vaticano se valieron de todo esfuerzo para incitar al mundo contra Rusia. La Iglesia Anglicana simpatizaba con el Vaticano, y finalmente la protesta asumió la forma de una amenaza concreta cuando el General polaco católico, Sikorsky, amenazó otra invasión. Las relaciones entre el Vaticano y Moscú estaban rotas, pero ambos lados intentaron una vez más recomponer sus relaciones. Una conferencia se llevó a cabo en Roma entre el representante soviético Jordansky y el Padre Tacchi-Venturi, el ayudante de la cabeza de la Orden Jesuita Ledochovski. La conferencia fue sin resultados.

Entretanto otros eventos habían ocurrido en el campo internacional. Un Gobierno fuerte y una nueva ideología politica-social habían surgido en Italia, creados, según afirmaban, para combatir al Bolchevismo en casa y en el extranjero. Ese movimiento fue llamado Fascismo. Ya hemos visto cómo la Iglesia Católica comprendió rápidamente que este movimiento sería útil para ella combatiendo al Socialismo y al Bolchevismo, y desde el principio lo apoyó, previendo, entre otras cosas, que la importancia del Fascismo no se limitaría a la política interior de Italia. Pronto se hizo claro que habrían repercusiones internacionales, y su ideología económica y social contrapesaría la ideología del Bolchevismo -esto, sobre todo, en vista del hecho que poderosos elementos en todo el mundo eran hostiles a la nueva Rusia, y que tal hostilidad estaba aumentando con el paso de los años.

Así el Vaticano, en lugar de escuchar las numerosas propuestas de la República soviética, desarrolló otro plan. Este plan buscaba utilizar a los antiguos rusos Zaristas en su retorno a su propio país desde su presente exilio en el extranjero. La Iglesia inició una gran campaña para su conversión, y para 1924 ya había hecho numerosos conversos en Berlín, París, Bruselas, y en otras partes. Cuando la República Soviética propuso de nuevo una reunión al Vaticano, el Vaticano se rehusó. En el año siguiente, 1925, Chicherin hizo contacto con el nuncio Papal en Berlín, el Cardenal Pacelli a quien garantizó que la Iglesia Católica y todas las otras Iglesias, tendrían la más amplia libertad en la Rusia soviética. Chicherin fue tan lejos como para dar a Pacelli un expediente sobre cuestiones eclesiásticas, conteniendo planes detallados para regular el nombramiento de obispos y la educación de los niños. El único punto que la República Soviética exigía al Vaticano era la prohibición de sacerdotes católicos polacos en Rusia.

Una vez más el Vaticano se negó a ceder y rompió relaciones con el Kremlin. Es notorio que las negativas del Vaticano se volvieron cada vez más frecuentes en proporción al fortalecimiento del Fascismo en Italia y al crecimiento de movimientos similares en otros países.

En 1927, mientras el Fascismo estando bien establecido en Italia, prometía que el Comunismo y el Socialismo serían quitados y que se concederían grandes privilegios a la Iglesia, el Vaticano por última vez declaró su descontento con "las propuestas soviéticas". Desde esa fecha no han habido comunicaciones directas entre el Vaticano y Moscú.

Para 1930 el Papa estaba condenando abiertamente a la Rusia soviética y acusándola ante el mundo. En uno de sus discursos él declaró que si, en la Conferencia de Génova, las naciones hubiesen seguido su consejo de no reconocer la Rusia soviética a menos que ese país hubiese garantizado la libertad religiosa, el mundo se habría encontrado más felizmente. El Papa acusó a Rusia por causa de sus persecuciones religiosas, sin mencionar las persecuciones religiosas decretadas en la Polonia católica contra los ortodoxos, los judíos, y los socialistas (ver el capítulo sobre El Vaticano y Polonia), y fue tan lejos como para designar una Comisión Especial para Rusia, aumentando las actividades del Instituto de Estudios Orientales. Se celebraron reuniones en Londres, París, Ginebra, Praga, y otras ciudades. Esta cruzada fue seguida por las del Arzobispo de Canterbury, el Gran Rabino de Francia, el Concejo Nacional de las Iglesias Libres, y cuerpos similares.

Los años 1930-31 vieron al mundo "emocionalmente incitado para guerrear contra la atea Rusia soviética."

Durante los diez años siguientes, de 1930 a 1939-40 (como ya se ha visto), la tarea principal del Vaticano fue establecer poderosos bloques políticos y militares diseñados para oponerse y finalmente destruir al Bolchevismo en sus diversas formas.

El objetivo de la Iglesia Católica era doble, y debía ser logrado en dos etapas definidas. Primero, alentar y apoyar a ciertos cuerpos políticos dentro de las diversas naciones de Europa, tendentes a la destrucción del Socialismo y el Bolchevismo dentro de un país dado; y segundo, apoyar y explotar el poder diplomático y político, y finalmente la fuerza militar, de tales grupos, más tarde Gobiernos, con el propósito de combatir contra Rusia.

Poderosas fuerzas económicas, sociales, y financieras en todo el mundo ayudaron al Vaticano en este doble propósito, haciendo su tarea infinitamente más fácil. Factores religiosos, éticos, económicos, sociales, nacionales, y otros formaron juntos un eficaz baluarte contra el Bolchevismo en casa y el Bolchevismo en el extranjero (la Rusia soviética). La misma combinación, en el breve espacio de una década, pudo establecer el Fascismo en casi toda Europa, y así se preparó el camino para el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

En Italia, para 1930, éste era un hecho consumado, mientras que en Alemania el Nazismo también estaba creciendo en fuerza, y, como el Fascismo italiano, estaba principalmente motivado por la enemistad hacia el Bolchevismo y la Rusia soviética. A fines de 1933 dos grandes naciones europeas se habían transformado en dos poderosos bloques armados cuya política interior y exterior estaba basada en su hostilidad hacia la URSS

Pero aunque la hostilidad del mundo hacia la Rusia soviética todavía era tremenda, había ya un firme, aunque lento, reconocimiento de su sincero deseo por la paz y de sus diversos esfuerzos en cooperar estableciendo una autoridad internacional encargada de la preservación de esa paz.

Así ocurrió que la Sociedad de Naciones propuso la admisión de Rusia, hasta aquí una proscrita de la familia de naciones, dentro de esa Asamblea. Hubo vigorosas protestas desde todas partes del mundo; y estas protestas vinieron principalmente de individuos católicos, Gobiernos católicos, o cuerpos católicos, empezando por el Vaticano. Dentro de la propia Sociedad los más ruidosos oponentes a la admisión de Rusia fueron el portavoz del católico de Valera [de Irlanda] y el representante católico de Austria, donde el Catolicismo recientemente había ametrallado a los Socialistas de Viena. Con ellos se alineó el delegado católico de Suiza cuyo violento discurso contra la admisión de Rusia fue reproducido totalmente en la prensa católica y fue alabado por el Osservatore Romano (5 de octubre), que admiró profundamente "su nobleza de sentimiento y rectitud de conciencia cristiana y cívica".

Este boicot a la Rusia soviética de parte de los católicos en ese período buscaba impulsar el gran plan concebido por el Vaticano -a saber, encerrarla en un anillo de acero desde el Oeste y el Este. Esta política tomó forma concreta cuando finalmente una poderosa Alemania Nazi en un lado, y un agresivo Japón en el otro, empezaron a acercarse, principalmente como resultado de su interés común en estorbar y eventualmente destruir al Coloso Rojo.

Para mostrar la actitud de la Iglesia Católica sobre la cuestión debería bastar con citar un significativo comentario del Catholic Times (23 de noviembre de 1934):

En caso de una guerra entre Japón y Rusia, los católicos simpatizarían con Japón, por lo menos en cuanto a la religión, así que tengamos cuidado de cualquier bloque angloamericano contra Japón que nos involucre del lado de Rusia.

Esto en un período cuando Hitler estaba manifestando su ambición de obtener Ucrania, y la Iglesia Católica estaba apoyando indirectamente sus demandas proclamando ruidosamente que ninguna nación Cristiana debía soñar jamás con ayudar a Rusia en caso de un ataque contra ella de parte de Alemania o Japón. "Que Rusia luche su propia batalla" se volvió el refrán del mundo católico en este período, "porque la destrucción del comunismo ateo no es mala en absoluto."

Esta campaña fue luchada por el Vaticano simultáneamente en muchos frentes. Porque mientras el Papa estaba tronando contra el Bolchevismo "ateo", la prensa católica estaba describiendo sus horrores, primero en México, y luego en España, y la diplomacia Vaticana estaba ocupada intentando debilitar los lazos de amistad y de ayuda mutua que unían a Francia y la Rusia soviética.

Este último intento falló, principalmente, porque la propia Francia se volvió Roja con la formación del Frente Popular. Ya hemos visto la reacción de la Iglesia Católica a esto, primero apoyando diversos movimientos fascistas franceses, y finalmente tomando parte en un vasto complot, liderado por elementos clericales fascistas, para provocar la caída de la Tercera República.

Es digno de recordarse la sucesión de eventos, porque cada uno era un escalón, no sólo para el establecimiento de una dictadura, sino para un último ataque sobre Rusia.

El ascenso de Hitler al poder en 1933 fue seguido, en 1934, por el establecimiento de una dictadura católica en Austria. En 1935 vino el ataque de la Italia fascista sobre Abisinia el cual llevó la atención de Europa lejos de los primeros movimientos agresivos de Hitler en Renania. En 1936 surgieron movimientos católicos fascistas en Francia, y en el verano de ese año Franco empezó la Guerra Civil en España. En 1938 Austria fue incorporada a Alemania, y en 1939 Checoslovaquia sufrió el mismo destino, siendo el resultado el estallido de la Segunda Guerra Mundial con el ataque sobre Polonia. Prácticamente toda Europa se había convertido en un bloque fascista cuya política fundamental era la aniquilación del Comunismo y su encarnación, la Rusia Soviética. Esto mientras Alemania, Italia, y Japón se ligaron solemnemente, a través del Pacto Anticomintern [o contra la Internacional Comunista], para dirigir sus energías contra la Rusia soviética; y mientras Japón iba de una agresión a otra en Asia.

Y debe recordarse que en cada uno de esos grandes sucesos el Vaticano había participado, directa o indirectamente, con el propósito fijo de guiar fuerzas y países hacia su meta final; la guerra contra Rusia.

También hemos visto las actividades y ansiedades del Vaticano inmediatamente antes y después del estallido de la Segunda Guerra Mundial, que no empezó en la frontera rusa como el Vaticano había esperado, sino entre dos países cristianos: la Alemania Nazi y la Polonia católica; y también conocemos las negociaciones que siguieron entre el Papa y Hitler, con éste último repitiendo continuamente que un día atacaría a Rusia.

Recordando todo esto, podría ser de interés dar un vistazo a una etapa particular de ese período -a saber, empezando con la partición de Polonia- y poniendo de relieve la relación existente entre la Iglesia Católica y la Unión Soviética.

El primer golpe que el Vaticano recibió directamente de la Rusia soviética, contra quien había movilizado a Europa, ocurrió cuando la católica Polonia fue ocupada conjuntamente por los ejércitos de la Alemania Nazi y de Rusia. Esa ocupación en 1939 implicó una realidad que el Vaticano nunca se había atrevido a imaginar: la mitad de la Polonia católica cayó bajo el dominio de la Rusia atea. Al fin de 1939 más de 9,000,000 de polacos católicos estaban, de hecho, bajo la dominación de Moscú.

Semejante revés para la política del Vaticano sólo actuó como un estímulo a sus actividades por toda Europa, destinadas a procurar la recuperación de la Polonia católica y la destrucción final de la U.R.S.S.

Ya hemos visto el papel desempeñado por el Vaticano en la capitulación de Bélgica y Francia en 1940, cada acción estando dirigida a allanar el camino de la Alemania Nazi para que fuera posible para ese país atacar a Rusia; la transformación de Francia, bajo Petain; y cómo, en junio de 1941, se publicaron al mundo las grandes noticias de que la Unión Soviética había sido al fin atacada.

Ya hemos relatado las acciones del Vaticano desde este punto en adelante, y cómo, cuando los ejércitos Nazis avanzaron, se despacharon legiones católicas desde los diversos países católicos hacia el Frente ruso para "combatir a la Rusia bolchevique".

Aunque las cosas en ese momento parecían muy esperanzadoras para Alemania, el Vaticano estaba profundamente preocupado por la posible victoria Aliada, y nunca podía olvidarse de que la Rusia soviética era uno de los principales Aliados. Así el Papa hizo numerosas diligencias en Londres y Washington, pidiendo "garantías de que ellos no permitirían que el Bolchevismo se extendiera y conquistara Europa."

Durante este tiempo la Polonia católica, estando del lado de los Aliados, estaba, paradójicamente, luchando de la mano con la Rusia soviética contra el enemigo Nazi. Los polacos católicos estaban en continua comunicación con el Vaticano, y éste último continuamente enfatizaba a los Aliados que Polonia se mantendría luchando sólo si era seguro que la Polonia católica nunca sería una presa para el Bolchevismo.

Ya hemos visto, en los capítulos dedicados a Alemania, cuáles eran las negociaciones. Baste decir aquí que Stalin, en 1942, hizo varios intentos para un acercamiento con el Vaticano, dando garantías de que la religión y la libertad de la Iglesia Católica en Polonia se respetaría escrupulosamente. Stalin también aseguró al Papa que "la presente guerra no está siendo sostenida para la expansión del Comunismo o para el engrandecimiento territorial de Rusia."

El Vaticano, sin embargo, rechazó todas estas ofertas y continuó enfatizando a Gran Bretaña y Estados Unidos de América "la amenaza que constituía la Rusia soviética, en el caso de una derrota alemana".

Al mismo tiempo el Vaticano se volvió más franco y crítico hacia los Aliados por autorizar la propaganda comunista y por permitir a su prensa alabar a "la Rusia atea".

"La Comintern, [la Internacional Comunista], considera más que antes la posibilidad de una revolución mundial", reiteró el Vaticano. "Las Naciones Occidentales deben tener cuidado con tan peligroso aliado; la Rusia soviética eventualmente destruirá la estructura de las Naciones Occidentales. Las Naciones Occidentales se volverán maduras para el Comunismo" (extracto del Osservatore Romano).

"Los anglosajones han llevado la guerra tan lejos que ellos están interesados en la propaganda comunista, y apoyándola, lo cual debilitará a Alemania como en la última guerra", era la significativa observación del Secretario de Estado Papal (2 de febrero de 1942).

Para despertar el horror de los Aliados Occidentales de Rusia, el Vaticano dio cifras que ilustraban el tratamiento de los católicos por parte de la Rusia soviética. Así en 1917 Rusia poseía más de 46,000 iglesias Ortodoxas, 890 monasterios con 52,022 monjes, y 50,960 sacerdotes. En octubre de 1935 quedaban sólo algunos "sacerdotes comunistas".

Durante el mismo período había, en Rusia, 610 iglesias católicas, 8 obispos católicos, y 810 sacerdotes. Para 1939 quedaban sólo 107 sacerdotes católicos (Radio Vaticana, 1942).

El año 1942 presenció un evento de gran importancia. Gran Bretaña y la Rusia soviética firmaron un pacto, ligando los dos países por veinte años.

El Vaticano alzó nuevas protestas en Washington y Londres, acusando a Gran Bretaña de "haber ofrecido la Europa cristiana a la atea Moscú". Se volvió franco acerca de las cláusulas secretas del pacto, y en su círculo inmediato se decía que en virtud de estas cláusulas secretas la Unión Soviética "tendría el control político y militar de Europa, en caso de una victoria Aliada, pero nada se había dicho sobre el futuro religioso del Continente."

A los reproches de los Aliados el Vaticano respondió que "nadie puede acusar al Papa de alarmismo, porque es de conocimiento común que, ideológicamente, los bolcheviques no reconocen Religión, y dondequiera ponen su pie ellos la persiguen."

El Vaticano insistió en que los Aliados Occidentales debían hacer conocer al Papa las cláusulas confidenciales del Pacto anglo-soviético, "en relación con la libertad religiosa". La extraña respuesta devuelta fue que el pacto político y militar se había firmado con los soviéticos, pero que en relación con la religión el Vaticano tendría que tratar directamente con los bolcheviques.

El Vaticano acusó a los Aliados de haber omitido a la Iglesia Católica en la planificación de la Europa de postguerra; o más bien, de "no haber tomado medidas para salvaguardar la Europa cristiana católica de los bolcheviques."

El Presidente Roosevelt le aconsejó al Papa que hiciera un acercamiento directo a Stalin, pero el Papa se negó. Roosevelt le pidió entonces a Stalin que hiciera propuestas al Papa "en vista de la gran influencia espiritual que el Vaticano ejerce sobre muchos territorios liberados por los ejércitos soviéticos." Stalin una vez más hizo propuestas, asegurando al Vaticano su buena voluntad para llegar a un acuerdo.

Entonces Stalin abolió la Comintern con el propósito de hacer las cosas más fáciles para el Vaticano y para aquellos países y ejércitos católicos que estaban luchando junto a la República soviética y los Aliados. Razones políticas y militares, por supuesto, no eran sin peso. Este movimiento fue bienvenido con sarcasmo por el Vaticano, que advirtió a los Aliados que no confiaran en Rusia porque ese era "un movimiento para engañar mejor a los Poderes Occidentales".

Una vez más, en la primavera de 1943, Stalin hizo acercamientos y Roosevelt urgió al Vaticano para llegar a un acuerdo con Moscú.

En mayo, junio, y julio de 1943 de nuevo la República soviética se puso en contacto con el Vaticano, deseando reiniciar "negociaciones para una renovación de contactos normales y eventualmente para empezar relaciones diplomáticas."

Esta vez Londres y Washington, en carácter oficial, respaldaron el movimiento de Moscú.

Roosevelt y Gran Bretaña dieron a entender al Vaticano que era su deseo sincero contrapesar la influencia de la República soviética por el "mantenimiento de un fuerte bloque de países católicos, bajo la esfera de influencia angloamericana". España e Italia eran los países católicos en vista.

A pesar de todos los esfuerzos de Moscú, Londres y Washington, a pesar aun de una carta personal enviada por Stalin al Papa previamente a todas estas negociaciones, el Vaticano rehusó cualquier discusión o intercambio de representantes.

Entretanto los ejércitos soviéticos estaban entrando en vastos territorios cuyas poblaciones eran total o parcialmente católicas. El más grande de tales territorios otra vez era Polonia. Allí los polacos católicos estaban en un dilema. Ellos habían sido liberados de los Nazis por los ejércitos soviéticos. ¿Debían dar la bienvenida a los bolcheviques como libertadores? La situación se volvió muy difícil para los polacos, para los Aliados Occidentales, para Rusia, y para el propio Vaticano.

De nuevo Stalin, con el apoyo de Roosevelt, se acercó al Vaticano con el propósito de un entendimiento final con la Iglesia Católica. De hecho, Moscú le envió un memorándum al mismo Papa "ofreciendo una acción coordinada entre Moscú y la Santa Sede sobre la organización de postguerra para la solución de problemas morales y sociales" (Osservatore Romano, 14 de agosto de 1944).

Stalin reiteró al Papa su seguridad de que estaría dispuesto para intercambiar puntos de vista, "para facilitar el trabajo de paz", y que "la Rusia soviética no desea establecer ningún orden social por la fuerza o la violencia, sino que al contrario se opone a tales medidas." El memorándum afirmaba que "Rusia espera alcanzar sus objetivos a través de los cauces pacíficos y de una manera democrática y pacífica."

Pero el Vaticano desdeñó todos estos acercamientos y, al mismo tiempo, atacó a Rusia de nuevo, acusándola en esta ocasión de haber traicionado a los polacos en la rebelión de Varsovia. Antes de la rebelión el Papa había, en un discurso, dado apoyo moral a los polacos, y en una audiencia privada concedida al General Sosnokowski había expresado su ansiedad acerca de "la amenaza a la civilización europea por el Bolchevismo", y su "dolorosa sorpresa por la amistad entre los Poderes anglosajones y Rusia."

Durante estos acercamientos, y después de haber repetido que la Iglesia Católica encontraría un amplio campo de acción en Rusia, Moscú fue tan lejos como para proponer una especie de "Frente Unido" entre el Vaticano y los soviéticos, a fin de resolver problemas comúnes creados por el hecho de que tantos millones de católicos estaban viviendo en territorios ocupados por los ejércitos Rojos.

Varios de los cardenales en el Vaticano, recordando que en Roma existía una organización llamada "Pro-Rusia", que había sido establecida con el propósito expreso de convertir ese país al Catolicismo, estaban a favor de la apertura de negociaciones, como lo estaban los líderes de tales organizaciones, estando esperanzados de que su oportunidad al fin había llegado. Pero, como de costumbre, el Papa rechazó la propuesta, alegando que hacía así debido a la persecución Rusa contra los polacos. ¿En qué consistió esta persecución? Simplemente en el hecho que la Rusia soviética había recriminado a muchos polacos, que habían luchado contra los alemanes, por haberse vuelto contra los rusos ni bien habían sido librados de la dominación Nazi, afirmando que soldados polacos incluso habían organizado un ejército subterráneo con este propósito, y, además, que estaban en preparación planes para la creación de un "bloque antisoviético" que incluiría a Gran Bretaña e incluso a Alemania.

Que estas alegaciones no eran meras invenciones del Gobierno soviético se descubrió el año siguiente, cuando las acusaciones fueron probadas. En los juicios de Moscú en junio de 1945 dieciséis polacos, liderados por el General Okulicki, ex-Comandante del Ejército Interior polaco, confesó haber planeado un "bloque antisoviético, empezando en el período del levantamiento de Varsovia. (Agosto de 1944)."

"Una victoria soviética sobre Alemania", declaró Okulicki, "no sólo amenazará los intereses de Gran Bretaña en Europa, sino que atemorizará a toda Europa, tomando en consideración sus intereses sobre el Continente Gran Bretaña, tendrá que movilizar los Poderes en Europa contra la URSS. Está claro que nosotros debemos estar en la primera fila de este bloque antisoviético, y es imposible concebir este bloque, que será controlado por Gran Bretaña, sin la participación de Alemania."

Cuánto sabía el Vaticano acerca de este complot, incubado por polacos católicos mientras los ejércitos soviéticos estaban en el acto de liberarlos, es difícil de decir. Pero el incidente, no obstante, fue de sumo valor, porque arrojó luz sobre actividades que eran demasiado consonantes con la política exterior de la Polonia católica del período de entreguerras, cuya característica principal siempre había sido la implacable hostilidad hacia su gran vecino Oriental. Además, esto dio otra excusa al Vaticano para rechazar, por centésima vez, la oferta de entendimiento que, durante el par de años anteriores, Moscú había estado intentando persuadir que el Papa aceptara.

¿Por qué la Iglesia Católica se negó tan persistentemente a alcanzar un acuerdo con Moscú, a pesar de la buena voluntad de parte de los soviéticos, del consejo y los buenos oficios del Presidente Roosevelt, de los millones de católicos que habían pasado bajo el dominio soviético, y del hecho que la Rusia Roja no estaba más "persiguiendo" a la religión, y recordando además, que, después de todo, en los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial el Vaticano y el Kremlin habían negociado e incluso habían alcanzado un compromiso de trabajo sobre varios problemas? ¿Había presente algún otro factor, aun más importante que el de la ideología y la práctica comunista que impedía que el Vaticano alcanzara un acuerdo satisfactorio con Stalin?

Sí; una resucitada y combativa Iglesia Ortodoxa.

Además de los principios políticos, sociales, y éticos involucrados, una gran piedra de tropiezo para que se alcanzara algún tipo de acuerdo entre el Vaticano y la Rusia soviética era la cuestión de la Iglesia Ortodoxa.

El Vaticano nunca ha perdido de vista el resurgimiento de la Iglesia Ortodoxa en Rusia, y desde su caída, después de la Primera Guerra Mundial, ha temido continuamente su retorno. Fue por lo tanto con gran preocupación que vio al Gobierno soviético conceder la libertad de culto en todo el territorio soviético, porque comprendió que tal libertad conllevaba la resurrección de su antigua enemiga, la Iglesia Ortodoxa que se volvería la principal oponente de su propio plan misionero en ese país.

Esta libertad religiosa se concedió tan temprano como el 23 de enero de 1918. Por un decreto emitido en aquel día, se garantizó la libertad de conciencia y de culto para los ciudadanos de la URSS: pero también se concedió libertad para la publicación de propaganda antireligiosa. Por el mismo decreto la Iglesia Ortodoxa fue separada del Estado, y la escuela de la Iglesia. Todas las organizaciones religiosas fueron puestas en el mismo nivel, como sociedades privadas. Un ciudadano podría profesar cualquier religión o ninguna religión en absoluto. Esta norma fue puesta en práctica tan concienzudamente que toda referencia a la afiliación religiosa de cualquier ciudadano fue borrada de los actos y documentos del Gobierno.

El artículo 124 de la Constitución dice: "Para asegurar la libertad de conciencia de sus ciudadanos, la Iglesia en la URSS está separada del Estado, y la escuela de la Iglesia. Se reconoce la libertad de culto y la libertad de propaganda antireligiosa para todos los ciudadanos."

Así cada ciudadano de la Unión Soviética era libre de elegir su religión, de profesar cualquier religión que quisiera, y además de disfrutar todos los derechos de la ciudadanía independientemente de sus creencias religiosas. No era necesario que nadie en la Rusia soviética suministrara información acerca de sus creencias religiosas para ocupar un empleo o para ingresar a cualquier organización o sociedad pública. No se trazaba distinción alguna entre creyentes e incrédulos.

Se proporcionaba papel desde los almacenes del Gobierno para la impresión de literatura religiosa.

Por supuesto esta completa libertad en el campo religioso fue explotada, durante los primeros años de la Revolución, por todos aquellos que se habían rebelado contra la Iglesia como un instrumento de oscurantismo y de influencia política empleado por el antiguo régimen. No obstante, con el paso del tiempo las fuerzas de propaganda religiosa y antireligiosa casi se igualaron. Aunque cada facción usaba la libertad según su fe o su incredulidad, cada uno empezó a tolerar al otro.

Poco a poco la Iglesia Ortodoxa reapareció en la vida de Rusia. Esto no agradó al Vaticano que, a pesar de todas las contrariedades, todavía abrigaba la esperanza de que un día podría darse la ocasión para "convertir Rusia al Catolicismo". La reaparición de su rival, la Iglesia Ortodoxa, constituía un obstáculo potencialmente más formidable que todos los principios sociales y políticos del Comunismo.

El Vaticano por consiguiente, después de que fallaran todas las esperanzas de llegar a un acuerdo con el Kremlin, en los años inmediatamente siguientes a la Primera Guerra Mundial -como hemos visto- empezó a apoyar movimientos anticomunistas, como el Fascismo, y, por una secuencia natural, entró en una campaña definida y mundial que, aunque aparentemente sólo apuntaba contra la Rusia comunista como tal, en realidad también estaba dirigida contra la resurgente Iglesia Ortodoxa, su antigua enemiga.

Bastante extrañamente, el Vaticano movilizó las fuerzas católicas del mundo contra la Rusia soviética justo cuando Rusia estaba concediendo igualdad religiosa y libertad a sus ciudadanos. Ciertamente no es edificante saber que la Iglesia Católica estaba intensificando su campaña contra la Rusia soviética justo cuando la libertad religiosa y de la Iglesia estaban entrando en la nueva vida de ese país; el Vaticano estaba predicando al mundo que la Rusia soviética debía ser destruida "porque ella perseguía la religión".

Esta campaña alcanzó su clímax en la década precedente al estallido de la Segunda Guerra Mundial y continuó a lo largo de ese conflicto.

Durante la Guerra Civil española de 1936-9, justo cuando los soviéticos estaban aprobando legislación adicional que garantizaba la libertad religiosa, el Vaticano inició una campaña mundial contra el Comunismo en general, y la Rusia soviética en particular, bajo la acusación de que los Rojos perseguían a la religión.

Esto mientras el Artículo 130 de la Constitución de Stalin obligaba a todos los ciudadanos a observar la Ley y a respetar las reglas socialistas de interrelación, las cuales prohiben cualquier limitación de derechos, cualquier forma de persecución por convicciones religiosas o el insulto a las susceptibilidades religiosas, y en un momento cuando la libertad religiosa en la Unión Soviética se reflejaba en la libre realización de servicios y ritos religiosos, en la publicación de periódicos y otra literatura religiosa, y en la existencia de seminarios para la instrucción del clero.

Al esforzarse por convertir a Europa en un bloque fascista, en la esperanza de que el Fascismo gobernaría el Continente y el siglo, el Vaticano hizo claro que su enemistad hacia el Comunismo no sólo estaba inspirada por sus doctrinas políticas. Había, además, el conocimiento de que atrás del Gobierno ruso se hallaba una vez más la Iglesia Ortodoxa. El Vaticano, de hecho, acusó a la Iglesia Ortodoxa de buscar una renovada unión con el Poder Civil para favorecer su influencia religiosa; mientras simultáneamente el Gobierno soviético fue acusado de reavivar la Iglesia Ortodoxa como una herramienta para los fines políticos del Gobierno.

Para el Vaticano, por lo tanto, la destrucción del Bolchevismo no era suficiente; la destrucción de la reavivada Iglesia Ortodoxa era esencial. Así, en la negociación entre Hitler y el Vaticano, como ya hemos demostrado, estaba estipulado que la Iglesia Católica suplantaría a la Iglesia Ortodoxa en todos los territorios soviéticos ocupados por Alemania.

Hitler, necesitando a su vez la ayuda de Roma, contestó que se permitiría que el Vaticano convirtiera a los rusos a la fe verdadera, pero "sólo por medio de la Jerarquía católica alemana".

Fue durante estas negociaciones que el Vaticano se hizo activo en el campo de la propaganda en referencia a las cuestiones rusas. Reorganizó y renovó la institución conocida como "Pro-Rusia", le proveyó de fondos, sacerdotes, y propaganda de toda clase. Se aconsejó a todos los involucrados que se "mantuvieran listos para la gran obra misionera de redención."

Mientras esto estaba sucediendo, el Vaticano estaba esperando el día cuando las puertas de la Rusia soviética serían abiertas por el ímpetu de los ejércitos Nazis. Para asegurar que los Nazis fueran victoriosos, el Vaticano aconsejó a los numerosos Gobiernos católicos fascistas, muchos de los cuales no necesitaban estímulo, que proveyeran una activa ayuda a la Alemania Nazi para la destrucción del dragón bolchevique. Hemos visto que el Vaticano se negó a promover oficialmente una campaña contra Rusia, temiendo la reacción de los católicos en los países Aliados; pero extraoficialmente, la actividad apoyando que fuera dada toda ayuda de parte de todos los buenos países católicos no cesó por un momento.

Como resultado, numerosos países católicos fascistas, o partidos, organizaron legiones antibolcheviques que, una tras otra, fueron despachadas al Frente Oriental para luchar lado a lado con los Nazis, siendo encabezada la lista por la católica España de Franco, con su División Azul, seguida por la católica Portugal, la católica Bélgica Rexista, y los católicos fascistas franceses, con contingentes de Holanda y de otras partes.

Antes y aun durante esta activa campaña contra la Rusia soviética el Gobierno soviético intentó repetidamente alcanzar un acuerdo con el Vaticano con respecto a los católicos que habían quedado bajo la jurisdicción soviética en 1939, durante la partición Nazi-soviética de Polonia. La inflexibilidad del Vaticano, sin embargo, hizo fútiles todos los esfuerzos por parte de Rusia.

Una de las razones principales dadas por el Vaticano para su negativa a tratar con Rusia, además de su enemistad mortal hacia los principios socio-políticos del Comunismo, era que "la influencia renovada de la Iglesia Ortodoxa en Polonia está poniendo obstáculos, y persiguiendo a la Iglesia Católica en ese país" (Cardenal Lhond, marzo de 1941). El Cardenal Secretario de Estado de ese período declaró que "la Santa Sede, aunque gravemente preocupada por el bienestar espiritual y material de los católicos en Polonia, es incapaz de alcanzar algún acuerdo con el Gobierno soviético, también debido al resurgimiento de la Iglesia Ortodoxa, cuya hostilidad nunca ha dejado de mostrarse contra la Iglesia Católica." ¿Cuál era la razón que impulsó al Vaticano a hablar tan áperamente acerca de la Iglesia Ortodoxa?

El hecho de que el Gobierno soviético, con el propósito de unificar los recursos espirituales y físicos de la nación y del Ejército, había alentado a la Iglesia Ortodoxa para que apelara al pueblo ruso para la continuación de la lucha contra el Nazismo.

La Iglesia Ortodoxa antes de la guerra, aunque completamente libre, no obstante estaba en el segundo plano. Con el advenimiento de la guerra pasó rápidamente al primer plano y ejerció un activo rol en la formación del frente contra la invasión alemana. Esto fue apoyado por el Gobierno soviético por dos razones destacadas; primero, porque la nueva Iglesia Ortodoxa era una entidad que unía y animaba al pueblo ruso para luchar; y segundo, en vista de la continua hostilidad de la Iglesia Católica hacia Rusia, se deseaba contrapesar el sólido bloque espiritual de Roma con un sólido bloque Ortodoxo. El plan operaría eventualmente en todos los países donde residieran miembros de la religión Ortodoxa.

Este segundo punto también implicaba una política de largo plazo y preveía el mundo de postguerra. En esta etapa particular, Moscú no estaba dejando nada librado al azar. Habiendo visto a la Europa católica convertida en un sólido bloque antisoviético, se preparó para crear un bloque religioso similar destinado a confrontar al Catolicismo durante y después de la Segunda Guerra Mundial.

Fue gracias a tales factores que la Iglesia Ortodoxa empezó a asumir una influencia más amplia y aun más importante en los asuntos rusos, volviéndose pronto una poderosa entidad con una importancia religiosa e indirectamente política. Por lo tanto era inevitable que la Iglesia Ortodoxa, al incitar a los fieles rusos a luchar contra los enemigos fascistas -es decir, no sólo contra Hitler, sino también contra sus diversos aliados, las legiones antibolcheviques proporcionadas por la España católica, Portugal, Italia, la Francia católica bajo el dominio de Petain, y otras similares- enfatizara que éstas eran legiones católicas que gozaban del apoyo de la Roma católica. Por consiguiente, el asunto no era meramente una defensa patriótica de la Patria rusa, sino también la aniquilación de los enemigos religiosos, los católicos, decididos a la destrucción de Rusia.

Por lo tanto la apelación hecha por la Iglesia Ortodoxa desde este tiempo en adelante tuvo un tono político así como también uno religioso. Una vez más, como en la Rusia de la prerevolución, la Iglesia y el Estado se volvieron estrechos aliados, y la Iglesia creció en influencia. Su voz no sólo se oyó en Rusia, sino también fuera de ella; por nadie fue oída más fuertemente que por el Vaticano.

La Iglesia Ortodoxa empezó así a organizarse bajo el amparo del Gobierno soviético y se volvió una gran institución espiritual nacional trabajando de la mano con el Gobierno. Esta institución religiosa recibió un aun más oficial reconocimiento cuando, en septiembre de 1943, una asamblea de obispos de la Iglesia Ortodoxa eligió a un Patriarca de Moscú y de todas las Rusias y formó un Sínodo Santo. En este contexto el Gobierno soviético, en octubre de 1943, estableció un Concejo para Asuntos de la Iglesia Ortodoxa Rusa para actuar como un eslabón entre el Gobierno y el Patriarca de Moscú y de todas las Rusias sobre cuestiones eclesiásticas. Los representantes en el Concejo debían actuar, en todas las repúblicas, territorios, y regiones, como eslabones entre las autoridades gubernamentales locales y los cuerpos religiosos locales.

Sergio, Patriarca de Moscú

La importancia religiosa, y sobre todo política de este movimiento no escapó de la observación del Vaticano, y ciertamente no escapó de la de Hitler, quien pidió a los altos prelados hostiles al régimen soviético que declararan "inválida" la elección de Moscú.

Entre treinta y cincuenta prelados, principalmente de la Europa ocupada por los alemanes, liderados por el Dr. Serafin Lade, el Metropolitano de la Más Grande Alemania quien desde el mismo principio había cooperado con Hitler, se reunieron en Viena para discutir la elección para el Trono Patriarcal de Moscú. Ellos declararon inválida la elección, incluyendo la excomunión decretada por el Sínodo de Moscú de todos los prelados Ortodoxos que se oponían al régimen soviético y proclamaron que el Bolchevismo era irreconciliable con el Cristianismo.

En 1944 el Gobierno soviético estableció un concilio para tratar los asuntos de las sociedades religiosas aparte de la Iglesia Ortodoxa Rusa. La función de este concilio era actuar como un eslabón con grupos tales como los católicos griegos, los mahometanos, grupos judíos y evangélicos, así como los católicos romanos.

La nueva Iglesia Ortodoxa Rusa se volvió cada vez más prominente en los asuntos de la nación. El clero ortodoxo recibió condecoraciones oficiales del Gobierno, especialmente un grupo de sacerdotes Ortodoxos de Moscú y Tula en 1944.

La Iglesia, a su vez, organizó ceremonias político-religiosas de oración pública a Dios para pedir por ayuda, por la protección de la Rusia soviética y por la derrota de sus enemigos. "El clero ruso no dejará de ofrecer oraciones por la victoria de las armas rusas." El apoyo del clero fue prometido por la Iglesia a la "Madre Patria soviética". "Toda la Iglesia rusa servirá a su amada Madre Patria con toda su fuerza en los difíciles días de guerra y en los días de prosperidad por venir."

La Iglesia Ortodoxa fue aun más allá, y, en 1944, cuando se veía que la Alemania Nazi sería derrotada y que Rusia estaba surgiendo como uno de los grandes Poderes militares del mundo, la cabeza de la Iglesia Ortodoxa declaró que él "consideraba a Stalin como el líder escogido por Dios para la Santa Rusia." Éstas fueron las palabras de Monseñor Alexis que había sucedido recientemente al Metropolitano Sergio como Patriarca de la URSS, escritas en una carta dirigida al Gobierno soviético en mayo de 1944, imitando así la declaración de Pío XI de que "Mussolini era el hombre enviado por la Providencia Divina".

Entretanto el Gobierno soviético, deseando cooperación aun más estrecha con la Iglesia Ortodoxa, unió al presidente del Concejo para Asuntos de la Iglesia Ortodoxa al Concejo de Comisarios del Pueblo de la URSS (1944).

Un periódico del Patriarcado de Moscú fue apoyado por el Gobierno. Después, para alentar a los creyentes Ortodoxos, la cabeza del Consejo Soviético para Asuntos Ortodoxos reiteró en muchas ocasiones que todos los que desearan abrir iglesias y reunir congregaciones estaban autorizados a hacerlo. Cualquier persona en la Rusia soviética podría pedir una iglesia, y se dieron iglesias sin restricciones con tal que existiera una congregación.

[Después de la Segunda Guerra Mundial (enero de 1946), según el sacerdote Leopold Braun que había vivido en Rusia durante los doce años precedentes "dos tercios del pueblo de Rusia, 150,000,000 de almas, eran creyentes en Dios"; mientras que cualquiera que quisiera hacerse sacerdote podría hacerlo -como lo atestigua el Arzobispo Sergei, de la Iglesia Ortodoxa Rusa, quien, durante un discurso en el cual describió a Stalin como uno de los protectores destacados de la religión, hizo la siguiente declaración: "Cualquiera que desee llegar a ser un sacerdote en Rusia puede serlo, no hay interferencia en absoluto ... El Partido Comunista es muy cooperador" (agosto de 1946). En 1946 había 22,000 rusos católicos en Moscú, y 30,000 en Leningrado.]

Para 1944 ya se había establecido una escuela teológica en Moscú. En el pueblo de Zagorak se abrió un seminario, sostenido por los fieles. Los estudiantes, además de recibir una educación teológica, eran entrenados sobre una base científica, y esto fue aceptado por la Iglesia Ortodoxa.

Con el paso de tiempo la Iglesia Ortodoxa gradualmente asumió el rol que había desempeñado en la Rusia prerrevolucionaria. El Metropolitano de Leningrado, en un mensaje a los fieles, declaró en 1944: "Nuestra Iglesia Ortodoxa siempre ha compartido el destino de su pueblo. Con éste ella ha llevado sus pruebas y se ha regocijado en sus triunfos. Ella no abandonará a su pueblo hoy." Y cuando, finalmente, Alemania fue derrotada, el mismo dignatario declaró: "La Iglesia Ortodoxa no oró en vano; la bendición de Dios dio la fuerza victoriosa a las armas rusas."

Esta cooperación siempre creciente entre la Iglesia y el Estado culminó en un Congreso de la Iglesia Rusa oficialmente reconocido, sostenido a fines de 1944 en Moscú. Esta Conferencia fue plena de significado. La Iglesia Ortodoxa se reunió, de hecho, para publicar una invitación a todas las otras Iglesias que tuvieran una base Cristiana para que formaran una unión con ella. Así se crearía un gran bloque religioso, no sólo dentro de la Unión Soviética, sino extendiéndose fuera de ésta para incluir a la Iglesia Ortodoxa en Grecia, el Cercano Oriente, África, y otras partes.

La Conferencia se llevó a cabo en noviembre de 1944, en Moscú, y participaron treinta y nueve obispos. Se enviaron invitaciones y propuestas para la formación de un gran bloque espiritual al Patriarca Ecuménico y Arzobispo de Constantinopla, a Alejandro III, Patriarca de Antioquía y todo el Oriente; a Cristóforos, Patriarca de Alejandría; a Timoteo, Patriarca de Jerusalén; y a Calistratos, Catholicós de Georgia.

Detrás del renovado vigor del resucitado Sínodo de Moscú desde su íntima cooperación con el Gobierno soviético, el objetivo de restaurar el rol tradicional de Rusia como protectora de la Cristiandad Ortodoxa en toda Rusia, el Cercano Oriente, y en Europa Oriental, se volvía cada día más evidente.

La Rusia soviética no sólo estaba tomando el rol de la Rusia Zarista de los tiempos pasados, sino que estaba yendo más lejos en su respaldo a la Iglesia Ortodoxa. Ella deseaba unir la Iglesia Ortodoxa y otras Iglesias bajo una mano como una respuesta al Catolicismo.

En el año siguiente, 1945, esta política de formar un gran bloque espiritual, bajo el liderazgo del Patriarca de Moscú, empezó a dar resultados, de lo cual pueden citarse algunos ejemplos significativos. Como un primer fruto de la Conferencia llegó a Moscú una delegación del Clero ruteno llevando una carta del Arzobispo de Chust pidiendo ingresar a la jurisdicción del Patriarcado de Moscú. Hasta aquí la Iglesia de Rutenia había estado ligada al Patriarcado serbio, el cual ahora dio su consentimiento para la transferencia de la Iglesia Rutenia bajo la dirección espiritual del Patriarca de Moscú. El Patriarcado serbio fue más lejos que esto y de hecho se puso él mismo bajo la jurisdicción espiritual de Moscú.

La Iglesia Ortodoxa polaca hizo la misma petición y envió al Metropolitano Ortodoxo polaco de Lvov a Moscú en una misión similar. Éste también fue un acto muy significativo, porque la Iglesia Ortodoxa en Polonia había sido hasta aquí un cuerpo independiente, teniendo su propio Patriarca.

Además, el Patriarca Ecuménico de Constantinopla envió una delegación a Moscú y se alcanzó un acuerdo por el cual el Patriarca de Moscú fue reconocido como el líder supremo del gran bloque espiritual bajo el amparo soviético.

Entonces la Iglesia Ortodoxa se preocupó principalmente por el intercambio de intereses y noticias con otros cuerpos religiosos, especialmente con Iglesias protestantes tan grandes como la Iglesia de Inglaterra. Se enviaron invitaciones a diversos dignatarios protestantes ingleses para visitar Moscú, y líderes religiosos Ortodoxos visitaron Gran Bretaña en 1945 como invitados de los líderes protestantes de ese país.

El Patriarca de Moscú partió personalmente en una intensa gira al Oriente para visitar varias comunidades Cristianas. En junio de 1945 el Patriarca anunció en El Cairo: "Mi visita apunta a renovar una vez más los lazos espirituales que siempre han unido las Iglesias Ortodoxas."

Algunos meses antes, en febrero de 1945, la Asamblea Ortodoxa Rusa se había reunido en Moscú, bajo la presidencia del Metropolitano de Leningrado y Novgorod, para seleccionar un Patriarca. Asistieron cuarenta y cinco delegados de toda la Unión Soviética. Con ellos estaban representantes de la Iglesia Ortodoxa de todo el mundo, incluyendo al Metropolitano Benjamín de Nueva York , Alejandro III, Patriarca de Antioquía, el Arzobispo Benjamín, Patriarca de Constantinopla, el Patriarca Cristóforos de Alejandría, y el Patriarca Timoteo de Jerusalén.

No era extraño que el Vaticano observara la influencia siempre creciente de la resucitada Iglesia Ortodoxa con espanto. Tales sentimientos no se limitaron solamente a los límites del Vaticano, sino que eran compartidos, en un grado mucho menor, por Washington y aun por Londres, tanto los Estados Unidos de América como Gran Bretaña se inclinaban a ver en los movimientos de la Iglesia Ortodoxa, no sólo un reavivamiento espiritual en el mundo soviético, sino también un potencial instrumento espiritual a ser usado para los intereses políticos de la Rusia soviética en Europa Oriental, en otras partes del mundo, y, sobre todo, en el Cercano Oriente.

Así una vez más los intereses del Vaticano, de los Estados Unidos de América, y de Gran Bretaña estaban corriendo paralelamente, a pesar del hecho de que aunque su objetivo final era el mismo, los tres veían la cuestión desde un punto de vista diferente.

A diferencia del Vaticano, tales grandes Poderes como los Estados Unidos de América y Gran Bretaña consideraban el resurgimiento y la influencia creciente de la Iglesia Ortodoxa, tanto dentro como fuera de los confines de Rusia, meramente desde un punto de vista político. Su preocupación por el asunto se hizo saber al Gobierno soviético. Ellos señalaron que la inquietud causada por la actividad creciente de la Iglesia Ortodoxa estaba obstaculizando las armoniosas relaciones de los Aliados. Esto sería una fuente de perturbación en la necesaria cooperación del mundo de postguerra.

Roosevelt intentó otra vez influir en el Gobierno soviético para buscar, por lo menos, una tolerancia entre Rusia y el Vaticano. El Gobierno soviético contestó que estaba más que dispuesto para hacerlo. Como el Vaticano continuaba en su negativa de negociar con Rusia, el Gobierno soviético, ayudado por Norteamérica, fue tan lejos como para emplear un "emisario extraoficial" para hacer más fácil el acercamiento. Así fue que un sacerdote norteamericano-polaco, el Padre Orlemansky, fue invitado a Moscú, donde tuvo extensas conferencias con Stalin. Orlemansky fue encargado de ofrecer, en nombre de Rusia, condiciones generosas a la Iglesia Católica. Él recibió garantías, para transmitir al Departamento de Estado Norteamericano, que la Rusia soviética estaba más que dispuesta a cooperar con el Vaticano para zanjar las disputas religiosas. Se le aseguró que el Kremlin estaba listo para empezar negociaciones con el Vaticano sobre cuestiones de libertad religiosa y sobre el estatus de la Iglesia Católica en los territorios ocupados por ejércitos rusos.

El Padre Orlemansky volvió a América con estas propuestas, que el Presidente Roosevelt pidió al Papa que aceptara. Se abrigaron esperanzas en círculos católicos de que, por fin, se alcanzaría algún acuerdo. Los periódicos católicos, aunque notorios por su vehemente espíritu antisoviético, escribieron que quizás el Vaticano y el Kremlin después de todo podrían trabajar juntos, cada uno para salvaguardar su propio interés.

"Dondequiera haya un cuerpo de católicos en una área geográfica, debe suponerse que la Santa Sede se esforzará para establecer tales relaciones de conveniencia, con sus reglas, puesto que esto le permitirá mantener sus intereses espirituales y materiales. Esto es completamente independiente de la naturaleza del régimen y no compromete a ninguna condenación del Santo Padre sobre éste" (The Universe, 18 de agosto de 1944). "Nosotros siempre hemos reconocido, por lo tanto, que la inmutable condenación al Comunismo ateo no obliga a Roma a dejar indefenso a cualquier católico que pueda ser incorporado a la Unión Soviética" (The Universe, 18 de agosto de 1944).

Pero el Papa se negó una vez más y rechazó todas las ofertas. El Padre Orlemansky, tras su retorno, fue inmediatamente suspendido en sus funciones sacerdotales -un acto que, en el mundo católico así como en Washington, fue tomado "como una negativa del Vaticano a la oferta de paz de Stalin".

El avance de los ejércitos soviéticos y la inmensidad de los territorios que ellos ocuparon, con la derrota de Alemania obviamente a la vista, hizo al problema doblemente urgente. En consecuencia Roosevelt de nuevo intentó influir en el Vaticano. Ya en marzo de 1945, sólo dos meses antes del colapso de Alemania, él mandó a su enviado personal, Mr. Flynn, a Moscú y desde allí a Roma. Mr. Flynn llevó una renovada oferta de paz de parte de Stalin, para una vez más encontrarse con el rechazo del Vaticano.

Entretanto el Gobierno soviético, seguro de la ilimitada hostilidad del Vaticano, no había cesado su apoyo a la Iglesia Ortodoxa. La Iglesia Católica ya estaba preparándose para apoyar el resurgimiento de movimientos semifascistas, como en Italia, con vista al mundo de postguerra. Por consiguiente el Gobierno soviético hizo claro que apoyaría los planes antiromanistas de la Iglesia Ortodoxa. Iglesia y Estado iban a trabajar en la más plena armonía contra las maquinaciones de su enemigo político así como religioso y espiritual.

Esta política había estado asumiendo mayor prominencia desde 1944, cuando la Iglesia Ortodoxa empezó a desplegar una hostilidad siempre creciente hacia el Vaticano, acusándolo de enemistad hacia la Rusia soviética y la Iglesia Ortodoxa.

Estos ataques, debido a su naturaleza y al sector desde el cual se originaban, eran muy inquietantes. Fue muy significativo que la Iglesia Ortodoxa se sintiera suficientemente fuerte y unida para lanzarlos; y fue especialmente significativo que ellos muy frecuentemente coincidieron con los embates del Gobierno soviético que empleó órganos oficiales tales como Pravda e Izvestia para acusar al Vaticano de fascista y por su política antisoviética.

Ilustramos algunos de esos ataques que aparecieron en rápida sucesión hacia el final de la guerra y después del cese de hostilidades.

En enero y febrero de 1944 el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, junto con otros altos dignatarios que visitaban Moscú, publicaron una declaración acusando al Vaticano de dar protección a la Alemania Nazi. La declaración, significativamente dirigida al pueblo "del mundo", y no sólo al pueblo de Rusia, decía:

Teniendo en mente la presente situación internacional, nosotros estamos levantando nuestras voces contra los esfuerzos de aquellos, y especialmente del Vaticano, que están intentando salvaguardar la Alemania Hitlerista de la responsabilidad por todos sus crímenes y están pidiendo misericordia para los Hitleristas ... quienes quieren, de esta manera, dejar sobre la tierra después de la guerra una enseñanza fascista, de odio a los hombres y anticristiana y a sus propagadores (publicado en los periódicos soviéticos en la primera semana de febrero de 1944).

Este ataque de la Iglesia Ortodoxa fue seguido por un ataque en Izvestia, transmitido por Radio Moscú:

El Vaticano ha adoptado una actitud de apoyo directo al Fascismo. El ignominioso rol desempeñado por el Vaticano en la aventura española de Hitler y Mussolini es de conocimiento común, mientras que el Vaticano se mantuvo en silencio cuando Italia atacó Francia en junio de 1940. Franco es el favorito del Vaticano, y la España de Franco es la imagen del Estado clerical de postguerra en Europa.

Algunos meses más tarde la Iglesia Ortodoxa atacó a la Iglesia Católica plenamente y negó la autoridad del Papa en el campo religioso, declarando que el Papa no poseía ninguna comisión para representar a Cristo. El desafío fue asestado por el Patriarca Sergei, la cabeza de la Iglesia Ortodoxa, en el Boletín de Moscú de abril de 1944. La declaración del Patriarca no sólo muestra que la Iglesia Ortodoxa, conducida por el resurgimiento del Santo Sínodo, permanece fiel a la antigua tradición ortodoxa y que está trabajando en estrecho contacto con el Gobierno soviético, sino también, y especialmente, su alta importancia política es demostrada. Se evidencia que el Santo Sínodo y el Kremlin están trabajando de la mano; y esto es demostrado por el hecho de que el ataque doctrinal de la Iglesia Ortodoxa es reforzado una vez más por un ataque político sobre el Vaticano, publicado en Izvestia. La declaración del Patriarca es titulada, "¿Existe el Vicario de Cristo en la Iglesia?"

En la visión Patriarcal el matrimonio místico entre Cristo y su Iglesia hace completamente inconcebible la existencia de un intermediario Vicario de Cristo sobre la tierra... El Evangelio nos enseña que Nuestro Señor Jesús, mientras abandonaba el mundo corporal, no tuvo ningún pensamiento de entregar su Iglesia al cuidado de nadie más... Él envió a sus Apóstoles y a sus sucesores, los obispos Ortodoxos, para que pudieran predicar el Evangelio y guiar al creyente.

Este ataque fue recibido con preocupación en el Vaticano, así como en Washington y en Londres, a causa de su importancia política. La Prensa católica en todo el mundo, sin excluir a la Prensa británica y norteamericana, protestó. En esto ellos vieron solamente al monstruo bolchevique, apuntalado por su gran enemigo la Iglesia Ortodoxa. La cuestión se volvió más seria aun, a los ojos del Vaticano, por el hecho de que la anglicana Inglaterra manifestó solidaridad con esa nueva institución filobolchevique, el Santo Sínodo. Es más, el coro de aprobación anglicana a las palabras del Patriarca fue repetido por los Estados Unidos de América.

Una personalidad religiosa inglesa, el Arzobispo de York, fue prominente en esta ocasión, declarando que él "manifestaba su admiración por el desafío del Patriarca Moscovita al Vicario de Cristo sobre la Tierra." El Arzobispo agregó: "La Iglesia Rusa, como la Anglicana, han repudiado la afirmación de la Iglesia Romana acerca del 'estatus' del Papa."

Unos pocos meses antes del final, en Europa, de la Segunda Guerra Mundial, los prelados de las Iglesias Ortodoxas asistieron a una Asamblea General de la Iglesia Ortodoxa en Moscú (febrero de 1945). Ellos entonces publicaron otra apelación al mundo, criticando fuertemente al Vaticano por su actitud hacia la paz venidera. Su apelación comenzaba así:

Los representantes de las Iglesias Ortodoxas asistentes a la Asamblea General de la Iglesia Ortodoxa rusa llevada a cabo en Moscú ... levantan sus voces contra los esfuerzos de aquellos, y particularmente del Vaticano ... quienes están intentando absolver a la Alemania de Hitler de la responsabilidad por todos los hechos abominables que ella ha cometido ... y que están buscando permitir la continuada existencia sobre la tierra, después de la guerra, de la anticristiana doctrina fascista y de sus representantes.

Contestando a estos ataques, el Osservatore Romano respondió:

El Papa es el Padre Universal, quien, el 12 de junio de 1939, dijo: "Tenemos ante nuestros ojos la Rusia de ayer, de hoy, y de mañana. Esa Rusia por la que nunca cesamos de orar, y de rogar, y, en la cual creemos fervorosamente."

Pero el Papa, en una audiencia privada, refiriéndose a los ataques contra el Vaticano de la Rusia soviética y de la Iglesia Ortodoxa, dijo:

No hay nadie que no vea en este episodio una de las sombras más siniestras lanzadas por el presente conflicto sobre el destino futuro de la civilización (Digesto 1362.5.2. A25).

Sin embargo, el comentario más significativo acerca de las relaciones entre el Vaticano y la Iglesia Ortodoxa vino del Secretario de Estado interino quien hacia el final de la Segunda Guerra Mundial declaró:

Debemos orar a Dios por dirección en este tiempo abrumador. Más que nada un evento daría la firme esperanza de asegurar una solución perdurable de las dificultades del mundo de hoy, la conversión de Rusia a la Fe (28 de abril de 1945).

Algunas semanas antes el Presidente Roosevelt había muerto. El resultado inmediato de su pérdida, con respecto a las relaciones entre el Vaticano y Moscú, fue un visible y rápido deterioro de la ya vacilante relación entre el Papa y Stalin. La cuestión polaca, más crítica desde la liberación de Polonia de la Alemania Nazi, agravó las cosas. Esto se debió a que el Gobierno soviético apoyaba a un Gobierno provisional en Lublin, en substitución al Gobierno polaco católico reaccionario en Londres, cuyas actividades (se descubrió un mes después del final de la guerra) estaban dirigidas principalmente a preparativos para sabotear a los movimientos izquierdistas y a todas aquellas fuerzas políticas polacas que, en casa, estaban intentando establecer una verdadera amistad con Rusia.

Gran Bretaña y los Estados Unidos, después de un poco de vacilación y a pesar de las protestas del Vaticano, reconocieron al nuevo Gobierno polaco y desconocieron al Gobierno exiliado en Londres. Éste último no perdió tiempo en recurrir públicamente al Papa para encontrar un nuevo asilo, ya fuese en la Canadá católica francesa o en la Irlanda católica, desde donde continuar su acción. El Papa, cardenales, y obispos hablaron contra la "arbitraria acción" de Moscú, denunciando a la Rusia soviética, al Comunismo, y a la nueva injusticia cometida contra la "Polonia católica", mientras la Prensa católica de todo el mundo continuó durante meses sumando vituperios e insultos contra aquel aliado que tanto había ayudado a ganar la guerra.

Entonces, con el derrumbamiento de Japón y la gradual preparación de las cansadas naciones de la guerra a la paz, el Vaticano y su Jerarquía, con toda la maquinaria mundial a su disposición, volvieron su atención a la vida política de los vencedores y de los derrotados. Los partidos católicos se lanzaron a la arena política en Italia, Francia, Bélgica, Austria, y Alemania, gritando una vez más los viejos eslóganes contra el Bolchevismo ateo, la Rusia soviética, y todas aquellas fuerzas que trabajaban para la destrucción de la civilización cristiana.

Era el principio de un nuevo capítulo de la misma antigua historia: la mortal enemistad de la Iglesia Católica hacia el Comunismo y su encarnación política -la URSS. ¿Cómo podría ser de otra manera? La historia política y social de Europa entre las dos guerras mundiales giraba, en lo que respecta a nuestro estudio, alrededor de la lucha implacable entre los principios religiosos y morales enseñados por la Iglesia Católica, y el sistema social, económico, y político defendido por el Socialismo.

Fue este conflicto abierto y oculto de ideologías contrastantes, al unísono con fuerzas de diversas naturalezas y elementos hostiles entre sí, y con factores económicos, nacionales, y otros, el que contribuyó y ayudó grandemente a conducir a países grandes y pequeños, y finalmente al conjunto de Europa y el mundo, al abismo de una guerra global. Hemos visto, país por país, cómo la enemistad hacia la ideología Socialista y el odio contra Rusia ha estado entre los motivos principales que han movido poderosas fuerzas, y cómo el rol de la Iglesia Católica ha sido dirigir éstas fuerzas hacia la aniquilación de los ideales Socialistas y la destrucción de Rusia.

[Durante la Segunda Guerra Mundial Rusia perdió por lo menos a 6,000,000 y posiblemente tuvo como 15,000,000 entre muertos y heridos -alrededor de veinte a cincuenta veces las pérdidas sufridas por sus Aliados (Collier's, 29 de junio de 1946).]

Ahora hemos encontrado otra causa que ha contribuido y continuará contribuyendo, a la hostilidad que la Iglesia Católica abriga contra la URSS -a saber, la resucitada Iglesia Ortodoxa. Si la Rusia soviética atrajo tal odio desde el Vaticano durante el período entre las dos guerras mundiales debido a que el país adoptó la odiada ideología Socialista, ¿cuánto mayor será este odio ahora que el rival Ortodoxo del Vaticano se ha puesto a luchar del lado de Moscú? Y si la Iglesia Católica, a través de sus incesantes empeños, tuvo éxito en organizar poderosas corrientes sociales y políticas contra la Rusia Roja cuando ésta era comparativamente débil, despreciada por el mundo y patrocinando meramente un sistema económico hostil, es decir desde 1917 hasta 1939, ¿qué no intentará hacer a una Rusia Roja emergiendo victoriosa -de hecho, el segundo más grande Poder en el período posterior a la segunda guerra mundial- y que, además de sostener su ideología Socialista y de ayudar a extenderla a otras naciones, al mismo tiempo contrapone al centro del Catolicismo, Roma, el centro de la Ortodoxia, Moscú, continuando así la lucha, no en uno, sino en dos frentes: el político y el religioso?

La respuesta a esto fue dada mucho tiempo antes de que la guerra acabara, primero con las intrigas en Italia, la caída de Mussolini, la creación de partidos católicos en todas partes, la renovada energía del Catolicismo político que repentinamente ha resurgido con un combativo y enérgico espíritu, para amoldar la vida social y política de las naciones y del mundo en el futuro. Y de los ya visibles síntomas, puede haber sólo un pronóstico: que la renovación de una antigua disputa y la reanudación de una lucha inacabada, una vez más puede contribuir grandemente a llevar a la humanidad a una tercera catástrofe mundial.

Capítulo 18

 

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