EL VATICANO EN LA POLÍTICA MUNDIAL

CAPÍTULO 20

CONCLUSIÓN

Así hemos llegado al fin de nuestro estudio tratando con el rol desempeñado por el Vaticano en el mundo moderno. Hemos examinado casi medio siglo de su influencia sobre las principales naciones, el papel que jugó antes y durante las dos guerras mundiales que han sacudido la humanidad en el breve período de tres décadas, y su contribución al ascenso y establecimiento del Fascismo. Nadie desechará livianamente la responsabilidad que le corresponde al Vaticano por el atolladero en el que las naciones han venido a encontrarse.

Enormes fuerzas extrañas a la religión en general y al Catolicismo en particular han sido los principales promotores de los gigantescos terremotos económicos, sociales y políticos que han estremecido la primera mitad del siglo veinte; sin embargo el rol desempeñado por el Vaticano en la mayoría, si no en todos ellos, hará una tarea difícil absolver a la Iglesia Católica de la fuerte crítica que le hará la historia.

El estudio recién hecho, aunque incompleto, ha dejado sobradamente claro que la Iglesia Católica ha conducido muchas veces y decisivamente la rueda de la historia contemporánea.

Lejos de disminuir, la influencia de la Iglesia Católica está expandiéndose con rapidez creciente. Está modelando el curso de los eventos locales, nacionales, e internacionales de modo tal de facilitar el logro de su objetivo principal -el dominio de todo el mundo. Si esta meta principal se limitara a la esfera puramente religiosa, aún así sería objetable sobre bases morales y prácticas. Pero desafortunadamente las aspiraciones de la Iglesia Católica no conocen tal límite. Ya hemos visto que la Iglesia no permanece dentro de su propio dominio; su pretensión fundamental de ser la única portadora de la verdad necesariamente le impulsa a invadir las esferas éticas, sociales, culturales, económicas y políticas. Su afirmación de que no puede estar ligada a ninguna ley promulgada por los hombres cuando se halla en el ejercicio de su misión, le hace actuar como estima más apropiado para sus objetivos, usando cualquier cosa que le ayude a oponer, combatir, o destruir ideologías o sistemas en conflicto con los principios católicos.

Mientras otras religiones, o incluso denominaciones Cristianas, ya sea por la pérdida de agresividad espiritual o debido a medidas efectivas diseñadas por el Estado, han reducido su celo, la Iglesia Católica continúa sosteniendo su pretensión con vigor no disminuido y una pasión inagotable por la conquista. Ella no se detendrá ante nada para alcanzar su meta. Esperar que la Iglesia Católica renuncie a inmiscuirse en asuntos sociales y políticos es esperar un cambio tan profundo en su estructura interna que alteraría enteramente al Catolicismo. Como en los siglos pasados, así ahora y en el futuro la Iglesia Católica continuará empleando implacablemente su astucia, energía, y habilidad para obstaculizar, lo más que pueda, las fuerzas progresistas de la sociedad contemporánea.

Porque el espíritu que mueve a la Iglesia Católica la hace una enemiga cruel y persistente de nuestro siglo y de todo por lo que los individuos y la naciones están trabajando y esforzándose. La historia ha mostrado que siempre que el Catolicismo transforma sus fórmulas religiosas en fórmulas sociales y políticas, invariablemente intenta mantener el statu quo, o, de hecho, retroceder el reloj, aliándose con todas las fuerzas cuyo propósito es similar al suyo -es decir, el sostenimiento de un estado de cosas que ya no es consonante con las necesidades de nuestros cambiantes tiempos.

La creación de poderosos nuevos partidos católicos sobre las ruinas de los diversos regímenes Autoritarios; la alianza de la Iglesia con ciertos estratos en Europa, en las Américas, en Asia, y, de hecho, en todas partes; su exitosa adhesión a la nación más poderosa, los Estados Unidos de América; su agitación de las perturbadas aguas de la política mundial contra el Socialismo y los países que lo han adoptado como su sistema político; su cruzada global contra el Comunismo y la Rusia soviética; su tronar contra una ideología que, más allá de todos los crímenes cometidos en su nombre, no obstante está agitando los corazones de las masas en todo el planeta -todo esto demuestra que la Iglesia Católica está entrometiéndose en los asuntos de los estados con la misma energía, audacia, astucia y determinación como lo hizo en el período entre las dos guerras mundiales.

La Iglesia Católica no es fácilmente disuadida por derrotas, contratiempos, o funestas fallas que quebrarían a otras instituciones menos majestuosas. Como el fénix, ella se levanta después de cada derrota más fuerte y más viva que antes. Los gobiernos pueden ir y venir, pero la Iglesia Católica continúa manteniéndose más desafiante que nunca. Recientemente hemos visto cómo ha reconstituido sus fuerzas, habiendo perdido a su aliado secular más poderoso en la Europa totalitaria. En algunos años se ha vuelto la socia espiritual de los Estados Unidos de América en su cruzada contra la ideología comunista y su encarnación, la U.R.S.S. Las conquistas de La Iglesia en el Continente americano le han compensado ampliamente por lo que ha perdido en el Viejo Mundo, y las alianzas que está haciendo allí le están dando una influencia más amplia en los asuntos del globo que la que jamás tuvo cuando era apoyada por las antiguas dinastías de los dictadores de la Europa moderna .

A pesar del tremendo crecimiento de sus enemigos, la Iglesia Católica continúa imperturbable en su misión. De hecho, su decisión de extenderse se ha vuelto más intransigente que nunca; sus sacerdotes, sus obispos, y muchos de sus laicos están esforzándose con celo de cruzados para extender su dominio a todos los rincones de la Tierra; ningún sector o estrato de la sociedad moderna escapa de su atención, ninguna nación o país está sin su Jerarquía o algunos de sus miembros.

A diferencia de Norteamérica y la Rusia soviética con sus dependencias políticas, la Iglesia Católica no tiene ni ejércitos permanentes ni bombas atómicas. Ni los necesita porque es poseedora de un arma que durante veinte siglos no sólo le ha servido para sobrevivir, sino para ganar y conquistar [N. de T.: aquí el autor iguala erróneamente a la Iglesia Católica con el verdadero Cristianismo, siendo en realidad aquella una deformación posterior de éste último]. Su fuerza yace en una apasionada convicción en su misión de convertir y finalmente gobernar a todas las naciones del mundo [N. de T.: cuando el mismo Señor Jesucristo dijo: "Mi reino no es de este mundo"].

Esta fuerza espiritual es respaldada por una organización insuperable y que ha hecho a la Iglesia Católica un poder de primera magnitud.

Sus diplomáticos son introducidos en casi cada Ministerio de Asuntos Exteriores del mundo; su prensa y sus instituciones caritativas, sociales, y políticas permanecen junto a los más modernos periódicos, clubes deportivos y culturales y centros de bienestar social en América y Europa; sus Partidos Católicos están compitiendo con poderosos movimientos políticos en los principales países del continente europeo; su gobernante, el Papa, aunque es un líder religioso, tiene más de cincuenta embajadores acreditados en su residencia, y sus palabras, obedecidas por un ejército de 400 millones, son consideradas por los líderes de todos los partidos y gobiernos y pueden tener consecuencias de mayor alcance que las expresiones de los jefes de Estado, las resoluciones aprobadas en los Congresos Internacionales, o las mociones propuestas por las Organizaciones Mundiales establecidas para asegurar la paz global.

Siendo la institución implacable que es, la Iglesia Católica no descansará. Como lo hemos señalado, para lograr sus metas continuará el paciente proceso de maquinación y contra-maquinación. Empleará la habilidad, la osadía, la diplomacia, la religión, la intriga -y todo el arsenal de grandes naciones decididas a extender su dominio en el extranjero.

Es totalmente esperable que en lugar de ayudar a impedir una tercera catástrofe mundial, la Iglesia Católica, al continuar alineándose con fuerzas ignorantes, contribuirá grandemente a ensanchar la brecha que ya separa dos grandes porciones del mundo. Pero mientras lo hace así, la Iglesia Católica debe tener presente que está poniendo en peligro no sólo las vidas de incontables millones, sino también su propia existencia. Una tercera guerra mundial, a diferencia de las guerras del reciente pasado, significaría la irremediable destrucción no sólo de pueblos enteros, sino también de antiguas instituciones entre las cuales la Iglesia Católica sería ciertamente una de las víctimas principales.

Millones de personas pensantes están esforzándose hoy por construir un mundo en el que se proscriba la guerra. Nuevas y vivientes fuerzas están en marcha. Debido a que la Iglesia Católica ha visto países pequeños desarrollarse hasta ser poderosos imperios y luego se han desplomado, debido a que ha visto subir y caer a incontables gobernantes, ir y venir ideologías, no abriguemos vanas ilusiones de que también verá el paso de las fuerzas progresistas que ahora están barriendo el globo.

Explosión atómica

Las bombas atómicas que en pocos segundos quitaron a Hiroshima y Nagasaki de la faz de la tierra y pusieron a Japón de rodillas debe ser una advertencia para todas aquellas fuerzas que tienen que ver con el futuro de la humanidad, en cuanto a que los métodos de los principios inflexibles de edades pasadas son para siempre obsoletos. A menos que se abran nuevos horizontes, que se ideen nuevos métodos, y que un nuevo espíritu anime, a los sistemas económicos, a las doctrinas sociales, y a los regímenes Políticos, así como a las instituciones religiosas, vendrá inevitablemente total y final aniquilación sobre ellos y toda la humanidad. La Iglesia Católica no será una excepción, y, como todas las otras instituciones mundiales, debería prestar atención de la advertencia y, acompañar el espíritu del siglo veinte, intentando seguir un nuevo camino.

FIN

 

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