Fabiola Luján Romero
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ANOTHER TOWN, ANOTHER TRAIN

 

 

A mis amigas del Josefa

 

 

 

         –Good bye, mother and father.

         –Good bye, Fabiola.

        La abrazaron, besaron, lloraron. Suerte, hijita, escribes. Ya, mamá, no llores que un día volveré.

         Fabiola caminó hacia migraciones. Allí le sellaron el pasaporte y verificaron su visa.

         –Pasajeros con destino a New York, abordar el vuelo 711 por la puerta número cuatro –llamaron por los altavoces.

         Abordó el avión de Aero Continente. Se sentó al lado de la ventanilla. Les pidieron que se pusieran los cinturones de seguridad porque el avión iba a despegar dentro de diez minutos.

         A las diez y cuarenta y cinco el avión empezó a desplazarse por la pista de aterrizaje. Elevó la nariz y empezó a ganar altura.

         Por la ventanilla Fabiola veía como la capital se iba haciendo pequeñita hasta desaparecer tragada por la oscuridad. Adiós, Lima; adiós, Chosica, un día volveré cuando haya triunfado, pensó. Adiós Josefa Carrillo.

         Estar en el avión era como estar sobre un colchón de espuma, a veces el viento nocturno sacudía la nave, pero eran movimientos sutiles, delicados.

         Se quedó dormida.

         La despertó la voz de la aeromoza pidiéndoles que se abrocharan los cinturones de seguridad porque iban a aterrizar dentro de diez minutos en el aeropuerto internacional John F. Kennedy de New York. Un espléndido sol se colaba por la ventanilla. Parecía el sol de Chosica. Fabiola se dijo que ese era un buen augurio.

         Allí estaba la Estatua de La Libertad. Podía sacar la mano y tocarla. Allí estaba el puente Golden Gate cruzando la Bahía de San Francisco. Ese espacio vacío entre los rascacielos era el lugar donde habían estado las Torres Gemelas que Osama bin Laden había hecho volar.

         El avión se deslizó suavemente sobre la pista de aterrizaje. Los pasajeros bajaron.

         Su destino de era New Jersey. Compró un boleto de tren y lo abordó. El trayecto duraba dos horas.

         Se quedó dormida. Cuando despertó, estaba en otro pueblo y había perdido su maleta. ¿Y ahora qué iba a hacer? Si se ponía a llorar, se iba a desesperar más. Ya estaba en los Estados Unidos, eso era lo más importante. Ahora tenía que luchar para que sus sueños se volvieran realidad.

         Como sea volvió a New Jersey. Buscó un trabajo. En un restaurante necesitaban una chica para lavar los servicios. La primera semana terminó con las manos llenas de ampollas y las uñas destrozadas, pero qué importaba, ella tenía que seguir luchando.

         Fue duro acostumbrarse a vivir sola, sin sus padres, a dormir en un lugar que no fuera su cama tan calientita. Hacía frío en New Jersey en las noches, un frío que te congelaba hasta la punta de los cabellos.

         Fabiola se compró un diccionario inglés-español para mejorar el inglés que le habían enseñado en el Josefa. Como se aburría cuando estaba sola, se compró una guitarra. Siempre le había gustado cantar. Había sacado buenas notas en el curso de flauta dulce. Empezó a practicar canciones. Era fácil tocar la guitarra.

         Como jugando, y recordando ese fallido viaje en tren, compuso Another town, another train: Day is dawning and I must go / you’re asleep but still I’m sure you’ll know / why it had to end this way / you and I had a groovy time / but I told you somewhere down the line / you would have to find me gone / I just have to move along. El coro le salió más bonito: Just another town, another train / waiting in the morning rain / look in my restless soul, a little patience / just another town, another train / nothing lost and nothing gained / guess I will spend my life in railway stations.

         –¿Qué cantas, chavita? –le preguntó su compañera de labores, una mexicana que también había venido a los Estados Unidos en busca de hacer realidad sus sueños como ella.

         –Una canción que compuse anoche –dijo Fabiola.

         –¿En serio, manita?

         –Sí –dijo Fabiola.

         –Bonita letra –dijo su compañera –, y tú tienes bonita voz. ¿Por qué mejor no te dedicas a cantar?

         –¿A cantar?

         –Claro, manita. ¿O toda la vida vas a estar lavando platos? ¿Has venido a eso a los Estados Unidos? Tú eres mejor que la Britney Spears.

         La mexicana tenía razón.

         –Yo tengo un amigo que conoce un productor musical –le dijo–. Te voy a contactar con él.

         Al productor musical le gustó la canción que había escrito Fabiola. Le pidió que escribiera otras. Fabiola se acordó de un viejo amor y compuso Knowing me, knowing you: No more carefree laughter / silence ever alter / walking through an empty house / tears in my eyes / here is where the story ends this is goodbye.  Practicó una y otra vez hasta conseguir el siguiente coro que gustó tanto a su amiga mexicana como al productor musical: Knowing me, knowing you / there is nothing we can do / knowing me, knowing you / we just have to face it / this time we’re through / breaking up is never easy / I know but I have go to / knowing me, knowing you.

         –Escribe más canciones para hacer un disco –le pidió el productor.

         Fabiola se puso a componer con ganas.

         Un día se encontró en el chat con su antiguo profesor de música.

         –¿Y qué haces por la vida, Fabiola?

         –Estoy en Estados Unidos, profe.

         –Anda, mentirosa, te va a crecer la nariz.

         –En serio, profe. ¿Se acuerda que yo le decía que algún día me iba a venir a los Estados Unidos? Pues me vine. Estoy en New Jersey.

        –¿Y qué haces por allá? ¿Estás de secretaria? –preguntó el profesor con ironía.

         –Estoy grabando un disco, profe.

         –Anda, loca, eres bien mentirosa. No te voy a creer hasta que me invites a tu concierto.

         –Okey –dijo Fabiola–. Lo invitaré.

         Ese día escribió Disillusion: Changing, moving, in a circle / I can see your face in all of my dreams / smiling, laughing, from the shadows / when I hear your voice I know  what it means / I know it doesn’t matter just how hard I try / you’re all the you’re all reason for my life / disillusion, disillusion’s all you left for me.

         Cuando complete diez canciones, Fabiola entró al Westlake Audio Studios de Los Ángeles a grabar su primer disco al que llamó Another town, another train como homenaje a esa vez en que se perdió camino a New Jersey.

         –Tenemos que buscarte un nombre artístico –le dijo su productor musical–. ¿Cómo te gustaría llamarte?

         Un nombre artístico.

         ¿Cómo le gustaría llamarse? ¿Josefa? Era un nombre feo. ¿La muñequita Fabiola? Peor. ¿Fabiola War? Agg. Tenía que ser un nombre bonito, un nombre que vendiera, que se quedara en la mente del público. ¿Y si se ponía Miluz? Miluz sonaba bien, era musical.

         –¿Me puedo llamar Miluz? –le preguntó a su productor.

         –Claro. Es un nombre bonito. Ahora hay que pensar en tu debut en los escenarios, Miluz.

         –¿Voy a cantar en público?

         –Claro. ¿O no quieres?

         –Sí, me gustaría. ¿Puedo invitar a mi familia?

         –Invita a todos los que tú quieras, Fabiola, perdón, Miluz. Tú eres la estrella.

         Un veinte de enero, Fabiola subió al escenario del Madison Square Garden de New York donde solo cantaban las grandes estrellas.

MILUZ in concert anunciaban las luces de colores

         Agarró su guitarra y empezó a cantar I have a dream, la canción que resumía toda su existencia: I have a dream, a song to sing / to help me cope with anything / if you see the wonder of a fairy tale / you can take the future even if you fail. El público, entre quienes estaban sus padres y el incrédulo profesor de música, se pusieron de pie para acompañarla en el coro: I believe in angels / something good in everything I see / I believe in angels / when I know the time is right for me / I’ll cross the stream, I have a dream.

 

* Todas las canciones que aparecen en este cuento pertenecen al grupo musical ABBA

 

© Fabiola Luján Romero

 

 

 

Fabiola Luján Romero, Perú, 1991. En diciembre termina la secundaria. Ha escrito cuentos y poemas desde niña. Ha vivido unos años en New Jersey. Admira a Cielo Latini. También ha leído a Sábato, Cortázar y Puig. Está escribiendo su novela Promo 2007. Quiere ser escritora. Este es el primer cuento que da a conocer al público.

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