Magda
Trujillo |
EL VIAJE
Me
acuesto en el césped, tomo aliento y espero a que mi cuerpo termine de
relajarse. Cierro los ojos para aliviarme del mundo y empiezo a sentir
como una suave caricia roza mis piernas. Me siento para mirar que es
y de repente, la caricia se traslada a mi espalda, una mano
recorre mi columna, vértebra por vértebra,
hasta llegar a mis nalgas. Reparo a los lados, nada, simplemente
no es nadie. Vuelvo
a acostarme en el césped y
ahora siento la mano en mi pubis, mi vientre y finalmente corre como
hormiguitas hasta posarse
en mis senos. Procuro mantener los ojos cerrados, me relajo y dejo que
esas manos invisibles me inunden de caricias, pequeñas cosquillitas
que hacen estremecer mis entrañas. Placida
abro los ojos para comprobar que esas caricias no provienen de nada
definido, miro el espacio y noto como las nubes
se descubren ante mí, tomando la forma de figuras extrañas que
me rozan y siguen su rumbo. El cielo parece sacudirse con el vigor de un
hombrecito insignificante que grita al mundo su inconformidad. De
repente las manos me acarician levemente,
y su contacto con mi piel se convierte tan solo en pequeños
impulsos que me hacen
temblar intermitentemente.
Reparo en como el aire
empieza a resultar espeso,
pesado, es casi una bruma densa, que hace del atardecer un paisaje
deforme, al cual percibo y se esfuma con mi tacto, mi aliento, mi vista. Las
manos invisibles ruedan por mi brazo y atrapan mis muñecas, palpan con
sus yemas mis yemas, mis falanges, los interminables caminos que se
cruzan en mis palmas. Pienso que el mundo muere y nace a la vez, en
estas manos ahora acariciadas por algo irreal, que rehago la existencia
de seres volátiles que se esfuman ante mí con los simples
deseos de verlos desaparecer. La
noche me atrapa, y las manos invisibles
empiezan el recorrido en sentido inverso, pero ahora en compañía de
mis manos, nos apresuramos por los brazos, palpamos la cúspide de mis
senos, tomamos el camino
del placer hasta hundirnos en mi infinito ombligo, salimos de nuevo a
flote y
rozamos con impaciencia mi pubis y
finalmente descendemos por mis piernas. Las manos y mis manos terminan su recorrido, y empiezo a sentir como un líquido amargo sube por mi garganta y sale con una presión incontenible de mi cuerpo, observo el liquido violeta que se halla en el césped y acepto con resignación que la psilocibina me ha abandonado,. Ya no hay manos invisibles que me acarician, ni figuras deformes, una sensación de vacío me inunda mientras poco a poco todo vuelve a la asfixiante normalidad.
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Magda
Zulena Trujillo Rodríguez, Nacida en 1983 en Purificación,
Tolima- Colombia. Estudiante de Licenciatura en Lengua Castellana de la
Universidad del Tolima y actriz de la Corporación Probeta Teatro de la
ciudad de Ibagué. |
Revista Literaria Remolinos