Jéssica
de la Portilla Montaño |
EL DIARIO DE UN SÚCUBO
—¿Pero
no te da miedo? —preguntaba ella. Él
se acercó para besar su boca, estaba ansioso por beberla, el sudor le
escurría por la piel. Ambos disfrutaban de otra noche juntos, tal vez
la última. Él
la esperaba sin una sola prenda encima, ella solía vestirse con las células
que le quitaba a su amante. No era la segunda ni la tercera vez que se
encontraban así. Esa habitación había sido escenario de diversas
peleas en las que él se deslizaba dentro del cuerpo de ella y sentía
una lengua hundiéndose en su boca como si fuera un cuchillo. Las
manos de él jalaron el cabello de ella. Un poco más arriba, escondidos
entre los rizos negros, había dos cuernos rojos que combinaban
perfectamente con una cola roja terminada en triángulo. Ella
era un demonio. Pero
no era cualquier demonio. Era un súcubo. Los poderes de Luzbel
estaban a su servicio; eligió a su víctima luego de hacerle un horóscopo:
él era el indicado para saciar sus fantasías y esa gula sexual de tres
siglos. Ella
no esperaría un segundo más. La
primera ocasión lo visitó a media noche. Él no estaba dormido y se
sorprendió al ver que un demonio había entrado a la oscura habitación.
Ella vestía un top negro casi transparente, el ombligo se
mostraba como un reto y unos jeans negros con tacones rojos completaban
el cuadro. Ella notó la mirada del chico y se asustó al sentirse
descubierta (los humanos jamás deben vernos), pero decidió que sería
más sencillo seducir a un hombre despierto que a uno dormido. Ella
caminó hacia la cama, se quitó los tacones y se sentó en las piernas
del chico; él puso sus manos en la espalda de ella para ayudarla a
equilibrarse y sintió unos invisibles colmillos acariciando su oreja...
Estaba aterrorizado: los cuernos rojos brillaban frente a su rostro como
luces de neón, la entrada al infierno de Beetlejuice. Él sentía
miedo, pero sus manos no. Diez dedos resbalaron por el top negro,
llegaron a la cintura y se encontraron con las apetitosas costillas del
diablo. El chico abrió la boca, iba a pedir permiso, pero el súcubo ya
sabía qué deseaba. Ella se puso de pie para dejar que él la mordiera,
una lengua de bronce recorrió el ombligo dejando una marca de fuego
alrededor. El súcubo cerró los ojos, puso ambas manos sobre la cabeza
del chico y tirando del rubio cabello lo atrajo hacia ella... —¿Pero
no te da miedo? —preguntó ella de nuevo, sacando al chico de sus
pensamientos. Él no recordaba lo que era el temor y había olvidado el
arrepentimiento. —Tengo
que irme –el súcubo se puso de pie. El amanecer se asomaba entre las
cortinas llenas de polvo. —Quédate
—suplicó él. El
súcubo caminó hacia la puerta, pero dudó un instante. Ése
fue su gran error. Ella
sabía que de cualquier manera sería castigada: desde el principio la víctima
descubrió que era un demonio. Ella lo siguió visitando noche tras
noche sin importarle que él no durmiera. El
súcubo se había enamorado de ese humano. —Haré
lo posible por venir esta noche. —No
te vayas —insistió él—. Te castigarán. El
demonio miró al chico directo a los ojos. —No
es por eso. El
súcubo atravesó la puerta. El chico corrió detrás de ella, pero sólo
había oscuridad rodeando su habitación. El demonio femenino había
desaparecido. Ni siquiera sabía su nombre. El primer rayo de sol inundó
las pupilas del chico, pero la luz no lograba borrar de su memoria
aquellos encuentros. Él
tomó su cuaderno. Cada tarde escribía lo sucedido por si no volvía a
verla, pero ella siempre regresaba. El súcubo aparecía en cuanto el chico cerraba ese diario maldito...
© Jéssica de la Portilla Montaño
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Jéssica de la Portilla Montaño, personalidad ficticia de Gina Halliwell, locutora nominada como “Mejor Escritora de Artículos de Internet” por la 11va Conferencia de Música Electrónica y Cultura Rave de la Ciudad de México. Síguela al infierno en www.TodoMePasa.com |
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