Wit writing o Las falsas actitudes del agua, de Andrea Cabel |
Por: Leoncio Luque
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“El
nacimiento de un poeta es siempre un acto de “desorden”, y presupone
un futuro nuevo modo de adhesión a la vida”, nos dice
Salvatore Quasimodo. Y
es a través del espíritu poético,
que se reconoce la aridez, la dispersión que fluye en la vida, y
la vida se entiende, aquí, como alegría, dolor, miseria, soledad,
impiedad, sinónimo de humanidad que no maquilla nada; es la impresión
grata, que me ha causado al leer la poesía de Andrea Cabel, autora del
mejor poemario reeditado el presente año en el Perú.
La poesía en sí, es una manera de explorar el mundo; no obstante,
que la tradición la
considera como disciplina práctica, expresiva, tendiente a fabricar
objetos estéticos, placenteros; pero, también como un medio de conocer
la realidad a través de tres elementos del que nos habla Octavio Paz:
libertad, amor y poesía. Y
el poemario de Andrea Cabel tiene los tres ingredientes; pero, además,
es lenguaje, y precisamente por ser lenguaje, es filtro de conocimiento,
reflexión y búsqueda de identidad que transforma el mundo; ejercicio de
libertad plena que ha conjugado Andrea en este conjunto de poemas, que
oprime o acaricia; que es un
proceso de unidad entre la palabra y el mundo,
que se hace presente, como
un espíritu crítico en “Las
falsas actitudes del agua”.
La poesía asume toda una forma, que llamaríamos escultórica,
pues trata al lenguaje como un bloque de mármol tan amplio como sea
necesario, para así, satisfacer las necesidades expresivas del poeta y
asegurar en el texto poético, fidelidad hacia su contenido, como vemos en
los versos de Andrea Cabel, que patenta libertad y conocimiento; además,
donde los poemas se vuelven un tráfico, un negocio con lo imposible, que
se desidentifica en interminable búsqueda del poema perfecto, donde el
poema pierde el titular de su habla.
En “Las falsas actitudes del agua”, los poemas se
vuelven inubicable, roto, pero unido por el contexto que se desenmascara a
través de la purificación de la palabra que emplea, como cuando dice
“... yo era capaz de renacer en él” claro, en la poesía.
Pero también se observa en el poemario, una construcción estética de
fragmento y de discontinuidad que funciona como una extraña
intromisión, un aporte formal de la escritura del siglo XX
que es mezcla de libertad y rigor
básico de escritura, que destella un pensamiento no acabado, de un
aliento poético de hacernos cómplice de algo, que con el rastreo del
mensaje alternativo se encuentra completado
y complacido sólo,
por el lector atento, a través de
la insistencia de su voz en la lectura del poemario.
El poemario de
Andrea Cabel es uno de los libros más reveladores y celebrados de la
reciente poesía peruana, que ha trascendido las fronteras, no en forma
gratuita, como podrían pensar algunos advenedizos que se ocultan, detrás
de la sombra para lanzar petardos; si no, porque el poemario, más que un
manojo de textos, a primera lectura, es una construcción ordenada de
estructura racional y conjunta, que permite al final de lectura despertar
del letargo y monótona, de la escritura, que a veces no dicen nada. Pero
además, detrás de la forma,
de la construcción hay un golpe estético, punzante, de una aserción
chocante y subversiva,
con estallido de luces, de sensaciones y sentimientos que flotan, exige,
reclama atención y participación para entender su mundo, que intenta dar
algo más, de lo conocido. Y
es así, que a través de las imágenes concibe reflexiones
e intersecciones temporales que nos hace
ingresar a ese recinto cerrado, de ventanas o compuertas, que se abren
y agregan una comunicación dual, donde él yo, está más allá del mismo
concepto de poesía.
El libro es un testimonio de soledad, estigma y goce, que brota del
placer de leer o rechazar, pero también es dolor, amor, abandono que
ordenado bajo una racionalidad estética y conocimiento, permite
abandonarse y caminar por esas falsas actitudes del agua, sin temor a
naufragar, con la seguridad de construir un camino con la luz apagada,
pero transitorio, como en la “última promesa escrita
a cada instante”; y es que Andrea Cabel construye un mundo “tan
lento y descarnado” a través de esa luz cegadora en un mundo
apagado, convulso y violento; justamente para llenar “todo el vacío”
con “los besos y el llanto“, “cerca de la huerta”
de su vida, “que muerde, que conmueve”, que es poesía
vital.
Andrea
Cabel no ha buscado el camino fácil de la escritura para establecerse cómoda,
sino ha indagado, roto
“las reglas de las excepciones” para mirar “a lo lejos/ a los
átomos que caen/ libremente” sin atadura “como las gaviotas
tras las alas, / precisas y puntiagudas/ en una ceremonia de tiempo
blanco, en un baile luminoso que solloza”, versos que conceptúan claramente su quehacer poético, que
imprime su deseo y “lo que viene después”. Creo, que estos
versos trasuntan la personalidad de Andrea Cabel como poeta
cuando dice: “criatura como yo/ de carne frágil / y cráneo
arbóreo / de soplo cítrico/
amarillo/ frigorífico/, como ración de miga, / en fermentado suelo/
constante espera, /”.
Andrea Cabel es una explosión de imágenes de “viento y espuma” que se hunde en la noche como “luz transfigurado entre
distancias y miradas/ miradas que observan” que penetran sin
respuestas, cómo aquel poema titulado [san antonio I ] una suerte de un
cuadro abstracto, pero real, que respira y transpira vida; donde además,
dibuja y pinta “una guerra de espejos” donde la soledad se
perfila abandonada, “en los pozos de los abuelos” que como búsqueda
de identidad y afirmación, es observado “desde la cama...
desde... las
grietas de todas partes” de esas grietas que se abren a nuestro
recuerdo, a la que regresamos siempre y tratamos de alejarnos,
a pesar de que en el mundo hay
“destrucción para nosotros/ silencio de papel estrella ciega como el
tiempo de un suspiro.” En
la segunda parte del libro hay un homenaje merecido a Carlos Germán Belli,
con quien Andrea se identifica y está, de más decirlo, el poema con que
se inicia, lo anuncia así: “criatura como yo/ de carne frágil/ y cráneo
arbóreo” o como cuando se reconoce, y dice “O escritura como
tu, /colérico átomo invisible/ fracción fugaz de áureo recuerdo”:
y es que, es a partir de esta alegoría que construye historias como
de “salvador” y “ella” que puede, ser ese, yo, la madre
isabel, micaela; que son búsquedas y reconciliaciones con
las historias que van de la a
hasta la z., acaso el rastreo familiar disperso y añorado. Fruta
partida
es historia y confesiones, poblamiento de soledad, búsqueda y entrega de
monólogos con los yos poéticos, que como personajes, forman parte del
“yo” que grita; de donde
se desprende, que es la acusación incandescente de la soledad, ante el
precipicio que amenaza. Se
habla de libertad y amor, como columna vertebral del poemario, en las crónicas
de: “micaela ha muerto
como sin pena, elegante y blanca rodeada de sedosas mantos blancos todavía”
poemas núcleo que nos lleva a la salvación de este “desordenamiento
poético”, llenos de arraigos y fantasmas, de la presencia de un yo,
que canta a la vida. La palabra salvación o salvador es una clave poético
para salir de esta soledad a la que se aferra Andrea, como
esperanza, y no al camino precipicio desolado. En
la tercera parte del libro hay alusión a la mujer que no se enmascara,
sinónimo de entrega
y equilibrio, pero delirante a la vez, donde la palabra busca su
presencia y su contemplación; dando a paso a la comunión con él yo,
donde lo disperso se reencuentra
después con la errancia que es la poesía, en
unión de personajes que recuperan su yo poético para sus fueros. Donde lo
fragmentado en la forma, se vuelve a enlazar en este caos que se
propone cuestionador, pero que al final reconcilia, sintetiza, se
presenta clave para entender el libro, en el que los protagonistas,
se incorporan buscando la identidad perdida en algún momento en esos yos,
que se refleja en el espejo disperso donde se unen, como “una explosión
de gritos” y todas las mujeres son la misma “caminando con la máscara
del cielo como estrellas pintándose la boca. /”
Andrea nos sorprende y dejan
rastros de ese estro inspirador
y constructor de caminos, de palabras
talladas; compromiso para seguir leyendo estos versos rotos, como
nos dice ella, que deleita el sentido y nos recupera el alma roto, que
todos llevamos, cuando asumimos que la poesía es comunicación, reflexión,
lenguaje, y comunión espiritual.
Yo festejo este libro
con los versos de Fernando Moreno poeta argentino, a manera
de colofón, después de leer
“Las falsas actitudes del agua” de Andrea Cabel que
ha entregado su vida cargada de madurez y poesía, como una forma
de alegría y comunión que comparto con los lectores: Harto
ya de alabar tu piel dorada, / Tus externas y muchas perfecciones, / Canto
al jardín azul de tus pulmones / Y a tu tráquea elegante y anillada. Canto
a tu masa intestinal rosada, / Al bazo, al páncreas, a los epiplones, /
Al doble filtro gris de tus riñones / Y a tu matriz profunda y renovadas. Canto
al tuétano dulce de tus huesos, / A la linfa que embebe tus tejidos, / Al
acre olor orgánico que exhalas Quiero gastar tus vísceras a besos, / Vivir dentro de ti con mis sentidos... / Yo soy un sapo negro con dos alas. © Leoncio Luque
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Leoncio
Luque Nació en Puno – Huancané. Estudio en la
Universidad Nacional Federico Villarreal Lengua y Literatura
(1986-1990). Fue editor de la revista cultural Prisma y Proyección
2002. Participó en el Colectivo Lobo Estepario, donde publicó
poemas colectivos en la revista Poemas para Kemar. Sus poemas han
aparecido publicado en diarios, revistas y en antologías de poesía
peruana. Tiene publicado los poemarios Por la Identidad de las Imágenes
(1996), En las grietas de tu espalda (2001) y Crónicas
de Narciso, (2005) Y además, ha publicado en la antología: Persistencia
Vital: Noble Katerba (2007). |
Revista Literaria Remolinos