Francisco
Retamozo |
PLAZA SAN MARTÍN (mil vueltas en patines)
En mi cuarto ha quedado mi alma echada perfecta en la tierra y los ojos vagos de mi abuela estoy aquí dando vueltas los autos huyen la gente ríe y danza se empaña de humo negro la frente pegajosa (suda) brillosa los dientes amarillentos trituran la comida callejera el horizonte como una rama frágil de tronco fuerte
En mi cuarto ha quedado mi alma estoy aquí mirando las torres las ventanas de la plaza me observan no huyo (no tengo miedo) las ventanas de mi cuarto me acompañan miro desde los altos Una sombra de avión los barcos de noche Una luz en alta mar la corona del cerro Una senda iluminada una prostituta pasa Traslúcida travestí las serpentinas golpean el día enfriándolo
En mi cuarto ha quedado mi alma echada estoy aquí ausente en la banca presente en mi cuarto Dar mil vueltas en patines y volar hacia la orilla de un lago lejano donde vaya sólo estará la gran ficha imponente El sol y una tarde majestuoso delirante enloquecedor
Mil vueltas en patines y los muchachos envueltos en bolsas azules Ellos ríen invaden las calles de la plaza muchachos entre las aguas turbias del verano prolongadas miradas enloquecidas él mira una banca aparece tomo asiento hablamos Mil patines alrededor y caminamos Picasso mirábalos también los pintaba desnudos en azul En el fondo de una taza de café las piedritas eternas La playa brisas humedecen labios apretados frente amplia (en qué época estoy) Mil vueltas en patines otras mil vueltas vueltas vueltas vueltas vueltas caen serpentinas grises del cielo la plaza cambia de estación (el murmullo de los carboncillos) En el día memorable caen los naipes los párpados las hojas entra el mar a mi cuarto ellos miran ninguno conserva mi paz una madeja de lana naranja la gata la hace rodar al techo perturba voy sin zapatos rodeado de árboles troncos azules caracolitos y caigo en la arena de la plaza domingo perdido oscuro
Mil vueltas en patines “estrellado muere muchacho loco patinero”
Desde una ventana ancha los zapatos sucios sobre las rodillas el cuerpo desnudo yo miraba la calle Reflejo del tiempo la calle ignora la soledad en sus horas de silencio detalle el carboncillo sostiene la línea final arriesgado equilibrio ¿Las crayolas servirán para algo? ya mi cabello graso pesa ¿Cómo cambiar el color de piel? minimalista desde la ventana siento entrar la calle angosta al cuarto las palabras calmas en los pies descalzos Estas serpentinas naranjas entran a la hora milenaria y te baña la piel incendiándola te hace sudar reflejando los zapatos negros apenas los pies He volteado ya puede detenerse el mundo ha venido a reclamar sus zapatos (si no camina muere)
Estas serpentinas colgadas como cáscaras de naranjas dejada secar invaden las calles adyacentes a la plaza se impregnan en la piel cambiando de color nos domestica descubriendo nuestra intimidad sin pudor se impone elevadas las telas Estas serpentinas te invaden el paladar masticando la lúcuma tendido en las sábanas secándonos la piel fiesta en los cielos arden los cerros caprichoso a la hora del té serpentinas naranjas en el alma Son estas serpentinas las que penetran la tierra quebrándola en capas y descascaran la piel seca los buitres hambrientos olfatean a la moribunda nadie recoge sus restos Son estas serpentinas naranjas las que penden de un hilo (el mismo calor humano y la putrefacción social)
Y Los
sinchus sujetan los charangos gritan
apretaditos en la plaza escenario de movidas muy
lejos de ser una fiesta las
serpentinas caen del cielo te cogen el cuello como manos asfixiadoras El
jirón en brazos alzados y la garganta irritada huir
cuesta abajo correr van
quedando sandalias ponchos
los dientes los huesos
adónde recurrir
qué procesión seguir
al amparo de quién
ponerse Tercos
caminamos bordeando la plaza como
marea alta Refrescando
el rostro con trapos empapados
de agua y vinagre Mil
vueltas en patines y no se puede avanzar empujar Son
las serpentinas asfixiantes lanzadas de los techos ¡Cómo
bombardeaban! Tiran
contra las rejas del gran teatro Colón a
quemarropa Quilka
sostiene la estampida
llora el poeta de
cenizas de Altamira
bebe un sorbo de esta
agua ardiente
impaciente
sin
muertos seria mejor El
ay de una mujer increpando a los hombres de dios todos
poderosos encima de los techos un
helicóptero aparece ella
se estremece temiendo
al castigo se
esconde detrás de las piernas de un señor arrodillada
sigue balbuceando las palabras puño
en alto alentada por los gritos de los charangos Ella
en la mira del ojo de dios golpeándose
el pecho corre
desalentada no
aguanta más el ahogo se
siente pecadora sucia Pierde
los tacos la cartera
el sostén desnuda
la plaza golpeada
en nombre de dios Del
cráneo emana un hilo de sangre y
la vereda ensucia un
charco navegable que los periódicos cubren ¡Dios
castiga a los descarriados
aprenda señora!
Diez
Once Doce -Ustedes
tienen la culpa yo no Así
debe ser en nombre de dios todo se puede luego
no importan las palabras en las exequias letra
muerta que se lleva el viento como
mis cenizas- En
cadena los charangos de cuerdas irrompibles las
voces regresan a la plaza
(…ni un paso atrás) Del
inocente modo de ser del fulano versus
la soberbia del mengano chacchando
coca en sandalias empolvadas y
mujeres con sus hijos Hijas
con sus padres de
taco alto y manos en la cintura El
viejo italiano con bastón y su nieto Un
grupo de ancianas muy juntas para que no las tumbe la
avalancha humana La
poeta preocupada por los chicos atropellados cuidando su
integridad sus cámaras
fotográficas sus
mochilas El
roquero flaco alto de melena larga y su enamorada una
enfermera atendiendo a los desmayados Otras
parejas sin tiempo para amarse corren también Se
quema el edificio nacional cae
el muro ¡Qué vergüenza! Los
valiosos cuadros se achicharran Hay
muertos Así lo
prefieren Vuélvelos héroes Apalear
la tristeza colectiva Hasta
que se vuelve el firmamento Manto
violeta ensangrentado
(...una larga noche) La
plaza bajo la luna plateada Llena
¿Era llena? De
aquí de allá se mata a los
perros muerta
la rabia Quedan
las cicatrices de los galgos como
esta plaza testigo del
horror el corre corre murmullo
del tiempo en las esquinas como libros abiertos que la gente no lee
Y un
nuevo solsticio de verano en la Plaza Mil
vueltas en patines
Ellos moran
me siento a contemplarlos Estas
serpentinas naranjas entrantes chocan las paredes incendiando
las calles adyacentes
Una nueva
tarde
como dar unos pasos
y de pronto la plaza y sus piletas
salpicándote algunas gotas al
rostro Miro
la llama del horizonte
El tramonto
donde
danzan los dioses
del
viento
al
final del día ebrios
(te atraen inevitablemente)
Y se ha marcado tu cuello
enredando los bolsillos
La
mar reflejada en rostros
bronceados
bellos muchachos desnudos
Damos
un par de vueltas
bajo
estos árboles copiosos
haciendo
hora
© Francisco Retamozo
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Francisco Retamozo, de treinta y nueve años, natural de Lima. Publiqué las plaquetas Aedosmil, El bote, en las revistas electrónicas El malhechor exahusto, en Casa del poeta peruano y últimamente en la Revista Literaria Remolinos. |
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