Carlos Kuraiem
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Presagios de Guerra, 2 de abril de 1982

 

 

Dejé

mi calle

atrás,

atrás,

mi espalda;

un recuerdo

atrás...

 

Un sol, soldado, en mi ventana...

Un árbol de sombras...

Una vecina limpiadora de veredas...

Y un cartel a los familiares que decía:

 

El poeta salió a pelear la realidad.

 

 

 

 

 

 

Que los tengo a mis pies

 

 

Que los tengo a mis pies.

Que me pisan los pies.

Que no me llegan a los pies.

 

¿Que sí llegan a mis pies?

¿Que se apoderan de mis pies?

¿Que me sacan el zapato

y me cortan los dedos con sus bayonetas?

 

¿Que pisan la tierra que piso?

 

¡Que los piso a ellos!

¡Que mis pies no se dejan!

 

Que mis pies se afirman en este suelo.

Y desde aquí me crecen

y se clavan como un mastil.

 

No, no... mis pies no corren

por mis piernas, yo no corro

por mis pies...

 

¿Que tienen los pies más grandes

y no les alcanza ninguna medida?

 

¿Que viven probándose los zapatos

de los demás?

¿Que todos los números son de ellos?

¿Que se prueban mis zapatos?

 

¡Que este zapato no se deja

                                           sepan!

 

¡Que este pie no se deja

                                    sepan!

 

Que este pie no se deja,

que patea si se acercan,

que no se acerquen...

 

Que camina por la medida de su horma,

y abarca la costura de su tierra...

 

Que patea donde más les duele.

 

¿Que pisan la tierra que piso?

 

¡Que los

             piso!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El poeta creyó

 

 

 

El poeta creyó

que era otoño...

 

Al ver caer a los hombres,

que confundió con hojas

que caían desde sus armas...

 

Que confundió

con ramas

que se acostaban

                        sobre la tierra...

 

Que el poeta creyó

un patio...

 

¿Y la sangre

que goteaba de los cuerpos?

 

Con la lluvia que caía

sobre su ventana

que era un cielo

que el poeta

confundió

en sus

            hojas...el otoño...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mi abuelo gallego

 

 

 

Mi abuelo gallego, decía:

 

Que en un tiempo,

en un lugar,

unos hombres...

 

Y yo trataba de explicarle:

 

Que no hay tiempo,

ni éste es lugar para cuentos,

y que esos hombres están aquí.

 

Pero él, me seguía contando...

 

Que esos hombres cargaban armas,

que llegaron con malas intenciones

a matarle los hermanos...

 

Yo lo quise cortar diciéndole:

 

Que hay que irse,

que esos hombres vuelven.

No me entiende, abuelo...?

 

Y el continuaba...

 

Que a la abuela gallega...

a los vecinos y a sus hijos...

¡esos hombres

                       los mataron!

 

No siga, abuelo...

Quise secarle las lágrimas y él...

 

Después nos embarcamos...

dejando la casa, la tierra

                                    ¡el hambre!

 

Eso mismo, abuelo, hay que irse...

¿No oye los estruendos?

 

-¿Qué ruidos son esos, hijo?

 

Los de la guerra, abuelo...

 

¿La guerra...? La guerra...

había terminado entonces,

al poco tiempo que inmigramos...

 

¡Eso mismo abuelo, hay que emigrar

de nuevo! Esta es otra guerra,

¿me entiende, o no...?

 

Sí, sí, los Moros, otra vez.

 

No, no son los Moros, abuelo.

¡Son los Ingleses!

 

¡Que nos devuelvan Gibraltar,

esos usurpadores!

 

¡Que estamos en Argentina, abuelo,

no en España!

 

¿Y qué quieren aquí?

 

¡Quieren las Malvinas, las Malvinas

abuelo!

 

Pero las Malvinas...

¿No son Argentinas?

 

 

 

 

 

 

 

Presagios de guerra

 

 

 

Llevo un trabajador en cada bolsillo,

    será por eso

que nunca me alcanza nada,

que me mueren los poemas como sueños,

y viajo con los brazos en alto

   en los colectivos repletos.

 

Y muero anónimo

envejecido de versos.

Siendo un poeta tan nuevo.

 

Soporto una lucha diaria

en cada paso que avanzo...

 

Quizás sea eso,

que los días me terminan

sin yo nunca terminar las horas...

 

Que me mueren los meses, los años,

las décadas, de tanto esperarlos

se me caen los brazos

y me cuesta un siglo y medio

  volver a levantarlos.

 

Un siglo de poeta

y medio, postergado.

 

Cargo mis dilemas en este poema abierto,

como una mano abierta,

un cachetazo a mí mismo,

como un verso guacho duele.

 

Sólo tengo este tiempo

para expresarme,

y puedo verlo,

y veo con los ojos de mi tiempo.

 

Veo que hoy la patria

reclama al obrero

que ayer fue golpeado

por unos «patriotas»...

 

¿En una manifestación imaginaria?

 

Para ir a ocuparse de una guerra.

 

Qué no hace uno por su tierra

qué no aguanta uno por ella

qué no entrega

qué no llora

qué no deja.

 

Es de verse como todos se ofrecen,

sin reservas marcha el hijo,

el padre, la madre...

y yo, me alisto con ellos.

 

Sólo pesarán los hijos vivos

en las conciencias.

Me eligirán a mí

para hacer el inventario

                           de sus hijos muertos...?

 

Y yo les diré de consuelo:

 

Que también los estudiantes

mueren jóvenes...

Que el obrero no se alcanza

a sí mismo...

Que los poetas en esta tierra

mueren apenas nacen...

 

Y será por eso, decía,

            que esta guerra es una llaga,

            que hay un invasor que invade

            adentro y otro invade

            desde afuera

          y a ninguno de ellos les doy crédito.

                                 

Y será por eso, ¡diré siempre!

 

Que no me dura el poeta,

ni un poema,

ni unas sílabas;

ni una sola letra tomada a préstamo.

 

Y me rechaza el sueño...

 

¡Que ahora veo a mi pueblo en armas!

¡que veo presagios de guerra!

 

Y el sol sólo me dura un día.

 

                                           Y ya no veo

                                           a mi

                                                 tierra...

 

 

 

© Carlos Kuraiem

 

 

Carlos Kuraiem (Argentina, 1956). Poeta, narrador y músico. Publicó 5 libros de poesìa, la novela “El hombre del Traje a Cuadros de Diez Colores que llegó en la Carroza de los Días Patrios”. Recientemente reuniò una selección de todos sus libros de poemas en Obra Poética Ilustrada (2007). 

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