Plaza de toros

Concepto y descripción de la plaza de toros.


 

 

En la actualidad, reciben el nombre de plazas de toros los recintos construidos específicamente para albergar en su interior espectáculos taurinos (aunque, sobre todo en los últimos tiempos, pueden tener también un carácter polivalente que les permite dar cabida a otro tipo de espectáculos). Se trata de edificaciones circulares y descubiertas (aunque hay excepciones a ambas características), individualizadas por una arquitectura singular -generalmente, sujeta a unos cánones estéticos tradicionales-, y adaptadas perfectamente a las necesidades de una corrida de toros y de los espectadores que asisten a ella. Cuentan, por ello, con un ruedo o redondel cubierto de arena, en donde se celebra la lidia; con un callejón por donde se desplazan los toreros, auxiliares, autoridades y el resto del personal que hace posible el festejo; con unas localidades de asiento que, por norma general, se dividen en entradas de tendido, palco, grada y andanada, y cuyo precio varía en función de la porción de sol o sombra que reciban en el transcurso de cada festejo; con escaleras interiores y pasillos de acceso, que, a través de los vomitorios, comunican las puertas de entrada y salida a la calle con las localidades de asiento; con servicios de atención al público, como despacho de bebidas, aseos, botiquín, etc.; con taquillas, oficinas, conserjería y otras salas acomodadas para la gestión administrativa; con una enfermería asistida por un equipo médico y equipada con cuantos medios técnicos y humanos establece la reglamentación vigente; con un desolladero donde se procede al avío de las reses recién despachadas; con un patio de caballos al que se asoman cuadras, enfermería veterinaria, cuartos de aperos y demás piezas necesarias para la estabulación y el cuidado de los equinos; y con una serie de dependencias anejas que son imprescindibles para la recepción y el encierro del ganado, desde su llegada a la plaza hasta su salida al ruedo (corrales de desembarque de las reses, corrales para la estancia de los toros, corrales donde se realiza el apartado de los astados que han de salir al redondel, corrales para la parada de cabestros, chiqueros, pasillos de comunicación entre corrales, chiqueros y ruedo, etc.). Además, las principales plazas de toros suelen disponer de un museo taurino, de un salón de exposiciones y conferencias, y de una sala habilitada para los representantes de los medios de comunicación que cubren cada festejo,

También reciben el nombre de plazas de toros las portátiles (consistentes en una armazón metálica de asientos, rodeada de unas altas chapas que aíslan el interior del exterior), y las que se levantan y desmontan tradicionalmente en pueblos y ciudades que no disponen de una plaza fija, a base de maderos, carros, talanqueras y barreras portátiles, y cuantos adminículos hacen posible la acotación de un espacio abierto para dar suelta en él a reses bravas.
 

Historia de las plazas de toros.

En la Edad Media, el ejercicio de lidiar y correr reses bravas solía desempeñarse en espacios abiertos localizados a las afueras de las murallas de una población, o, excepcionalmente, dentro de los núcleos urbanos, en lugares públicos que eran acotados de forma provisional para tal fin. Poco a poco, fue prevaleciendo la costumbre de lidiar toros dentro de las murallas de la localidad, por lo que se hizo habitual el proceso de montar y desmontar, a base de carromatos y maderos, grandes empalizadas que, al tiempo que delimitaban y cerraban el espacio en donde se había de dar suelta a las reses, servían como tarima desde la cual se podía contemplar el espectáculo.

La intensificación de la frecuencia con que se convocaban fiestas de toros en los siglos XVI y XVII puso de relieve lo enojoso de este constante proceso de montaje y desensamblaje de estas plazas provisionales, lo que movió a los municipios de las principales urbes a diseñar grandes plazas públicas rodeadas de soportales y balconadas que hacían posible la contemplación de cualquier espectáculo desarrollado en su interior, sin necesidad de andar levantando y demoliendo la plaza cada vez que la ocasión lo demandaba. Así, en 1617 el rey Felipe III ordenó al arquitecto madrileño Juan Gómez de Mora el levantamiento de la actual Plaza Mayor, cuya solemne y bellísima estructura fue pronto imitada por otras grandes urbes e, incluso, por algunas pequeñas poblaciones en las que, a pesar de su escasa población, era tradicional la celebración de festejos en la vía pública.

Esta plazas mayores acogieron las tradicionales fiestas de toros propias de los Siglos de Oro, consistentes sobre todo en la intervención de caballeros que -primero- alanceaban y -después- rejoneaban toros bravos. Pero pronto resultaron insuficientes, dado que, por un lado, no eran capaces de acoger la gran masa de aficionados que pretendían contemplar los festejos; y, por otra parte, debido a que su trazado cuadrangular daba lugar a cuatro esquinas en las que se aquerenciaban y refugiaban los toros menos bravos. De todos estos inconvenientes surgió, en el siglo XVIII, la necesidad de erigir construcciones diseñadas específicamente para la lidia.

Claro está que esta necesidad no se hubiera hecho acuciante sin el acicate de una cada vez más creciente masa de aficionados que, alentados por el ejemplo de los primeros toreros de a pie, intentaban emular su valentía y su destreza, o se conformaban con asistir a la exhibición pública de las mismas. Así, la formulación reglamentada de las primeras corridas de toros contó con el impulso decisivo de algunas instituciones benéficas o congregaciones privadas (como las reales maestranzas) que, autorizadas a financiarse a través de lo recaudado en festejos taurinos, decidieron construir sus propios recintos específicamente diputados para tal finalidad. Nacieron entonces las primeras plazas fijas, todavía de madera, que desempeñaban su función durante el corto período de tiempo que eran capaces de resistir en pie sus materiales, para acabar siendo demolidas y sustituidas por otras nuevas. Poco a poco, las edificaciones que venían a sustituir a las deterioradas plazas de madera se fueron fabricando a base de elementos más sólidos, hasta acabar siendo todas ellas obras de fabricación en piedra, hierro, ladrillo y -modernamente- cemento y hormigón armado.

Según apunta don José María de Cossío en su monumental tratado sobre tauromaquia, la primera de esas plazas provisionales fabricadas en madera fue la ordenada construir por la Real Maestranza de Caballería de Sevilla en 1707, a las orillas del río Guadalquivir, en un lugar conocido como el Arenal o la Resolana. Posteriormente se armó otra edificación de madera en 1733, en un lugar vecino conocido como el Baratillo, ubicación en la que se encuentra la actual plaza hispalense. Derribada por un vendaval, fue sustituida por otra, también de madera, que se inauguró en 1741. Veinte años después se acometió el derribo esta plaza y la construcción, en el mismo solar, de la que, con numerosas reformas de por medio, se conserva en pie hoy en día, a pleno rendimiento.

La primera plaza de toros circular, construida también en madera, fue la de Madrid, que se ubicó en principio a orillas de la Puerta de Alcalá. Fue inaugurada en 1743, y sustituida en 1754 por una edificación de fábrica que quedó emplazada en el mismo lugar. Posteriormente, las diferentes plazas que ha ido teniendo la Villa y Corte han ocupado otras ubicaciones, como el solar que hoy en día ocupa el Palacio de los Deportes (en la actual Plaza de Dalí) o el asentamiento definitivo en Las Ventas del Espíritu Santo.

Antes de que finalizara el Siglo de las Luces ya se habían construido plazas de toros permanentes en Zaragoza (1764), Ronda (1785) y Aranjuez (1796). A comienzos del XIX se erigieron las de Valencia y Cádiz (1802), y a finales de dicha centuria se levantó la de Murcia (1886), cuyo aforo, apto para dar cabida a dieciocho mil espectadores, la convertía en el mayor recinto taurino de su tiempo.

Clasificación de las plazas actuales.

Las plazas de toros españolas abiertas en la actualidad se dividen en plazas de primera, segunda o tercera categoría. Son plazas de primera categoría aquellas en las que se verifican anualmente al menos quince festejos taurinos, de los cuales un mínimo de diez han de ser corridas de toros. Así las cosas, son ahora plazas de primera las de Madrid, Sevilla, Barcelona, Bilbao, Valencia y Zaragoza (además de la de Pamplona, que se rige por otra reglamentación).

Son plazas de segunda categoría las ubicadas en el resto de las capitales de provincia, además de algunos cosos históricos como los de Algeciras, Jerez de La Frontera y El Puerto de Santa María (Cádiz), Aranjuez (Madrid), Cartagena (Murcia), Gijón (Asturias), Linares (Jaén) y Mérida (Badajoz). Los restantes coliseos taurinos, así como las plazas portátiles, son de tercera categoría.


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