Dana Gelinas




Sólo Dios






(selección de la autora)








El niño Bill Gates


El niño Bill Gates tiene ojos translúcidos

y dientes afilados.



En un retrato, donde la Madonna sostiene

sobre las piernas al niño, un globo, rojo y frío,

separa los rostros

de hijo y madre.



Bill cuenta números más rápido que sus maestros,

sus dedos ganarían una carrera de caballos;



Su cerebro arma un mundo de silicio

en menos de siete días

en la noche del sótano;

Inventa universos paralelos,



una red para el planeta

y una red para la red, por si acaso;



Aplasta al insecto que osa introducirse

en la computadora,



y además lo disfruta.



Juega con el otro Bill --¿al golf?--.

Bill Clinton le recuerda que la política

es aún más ruda que los negocios

pero, dentro de la red, el niño Bill compite

con la mente de cada padre de familia;

observa y azuza;

Arrebata los juguetes menos caros de otros niños;

hace que su hermana transforme

los chips en más monedas.

Odia la luz del sol.



De pronto practica la caridad:

muerde su galleta y la obsequia

(una vez tocado el dinero, no brilla).



La Madonna nunca pudo enamorarse de Billy;

ese Niño que no cree que exista un dios

capaz de resistir su puño de silicio.







Downstairs

En El Principio fue la escalera.

A Dios no le producía escozor subir;

arriba nadie lo esperaba.

Sin una escalera se habría tropezado,

como Luzbel.



De seguro creó la escalera para acceder

al jardín de sus criaturas.

Por esas mismas gradas descendió Dante

a contemplar los frescos de Brueghel,

El Bosco y Goya.

De no imaginar El Señor estos peldaños,

abuelos de las escalinatas mecánicas,

habría corrido el riesgo de caer del trono.



Bajar por una escalera

requiere de la gracia;

no es fácil hacerlo con dignidad,

sin pensar en los pasos que se dejan.



Subir es más fácil;

el requisito es fijarse bien en el siguiente peldaño.







Artículos para caballero
(Tour por el museo del ejército)

De izquierda a derecha

el visitante percibe

--desde la pasarela de la historia--

los artículos más preciados del museo:



un magnífico ejemplar de cota de malla,

como tejido al ganchillo sepultado en Puebla,

cuyo destino seguro sería el óxido de Jerusalén;



testeras de caballo labradas con primor,

cuando el cuadrúpedo era el arma fabulosa

de la Conquista;



estandartes con mayor encanto que el exhibido

en tiendas de té londinenses;



estuches para duelo más sofisticados

que el tocador de Madame Bovary;



dagas con pistola de plata

dignas del mejor surrealista.



No hay descanso para los ojos.

Sin embargo, en el manual de guerra de James F. Dunnigan

se lee:

"No es la muerte la que vence al soldado,

sino el agotamiento, los sabañones y el desgaste

en unas trincheras que forzosamente son inmundas."







Cómo leer la Biblia en caso de ser apolítico

Este librito puedes tomarlo y comerlo:
en tu boca será dulce como la miel,
pero te amargará las entrañas.

Puedes comenzar por El Principio

y creer en el mundo como en una cadena inoxidable;

proseguir con orden

y advertir que la vida es una novela

(final espectacular, capítulos emocionantes)

desde un sillón cómodo;

o bien abreviar en los hechos de los maestros,

o devorar el desenlace para apagar la impaciencia;

puedes deletrear una sola parte,

la vieja o la nueva, y así reavivar querellas de familia.




Este manual se deja releer al azar

para quien ya lo ha visto todo;

alguien que llame a tu puerta

la puede armar por ti

como un rompecabezas;

o la puedes leer al amanecer,

cuando nada entiendes aún,

cuando no has despertado todavía

y acaso desearas que todo fuera un sueño.







Islas del Departamento de Belleza

Como en una Bagdad de escaparate

voy por la pasarela de espejos.



--Para que no pesen los párpados

para las manos suaves

para el cuello liso

para los senos firmes

para un derrière perfecto

para el brillo del cabello

para los ojos brillantes,

reina.



Las hechiceras del Departamento de Belleza

se desdoblan en pregones:



buscan envolverme

lámpara en mano.



Maldicen a mis espaldas.







Támesis

Ciudad irreal, bajo la niebla parda de un amanecer de invierno,
una multitud fluía por el puente de Londres, tantos,
no creía que la muerte hubiera deshecho a tantos.
Se exhalaban suspiros, breves y poco frecuentes,
y cada cual llevaba los ojos fijos ante los pies.

"La tierra baldía", T.S. Eliot



Perlas blancas, negras.

Éste es un espejo para mirarlos;

cúpulas hundidas donde beben

grifos de color de la ceniza y de la niebla

(su mitad de águila aferra la bruma,

sus garras tensan las redes de Támesis,

su heráldica felina

los postra vigilantes;

soles de bronce ennegrecidos

por la sal de la historia,

áncoras abisales

del antiguo eje del mundo,

peces que resucitan

de un fondo de aguas nacaradas).

Éste es un río

donde las conservadoras estructuras,

o el acremado estuco,

caen a plomo

en un curso inmortal.



Sí, por unos cuantos peniques

asciendes al deck de los turistas

y te sientas junto a mujeres

con la mirada vestida

en las páginas del Majesty, en flamante aniversario.



En los claros adviertes siluetas

con una nada en la sonrisa,

un estilo, un estilo solo

en las aguas del Támesis,

un solo hombre el inglés del Támesis.



Un coloso negro recubierto

por flameante laca púrpura de Brooklyn:

"You wan'it, you get it.

We're icy in London,

you know",*

mientras busco una bebida.



Y escuchas suaves acentos del chofer que te conduce de una estación a la otra:

"India is a beautiful country, Madam, English like only English, but the river, we all breath very close to that waters. Now we're familiar. But it is getting muddy. We will have to pull harder to keep a sort of place standing still, or we'll have to come back to an India my grandmother and son don't recognize.**



En su estampado traje de verano

se exhiben unos cuantos ejemplos de frutas,

tés con azúcar de preferencia morena.

El altavoz dicta que es el tiempo

de repasar la educación sentimental de la II Guerra;

la Intelligenza nos invita,

desde luminosas marquesinas,

al lugar de los hechos:

el budoir de Sir Winston,

mientras en un guiño dicta, desde la BBC y el Young Vic,

frente al centelleante espejo de una noche de verano:

"Detest the New World,

its noisy individuals.

We'll stay on these

green and marble parks,

here in our island.

We will stay."***



Repetidos eslabones tensan el río,

la quietud lo arrastra

en su redonda cadena,

lo agita en redes

que llegaron a contar

una perla por alma.

Y el juez, la vieja cólera

que restablece el orden

en el silencio portentoso tras un estallido,

calca el antiguo mapa

del vértice de las aguas

sobre la piel del Támesis.



Se corre un cortinaje.

Pareciera que nada en el mundo se mueve.



* Tómalo si quieres./ Así somos en Londres, de hielo.

** La India es un país muy bello, señora, a los ingleses sólo les gustan los ingleses, pero todos empañamos en espejo del río. Somos viejos conocidos; sin embargo, a nuestros pies crece el fango. Tendremos que trabajar más todavía para conservar el suelo a nuestros pies o bien habremos de volver a una India que mi abuela y mi hijo ya no reconocen.

*** Detesta al nuevo mundo/ a sus groseros individuos./ Nos quedaremos en estos parques/ de verde y mármol,/ justo aquí, en nuestra isla./ Nos quedaremos aquí.







Sólo Dios

--No hay guerra.

Estamos abiertos al diálogo.

--Se oye un llanto de niños

tras la maleza.

--Es la selva. Está llena de animales.







El país de los milagros

Hoy habito el día de la Virgen

a cuya misericordia se acogen

los más y los menos humildes

y amanece un aroma a pólvora y a nardos;

los choferes de microbuses engalanan sus máquinas

como altares móviles

o como patrias ambulantes.

El viento de los milagros iza la bandera una vez más,

treinta lienzos cosidos de seda, bajo un cielo

que los enjuaga

como un niño que repasa las fechas de los héroes

o las preguntas del catecismo.

(¿Dónde está Dios?

En el cielo y la tierra y en todo lugar,

allí donde un águila devorara una serpiente)

y repasa el rojo con las flechas de los héroes

y el blanco donde se asientan los orígenes de América

y el verde de un continente cuyos triunfos

visten uniforme verde.

Por qué los vientos de hoy

no desprenden el lienzo del mástil

como frágiles páginas de libro,

y lo sumerjan en un cielo

recién llenado de agua;

nunca vi a una virgen morena con un manto de plumas

sobre un altar de piedras, de espinas,

nunca una serpiente volando.

El símbolo magnificado ocupa el firmamento

a causa de los vientos recientes

y la sombra que proyecta ese símbolo

tira latigazos a la urbe entera, al campo sin cultivos,

a los poblados desiertos,

y su chasquido logra que los soldados se levanten

a reanudar el discurso de las armas.







Retrato de un soldado

A semejanza de la muerte,

que cambia los rostros,

y la última mirada del que muere

se transforma en el recuerdo

en algo más serio,

el uniforme del soldado

parece contener otro cuerpo,

una postura distinta,

una quijada más firme;

incluso las manos parecen guardar

diferentes atributos;



no su mirada:

la mirada allí dentro

se pierde,

se coloca en un punto del horizonte,

como un blanco al que se teme llegar,

al que no se sabe llegar,

a pesar del uniforme

y las armas.







La montaña

La bautizamos temprano

glorificamos su oxígeno

admiramos su sedosa mantilla

reconocemos su silueta

como el perfil de un hijo,

medimos su altivez

palpamos su frente

pesamos su masa,

otro le toma el pulso

y obtiene cardiogramas

para su historia clínica.

Habrá quien planee su futuro

y encamine su libido.

una madre ha cantado para dormirla.

Pero, ¿quién descenderá hasta su corazón

a sosegarlo?

Cuando despierte

y sepamos si era de fango o de ceniza

si su materia era de divino fuego,

¿nos volveremos de piedra

para soportar el rostro de sus sueños?

Habrá quien diga: es carne de mi carne;

su rebelión es la mía.







Toma de posesión

Esta noche las casas de papel apenas se estremecen

bajo el peso del alumbrado.

Una noche, como otras, para el sueño.

El mismo silencio de hace veinte años

antes y después del paso de un camión de carga

por la carretera 57, de México a Piedras Negras.



Todo ese silencio se multiplica

para que el nuevo presidente

lo capitalice en exultación.



Pero el presidente entrante

no cabe ya en su vieja cama.

Necesita una más vasta,

más fuerte,

con espejos de su estatura para ensayar

el discurso;

firme como una roca,

para que nadie escuche la menor inquietud;



una cama hecha a la medida

para que nadie más quepa en ella;

que sea alta, para que los insectos no acechen,

con el respaldo en el rincón más oscuro.

"Señor presidente:

arderá el monte,

y ya trabaja el carpintero.



Mañana tendrá su cama, señor."







Escudo de paja

Replicante del sol

--sombrero de paja--,

la choza siempre ahuyentó

colmillos y garras de la selva.

Anillo de cobre,

su sombra la sostenía

y aseguraba cobijo

a sus moradores.



Sin aviso se hizo el eclipse.

Sin parábolas, sin premoniciones,

y el viento que siembra el pájaro de granito

bajó en picada,

con un rugido como la risa del ángel caído

desde el círculo más alto.



A la velocidad del relámpago

traspasó con la espada el escudo.



¿Quién vuela tras un tablero

en donde toda la creación se comprime

en un par de coordenadas?



¿Fue un dios el que apuntó con el índice

allí donde vivieron Adán, Eva

y su descendencia?



Un ser que se oculta así

debe morir de miedo.







El sueño de los justos

Junto a las catorce buenas razones

para hacer de febrero el mes del amor,

que anuncian los mejores colchones

tamaño matrimonial, queen y king size,

leo una crónica,

como de los tiempos de La Colonia;


"Los soldados piden que los indígenas

los transporten a caballo;

si no lo hay, los obligan

a que los lleven cargando."







Pan y circo

No es el circo de Pekín

ni el clásico ruso

ni las límpidas tiendas de barras y estrellas sobre hielo.

Éste es un circo de mil pistas,

precedido por una lluvia de papeles tricolores

en la calle.



Se instala en la plaza principal

y el Héroe de Bronce se acomoda en el centro,

disfruta, con el rictus de siempre, los latigazos

a las fieras hambrientas,

los trucos de los magos cuando esconden cartas

y aparecen flores de plástico

y suelta una carcajada después de la retórica

de los payasos viejos.



Las familias de los palcos

enseñan a los niños el aplauso sonoro

a ondear banderines de tres colores.



El circo tuvo que ir a la montaña,

a repartir su pan de farsa:

el maestro de ceremonias, el chasquido del látigo

las torres humanas,

y el juego de palabras de los viejos payasos.



Desde las sombras,

con una brizna de luz sobre la frente,

un ejército de ojos encendidos refulge;

un horizonte circular de hombres encapuchados

espera el asalto desde las ramas,

y nadie se ríe, nadie se mueve, nadie aplaude.







Pax animae

Crecimos aferrándonos al rostro

del héroe acuñado;

al diminuto perfil

que nuestros ciegos dedos

truecan por objetos.



Pero una mañana de invierno

el altavoz de los satélites

sólo hablaba de Chiapas.

La memoria de cuñas

reproducía estilos y voces.



Ahora los investigadores estudian Chiapas.

Los turistas huyen de Chiapas.

Los caciques cuentan cabezas.

Dicen que Dios abandonó la montaña.



Ahora será difícil vivir en paz,

sin las grandes certezas de la infancia.







Nacimiento

Este dolor no tiene fisuras.

Es liso como una esfera de cristal; es sordo.

Pesa todo lo que puede pesar,

no deja ver nada en él,

enmudece.

No comenzó nunca,

no veo su rostro, género y número.



Un hombre y mujeres de blanco

que lo transportan en camilla

toman su pulso,

lo reciben con cuidado,

lo limpian, lo duermen.



Nadie detendrá el llanto de mi recién nacida;

crece, rebota en cada uno de los enceguecedores

azulejos,

regresa triplicado, centuplicado, magnífico,

se detiene un instante para aclarar el espacio,

y levanta, contra sí mismo,

su propio telón de fondo

para resurgir desde el alma divina.

Rasando el techo y rasgando

los vidrios

asoman las sirenas, alas

de helicópteros, el quejido alarmante

de las patrullas, la prisa,

el llanto nasal, unicorde,

del último informe de gobierno,

y absolutamente nada

ni nadie

logrará empañar la vida portentosa

del llanto recién nacido.





Volver a la página de Dana Gelinas




Hosted by www.Geocities.ws

1