Para Patricia R.
Como la huella de nuestros cuerpos
Yehuda Amijái
Entregué mi corazón al desaliento
Eclesiastés: 2,20
Y ni de amor ni de odio saben nada
Eclesiastés: 9,1
I
Es éste el mismo aire,
II
Holgarse con los pies hundidos en el agua.
Así lo ha dicho el Cohelet.
Así lo dije en mi ciego corazón desmemoriado.
III
Todas las cosas dan fastidio
Como a costal de pobre, nos repleta y nos desborda.
O lo que es peor tal vez:
IV
Qué gana el que se afana con fatigas Eclesiastés 3,9
Por eso hoy me he quedado en cama, inmóvil, sin hablar,
Y nada más.
No he pedido ni deseado nada más.
V
Cumpleaños
Has llegado hasta aquí, hasta este día.
VI
Al otro lado de la puerta oigo a mis hijas.
El corazón entonces me da un salto,
Y un día, al otro lado de la puerta,
VII
Anda, come con alegría tu pan
Miraremos el cielo
Bajaremos los ojos después,
Me unge de aceites y perfumes este día,
Me arropa deleitosa entre su seno.
Este día -lo sé muy bien.
Asciendo entre las ruinas y rastrojos de la noche.
La tristeza es otra, sí, y no ha venido.
¿Serán lo que probablemente
O acaso
Con una oscura conciencia
La mañana es un patio con sol Ciego con tanta luz. Y enseguida oscurece
Era músico, tío de mi padre, Y era carpintero.
Pero hacía violines y arpas
No tuvo cerca una mujer: tuvo una yegua
Y era un hombre bueno. Tocó toda su vida en ferias,
Separados por años, por siglos de no sé qué cosas,
Ay, tu tío Trini, me decía mi mujer,
He cruzado los mares y los ojos
Y como nada sabe de ellos,
Apenas un instante atrás,
Y en ese instante atroz,
Y yo para mí alabo la alegría, ya que
Eclesiastés, 8, 15
Podríamos ser así dos muertos frescos solamente.
Pero nos une la boca mutua sobre todo,
Tan desolados.
Reconozco el ardor febril de tus rodillas:
Son lo único que queda de nosotros.
Murmurando.
Si murieras ahora, aquí, conmigo,
Pero a ese hijo tuyo, dime,
Ahora todo es lento,
Y de una tibia
Me deslizo suavemente
A lo lejos percibo entonces tus caderas:
Rodamos más allá del lecho a la deriva.
I
Acataré la estricta disciplina
Y me tendrán por manso.
Pero yo devastaré la piel
Devastaré sus carnes y redaños.
Después me tenderé contigo, suavemente,
II
Adivino en el aire el paso anestesiado,
III
Cómo guardarte aquí,
I
Trazo rozando apenas tu cuerpo estremecido.
Y vuelvo atrás entonces, tasco el freno,
II
Toros en brama, enardecidos búfalos
III
Y soy entonces, vívidamente,
Otra vez el amor
En señal del cuerpo,
En señal de tu cuerpo, el mío;
Arroja tus mensajes por los quicios de mi pierta,
A estas horas, en estas húmedas alturas,
Cielos convulsos.
En días así estuvimos juntos, tibios, azulados.
Voy a acostarme junto a ti.
Charles Simic
Te oigo dormir así,
Así estos días que vivimos contra el muro,
Hoy nos sorprende el año
A lo lejos,
Vienen los días presentes como toros bravos.
Así de pronto se tuercen los caminos.
Es jueves. Vuelve el arrayán de oscuros pensamientos.
En este sitio ardieron las almenas -incendiadas-.
Despertamos nadando en sedimentos.
Rastros de cerdos y comida rancia
Así que en esto acaba todo,
Así que en esto acaba todo,
Índice
Para mis hijas
no quedará señal alguna de que estuvimos en este lugar.
El mundo se cierra tras nosotros,
la arena vuelve a alisarse.
ABALORIOS
por todos los fatigosos afanes
bajo el sol.
los hijos de los hombres: todo les
resulta incomprensible.
A LA SOMBRA
DEL ECLESIASTÉS
la misma luz,
el mismo cielo convertido en agua,
la misma lija oscura
que devastó a mi padre y a mi abuelo.
La misma piedra intacta.
Y sólo hoy -este instante-,
sólo esta dicha pasajera y mía
no volverá.
Hartarse de los besos y los vinos de tu amada.
Saciar el corazón contrito, la carne ciega.
Y que no haya más afán
ni más tremor en nuestros días.
Que así sea.
y lo que ayer nos levantara apenas
como un cadáver tierno en su tercer día,
hoy nos hace morir de agobio,
nos deja como cepos rebalsados,
como tinajas breves de agua.
ya no nos llena más.
y me he puesto a recordar de pronto
los mustios girasoles de septiembre,
la mancha roja que dejaron en tu falda.
Me he quedado así: inmóvil, en silencio,
como buscando que no me oiga el desconsuelo.
Has llegado con todo y ojos, manos, páncreas
y hasta un alma.
Pero quién habrá de decirte,
quién te dará a saber,
cómo habrás de partir.
Juegan sin consecuencia a ser adultos,
a ser madres y esposas suaves, firmes,
como puntal de dura piedra.
porque no hay duda de eso:
crecerán y serán madres y esposas suaves,
y sostendrán la vida en hombros,
y comerán del plato envenenado.
preguntarán -acaso-,
si no han estado criando,
si no han estado dando,
huesos y carne para el dolor.
y bebe de buen grado tu vino.
vive tus pocos días
con la mujer que amas,
y no te des a componer libros,
que es tarea sin fin
y apacentar de vientos.
El cometa
detenidamente mientras pasa.
Lo veremos cruzar por una sola vez,
en una sola noche. Juntos.
los mancharemos con polvo,
para que el cuerpo,
no olvide en esas horas su destino.
Fortuna
me pone mirto en las sienes
y ramas de laurel
y suave albahaca.
entre sus sábanas blanquísimas me tiende.
Porque después,
no sé qué daño,
qué nuevo estrago me tendrá.
Paisaje nocturno
El aire quema a estas alturas.
Una canción mantiene en cruz la madrugada.
De quién es deudo este pesar.
De dónde esta ventisca de hojas secas
que arrastra almas y vivos hasta el valle.
Hoy nada más
es una flor febril que no termina.
Hijos
pudimos ser:
compañeros de viaje?
nada más
lo que realmente fuimos:
severos jueces,
incómodos testigos de otras vidas.
De otros fracasos.
Claroscuro
de animal escarnecido
lo voy sabiendo:
y pájaros de estruendo.
Luego uno está ahí por un instante,
solo, deslumbrado.
Don Trini
mío y de mis hermanos.
Era un árbol garrudo, leñoso, tibio.
que dejaban en uno
el sonido ronco de los guitarrones,
a la que besaba en los belfos
y a la que daba regios tragos de cerveza:
Muñeca-muñeco, le decía.
velorios y bautizos,
y no tuvo otro afán.
no pudimos decirnos mucho en realidad, casi nada.
Pero seguro nos queríamos.
y al fin como soy, me negué a verlo
en sus últimos días.
y lo mirábamos caer, sentadito en su silla,
por los desfiladeros de la edad.
Ay, tu tío Trini,
y yo me despedía de él, desde lejos,
en silencio,
arrodillado en mi corazón.
En esta arena
para venir a desovar aquí, en esta arena.
Pero en su escaso arsenal defensivo,
en su ridícula torpeza milenaria,
nada puede, nada sabe
de los niños que bajan unas horas después
y rompen y roban sus huevos,
y desaparecen.
tampoco sabe de los otros que vendrán.
Pero esta luz de azogue,
de afiladas navajas pendencieras,
la anuncia
con un golpe repentino en las pupilas,
el crimen desolado que le espera.
Gorrión
entre los setos verdes
y las ramas del tomillo,
surgió cortando el aire.
Febril.
Como un disparo.
en descampado,
lo devastó un suspiro.
ROPA DE CAMA
otra cosa buena no existe para el hombre
bajo el sol, si no es comer, beber y alegrarse;
y eso es lo que le acompaña en sus fatigas
en los días de vida que Dios le hubiere dado bajo el sol.
Poscoital
O un par de tibias bestias
rendidas y acezantes.
la piel de suave espíritu agradecido,
y los ojos también,
los ojos nuestros,
que han venido a mirarse aquí.
Poscoital dos
tiemblan, reverberan,
se estremecen
como dos castaños agitados.
Poscoital tres
tendría que explicar a otros
este oscuro cuarto insensato,
tu blanco seno con menuda cicatriz,
el hondo cuenco de tu sexo taciturno,
y cada uno de mis actos previstos este día.
con qué carajos le iba yo a salir.
Poscoital cuatro
frutal,
y perpleja mansedumbre.
Poscoital cinco
hasta tocar el suelo.
soy como un marinero
que de pronto alcanzara tierra:
a dos pasos solamente
el cuarto es una balsa que tantea
o una estrecha isla flotando a la deriva.
sé que han estado ahí por siempre
-enardecidas, húmedas, salinas-,
iluminando de un extremo a otro
la noche de la vida.
Ruedas conmigo
Rodamos frente a frente,
cuerpo a cuerpo,
hasta que el cielo cambia de color
y un crucero de turísticos adioses
se aleja naufragando
en tu mirada.
Nocturnos para Desdémona
y los hechos sin vuelta de mi vida.
Seré obediente a las señales únicas del cielo
y rodaré todos los días, celosamente,
la piedra oscura de mis actos.
y sorberé los huesos y los ojos
de todos los que lleguen hasta aquí
buscando asilo;
de todos estos tristes penitentes
que vienen a buscar fortuna entre tus muslos.
como una mansa bestia, inerme
y sin aliento.
como adivina el macho la presencia de enemigos.
Y sé del miedo atrabancado del ladrón,
y del siglo leve, hecho de alas;
de las miradas tibias, deleitosas,
con que los otros miden,
tu zancada.
secreta y mía. A salvo.
En esta tierra incierta,
sin más ley,
donde todos ciudamos,
celosamente,
lo robado.
Ronda
Apenas una insinuación de rumbos y veredas,
me pone a lomos de un caballo estrepitoso, resoplante.
Me acerco así,
Me reciben ahí tus ojos de paloma amartillada,
las ganas recelosas de tu vientre,
tus pechos como peces,
escapando.
jalo la rienda rezongada de dulcísimos deleites,
sosiego el fanfarrón envío que avanza de mi carne
y quedo ahí de pie,
Mientras un ventarrón helado se desploma sobre el día.
me yerguen a tu lado,
me dejan largamente así: sublime, absurdo,
obvio como un adolescente sin palabras
al que de pronto lo despierta
el mar y su jadeo,
el ardoroso tacto del tapir
creciendo entre las ingles.
sólo una cosa ya:
un hombre en llamas en tu nombre.
Sin luz.
Sin paz.
Y enamorado.
Reincidencias
-uñas y dientes-,
me vuelve en sus linderos
presa fácil,
carne ciega
y palpitante.
En señal del cuerpo
otro cuerpo tal vez: otros muslos, otros ojos,
el anafre encendido de tu sexo.
sudores, semen y barro,
el calvero oprobioso de la frente,
las vísceras también,
las suaves vísceras,
donde nos sigue trabajando el tiempo.
ADHERENCIAS
Epistolar
Escríbeme que aún vives. Que me amas.
O que me amaste un día
y hoy no soy sino tu ropa sucia,
tu zapatilla escasa.
Yo guardaré en un libro
cada línea de tu mano,
para que en otros días,
en lentas horas de ceniza y desaliento,
si acaso las reencuentro por ahí,
me alumbren al mirarlas todavía.
Pendientes
mientras convoco el sueño
y pienso sin ningún propósito en tu nombre,
las breves cosas por hacer, las breves brasas,
hoy, tibia y sosegadamente,
cómo me lastiman.
Verano
El blando tepozán hamaca la llovizna.
Crece la hierba ociosa y la oquedad.
Y el agua que caía despacio,
gota a gota,
nos cubría de luto.
Estragos uno
Ninguna hora puede ser más fría que ésta.
para escuchar tu aliento:
va y viene a tropezones,
Cayendo como una oscura piedra sin destino.
y pienso en lo ardorosamente ingrato
de este invierno,
en la difícil vida de las calles a estas horas:
cómo se agosta el lúpulo dos veces
y cómo cesa, herida, la imposible jacaranda.
Así este invierno triste,
escarchándonos la mesa.
Estragos dos
atizando un fogón convaleciente.
Tu mano es aún la misma,
pero en tus ojos
se asienta una mujer de sables y vivísimas tormentas,
y un dragón que vela adormilado entre tus pies.
un viento como no conocimos
estremece los árboles invictos,
se atribula de extraños peces y otras necedades.
Es verdad.
Y uno cambia entonces, muda, irremediablemente,
como para no morir:
Se aherrojan las puertas y ventanas,
se alambra con púas,
entre la suave grama y los verdes toronjiles.
Se enturbian así de pronto las noches y los días.
Y un agua revulsa,
se extiende lentamente a tu pesar en todo.
Distintas direcciones
Tu mirada es pozo que no acaba de caer.
Las orillas también anuncian sus derumbes.
Se hundió otra vez como antes: de nuevo dos
-grumo disperso-,
flotando con distintas direcciones.
Adherencias
El salitre prueba que hemos dormido
y que pasó el agua en tanto,
un viento despacioso.
Y no un verano: toda una vida,
que no tendremos sitio alguno
(ni hora amarga y suficiente)
para llorar lo justo.
Saldos
por el suelo.
la insensata juventud,
los claros pensamientos circunflejos,
el raído fervor
de la extasiada alcoba,
los afanes tristes.
Y los días.
me pregunto.
Este libro se terminó de editar
en prensa virtual el 15 de junio de 1998
y su edición consta de visitantes.