Formas operativas del
discurso americanista en la producción discursiva regional y en la
constitución de proyectos de identidad cultural. Una mirada desde
Córdoba. Boldini,
María Gabriela |
Como
ofrenda a la patria en su Centenario, Ricardo Rojas presentaba en 1910 Blasón de Plata; texto genésico y
epopéyico en donde rescata, a través del mito y de símbolos heráldicos, el “argentum” de nuestro nombre, es decir,
el blasón de plata de nuestra identidad, y apelando a la memoria histórica,
construye una genealogía cultural para dar cuenta del linaje y/o abolengo sobre
el cual se afirma nuestra tradición cultural. En este marco, Rojas recupera los
blasones perdidos de la vieja tradición indiana e hispano-criolla, a la cual
concibe como auténtico baluarte de nuestra raza e identidad. Con la publicación
de esta obra, intenta no sólo “saldar una deuda” con su patria, presentando un
texto fundacional en donde, al igual que La
Eneida, de Virgilio, o La Ilíada,
de Homero, reconstruye el ideal de grandeza y el destino augural que le
corresponde a nuestra nación, sino también, legitimar un proyecto ideológico e
identitario de clase.
La
textualidad del “centenario” se inscribe en un entramado de tensiones
históricas, políticas y socioculturales. Hacia comienzos del siglo XX, una
serie de hechos históricos, tales como la afluencia inmigratoria, el
consecuente cosmopolitismo y el desarrollo de un proceso modernizador,
generaron transformaciones, “movilidad” social y preocupaciones específicas en
el seno de la antigua oligarquía criolla, cuya “legitimidad” política y
cultural comienza a ser cuestionada por el sujeto foráneo. Se realizan
cuestionamientos en torno a lo civilizado vs. lo bárbaro, la confección de
diseños territoriales, los mecanismos de inclusión vs. exclusión de ciertos
actores sociales, la selección de tradiciones culturales sobre los cuales se
afirman los proyectos identitarios, entre otros. Por otra parte, dentro de este
contexto, surgen interpelaciones en torno al proyecto de nación que se procura
construir y el discurso acerca de la “argentinidad”, se presenta como centro de
debate.
Los
miembros de esta clase social proyectan políticas de “nacionalización cultural”
a fin de lograr la homogeneidad social y la integración del otro. Rojas impele
al inmigrante nostálgico de su lejana patria, a construir la “nueva y gloriosa
nación” bajo la estirpe de la tradición indiana, a la cual define como “cuna” y
“blasón” de nuestra raza. La tradición argentina encuentra en ella su origen y
continuidad.
El discurso americanista que emerge a partir de la lectura
del texto responde a un proyecto político e ideológico particular que será
retomado por una serie de escritores cordobeses, de los cuales haremos
referencia a lo largo de esta ponencia. Rojas vuelve su mirada hacia la
tradición cultural prehispánica y colonial, para legitimar un proyecto
nacionalista de “argentinidad” y “restaurar” los valores y tradiciones de un
determinado grupo social. La lectura que realiza de esta tradición resulta
selectiva ya que sólo toma como referencia las prácticas culturales incaicas
para trazar la genealogía de nuestra raza. El proyecto colonizador hispano
encuentra varios puntos de contacto con las políticas imperiales del incario,
cuya cultura e ideal civilizatorios se
extendieron por las tierras del Tucumán. Ambos se presentan como pueblos
dominantes, globalizadores, baluartes del progreso y de la civilización. Rojas
justifica, de este modo, la política colonial hispana, respaldándose en el
etnocentrismo andino y rescata como blasón, la palabra de este pueblo
conquistador-conquistado, cuyo potencial cultural adquiere una nueva
semanticidad en el marco del proceso transculturador que se operó durante el
período colonial. Por su parte, las prácticas de exclusión, explotación y
ultraje que el español cometió con el indígena -especialmente en las
encomiendas- también encuentran justificación en este texto de Rojas, quien
argumenta que la historia ha contribuido a “falsear” muchos hechos: La
conquista, en realidad, sólo puede ser interpretada como un acto de “amor” en
donde el español, a través de prácticas de mestizaje, contribuye a lograr una transmutación espiritual e hispanización
del sujeto indígena, integrándolo dentro del marco de la “civilización”. Observamos,
entonces, que se retoman principios y categorías del discurso positivista
(darwinismo social, oposición
civilización vs. barbarie) para legitimar la política colonial. También
recupera el concepto de determinismo geográfico para explicar la razón por la
cual no se desarrollaron prácticas de explotación del sujeto indígena dentro de
nuestro territorio: Nuestro clima y relieve permitieron el desarrollo de
actividades económicas agropecuarias. Pareciera que sólo el trabajo en las
minas era calificado como “penoso”. Los abusos y prácticas de explotación que
los señores feudatarios -encomenderos- cometieron sobre el indígena no
representan “meros” errores de nuestra historia. Numerosos testimonios dan
cuenta de ello y explican, por ejemplo, los alzamientos indígenas[1]
que se produjeron en el Tucumán, a lo largo del siglo XVII. Por otra parte, el
traslado que se realizaba de los pueblos de indios y la condición de “mitayos”
que adquirieron estos últimos, formaban parte de la estructura económica
colonial. Por su parte, el ultraje que el español realiza sobre la mujer
indígena también encuentra una justificación positivista en el texto de Rojas.
Apelando a un concepto biológico de “raza”[2],
menciona que el conquistador -mestizo tal vez, de moro, de gitano o de judío-
pudo haber estado familiarizado a entablar relaciones amorosas con “infieles”
de carne morena.
De este modo, con implicancias
ideológicas muy fuertes, Rojas construye un discurso americanista recuperando
la tradición indiana e hispano-criolla, a la que contrapone con el
cosmopolitismo y la presencia del extranjero que viene a denostar la vieja
patria argentina. Estos últimos representan los “bastardos” de la estirpe del
Plata, la nueva barbarie que molesta y que debe ser formalmente “integrada” dentro
de los parámetros culturales de un determinado grupo social, que se
auto-califica como clase legítima y representativa de los valores y principios
de la tradición cultural argentina.
Busca, por su parte, una posición conciliadora para
articular armónicamente, las fuerzas progenitoras que conforman la tradición
nacional. Nuestro pueblo, afirma Rojas,
ha padecido un doble extravío de sus orígenes, asumiendo a lo largo de
su historia, una posición anti-indianista o bien, anti-hispanista, sin
reconocer la continuidad de ambas tradiciones. El instinto indiano representa
una fuerza viviente, telúrica, silenciosa, que recorre nuestra tradición
cultural. Es en el indianismo y básicamente, en el modelo cultural incaico, en
donde ha de buscarse el origen y continuidad de nuestra historia. El incario
proyecta un discurso civilizador y procura unificar los pueblos de América en
una ley, una religión e idioma. Dichos ideales renacen en la estirpe criolla
sobre la base de una nueva religión, idioma y una nueva forma de gobierno.
En consonancia con lo dicho anteriormente, observamos que
Rojas trabaja con un concepto espiritual de raza, no sustentado en factores
fisiológicos, en donde reconoce el ideal, la tradición y la historia.
Otro punto a considerar es la relación americanismo vs.
regionalismo, que puede ser leída a partir del texto. El espacio provinciano se
construye como auténtico reducto de nacionalidad, en donde perviven las
tradiciones culturales mencionadas anteriormente, por oposición a Buenos Aires,
ciudad “puerto”, cuyo cosmopolitismo y europeísmo la caracterizan.
Intelectuales tales como Ricardo Rojas,
Manuel Gálvez, Arturo Capdevila, entre otros, sentaron las bases para discutir
los principios del movimiento nacionalista conservador, cuya institucionalización
se produce en 1927, con la caída del Yrigoyenismo. La construcción del discurso
americanista que Ricardo Rojas realiza en Blasón
de Plata, guarda relación con el ideario de este movimiento. Sus
precursores son calificados por David Rock[3],
como intelectuales “tradicionalistas” y adhieren, básicamente, a los siguientes
principios: 1) Anti-positivismo, es decir, crítica al progreso y al
materialismo de la época, 2) Idealismo y moral cristiana: planteo de la
necesidad de realizar una regeneración moral y espiritual de la sociedad, 3)
Recuperación de la tradición cultural indiana e hispano-criolla, a fin de
fortalecer el sentimiento nacionalista, 4) Nativismo, es decir, reivindicación
del telurismo y crítica al cosmopolitismo, europeísmo y al ambiente extranjerizante
de la época, 5) Lectura de la oposición Capital vs. Provincia, según la
antinomia materialismo vs. espiritualismo. Lo tradicional se identifica con lo
federal, lo provinciano; por oposición a Buenos Aires, escena del materialismo
y del cosmopolitismo europeo. Cabe señalar que los miembros que integraron este
movimiento provenían, en su mayoría, de las altas clases provincianas y de
familias cuyas raíces se encontraban en la Argentina criolla del período
pre-inmigratorio[4] y por
último, 6) Anti-populismo y elitismo: estos intelectuales desarrollaron el
concepto de “aristocracia intelectual” y, adhiriendo a los principios del
modernismo literario, establecieron una distancia con respecto al vulgo, a la
muchedumbre.
I
En una sociedad como la cordobesa, cuyos resortes de poder
fueron históricamente manejados por una élite conservadora de carácter
hispano-criolla, conformada por familias patriarcales asentadas en la ciudad o
en la campiña desde la época colonial, este discurso adquirió un carácter
hegemónico configurando, de este modo, “lo narrable” o “lo decible” dentro de
dicha comunidad. Observaremos a continuación, de qué modo se recepta el mismo
en la producción literaria perteneciente al período del Centenario, focalizando
nuestra atención en los modos de construcción del discurso americanista y los
proyectos de identidad cultural implicados en los mismos.
Durante
las primeras décadas del siglo XX, el campo intelectual cordobés (en lo que
respecta, particularmente, a la actividad literaria) se halla aún muy reducido
y los actores sociales que participan del mismo pertenecen, en su mayoría, a
sectores letrados procedentes de familias de antigua prosapia criolla. En su
mayoría, la producción cultural se desarrolla y circula en instituciones específicas
tales como la Universidad, a la cual accede sólo una minoría letrada. La
actividad periodística tampoco se halla muy desarrollada y no encontramos
ejemplos de “profesionalización” del escritor (sólo escriben los miembros
pertenecientes a familias patriarcales criollas). Sin embargo, en torno a ella
se desatan polémicas ideológicas, culturales y estéticas muy fuertes, en torno
a la necesidad de liberalizar la cultura y la educación[5].
Si bien el campo intelectual del momento se organiza en torno a una serie de
tensiones y luchas por legitimar ciertos discursos, los textos en donde se
reproducen valores y prácticas culturales hispano-criollas ocupan una posición
hegemónica dentro del mismo. Abordaremos el análisis del discurso americanista,
considerando dos variables: a) La recuperación de la tradición cultural incaica
y b) Los modos de construcción del sujeto nativo.
El proyecto de “argentinidad” se
delinea a través de procesos de “genealogías culturales” en donde la memoria
histórica opera en forma selectiva y se apropia de determinadas tradiciones
culturales para legitimar dicho proyecto. En Córdoba, Ataliva Herrera y Arturo
Capdevila retoman la tradición cultural incaica, respondiendo a estos
propósitos. El ensayo de Arturo Capdevila que lleva como nombre Los Hijos del Sol (1923), puede ser
leído como un texto historiográfico que permite diseñar un proyecto de
“argentinidad”. Este relato se halla estructurado en una serie de capítulos,
precedidos por una Introducción, en donde se describen diferentes momentos de
la historia peruana precolombina: desde el enigma del origen del hombre
americano, pasando por la etapa de esplendor del imperio incaico, hasta el
período de la conquista española, en donde se disuelve dicha civilización.
En
esta obra, al igual que en otras del mismo autor[6],
Capdevila plantea como proyecto, la necesidad de “re-argentinizar” al país, en
un período en donde la presencia del inmigrante, podía alterar los valores de
nacionalidad. Para ello, el enunciador construye un discurso americanista y
recupera algunos aspectos de la civilización incaica para proyectar, a través
de ella, un modelo de “nación” que intenta ser restaurado. La cultura incaica
se presenta como paradigma de una sociedad civilizada, ordenada, progresista.
Por otra parte, los incas poseían un gobierno conservador y una organización
política y social, basada en jerarquías y corporaciones. De esta forma, la
sociedad era concebida como un sistema cerrado, en donde cada uno de los
miembros poseía una función y tenía asignada una tarea determinada: “...Los incas poseían un sistema político
solar; si el Cuzco era el Sol, las provincias eran sus planetas. Cada provincia
seguía su órbita, pero girando en torno a un astro central...” (CAPDEVILA,
1923: 153). Los miembros de este grupo tenían como objetivo reconstruir una
sociedad jerárquica, basada en una aristocracia de espíritu, en un “orden”
legitimado en el derecho natural y en la autoridad divina. Se pretendía erigir
un modelo de gobierno conservador, sustentado bajo una autoridad paternalista..
Ataliva
Herrera, por su parte, en el poema dramático titulado Las Vírgenes del Sol (1916), construye una imagen milenarista que
da cuenta del “derrumbe” de la civilización incaica, por causa de un acto de
profanación que el conquistador español ejerce sobre el cuerpo de una “Virgen”
del Sol. Los momentos previos a dicha disolución se hallan prefigurados a
través de una serie de imágenes simbólicas que vaticinan el “caos”, tales como:
los tres círculos de la luna, la extinción del fuego en el templo de las
Vírgenes del Sol, la caída de un cóndor moribundo sobre la plaza de Cuzco,
durante la festividad del Sol, entre otras. Estas imágenes apocalípticas
revelan el sentimiento “decadentista” de una raza y/o civilización que también
se encuentra amenazada y profanada por la llegada del inmigrante extranjero.
El
texto, leído en 1916, en el Ateneo Hispano-americano de Buenos Aires, adquirió
un importante grado de consagración y de él, sus críticos rescataron la
articulación provincianismo vs. americanismo, planteada, entre otras cosas, por
el mismo autor: “...Acaso mi nombre, como
algo de mi sangre, descienden del augusto tronco de los Incas, pues mi madre es
oriunda del valle calchaquí, y se ha transmitido a través de las generaciones
el acento ancestral del alma aborigen que ahora modula el ritmo de mis
versos...” (HERRERA, 1916:124)
En síntesis, la recuperación de esta tradición cultural
permite construir un discurso americanista de carácter elitista y colonial, en
donde lo incaico se presenta como referente de un modelo de nación y de una
aristocracia racial y espiritual, cuyos valores -amenazados por el
cosmopolitismo creciente de la sociedad y los males generados por la
modernidad- procuran ser restaurados. No obstante, este discurso se fisura y
revela sus facetas anti-populistas cuando el análisis se centra en el modo de
construcción que se realiza del sujeto nativo (el gaucho, el paisano criollo,
el sujeto indígena, entre otros), observándose ambivalencias en torno a su
representación. De hecho, los textos plantean políticas de exclusión o bien, de
reconocimiento e integración del otro, pero sólo a partir de dos vías: 1) La
construcción estereotipada e idealizada del otro y 2) La disolución del otro
por el yo, es decir, la “aparente” integración del nativo sólo desde el marco
de un esquema cultural hegemónico que no reconoce la diversidad y la palabra
del otro.
Las políticas de exclusión del otro pueden ser leídas en
el poema narrativo de Ataliva Herrera titulado Bamba. Poema de la Córdoba colonial
(1933), en donde se reproduce el mito de “La cautiva”. La anécdota,
desarrollada en la Córdoba colonial, tiene como protagonista a Bamba, el cual se construye como un personaje mestizo,
fruto de una unión ilegítima entre un miembro de la aristocracia criolla y una
mujer indígena. Este último se enamora de María Magdalena Allende, joven
cristiana que resulta raptada por el “infiel”. Ambos se refugian en una gruta
perdida entre las serranías cordobesas y al cabo de los años, luego de una
serie de persecuciones e infortunios (muerte de Bamba, episodios de fraticidio,
enfermedad y muerte del hijo más pequeño de ellos), Magdalena es encontrada y
llevada nuevamente a la ciudad. Enferma, débil e insana, es trasladada a un
convento, en donde muere. La estratificación social y separación de “castas”
operan activamente en la época colonial y la transgresión cometida por el
“bárbaro” instaura un desequilibrio dentro de dicha sociedad, el cual se
restituye cuando la “cautiva” es reintegrada al espacio urbano, es decir, al
ámbito de la civilización. Las dicotomías sarmientinas civilización vs.
barbarie / ámbito urbano vs. rural, legitiman las políticas de exclusión y los
enjuiciamientos que se realizan en torno al protagonista de la obra.
A lo largo del relato se configura un discurso de
“argentinidad” en relación con un proyecto americanista”, de carácter
“telúrico” o “terrígeno”. La construcción del protagonista mestizo (Bamba); las
invocaciones a ciertas aves rituales tales como: el “cóndor[7]”,
el cual se presenta como musa inspiradora del relato; la apropiación de relatos
populares tradicionales de carácter regional, entre otras cosas, contribuyen a
trazar dicho discurso y establecen diálogos con tradiciones culturales
“letradas” (por ejemplo, la recuperación de la cultura clásica grecolatina) que
se dan cita dentro del texto. Esta propuesta identitaria, sustentada en la
necesidad de recuperar el pasado prehispánico y colonial, responde a intereses
ideológicos y se perfila como un discurso de “resistencia” cultural.
Las
políticas de integración del otro, fundamentadas a partir de la construcción
estereotipada o idealizada del sujeto popular, pueden ser leídas en la
producción discursiva de Juan José Vélez y de María Eugenia Echenique. Ambos
realizan una construcción romántica de estos personajes, retomando el mito de
la “Arcadia” y del “buen salvaje.”
Juan
José Vélez reivindica la tradición cultural hispano-criolla, a la cual concibe
como paradigma identitario. Hijo de Luis Vélez, director del periódico “El Eco
de Córdoba”[8], este
escritor posee una profusa producción intelectual, dentro de la cual se
incluyen obras ensayísticas, discursos autobiográficos y textos literarios
varios[9].
En Hojas Dispersas (1924), texto del cual
haremos una breve referencia, el narrador apela a un discurso autobiográfico y
a la reconstrucción de memorias y genealogías familiares para configurar una
identidad que, desde el ámbito familiar, se proyecte hacia una dimensión
social. La obra está conformada por una miscelánea de discursos en donde se
evocan diversas vivencias personales y se trazan contrapuntos con respecto al
idílico paraíso perdido de la infancia, en contraposición con la madurez. En el
prólogo, califica a la misma como de “puro sabor criollo” y como “páginas del
corazón nacidas al calor del terruño”; afirma, además, que su libro contribuirá
al “bien público” y que su pluma se dirigirá hacia la juventud, con el objetivo
de alentar su patriotismo, elevar el espíritu de esta última y reconstruir un
orden social que ha sido alterado por el progreso, la civilización, la
extranjería y el materialismo de la época. Por otra parte, los textos plantean
oposiciones en relación al ámbito urbano vs. rural y centran su atención sobre
el espacio geocultural serrano. Este último se perfila como un reducto en donde
“palpita” el alma nativa de la vieja estirpe criolla y de la vida patriarcal.
Se recupera la imagen y los valores del “paisano” criollo que ya se esfuma y al
cual se le atribuyen los auténticos valores morales de la “raza”: sencillez,
valentía, heroicidad, sinceridad, apego a las tradiciones, respeto por el honor
y la palabra empeñada, revalorización del conocimiento experiencial, entre
otros. Observamos, entonces, que se realiza una construcción “estética” y
“bucólica” de estos sujetos; en ellos se actualiza el mito romántico del “buen
salvaje”, hombre que vive en estado natural y que resulta corrompido al
integrarse a la “civilización”. Estos últimos satisfacen los ideales de
sencillez y simpleza que se contraponen con los parámetros de una sociedad
frívola y materialista que, metonímicamente, se identifica con el espacio de la
“ciudad”.
En la
producción ensayística de María Eugenia Echenique[10],
también se observa una reivindicación romántica del “Primitivismo” y una
manifiesta oposición entre naturaleza vs. cultura, influenciada por la
filosofía rousseauniana. Los sujetos que habitan en ámbitos rurales viven en
perfecta “armonía” con la naturaleza y ensayan una cultura del “estar[11]”,
despreciando los valores y pautas culturales del mundo civilizado.
Los
procesos de modelización discursiva que emergen a partir de la lectura de los
textos de Juan José Vélez y María Eugenia Echenique, permiten articular
visiones críticas de la modernidad y restituir valores espirituales y morales
de un determinado grupo social. Si bien convergen en sus discursos dos esquemas
culturales disímiles, el reconocimiento y la seducción del otro no instauran
fisuras ni tensiones dentro de las obras, ya que no quiebran el monologismo
discursivo del grupo social “civilizado” desde donde se enuncia y evalúa la
palabra del otro.
Observaremos,
por último, de qué modo se produce la integración del sujeto nativo, a través
del proceso de disolución del otro por el yo. Para ello, emplearemos como
referencia, una novela de José María Vélez, escrita en 1898, la cual lleva como
título La Casta!. Esta obra, ajustada
a los principios de representación realista, instaura una polémica dentro del
acotado campo intelectual de su época puesto que el texto se estructura en
torno a una “transgresión” social: la unión de personajes que pertenecen a
diferentes castas (un indígena con una joven de reconocida posición social), a
través de la institución del matrimonio. Su publicación causó “escándalo”
dentro de los sectores más conservadores y católicos de la sociedad, a tal
punto que su lectura fue “censurada”. El diario “Los Principios[12]”
consideraba que este libro no podía entrar a los hogares cordobeses o en su
defecto, sólo podía ser leído por hombres.
Cabe preguntarse entonces, de qué modo
se modeliza al otro, cómo opera la red de intercambios entre la esfera de lo
culto vs. lo popular y a qué propósitos responde tal representación. Cirilo,
indígena que habita en las serranías cordobesas, entabla matrimonio con Rosa
Victoria, joven oriunda de la ciudad de Córdoba que había sido raptada en una
excursión por una gavilla de gauchos matreros. El enunciador ajusta la
descripción de este personaje al estereotipo romántico del “buen salvaje”:
sujeto inocente que vive en libertad, alejado de la civilización, dichoso en
medio de la soledad y gozoso del trabajo. En su orfandad, este personaje
desarrolla su fe cristiana y actúa respondiendo a los preceptos de dicha moral.
Observamos, entonces, que su figura responde a un ideal determinado y a través
del mismo, el enunciador proyecta sus principios de clase. No olvidemos, por
otra parte, el carácter épico que adquiere este sujeto a lo largo de la obra,
ya que consuma el rescate de la joven. De este modo, Cirilo se construye como
un caballero medieval que fundamenta su hacer en una ética cristiana y luego de
sobreponerse a varias pruebas, obtiene como recompensa la integración en la
“civilización”, es decir: el amor de Rosa Victoria, el reconocimiento del
matrimonio, la adopción de un padre, de un apellido y por último, la mudanza
hacia un espacio urbano.
El carácter “pretendidamente”
transgresor de la obra se atenúa, por no decir que se desdibuja, a través de
este proceso de modelización que el enunciador realiza del nativo, planteando como
estrategia, la disolución del otro por el yo. Por el contrario, este discurso
posee una función “estabilizadora”, tendiente a recuperar valores identitarios
de clase.
II
Podemos
afirmar, a modo de síntesis, que las formas operativas que adopta el discurso
americanista en el marco de la tradición cultural criolla, durante el período
del Centenario, responden a propósitos ideológicos muy visibles tendientes a
legitimar los valores y prácticas culturales de un grupo social que se
encuentra en un proceso de crisis, de decadencia. Los textos plantean
propuestas “estabilizadoras” en donde se procura “recuperar” y “garantizar” un
orden amenazado.
La
tradición cultural incaica emerge como operador seminal que recorre la
producción discursiva de la época, estableciendo genealogías culturales y
proyectos de identidad cultural. El discurso de la “argentinidad” se afirma
sobre estos blasones, rescatando el hacer épico y civilizatorio de esta cultura
prehispánica.
Sin
embargo ,“lo americano” no se presenta como un discurso descolonizador y
popular, ya que responde a políticas conservadoras que no reconocen la palabra
del otro. La representación que se realiza acerca del espacio y del sujeto
nativo, se afirma sobre categorías de análisis coloniales tales como: la
oposición civilización vs. barbarie; la dicotomía en torno al espacio urbano
vs. rural; la recuperación de planteos positivistas que permiten justificar las
desigualdades sociales, la superioridad racial, el carácter elitista del
discurso y por último, la construcción de la otredad a partir de políticas de
homogeneidad cultural en donde “lo popular”, lejos de instaurar un “revulsivo
cultural”, se construye y manipula como “objeto para...”, en función de
proyectos ideológicos dominantes. El gaucho, al igual que el indígena, se
configuran como sujetos “sin voz”; no representan ya una barbarie activa que
pueda desestabilizar o socavar los principios políticos, económicos y
socio-culturales sobre los cuales se sustenta el discurso social hegemónico de
la clase dirigente. Ahora, la oposición civilización vs. barbarie adquiere una
nueva semanticidad y es el “gringo”, el sujeto activo, peligroso, que ejerce
una acción disolvente y desestabilizadora sobre estos grupos sociales. Por tal
motivo, los mecanismos de “exlusión” operan sobre estos nuevos actores sociales
y a modo de confrontación, se recupera la figura del indio o del gaucho
(despojado ya, de todo resabio “moreirista”), para afirmar un proyecto
identitario, una tradición cultural y una genealogía. Cabe señalar, por último,
la dicotomía regionalismo-americanismo-nacionalismo vs.
europeísmo-cosmopolitismo porteño, que se delinea a partir de los textos. El
espacio provinciano contiene los auténticos blasones de la argentinidad y
emerge desde allí, el auténtico palpitar de la tierra.
Con Blasón de Plata, Ricardo Rojas intenta
responder al interrogante que Sarmiento se formulara en Conflicto y armonía de las razas en América (1883), acerca de
nuestra identidad: “Argentinos, desde
cuándo y hasta dónde?. Bueno es darse cuenta de ello”, recuperando la tradición
cultural incaica e hispano-criolla. Sin embargo, omite interpelar a la sombra
“terrible”, “bárbara” y “nativa” de Facundo, para dar cuenta de la vida secreta
y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de nuestro pueblo.
Desde
estas contradicciones y desencuentros, continuamos aún revisando la historia e
interrogándonos acerca de nuestra identidad, reconociendo, tal vez, que América
Latina nos pertenece, no sólo desde el ángulo del imperio, sino también, desde
la vereda de enfrente.
·
Referencias
bibliográficas:
-AA.
VV (2000). Espacios geoculturales.
Diseños de nación en los discursos literarios del Cono Sur (1880-1930).
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-Capdevila,
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General de Librería y Publicaciones, Buenos Aires.
-Echenique,
María Eugenia (1900). Colección Literaria.
Biffignandi, Córdoba.
-Herrera,
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Agencia General de Librería y Publicaciones, Buenos Aires, 1920.
-
_____________ (1933). Bamba. Poema de la
Córdoba colonial. Peuser, Buenos Aires, 1946.
-Kusch,
Rodolfo (1986). América Profunda.
Edit. Bonum, 3 edición, Buenos Aires.
-Río,
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Editorial Losada, 3 edición, Buenos Aires, 1964.
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Civilización y Barbarie. Editorial Sopena, 6 edición, Buenos Aires, 1955.
-
_________________________ (1883). Conflicto
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Leopoldo Zea (comp), México, 1993.
-Vélez,
José María (1898) La Casta!. La
Minerva, Córdoba.
-Vélez,
Juan José (1924) Hojas Dispersas.
S.d.t
[1] Cabe mencionar, por ejemplo, los alzamientos calchaquíes que se desarrollaron en la Gobernación del Tucumán, a lo largo del siglo XVII.
[2] Rojas retoma un concepto “biológico” de raza para justificar la conducta que posee el conquistador español, con respecto a la mujer indígena, pero cabe señalar que este intelectual explica el concepto de raza, desde una fundamentación histórica, cultural y espiritual.
[3] Cfr. David Rock. Precursores
intelectuales del nacionalismo conservador en Argentina (1900-1927). S.d.t
[4] Arturo Capdevila y Leopoldo Lugones procedían de Córdoba; Manuel Gálvez, de Entre Ríos y Ricardo Rojas, de la provincia de Tucumán.
[5] Por ejemplo, las
luchas que se generan para imponer los principios de la estética modernista o
bien, los cuestionamientos suscitados en torno a la Reforma Universitaria.
[6] Cfr. Capdevila, Arturo. Córdoba del Recuerdo (1932); Tierra Mía (1945); La dulce Patria (1949) y Alma de Córdoba (1965).
[7] Para la cultura incaica, el cóndor representa una divinidad que encarna el genio de la raza, el alma de la tierra. Se trata de un ave mitológica, majestuosa, a los cuales los indígenas rendían adoración. Habitaba las cumbres cordilleranas y podía comunicarse con el divino Sol.
[8] “El eco de Córdoba” , periódico de impronta católica, estuvo dirigido por los hermanos Ignacio y Luis Vélez. Su primer número apareció en el año 1862 y subsistió hasta 1886. Tuvo una gran importancia y gravitación dentro del ámbito cultural cordobés y llegó a tener hasta veinticuatro corresponsales en el país y en el exterior. Fue ampliamente reconocido y apreciado, no sólo en Córdoba, sino también en el resto del país como un digno “eco” de Córdoba. Para ampliar información, Cfr. Manuel Río. “Córdoba (1810-1910)”, conferencia incluida en Córdoba, su fisonomía, su misión. Escritos y Discursos. Dirección general de Publicaciones, Universidad Nacional de Córdoba, 1967.
[9] Juan José Vélez posee una importante producción intelectual. Podemos mencionar los siguientes títulos: Corazón Enfermo (Novela. 1905), Los dos polos (Novela. 1905), Manila (Novela. 1912), La danza del carácter (Novela. 1919), Hojas Dispersas (Ensayos. 1924), Bocetos y Pinceladas (Discursos. 1925) y Estampas serranas (Ensayos. 1934).
[10] La producción literaria y ensayística de María Eugenia Echenique se halla contenida en una Antología titulada: Colección Literaria (Edit. Biffignandi, Córdoba, 1900). Procedente de una ilustre familia de Anisacate, esta joven escritora no sólo logra publicar sus ensayos en varios periódicos de la época: “El porvenir de la juventud”, “La Ondina del Plata”, “El Eco de Córdoba”, entre otros; sino también, ser reconocida en Buenos Aires. La Antología reúne una serie de artículos escritos entre 1874-1877. En ellos se reflexiona acerca de la escritura, la labor poética, la naturaleza, el poblador nativo, la condición social de la mujer, entre otros.
[11] Rodolfo Kusch define al “estar” como la ubicación ontológica del hombre dentro de una cultura. Este concepto nos remite al sentido de instalación, arraigo, estatismo y contemplación. Existe una oposición entre los conceptos de “ser” y de “estar”. El “ser” pareciera ser distintivo de la cultura occidental, en donde se afirma la voluntad de un sujeto de modificar al mundo y enajenarse a través de dicha acción. Por el contrario, en el mundo del “estar”, propio de las culturas arcaicas, el hombre no modifica la realidad; la contempla, encuentra un lugar en ella y se siente partícipe de una totalidad cósmica. Para ampliar el tema, Cfr. Rodolfo Kusch (1986) América Profunda, Bonum, 3 edición.
[12] El periódico cordobés “Los Principios”, de impronta católica, fue creado en 1894 y atendió a los siguientes propósitos e ideales: “...Ocurren tantos contratiempos en este país porque asaz a menudo se echan en olvido los principios. Es menester que el diario que va a aparecer los recuerde día a día...”. Al respecto, Cfr. Manuel Río. “Noticia Biográfica” en Córdoba, su fisonomía, su misión. Escritos y