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LITERATURA Y POLÍTICA EN MÉXICO:
UNA EXPERIENCIA

Cabrera López, Patricia
Universidad Nacional Autónoma de México


   

Decidí participar en este congreso con el relato de una experiencia de investigación, cuyo producto más amplio (un libro individual titulado Una inquietud de amanecer: literatura y política en México, 1962-1987) ya está en prensa. Digo que hasta ahora es el producto más amplio porque considero que todavía no he agotado las posibilidades epistemológicas del complejo cognitivo que llegué a constituir, complejo que decidí llamar “narrativa literaria de izquierda”. 

Llevada por la curiosidad de conocer mi época,  de entendernos y entenderme, y de saber qué había sido de aquellos ánimos políticos y literarios de los estudiantes de la facultad de Filosofía de Letras en los años setenta del siglo pasado, desde los años ochenta empecé a compilar y a leer una serie de novelas o cuentos que hasta ahora suman 157 libros de 73 escritores. Esta cantidad solamente abarca las ediciones de 1964 a 1987, ya que puse este último año como marca para detenerme y poder manejar tantos datos. Es decir, he leído más que esta cantidad de libros. Inicialmente me había limitado a los años setenta, por ser ésta la década en la que abundó más ese tipo de narrativa, pero luego decidí ampliar el periodo para entender mejor, en términos históricos, su eclosión y su decremento.

         El más importante problema que enfrento cada vez que leo esta narrativa es sortear dos tipos de reacciones: las unas son provocadas por mis criterios de calidad  (desde luego que determinados histórica y culturalmente). Entre esos textos algunos llegan a caer en el melodrama o pecan de obvios, mientras otros plantean retos al lector y explotan la ambigüedad. Entre ambos extremos, sin embargo, hay muchas novelas y cuentos o crónicas que logran equilibrar la asunción de la identidad política de los narradores con el cuidado de la escritura. Pero con todos los textos he logrado entablar un diálogo político, a veces polémico, a veces de afinidad, pero diálogo al fin, sobre cómo explicar o interpretar un pasado tan reciente que nos involucra, y qué aspectos de la realidad social, reconstituida en las mismas narraciones, pueden justificar que se haga de la literatura el vehículo para una toma de posición  política.

         Como sería muy largo enumerar todos los títulos, solamente mencionaré a los escritores y escritoras, pues algunos de ellos son conocidos más allá de las fronteras de México. Por supuesto, la mayoría son mexicanos de diversas generaciones: José Revueltas, José Agustín, Carlos Monsiváis, René Avilés Fabila, Julián Meza, Orlando Ortiz, Parménides García Saldaña, Margarita Dalton, Gerardo de la Torre, Alfredo Leal Cortés, Héctor Gally, Jorge Aguilar Mora, Héctor Manjarrez, Luis González de Alba, Juan Miguel de Mora, Roberto Páramo, Juan Tovar, Luis Carrión Beltrán, Roberto López Moreno, Héctor Morales Saviñón, Jesús Luis Benítez, Eraclio Zepeda, Gonzalo Martré, Guillermo Samperio, David Martín del Campo, Horacio Espinosa Altamirano, Salvador Mendiola, Ignacio Betancourt, Alejandro García, Alberto Huerta, David Ojeda, Roberto Bravo, Agustín Cortés Gaviño, María Luisa Puga, Agustín Ramos, Luis Arturo Ramos, Federico Campbell, Juan de la Cabada, Salvador Castañeda, Sergio Gómez Montero, Xorge del Campo, Teresa Martínez Terán, Hernán Lara Zavala, Jaime del Palacio, José Joaquín Blanco, Raúl Hernández Viveros, Héctor Aguilar Camín, Alejandro Ariceaga, Jesús Gardea, José de Jesús Sampedro, Emiliano Pérez Cruz, Élmer Mendoza, Elena Poniatowska y Mónica Mansour (nacidas en París y Buenos Aires, respectivamente).  

                   Puede ser que esta lista no diga nada a ustedes, pues en ella se mezclan los escritores consagrados con sus homólogos casi desconocidos. La mayoría residía en la capital del país y, por lo tanto, gozaba de más posibilidades de difusión, o estaba conectada con los enclaves editoriales y los de la política cultural del Estado mexicano (ubicados, por supuesto, en México, Distrito federal). Una minoría de los enumerados residía en provincia, y se negó a trasladarse a la capital desafiando el ninguneo y el peligro de ser prácticamente desconocida.

         Pero la lista no ha terminado, hay que agregar a los escritores procedentes de otros países de habla hispana que publicaron en el México de los años sesenta a los ochenta, porque vivieron ahí, pasajera o definitivamente. Ellos son: Demetrio Aguilera Malta y Miguel Donoso Pareja, de Ecuador. Al primero se le incluye en los diccionarios de escritores mexicanos porque nunca retornó a su país y fue en México desde donde publicó la mayor parte de su obra de madurez. De  Nicaragua, estuvo en México Lizandro Chávez Alfaro. De España llegaron para asentarse en México, donde se iniciaron como escritores: Edmundo Domínguez Aragonés y los dos Paco Ignacio Taibo, el I y el II. José Luis González, de Puerto Rico, también halló en México su país definitivo, donde escribió y publicó la mayor parte de su narrativa. De Chile vivieron su exilio en México los Délano, Luis Enrique y Poli. Por la misma razón llegaron los narradores y académicos universitarios Renato Prada Oropeza, de Bolivia, y Marco Antonio Flores, de Guatemala.  En cuanto a los argentinos, de los que llegaron exiliados, algunos trabajaron y publicaron allá, y después retornaron, como  Pedro Orgambide, Humberto Costantini, Noé Jitrik, Mempo Giardinelli y Miguel Bonasso; Rolo Diez, en cambio, ya se estableció allá. Del exilio uruguayo estuvo en México Carlos Martínez Moreno. Y hasta una italiana, Francesca Gargallo, adoptó el español como lengua literaria y México como su enclave cultural.

         Deseo aclarar que en la mayor parte de los especímenes de esta narrativa no se hallan los rasgos del realismo socialista de los años treinta o cuarenta del siglo pasado (el didactismo, la fe incondicional en el socialismo real, los obreros como personales principales, etc.,). Esto se debe a que la mayoría de los narradores nació en los años cuarenta. Es decir, no obstante la afiliación política de los narradores, tanto los rasgos del discurso narrativo (organización del relato, registro lingüístico, voces narradoras, etc.) como los de las historias narradas (motivos, actores, etc.) exhiben las intenciones experimentales de la prosa en los años sesenta, sin renunciar a su voluntad de identificarse políticamente con la izquierda a través de la literatura.

En algunos textos los signos del izquierdismo son evidentes; por ejemplo, las referencias al poder político en lo narrado o la focalización de situaciones sociales que atestiguan la descomposición, la arbitrariedad y la injusticia del sistema, así como su miseria moral y la represión contra los izquierdistas (incluidas las experiencias guerrilleras). En tales casos la ideología política está connotada en la perspectiva de la o las voces narradoras, por cuanto en la narración predomina un punto de vista parcial, no neutral, y la realidad es figurada también a la luz de la concepción materialista de la sociedad y la historia. Pero en otras ocasiones en esa narrativa solamente se asoman referencias solidarias con la izquierda o se critica la cultura política de esta corriente o del socialismo real desde una posición de desencanto escéptico, pero no anticomunista.

Considero que hay tres razones muy importantes para explicar por qué la narrativa literaria de izquierda proliferó en el México de los años sesenta a los ochenta del siglo XX, pero fue dispar en sus características meramente literarias, amén de que en la mayor parte de sus expresiones no se sujetó a una preceptiva que podríamos llamar "realista socialista". La primera razón es la influencia primordial de José Revueltas. Él fue satanizado por sus camaradas en los años cuarenta y cincuenta porque consideraban que su posición filosófica no era rigurosamente socialista, sino existencialista. Revueltas admitió esas críticas, pero años después, cuando rompió con las organizaciones partidarias formuló su propia estética materialista para sustentar su literatura. (Aclaro que Revueltas rompió con las organizaciones, pero no con el izquierdismo.) Posteriormente su autoridad intelectual y política creció al involucrarse con los estudiantes en el movimiento de 1968 y haber sido encarcelado por esta causa. Por su trayectoria Revueltas fue el paradigma, por excelencia, para los narradores nacidos en los años cuarenta, que figuran en la lista que leí antes. Su lección principal fue no obedecer ninguna preceptiva realista socialista ni militar en partido alguno, aun reivindicando el socialismo como la única opción histórica.

 La segunda razón,  ya la mencioné antes: desde los años sesenta la narrativa mexicana afrontó la superación de los modos tradicionales de narrar (la progresión cronológica, la configuración de personajes, la predictibilidad, los valores morales cristianos) y buscó la modernización adoptando modelos literarios de otras lenguas diferentes de la española. La narrativa literaria de izquierda no se marginó de esta tendencia, sino la siguió. En este aspecto una figura axial fue Julio Cortázar. Por supuesto que su presencia en las letras mexicanas no fue sólo perceptible en la literatura política, también lo fue entre los narradores que, para no entrar en detalles, podemos llamar genéricamente "universalistas" (porque opuestos al nacionalismo cultural mexicano, que perdería terreno tras el movimiento de 1968) y reacios a admitir la politización.

La tercera razón es la presencia del exilio latinoamericano, que también mencioné. Varios de los exiliados en México estetizaron la violencia de la guerrilla, fuera como víctima de las dictadura, fuera en el interior de ella misma. También publicaron narraciones autoirónicas de la izquierda, cuyo sentido reside en su función de autocrítica.    

 Por todo lo anterior he leído esta narrativa a la luz de la teoría de Fredric Jameson en El inconsciente político. En tal tenor pienso que tales textos son actos simbólicos de política comprensibles en un horizonte semántico en cuyo interior está el orden social. No es que reflejen determinado estado de cosas, sino son resoluciones imaginarias de contradicciones reales, son articulaciones de discursos colectivos, son movimientos simbólicos en una confrontación ideológica esencialmente polémica. En esta narrativa los escritores muestran su reconocimiento a la existencia de la izquierda en la vida social –aunque la mencionen discretamente o sin intención apologética— y algunos hasta llegan a enunciar sus narraciones en esta perspectiva ideológica. Al hacerlo intervienen simbólicamente en el terreno de la política, aunque estrictamente hablando no incidan en el campo político ni sus obras hayan sido productos de una línea partidaria.

         Ahora bien, el haber reunido semejante complejo no me llevó, en primera instancia, al análisis de los textos, porque preferí responder otras interrogantes derivadas del saber que fui adquiriendo sobre el campo literario mexicano y la posición de los escritores enumerados desde de éste. Observé que no obstante su afinidad ideológico-política, quienes escribieron narrativa de izquierda no pertenecían a los mismos grupos, ni se apoyaban solidariamente entre ellos; más bien polemizaron y los que tenían más poder, por pertenecer a grupos y publicaciones hegemónicas, les cerraron el paso a los carentes de ventajas. Así que siguiendo las pistas de los diferentes grupos llegué a comprender que su existencia y operación tenían sentido por cuanto sostenían diferentes proyectos cultural-literarios. En consecuencia, éstos se convirtieron precisamente en el objeto de conocimiento que me propuse examinar. En la mayor parte de los casos esos proyectos se concretaron en publicaciones periódicas (suplementos en diarios o revistas, o revistas). Ya en esta lógica trabajé con la categoría de campo literario y las otras categorías derivadas, de Pierre Bourdieu, con el propósito de discernir las peculiaridades del caso mexicano para no hacer extrapolaciones mecánicas del caso francés. En esta tarea me serví de aquel libro de Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, Literatura/sociedad, sobre todo respecto de la autonomía, indispensable para que pueda hablarse de la existencia del campo literario.        

         El principal reto que afronté al decidirme por el objeto de conocimiento "proyectos cultural-literarios de izquierda" fue reconstituir la interacción de unos con  otros, es decir, entre sí o con los grupos hegemónicos, concretamente el grupo encabezado por Octavio Paz. Esto significa reconocer que la literatura no se constituye sólo con los textos reconocidos como literarios, sino con el conjunto de relaciones y actos con los cuales se articulan los primeros; relaciones y actos que tienen un valor simbólico. Fue un trabajo muy arduo el correlacionar diferentes tipos de textos para reconstituir discursos más amplios que abarcan problemáticas que los escritores se plantearon, y los pronunciamientos que hicieron al modo de resoluciones simbólicas. Ello me condujo a focalizar especialmente los posicionamientos ante coyunturas dadas; por ejemplo, el movimiento estudiantil de 1968, el caso Heberto Padilla, en Cuba; el regreso de Octavio Paz a México, el gobierno del presidente de la república Luis Echeverría.

La intensa participación de los escritores afiliados a la izquierda en aquellos momentos explica el que yo haya denominado a los proyectos como culturales, no solamente literarios, ya que a partir de los años setenta las publicaciones exclusivamente literarias resultaban limitantes para participar en los debates que interesaban más a los escritores, en la medida en que ellos deseaban aparecer también como intelectuales que opinan sobre asuntos concernientes a la cultura en general.

         Cabe aclarar que al registrar los proyectos cultural-literarios no me limité a las publicaciones de grupos poderosos y hegemónicos ni omití las publicaciones más modestas que, por la misma razón, no llegaron a ser instituciones. Tenía que ser congruente con mi determinación de no incurrir en las exclusiones u omisiones que considero actos de poder por parte de los críticos literarios ubicados en posiciones de poder. En síntesis, como investigadora no me sujeté al "canon disciplinario", sino más bien pretendí rescatar la memoria de varios proyectos cultural-literarios que no han merecido ser tomados en cuenta en diccionarios ni en historias de la cultura.

         Todo lo que acabo de relatar fue la experiencia ya concluida. Ahora me propongo concebir otro tipo de abordaje que haga pertinente el complejo "narrativa literaria de izquierda".  Una posibilidad sería trabajarlo con miras a participar en la constitución de una historia literaria, habida cuenta de que en Latinoamérica ha sido tradicional  el binomio literatura y política, o literatura y violencia. Tradición que tiene sus raíces en una textualidad que viene desde el siglo XIX y que en unos países fue más vigorosa que en otros, lo sabemos. Otra posibilidad sería la realización de ejercicios de crítica literaria basados en los rasgos comunes y en las diferencias en materia de soluciones estético-literarias.  De hecho, ya avancé en esta línea al analizar cinco novelas.

Además, puesto que en este congreso nos hemos percatado de las similitudes culturales de varios países de la región en los años sesenta y setenta, no sería descabellado concebir comparaciones y estudios sincrónicos que abarquen más de un país. Llegar a realizar investigaciones en este sentido sería, a mi parecer, uno de los mejores logros de la interrelación de los estudiosos latinoamericanos de la literatura.

 

Bibliografía básica

Patricia Cabrera López, "Novelas políticas de los años setenta", en… (coord.), Pensamiento, cultura y literatura en América Latina, México, UNAM/CEIICH-Plaza y Valdés, 2004 (Debate y reflexión, 3), pp. 263-290.

 Patricia Cabrera López, Una inquietud de amanecer: literatura y política en México, 1962-1987, México, UNAM/CEIICH-Plaza y Valdés, en prensa (Debate y reflexión, 4).

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