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El impúdico silencio de Delmira Agustini

Campero, María Elena
Universidad Nacional de La Plata

                                                                      

         La obra poética de la uruguaya Delmira Agustini (1886-1914) incluye tres publicaciones en vida El libro blanco (1907), Cantos de la mañana (1910), y Los cálices vacíos (1913) y una edición póstuma titulada El rosario de Eros (1924), poemarios todos hilvanados entre sí  por un marcado erotismo. Erotismo que se convierte en la nota distintiva de su poesía y, simultáneamente, en la nota desconcertante y atrevida para críticos, colegas y público de la época. Erotismo que también entraña la muerte de Agustini en el disparo de su ex-marido una tarde de julio.

Escritura entonces transgresora, subversiva, "tan libremente fuera de las reglas convencionales de la moralidad burguesa" (Zum Felde, 1955, 34) que de inmediato obliga a  interpretar y explicar esta voz poética femenina y erótica disonante dentro del coro  modernista como aquélla proveniente de una niña milagrosa (Carlos Vaz Ferreira, Manuel Medina Betancort) o de una mujer-posesa cifra del enigma de lo femenino (Alberto Zum Felde) y, posteriormente, como la expresión de una mujer de doble personalidad (Clara Silva) o  de una autora enmascarada (Emir Rodríguez Monegal, Arturo Sergio Visca, Sylvia Molloy). Escritura que tematiza, indaga, problematiza, celebra, la experiencia amatoria-erótica humana, una y otra vez, incansablemente.

Del último poemario publicado poco antes de morir, Los cálices vacíos  (1913),  trabajaré el poema "En silencio" por la singular manera en que pone en escena el acto sexual. En función de este objetivo me interesa tomar como punto de partida el quiebre que implica en el poemario la inesperada irrupción de la metafórica de los alimentos destinada a presentar al varón en tanto bocado apetitoso, irresistible:
 

Por tus manos indolentes

mi cabello se desfloca;

sufro vértigos ardientes

por las dos tazas de moka

 

de tus pupilas calientes;

me vuelvo peor que loca

por la crema de tus dientes

en las fresas de tu boca;

en llamas me despedazo

por engarzarme en tu abrazo,

y me calcina el delirio

cuando me yergo en tu vida,

toda de blanco vestida,

toda sahumada de lirio.

 

Ya no es la estatua de piedra con corazón de "pasta de estrella", ni el cisne de "maléfico encanto", ni el Dios que la rescata de la torre de la melancolía, ni el admirable perfil wagneriano. Agustini se acerca aquí al trabajo de su contemporáneo mexicano Ramón López Velarde en "Mi prima Águeda":

        Águeda era

(luto, pupilas verdes y mejillas

rubicundas) un cesto policromo

de manzanas y uvas

en el ébano de un armario añoso.

          

Este ingreso de los alimentos, de lo cotidiano -marca característica de la vanguardia- está exento de toda cuota de parodia o ironía de la que no escapa por ejemplo el Lugones posmodernista de "Fuegos artificiales"  al describir que "A su lado el esposo, con dicha completa, / se asa en tornasol como una chuleta; (...)" o en "Emoción aldeana" cuando afirma "(...) vi abrirse enormemente sus ojos de gata, /  fritos en rubor como dos huevecillos." Su empleo tampoco está supeditado a la puesta en crisis vanguardista del espacio poético a través del humor del que son exponentes perfectos las chicas de Flores descritas por O. Girondo con sus ojos como "las almendras azucaradas de la Confitería del Molino", con sus incipientes pechos colgando "del ramaje de hierro de los balcones", con su eterno temor a "que las nalgas se les pudran, como manzanas que se han dejado pasar". Por el contrario, en el poema de Agustini esta metafórica de los alimentos se convierte en el eje seleccionado a los fines de brindar el espectáculo "impúdico" del acto sexual con su inherente violencia y desmesura, continuando la presentación del varón en tanto presa inaugurada en "Fiera de amor". En dicho poema se combina la metáfora de la caza  con el motivo del hambre para dar cuenta del acecho -aparentemente inútil- del varón por parte del sujeto lírico quien se metamorfosea en fiera hambrienta y en hiedra mortal. Me interesa pensar este aspecto en función del recurrente imaginario de animales del que se valen escritores y poetas finiseculares con el objeto de traducir la rápida expansión del capitalismo en tanto "(...) una energía desbridada que no puede compararse a otra cosa que a la ferocidad bestial." (Rama, 1983, 111) Rama justamente señala cómo el acto de comer, de devorar, de alimentarse del otro  deviene -en la obra de Martí por ejemplo- en una exhibición de la hostilidad y el salvajismo imperante en la sociedad moderna. Puede decirse entonces que Agustini se hace eco de esta poética, pero la desvía  del empleo canónico que se hace de ella, trasponiendo este imaginario a la relación entre amantes.

"En silencio" -no solamente en tanto poema sino también en tanto espacio habilitado para que el sujeto lírico pueda despojarse allí del disfraz feroz y mortal que asume en "Fiera de amor"- simplemente privilegia el espectáculo de esa violencia sexual, anteriormente vehiculizada a través de la máscara. Esta violencia sexual se pone en escena de varias maneras como, por ejemplo, a través de:

1) la fragmentación sinecdóquica a la que se ve sometida el cuerpo del varón;

2) el juego causa-efecto o  tú-yo  que domina las dos primeras estrofas, de modo tal que a cada parte del cuerpo del varón -manos, pupilas, dientes en boca-, el sujeto lírico le contesta con una referencia a su propio estado desequilibrado, fuera de sí, no dominado, dando cuenta de las consecuencias que la presencia del otro le suscita: cabello desflocado, vértigos ardientes y locura;

3) el alto grado de explicitación complementado por el marcado carácter visual de estos versos, con zooms-in repentinos en los cuerpos de los respectivos amantes reforzando aún más la discontinuidad que -en definitiva- entraña la relación sexual;

4) la cuota de violencia remanente en esa presentación del varón en tanto bocado irresistible;

5) la fatal isotopía "fogosa" (ardientes-calientes-llamas-calcino).

Dicha fuerza arrolladora se transfiere al verso mismo a través de la concisión y rotundez del octosílabo, de la rima consonante grave, de la precisión en la puntuación que agrupa versos en pares de causa-efecto, y de la brevedad del poema reflejo de la fugacidad del acto sexual. Al "despedazar" -desde su proyecto poético- a ese "otro" pasivo, indiferente, insensible, frío, distante, monolítico, el sujeto lírico lo torna aprehensible, abordable -desde cada una de sus partes- y, por ennde, vulnerable manjar para su paladar insatisfecho. De las partes al todo, podría decirse. Este trabajo de desarticulación del cuerpo del otro a partir de la sinécdoque también puede pensarse en función de la poética de la fragmentación propia de la vanguardia que se consagrará años después. Tomando asimismo como punto de referencia la vanguardia, me parece enriquecedor pensar el motivo del hambre a partir de un  movimiento de ida y vuelta, de Agustini a la vanguardia y viceversa. Es decir, la poeta uruguaya pareciera haberse adelantado a la generación siguiente, percatándose del potencial de este motivo al cual posteriormente recurrirá la vanguardia latinoamericana para recuperar la mirada nacional, local, valiéndose del original trabajo de asimilación de modelos culturales extranjeros como, por ejemplo, el segundo epígrafe de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía de Oliverio Girondo o el "Manifiesto antropófago" de Oswald de Andrade. Movimiento inverso, leer el motivo del hambre en Agustini desde la vanguardia. Es decir, pensar esta voz poética que desea devorar sexualmente al otro y se autodestruye en ese intento en términos de voz poética que devora un conjunto de representaciones heredadas y de la época (femme fatale decadentista, hombre activo - mujer pasiva, metáfora de la caza de amor,  imaginario animal-vegetal) en una síntesis singular.

La puesta en escena de todo ese caudal de energía, de violencia específicamente sexual, de hombre y mujer en pleno goce, hace estallar las tradicionales formas de representar el encuentro erótico: "Era como si a las estatuas paganas se las hubiese despojado de su hoja de parra; serían objetos impúdicos; habría que mirarlas de soslayo." (Zum Felde, 1955, 34) Puede entonces pensarse el poema en tanto "objeto impúdico" que debe necesariamente mantenerse "en silencio". Dirá el crítico uruguayo respecto a la recepción de este poemario:
 

En ambientes tan imbuidos de prejuicios tradicionales como eran los de nuestros países, en su tiempo, la desnudez erótica de Los cálices vacíos produjo, desde luego, el efecto de una intolerable licencia, la alarma de un escándalo sofocado en los cuchicheos de la murmuración, y prácticamente condenatoria para la osada mujer que así se desprendía, en sus versos apasionados, de los velos convencionales del pudor. (Zum Felde, 1955, 34)

 

De allí la elección del título -"En silencio"- que autoriza a una doble lectura. Por un lado, es una estrategia por medio de la cual el contenido del poema se ubica en el plano de la  imaginación/ fantasía del sujeto lírico, convirtiéndose en un deseo secreto. Esta operación es usual en la obra de la poeta donde abundan difusos límites entre sueño y realidad, difíciles de distinguir por ejemplo en "Visión" o en el poema encabezado por "La intensa realidad de un sueño lúgubre". Por otro, puede leerse en función del gesto de señalamiento de Darío en "Pórtico": "Cambiando la frase de Shakespeare, podría decirse that is a woman; pues por ser muy mujer dice cosas exquisitas que nunca se han dicho." (Silva, 154)  Después de describir a Delmira como una "bella niña" admirable por "su alma sin velos y su corazón de flor" y comparable incluso a Santa Teresa, Darío realiza un gran salto y cierra este prólogo adjudicándole la novedad de sus versos a su hiperbólica condición genérica, a su "ser muy mujer". De esta manera, el comentario de Darío "femeniza" la producción poética de Agustini, privilegiando esta coordenada como única vía de abordaje de su obra y cercenando así otras formas de aproximación posible a su producción. Guiado por el propósito de encauzar esta singular voz, de no dejarla librada a su suerte, Darío pareciera indicarle desde qué lugar será leída su poesía y, de paso, advertirle lo diferente que es ese lugar al que ellos -poetas modernistas varones- y su producción ocupan. Tiempo después (1920), en una conferencia pronunciada en la Universidad de Montevideo,  Alfonsina Storni ratificará esta misma línea de lectura: "Respira toda la obra de Delmira una femineidad feroz." (Silva, 158) Zum Felde también llama la atención sobre esta desmesura, exceso, demasía pero la reconoce en el alto tenor que alcanza su poesía: "En su verso hay, pues, sexualidad apasionada y desnuda, -demasiado apasionada y desnuda, quizás, para el gusto de nuestra época (...)". (Zum Felde, 1955, 18) Valiéndose del notorio contraste entre el título y el alto grado de explicitación sexual del poema, Agustini suspicazmente exhibe este ejercicio de poder, este silenciamiento al cual se somete no sólo la vida sexual-erótica, sino sobre todo a un sujeto de enunciación femenino que se presenta en tanto persona que desea y goza. La verdadera temática de Los cálices vacíos sólo puede proferirse "En silencio" para así recuperarla del silencio, despojada ahora de toda máscara, de toda hoja de parra amortiguadora del osado impacto de dichos versos.

      Silencio también resultante de la imposibilidad de poner en palabras la plenitud sexual. Silencio lindero con esa muerte implícita en todo acto sexual. Mientras el varón previamente desarticulado es ahora desplazado a un simple circunstancial de lugar -"en tu abrazo"- y una relativa de tiempo -"cuando me yergo en tu vida"-, la voz poética en su intento de fusionarse con el otro también se desintegra, y ya en pleno orgasmo directamente se quema en su locura-muerte. Es decir, desaparece en tanto sujeto de enunciación. El acto sexual mismo la subyuga al silencio.

Asimismo, no puede pasarse por alto que Los cálices vacíos se abra con un poema dedicado a Eros titulado "Ofrendando el libro" por medio del cual se despliega el momento litúrgico del ofertorio. Así, se instaura el espacio necesario para que pueda consumarse este banquete "profano" de los cuerpos en "En silencio". Ahora bien, en tanto poema inaugural funciona como mediación engañosa, como otra máscara, que  desvía la lectura de la verdadera propuesta "impúdica" de la poeta, al presentar una versión "domesticada" de la pasión erótica.  "Porque haces tu can de la leona" dice el primer verso, como primera razón que motiva el acto de entrega de la producción poética a Eros. Agustini estratégicamente encubre, borra las verdaderas características de este sujeto lírico que "En silencio" se encuentra completamente fuera de sí, en pleno goce violento, irracional, instintivo, desenfrenado, en desmesura extrema, más cerca de la leona que del can. Dirá Ventura García Calderón: "He ahí a Safo, con sus gritos de leona, al borde las playas del Uruguay" (Silva, 160) El camino recorrido por la voz poética es entonces inverso al planteado en el poema inaugural, que obviamente incluye la apelación necesaria a la máscara  animal. De allí que si se piensa en función de "En silencio", "Ofrendando el libro" puede leerse como promesa de lectura que se sabe a priori que se va a traicionar, es más, que se formula con el firme propósito de ser traicionada para tranquilizar a los colegas preocupados en la caída de la hoja de parra. Se entrega en el momento del ofertorio en tanto poesía "domesticada", "obediente" de las prescripciones de escritura a que obliga el pudor, válidas para una poetisa a principios de siglo. Al igual que en el ritual de la misa donde el pan y el vino se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo, Agustini acerca al altar profano de Eros una falsa representación del sujeto lírico. Incluso el verso final "-con alma fúlgida y carne sombría"- esconde ese cuerpo fuera de sí, esa carne "en llamas". Se silencia adrede ese cuerpo parlante, desbordado, en exceso que precisamente hablará por sí mismo en el poema "En silencio". En el momento de la consagración, el banquete de los cuerpos reemplazará el banquete del espíritu y se producirá entonces el verdadero pasaje del sujeto lírico de can en leona en medio del acto sexual. Pasaje celebrado y rememorado en esta misa erótica a que invita Agustini.

 Los cálices permanecen vacíos entonces porque solamente pueden colmarse y rebasar a escondidas, en silencio...

 


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