‹‹‹‹ÍNDICE

Beata Argentina
Copi: Semblante y metamorfosis de la identidad

Cangi, Adrián
U.B.A.

a Milita Molina

1. Invocar el continuo

          Resulta curioso que en las conferencias dictadas en junio de 1988 tituladas “como leer a Copi”, publicadas luego en 1991 por Beatriz Viterbo bajo el título Copi, Cesar Aira solo mencione La Internacional Argentina dos veces.[1] Una para referirse a la invención de un linaje judío que Copi se adjudicaría “siempre por la línea materna, que es por donde se transmite” y la otra, para ejercer un juicio lapidario e irónico al mismo tiempo. Dice Aira: “La Internacional..., su última novela, no es muy buena. Yo diría que es el último y definitivo homenaje que podía hacerle Copi a su patria: escribir una novela mala”. Me detengo en el gesto provocador con el que Aira habla de uno de sus maestros, para señalar una genealogía posible de poetas y narradores que han elogiado esta indicación, la de escribir novelas o poemas ‘malos’. “Sin embargo –dice Aira–, no es mala, por supuesto, porque el no podía escribir mal. Por muchos motivos puede resultar conmovedora, pero es una renuncia a su estilo a favor de un ‘estilo nacional’. El continuo se marchita, o se traba en un nudo al aplicarse a una temática deliberada (como aquí lo argentino...)”. Doblemente extraña esta aseveración cuando el propio Aira trata lo argentino en trazos insistentes en el continuo de su obra. El continuo ha sido para nuestra literatura, tema predilecto de la narrativa de Copi, Osvaldo Lamborghini y Aira, entre otros. Puede pensarse como una forma que avanza espontáneamente animada por un principio de incertidumbre. Forma elástica capaz de albergar detalles caprichosos y volátiles proclives de torcer el rumbo prefijado. Deliberada práctica de la repetición de un deseo fluctuante que avanza sin objeto y hacia un todo abierto. Régimen proliferante que todo lo absorbe y lo funde disolviendo contradicciones del tipo: memoria-olvido o yo-otro. Siguiendo un argumento propiamente deleuzeano, Aira sostendrá que en Copi el acontecimiento como irrupción es el que permite al continuo su principio de variación. Entonces, ¿resulta posible señalar que Copi renuncia a su estilo en esta obra y que el continuo se marchita porque trata una temática deliberada como lo argentino? Por el contrario, ¿no se trataría de una novela que ahonda en la constitución de lo estereotípico en la lengua con la que el continuo tiene que toparse para introducir variaciones inesperadas? En agosto de 1984 Copi planea una novela titulada Río de la Plata[2] en la que reinventa una Argentina entre imaginaria y biográfica, anticipadora de La Internacional.... De esta novela no escrita solo resta su prólogo que abre diciendo: “Me expreso a veces en mi lengua materna, la argentina, a menudo en mi lengua amante, la francesa. Para escribir este libro, mi imaginación vacila entre mi madre y mi amante. Cualquiera sea la lengua que elija, la imaginación me viene de esa parte de la memoria que es blanda y particularmente sensible a las flechas que se esconden en las frases anónimas”. Aquello que activa el acto de creación de Copi es la vacilación y los restos anónimos en la lengua. Procedimiento que presenta una forma blanda, envolvente y paradojal. En un lenguaje mas cercano al Cachafaz, se trataría de una lógica tramoyista capaz de manejar el cálculo y el disparate. ¿Qué es lo que esconden las frases anónimas en Copi? Restos de un habla trivial poblada de consensos vagos y caprichosos, que producen el fondo de los giros ilocutorios y que tensan la necesidad con el accidente. El continuo está asegurado por este fondo de consensos donde la realidad no supera a la ficción ni la ficción supera a la realidad. Aquello que separa a Aira de Copi se encuentra en la fuerza de interrogación con la que se enfrenta a los estereotipos. Donde Aira se vuelve pretendiente de la gran literatura, introduce a fuerza de reflexión una distancia ante la trivialidad del continuo estereotípico. Copi por su parte, reduce esa distancia a niveles por momentos inexistentes, como si dijéramos que se trata de una escritura automática sin pretensiones y con la voluntad de confundirse con la candidez del sentido común. Sabemos que este efecto es solo el resultado de una estrategia en la que la distancia existe pero sin el esfuerzo del pretendiente.

          Sin embargo, la última narrativa de Copi acrecienta el desapego y la ironía para pensar lo nacional. Solo a fuerza de distancia puede tratarse “cara a cara” con los mitos, las creencias y con el fondo que asegura la repetición estereotípica. La distancia disgrega el sentido totalizante e imprime una fuerza que no respeta identidades impuestas. “El desapego y la ironía –dice Copi– con los que pienso en el Río de la Plata, que después de todo es mi cuna, son recientes. Fue durante mis años de prohibición cuando mas escribí en argentino, y siempre grandes dramas. La persecución de mis hermanos, la muerte violenta de alguna gente cercana a mi familia, habían hecho que me imaginara el Río de la Plata como un purgatorio del que todavía hoy siento la vaga culpa de haber escapado. Sin un rasguño salvo los del alma. Me pregunto cuál habría sido mi vida allá si el azar no hubiese hecho que a los veintidós años, mientras pasaba mis vacaciones en París, mi padre no hubiese pedido asilo a la embajada de Uruguay en Argentina, perseguido por ya no sé qué régimen”. Todos los elementos compositivos de la narrativa del último Copi se sintetizan aquí: desapego, ironía y azar. El estilo y la agudeza de Copi oscilan entre el cálculo y el disparate. Para el cálculo es necesario desapego e ironía; para el disparate, delirio y deriva. Estos rasgos de estilo son pretendientes de la gran literatura porque una cuota de reflexión se aúna al automatismo para configurar la variación continua. Estilo que reelabora sin fin los excedentes del habla trivial e ironiza la tragedia. Desapego que parece posible pensarse cuando los rasguños solo atraviesan el alma. El cálculo y el disparate aparecen en el oxímoron del título mismo de la novela. ¿Qué evoca traer a la presencia la cuestión de la Internacional? ¿Supone una promesa práctica o eficaz de organización que rompe con la forma partido o incluso, con la forma Estado? Traer a la presencia esta palabra invoca determinado espíritu del marxismo. La Internacional reenvía a la doctrina como totalidad sistémica, metafísica u ontológica sostenida en conceptos como trabajo, modo de producción, lucha de clases, y por consiguiente, toda la historia de sus aparatos proyectados o reales: el movimiento obrero, la dictadura del proletariado, el partido único, el Estado, y sobre todo, la voluntad totalitaria. Para Copi, en la palabra Argentina subyace un deseo totalitario que poco tiene de marxismo y mucho de partido único, que poco guarda de sistema y mucho de disgregación sin fin. Por otra parte, el nacionalismo reclamado por la identidad nacional se compone en el título de la novela con la internacionalidad universal como si se intentara una síntesis. Y por fin, descubrimos que en esta síntesis disyuntiva se reclama lo imposible: pedir que los argentinos practiquemos una defensa de lo local y de lo universal al mismo tiempo como si estos dos linajes no hubieran sido separados con odios, sangre y resentimientos fundadores. Parece que Copi nos advierte que la dialéctica de lo particular y lo universal como forma, es demasiado abstracta incluso para el espíritu de negatividad argentino. Disociar al marxismo de una teleología o de una escatología mesiánica implica otorgarle otros contenidos ontológicos no teológicos. La crítica al espíritu de sistema que convoca la palabra Internacional en el presente supone estar abiertos a la venida de lo que llega, es decir, al porvenir absoluto de lo que viene como acontecimiento. Internacional, en un sentido crítico, evoca el nombre del acontecimiento o del estar abierto a lo indeterminado.[3] Sin embargo, para Copi existe un fondo secreto en el que lo indeterminado y lo mesiánico se componen en el título Internacional Argentina. Como si dijéramos que el deseo totalitario y teológico del espíritu mesiánico conviviese con la variación continua abierta a lo indeterminado configurando un mixto imposible. No hay forma elástica capaz de albergar todos los rumbos prefijados y de afirmar la paradoja como aquella que pone en variación el mixto. Un estilo continuo y abierto a lo que viene resiste a las formas dogmáticas de los mitos y su poder coagulante. Ejemplos afinados lo constituyen Eva Perón y La vida es un tango. En la novela, La internacional... el poeta famélico Darío Copi se pregunta: “¿Acaso no me correspondía una parte proporcional en este nacionalismo argentino, que siempre he considerado como el culpable de todas nuestras desdichas, desde el ejército hasta las letras de los tangos?” Entonces ¿evocar la Internacional no implica conjurar irónicamente el resurgimiento insistente y por momentos prepotente de lo nacional, como sensibilidad y pensamiento únicos sintetizados bajo las formas de la representación y de la identidad?. Por otra parte, ¿no supone afirmar, ante la quiebra de los sistemas, que el espíritu del acontecimiento es el único constituyente? No olvidemos que el 17 de octubre de 1945 obligó a los Damonte a exiliarse en Montevideo y perder su principal fuente de ingreso, el diario Crítica. Dice Copi: “nos dábamos cuenta de que el peronismo no terminaría de la noche a la mañana, así que nuestras posibilidades de volver a la Argentina se volvían quiméricas”. Este fondo quimérico traza la dimensión del cálculo porque engendra la pesada carga trágica del destino. En su reverso, impone el azar necesario para tratar aquellos temas cristalizados. Entre cálculo y azar se abre la dimensión del disparate, que en forma excesiva, bufonesca, vitriólica, picaresca, en síntesis: satírica, funciona desanudando el sentido de lo trágico porque hiere para curar.

 

2. Captar el epigrama

          Una de las formas de la sátira[4] es la vituperatio latina; la otra, el epigrama. La primera busca convencer ganando la voluntad, la segunda, desea establecer una condición como verdadera para luego aceptarla como dada. La sátira, como género, incluye el conceptismo ingenioso y la ingenuidad sarcástica.[5] Copi compone satíricamente mas cerca de la ingenuidad sarcástica que sólo admite como contraforma la antítesis o el quiasmo. Por ello, extrae del epigrama un ingenio caricaturesco del fondo del sentido común cercano a un concentrado poético, que da placer mordazmente, provocando exageraciones o inversiones. Como ejemplo vale uno de los que se despliega en La Internacional...: el poder es blanco o es de los blancos, ¿se imaginan un negro pretendiendo el poder en un país donde es el único negro? El sentido común argentino es convocado en su epicentro bajo el estereotipo “negro de mierda” y en la complacencia cultural de una jerarquía blanca. La fórmula de Copi es entonces, otro epigrama: el poder es negro, sentido antitético del primero, pero que abre entre ambos un quiasmo. La verdad  caricaturesca sobre un fondo de consensos vagos se hace presente para emprender su repetición en el continuo.

          Sobre el fondo de los estereotipos racistas que pesan sobre la supuesta inferioridad negra, Copi vuelve a su protagonista Nicanor Sigampa, una figura cuyos rasgos, hábitos y fortuna expresan todo lo contrario de los mitos sexuales de consumada lascivia, enaltecidos por mentes rudimentarias y definidos por una fisonomía libidinosa y holgazana. Los rastros de fe que nos enfrentarían con una criatura simiesca se disuelven. No se trata en Sigampa de un “catinga” oseoso ni gracioso ni peligroso por su agresividad. Se trata, para Copi, de un “producto típico del barrio porteño de San Isidro”, capaz de afirmar que: “¡En la Europa de hoy los pobres tienen mas necesidad de relojes de oro que de bistecs argentinos!” Criatura excéntrica, dadivosa y cuyo linaje hunde sus raíces en el África negra y desde allí a las huestes sanmartinianas en un solo gesto. De la extranjereidad cautiva a la emancipación con honores, de los fondos tribales a los primeros salones literarios de Buenos Aires, generaciones de ganaderos e industriales corren por su sangre conservando la distinción de ser un negro de toda pureza. Perteneciente a la rama tradicional de la dinastía donde el mestizaje es presentado como una afrenta a las mejores tradiciones de la negritud. Al capítulo racista como historia natural del disparate, le corresponde la elaboración epigramática de Copi: “¿Se imaginan a un negro intrigando para conseguir la presidencia de la República en un país donde es prácticamente el único negro?” Si no hay historia argentina sin embalsamamientos, desde el comienzo de la novela un semblante mortuorio acompaña a Sigampa. En una casa réplica en miniatura de la argentina situada en un barrio rico de París, con todos los tics de un estilo rústico, con pieles de vaca, hierro forjado, cojines de cabra, cuernos de toro y timbre aterciopelado vive Sigampa en una simetría desconcertante. Un padre embalsamado ocupa un ala de la casa mientras la madre en el otro ala idéntica no sabe de su deceso. Entre ambos, Nicanor, cuyos labios gruesos contrastan con un cigarrillo dorado y una única frase construye la intriga impresa en una escritura colonial sobre una tarjeta que dice: “Internacional Argentina” y debajo “Frutos de la Imaginación”. En esta frase se sostiene una delirante teoría política animada en el reparto de dinero y estampitas que preanuncian casi la santidad de Sigampa. El líder de la Internacional Argentina se sostiene en otro epigrama: el que reza popularmente que todo argentino en el exterior goza de un don imaginativo y de una virtud excesiva. Como si dijéramos que el exceso o vicio de identidad de lo argentino proviene de la potencia imaginativa que sostendría para Sigampa, el dato artístico de toda argentinidad necesario para cualquier acción política. La Internacional... funciona como un espectro imaginativo y una base económica. Todo conduce al único negro que paga, beca y compra.

          El personaje que Sigampa persigue sin cesar es el poeta Darío Copi, elaborado con todos los vicios del intelectual-artista argentino en París, entre apolítico y apátrida, a quien le da lo mismo el tango como las javas y que considera a la argentinidad un “vicio de identidad” que lo estimula y lo hace vivir intensamente, como si el combustible mordaz que lo animara fueran las letras de tango en las que se juega el alma cultural de las acciones nacionales. Darío Copi, sin embargo, es un reverso de Bianciotti, a quien se lo nombra mas cercano a un periodista que hurta ideas que a un supuesto purista de la lengua. Como todo intelectual que se precie va acompañado de una corte funambulesca mientras se esfuerza por escribir la trilogía La muerte de la ballena sin suerte poética. Algunas criaturas diletantes son Mafalda Malvinas, performer vanguardista y drogadicta; Raula Borges, hija natural de Jorge Luis, quien se candidatea a presidente de los argentinos por sus dones prácticos y por ser hija de...; Miguelito Pérez Perkins bon vivant y prometido de Raula, también compañero cara pálida de Darío Copi en la escuela primaria; María Abelarda ex mujer de Darío experta en cuadros que se hace pasar por artista desplegando el encanto de la seducción para conseguir maridos menos por amor que para desvalijarlos integrando todas sus acciones en un gran happening absoluto; José Pérez Sanchulo, embajador de Argentina que necesita la negociación de Darío con Sigampa por un empréstito económico. Se trata sin mas de una corte de pretenciosos diletantes de acciones efímeras. Todos desean ser becarios de por vida y distinguirse de cualquier llamado hijo natural de Evita. Sobre un fondo de vacas asadas el black power sostiene toda la maquinaria como el casillero vacío de una estructura donde una serie es la trouppe diletante y la otra, los padres de Darío Copi, embajadores en París, que viven una fiesta interminable. María Abelarda arriesga un nombre para todos ellos: “argentinos de mierda” aunque al mismo tiempo desea que su ex marido acceda a presidente de la Argentina para hacer el happening de su vida: ocupar el papel de Evita con el deseo de manipular ministros y presentar sus últimos modelitos. El único objetivo de Sigampa es que Darío Copi sea presidente de los argentinos por haber creado sintagmas tan imaginativos que pueden leerse como programas políticos de la argentinidad. Por ejemplo: “La imaginación, que puede hacer que os emocionéis con una sonrisa, puede igualmente hacer surgir un géiser de petróleo en el desierto o, por qué no, hacer que las vacas vuelvan solas al establo”. Se trata de un pasaje de El sol rojo de las pampas, libro maoísta que la prensa acogiera como la obra de un nuevo Rimbaud y que el propio Darío detesta como un libro imposible y juvenil. Sin embargo, es el credo de embajadores y políticos que se sostienen en la palabra seudopoética impulsando las bases de una revolución cultural y económica. Darío Copi insiste “lo único que quería era hacerme notar”, mientras le repiten como un coro sus frases del tipo: “De las entrañas de la tierra surgirá un líquido negro cuyo color glaciar es también el del oro ¡Petróleo! ¡Petróleo! El indígena estupefacto se baña en la marea; no sabe aun que el futuro le pertenece”. El propio Sigampa afirma que estos poemas le han servido como autoayuda en años de parálisis guardando en su memoria el que dice: “¡Oh, tú, oscuridad levanta tu velo, y tú, hombre yacente levántate al alba, para recoger los frutos de la imaginación!” Todos los personajes definen un semblante que se metamorfosea hacia lo peor tomados por las únicas pulsiones dominantes que hacen mover lo argentino: la avaricia y el melodrama bajo la melodía de “Volver”. La única escapatoria a la soledad personal de Darío Copi parece ser otro epigrama: el poder todo lo puede. Este animaría el acceso a la presidencia para disfrutar el lado excitante y dramático del poder.

          El continuo es un principio de repetición sintética que absorbe lo actual y lo virtual, el pasado y el futuro en un presente extendido donde el azar es su única lógica y las figuras de la paradoja y el epigrama presentan toda resolución como imposible. La Internacional Argentina es antidialéctica y acontecimental. Se trata de un simulacro efectista donde el epigrama actúa como la afirmación construida sobre un fondo de sentido común estereotípico y que somete al lector a una verdad plausible. El poder de afectar y silenciar a la audiencia que el epigrama posee lo diferencia de la paradoja con su carga reflexiva. Es que el epigrama puede portar al mismo tiempo un sentido esperanzador o trágico. Lo mismo da y nada reduce su potencia efectista de verdad potencial. Al afirmar dos sentidos a la vez, esperanza y tragedia, conviviendo en el nervio mismo de la letra, en el espacio simbólico de la lengua vuelta habla popular, el epigrama presenta un concentrado cercano al sentido común al que sólo puede oponérsele una forma antinómica. El epigrama apela al alma de lo colectivo en cuanto es la forma medular con la que la lengua afirma, interroga o niega convocando sintéticamente sentidos opuestos. Una máquina de escritura proclive al continuo, como la del estilo de Copi, trata el epigrama como frase hecha en la que disparatadamente todos creen como esperanza y tragedia. El exceso de agudeza disuelve el epigrama e impone una metamorfosis que resiste las antinomias vulgares desplegando la paradoja como pasión última del pensamiento. La figura del argentino en la que piensa Copi siempre busca un lugar respetable pero esa misma posición lo enfrenta a desfondarse por cinismo o a fundirse en la ingenuidad portátil de los estereotipos de la identidad. Dice Copi: “Todo ser vivo (argentino) debe probar incesantemente que no es un hijo de puta en los dos sentidos: interior o exterior. el tercero es la muerte. ¡Beata Argentina!” Por ello, entre la paradoja conceptual que afirma dos sentidos a la vez indecidibles, y la ingenuidad sarcástica que se sostiene como verdad plausible, oscilan las formas del semblante nacional. ¡El tercero es la muerte! dice Copi sustrayendo cualquier posibilidad de síntesis armónica o conflictual.



[1] Cf. Copi, La Internacional Argentina, Barcelona, Anagrama, 1989 y César Aira, Copi, Rosario, Beatriz Viterbo, 1991, donde dice refiriéndose a Copi: “En su última novela, La Internacional Argentina, lo hizo un detalle decisivo. Y la línea materna era la que contaba para él; quizás la leyenda racista de que lo judío se transmite por la madre fue lo que lo hizo un judío imaginario. Recordemos que Copi renunció a su nombre civil, que era el nombre de su padre, en beneficio del apodo, ‘que me puso mi madre, nunca sabré por qué’. Raúl es el nombre paterno por excelencia para él: en La Internacional Argentina la pérfida hija natural de Borges se llama Raúla”. 

[2] Cf. “El Río de la Plata según Copi”, en: Radar, 5,9,04, p.8 y 9.

[3] Cf. Jacques Derrida, Espectros de Marx, Madrid, Trotta, 1995, p. 98-109.

[4] La sátira pedagógica busca captar las pasiones de la ciudad. De allí, la finalidad política del género que es la de afectar persuadiendo o moviendo el sustrato afectivo. Se trataría de ganar la voluntad para alcanzar el entendimiento. De este modo, la sátira posee dos linajes que se mezclan: el del conceptismo ingenioso, donde agudeza y artificio montan un teatro móvil, articulado en la vituperatio latina elaborada por Quintiliano, Cicero o Juvenal, y el de los epigramatorios de Catulo, donde se revisan los saberes antiguos bajo la fórmula de desear establecer una condición como verdadera y aceptarla como dada. Entre Catulo y Marcial, los epigramas operan entre la ingenuidad sarcástica del primero y la agudeza y mordacidad del segundo. El epigrama funciona como una composición de germen poético, breve, agudo, festivo o satírico, que afirma, niega o interroga creando caricaturas según las reglas de un estilo ingenioso que da placer y evacua toda psicología. Su funcionamiento admite solo antítesis o quiasmo por el sentido de verdad que propone. Una genealogía de la forma permite un pasaje que va del s. I a.C. como lógica del pensamiento breve que encierra burla, a una dramatización ampliada de los vicios, monstruosidades y mezclas que en el s.XVII buscan la recuperación de la virtud, la razón o la armonía producida por tópicas convencionales y ornamentales que enseñan por medio de catarsis. Las figuras en juego de las agudezas conceptuales y de los epigramas satíricos son las exageraciones o inversiones. Kierkegaard unifica el epigrama con la paradoja, pensando que el primero es forma superficial que fuerza una verdad y la segunda, forma genética del pensamiento. Creemos que la propia literatura las ha distinguido haciendo de Oscar Wilde el maestro de los epigramas y de Lewis Carroll, el de las paradojas. El epigrama busca el fondo del sensus comunis como sostén de la verdad que propone. La paradoja, en cambio, se esgrime como pasión del pensamiento afirmando dos sentidos a la vez y apelando a la agudeza de la razón como sostén de lo indiscernible que presenta.  

[5] Cf. João Adolfo Hansen, A sátira e o engenho, S.P., Companhia Das Letras, 1989.

‹‹‹‹ ÍNDICE

Hosted by www.Geocities.ws

1