Los
proyectos nacionales: configuración de una subjetividad Castillo,
Silvia |
...si la oralidad produce sujetos distintos
a los producidos por el modo de producción cultural de la escritura, era obviamente
insuficiente explotarlos, someterlos y oprimirlo, era imprescindible coloizar-
los...
Guillermo Mariaca Iturri
La necesidad de configurar un sujeto cultural (Cros, 1997)
representativo de la “unidad nacional” ha puesto en evidencia, en reiteradas
oportunidades, los diferentes conflictos que plantean una progresiva sucesión
de exclusiones. Este proceso se textualiza en la escritura literaria a través
de contradicciones radicales en permanente tensión que articulan inmensas redes
de pertenencia y legitimidad vinculadas a estructuras políticas hegemónicas. En
el caso salteño[1], el proyecto
de formación de la identidad nacional se enfrentó a una situación de extrema
pluralidad dada por la localización marginal del territorio: margen del imperio
incaico, del Virreinato del Perú y de la república Argentina. En consecuencia
Salta, más próxima cultural y geográficamente a las culturas andinas del Perú
en el tiempo largo, se debatía entre la necesidad de asumir sus diferencias o
aceptar las propuestas identitarias de las clases dirigentes que se
“forjaban en una atmósfera en que los
modelos de éxito y refinamiento venían de España y todos querían ser más
españoles que los españoles” (Shunway, 1995:21).
Es en este sentido que interesa indagar textos de la
Literatura tomados como representativos de un fenómeno de singular complejidad:
la definición de un espacio y la construcción de una identidad como forma de
auto-identificación modelada, muchas veces, en función de intereses
específicos. El anhelo de reducir la distancia que existe entre las fronteras
de la nación y su centro entrañan la conciencia de su diferencia y su
marginalidad. Es, precisamente, a partir de esta búsqueda de equilibrio entre
dos realidades profundamente diferentes, que se pueden entrever los conflictos
solapados que posibilitan imaginar una comunidad integrada y estable debajo de
las formaciones hegemónicas.
La
propuesta consiste, entonces, en revisar la conformación de la “Literatura
Nacional” en un momento en el que las producciones regionalistas-nativistas son
consideradas representativas del proyecto nacional. En las
líneas que siguen intento analizar la forma en la que se piensa la identidad
nacional en la novela En tierras de Magú Pelá de Federico Gauffin[2].
Las propuestas regionalistas
Es
dentro de este marco que interesa indagar la formación del “sujeto nacional” en
textos producidos en el ámbito noroéstico en vinculación con el nacionalismo
político-cultural de los años 30-40. En ese momento la producción letrada toma
elementos de la memoria oral para reformularlos de acuerdo a las normas
intitucionalizadas.
La
cultura letrada, en muchos casos inconscientemente, ha permitido el acceso a su
ámbito de formas fictivas de la oralidad. La palabra hablada puede pasar a la
escritura de diversas maneras y de ella depende, en gran medida, la posición
político-ideológica que sustenta el texto, tal como lo señala ya una importante
bibliografía[3]. Hay, en
efecto, muchas formas y estados de oralidad que son traducidos por el código
escrito en mayor o menor medida. Dorra propone, siguiendo a Zumthor, una
“oralidad mecánicamente mediatizada”, la que se caracterizaría por estar
diferida en el espacio y en el tiempo. La noción de “oralidad mediatizada”
podría equipararse a la de “escritura oralizante” propuesta por Martín Lienhard
(1990). Por esta última se entiende los textos escritos que recorren o
reelaboran determinados elementos temáticos y enunciativos que implican la
cosmovisión de una cultura “oral”.
Mauricio
Ostria González afirma que no debe olvidarse que el elemento real con el que se construyen los textos literarios
(al menos en la práctica moderna dominante, tal como nosotros la conocemos) es
precisamente la palabra escrita. De modo que la dimensión oral constituiría
siempre una figura y, por lo tanto, desde el lado de lo real, “una ausencia
irremediable” (Ostria González: 1997). No obstante es fundamental recordar que,
si bien se puede vocalizar un texto escrito y presentar por escrito las
producciones orales, estas traducciones no se pueden hacer con total libertad.
La oralidad supone un modo de estructurar el pensamiento, el saber, las
axiologías, un tipo de sensibilidad y una forma de relación con el mundo que
difiere sustancialmente de las que establece una cultura basada en el valor de
la letra.
Esta última actitud es la que toman los textos
que se enmarcan dentro del denominado “regionalismo conservador o
nativista”(Romano,2002). Según Eduardo Romano este regionalismo busca “producir
una colonización equivalente de la que la propia clase social de pertenencia
realizara previamente sobre la propiedad efectiva de la tierra”(2002: 430); en
consecuencia la Literatura nacional será “el sumario progresivo de dichas conquistas”
(Ibid.). La literatura regionalista-nativista, entonces, debe soslayar los
conflictos sociopolíticos porque su tarea es “naturalizar” todas las
diferencias.[4]
En los
extremos de estas prácticas de escritura “oralizante” encontramos, como dije
anteriormente, formas de representación discursivas basadas en estrategias que sugieren otras formas de conocer y de
comunicar el mundo y otras que tienden a sustentar el monopolio de la letra
sobre la palabra hablada. Por ello Guillermo Mariaca Iturri se pregunta si el
gesto colonial de la escritura no es acaso, en primera y última instancia, la
colonización de la palabra oral (1997).
De hecho
existen casos en los que el “otro”, los otros, son reconocidos en su diferencia
sólo para cancelarla. Al escribir sobre ella la anula incorporándola,
subordinadamente, a su propio horizonte de representación. Como afirma Edmond Cros “...el sujeto (...) transcribe
las particularidades de su inserción socio económica y socio cultural así como
la evolución de los valores que marcan su horizonte cultural”(1997:14)
Es lo
que ocurre precisamente en la novela que acá leemos donde se narra, en tono
autobiográfico, un viaje expedicionario a la frontera chaco-salteña. El
narrador-protagonista del texto se propone como el centro, el eje a partir del
cual se construyen la verdad y el saber. Se define como hijo de extranjero de
origen “noble” que “recibió un título
nobiliario”(131), y de madre criolla
descendiente de antepasado heroico: “Mi familia
era una de las principales del norte. Mi bisabuelo materno, que peleó contra
los godos, al lado de Güemes, fue gobernador de cierta provincia ...” (130).
Edmond Cros sostiene que “la antigüedad de los orígenes es una garantía de
nobleza y de legitimidad [que] dota a sus descendientes con virtudes
fundamentales...” (1997:80); entonces se opera, a partir de una política de
parentesco, vinculando el legado del origen con la figura de M. M. de Güemes,
personaje que se proyecta como símbolo de “la patria chica” y emblema de la
“salteñidad” (Palermo, 1999: 122). Son
estas características del patrimonio
las que validan la apropiación de la palabra por parte de un “yo” que se
señala como dueño de un conjunto de recursos; éstos le
posibilitan la apropiación y reproducción del discurso del otro para esconder
la naturaleza impositiva de sus prácticas culturales. Como sugiere Palermo “...
es la familia la que, ejerciendo su poder desde la primacía de sus virtudes,
tiene por derecho “natural” la facultad del mando y de la conducción de los
destinos de la nueva sociedad. Es la clase destinada a llevar a la práctica los
gestos revolucionarios porque puede [...] extenderlos al indio [...] y al
negro” (Op. Cit: 124). En la novela se afirma que es por ellos, los
expedicionarios, que “miles de indios supieron que tenían una patria que se
llamaba República Argentina.”(202). Estas definiciones actualizan en la memoria
cultural la dicotomía “europeo vs. americano”, “civilizado vs. bárbaro”,
“cristiano vs. salvaje”. El narrador-protagonista, Carlos Gilbert, afirma que
“Todo lo que veía me causaba admiración, pues era la primera vez que me
encontraba en una toldería de salvajes, en un desierto donde
nunca había puesto la planta un hombre civilizado.” (97)[5]
Entre
estas dicotomías se mueven las imágenes del /los otros que se “exponen” para
sustentar el lugar único desde el que se enuncia el texto. Se trata del espacio
de la intelectualidad letrada y por lo tanto el de la hegemonía civilizatoria.
El narrador-protagonista encarna la figura con enunciados asertivos del tipo de
“algunas veces ‘cometo’ versos...”(75). Es también quien ha accedido a una
instrucción sistemática “... mi pobre madre debió trabajar, no sólo para
nuestro sustento, sino para darme alguna educación. A pesar de su escasez, pudo
mandarme a una escuela elemental, de donde pasé como interno a un colegio de
curas.”(131). De esta manera se marca una clara divisoria entre sujetos que son
vinculados con el “atraso”y la “ignorancia”y los que han sido beneficiados con
la escolarización. La voz hispanizada construye horizontes de representación
que ponen en evidencia un proceso de discriminación, por el que se aleja, se
aparta, todo lo que implica lo ajeno enfatizando su inferioridad en el contexto
del progreso.
-¿Y cómo se llama la nación de su
tata?
- Suecia
-¿Eso
queda más allá de Güenos Aires?
-Sí, al
otro lado de los mares, en la parte norte del mundo, cerca del polo.(...)
Me pareció difícil contestar a las
preguntas de mi amigo, pues su mundo terminaba en los pueblos que conoció en
sus viajes con ganado, ninguno más allá de Salta, ciudad que le parecía
embrujada, algo así como yo imaginaba al planeta Marte con sus habitantes.(60)
En consecuencia las estrategias
utilizadas para evocar la oralidad constituyen mecanismos de apropiación que se
basan en imitar remedando las formas orales-populares y “vulgares” del gaucho
que actúa como traductor, no sólo lingüístico sino también cultural[6],
de los “salvajes”. Al respecto Ostria González afirma que:
... no vale tanto, pues, el criterio realista, la
copia, la reproducción objetiva (imposible, por lo demás, en otra lengua que no
sea la original), sino la capacidad de construcción de una lengua imaginaria
(ficticia) que, sin embargo sea verosímil
para el lector castellano... (Ostria González, 1997: 202)
Este procedimiento consiste en suprimir
fonemas e intercambiar sonidos vocálicos, sobre todo /i/ /e/ para ficcionalizar
el “mal hablar” del gaucho.
-¡Pu’ ahí van!
-¡Pa lao de arriba!
-¡Diablo!
–exclamó uno –Hi pegao una rodada en un trecho en qu’el aujeral está como
arnero. Suerte que hi saltao a tiempo del caballo, que sino, me aprieta. El
pingo ha metío las manos en un hoyo y ha dao una güelta entera en el aire.(143-144)
Estas
formas de expresión junto al uso de léxico regional son los que introducen el
hablar de los otros, que la voz narradora incorpora en estilo directo para
poner en claro las diferencias y marcar una distancia insalvable entre unos y
otros. La configuración de la alteridad es una exigencia para el autoreconocimiento,
y pone evidencia la necesidad de “...establecer y fijar el trato del extraño a
la vez que construye las fronteras de la identidad del sujeto.” (R. Adorno,
1990: 170)
No
obstante, ciertas formas de oralidad se filtran en el discurso del narrador.
Estas formas ingresan muchas veces solapadas, ocultas, bajo comillas que, de
alguna manera, niegan su procedencia letrada. Este recurso actúa como un guiño
al lector modelo que propone el texto e indica la nula intervención del
narrador. No obstante existen otras que transforman en objeto de polémica el
discurso letrado. A partir de estas inclusiones se hace posible relevar las
fuertes contradicciones que dan forma al sujeto enunciador que se encuentra, en
forma no-consciente, en una situación “fronteriza” (Mignolo, 1996) entre lo que
aspira y la formación sociocultural a la que pertence.
Sabemos
que la escritura local, particularmente la literaria, se ha caracterizado por
seguir los modelos europeos. Es así como En tierras de Magú Pelá se
despliegan formas propias del canon romántico y, dentro de ellas, se introducen
modalidades discursivas que desestabilizan la identidad supuestamente homogénea
del narrador, para exponer la complejidad de su situación fronteriza . Es
posible que se trate de la puesta en juego de una red de negociaciones que se
acciona a partir de un sujeto que opta por ciertos mecanismos propios del orden
colonial para asegurar su supervivencia en el régimen vigente y a la vez
expresa la necesidad, emanada del “contacto”,
de negociar su permanencia. Recordemos que Carlos Gilber debe abandonar
la ciudad de Metán al ser despedido de su empleo como dependiente de un
almacén. El no contar con posibilidades de continuar en la “ciudad” es lo que
lo impulsa a vivir en la “frontera” aceptando condiciones que muchas veces se
contraponen a la idea misma de modernidad dentro de un orden global,
caracterizado por la organización colonial del mundo, donde no hay dudas sobre
la superioridad europea:
Me humillaba estar bajo las órdenes de un
santiagueño semisalvaje y de la mujer de éste, una india que reventaba de
orgullo porque su marido era almacenero y además brujo famoso. (...) yo me
creía superior a los que me rodeaban (...) las supersticiones de los gauchos,
tanto como las manías espiritistas de don Facundo, lejos de divertirme, me
parecían el colmo de la ignorancia y mi patrón empezó a mirarme con malos ojos
(...) ya que al ocuparme lo hizo (...) para que fuera un auxiliar “leido y
escribido”(...) A pesar de todo aguanté y me aguantaron. (198)
La huella de la diferencia
Esta
distancia se manifiesta, además, en los hechos narrados donde los “indios”
concentran todos los signos negativos, caracterizados por el ocio y la
pereza
Al poco
rato apareció la indiada. (...) como todos los años en tiempo de la algarroba,
pues para alojiar dejan el trabajo y caminan más de cien leguas a pata...(46)
Esta
imagen negativa del “otro”es puesta en voz de un representante de la propia
comunidad, al intervenir en un conflicto, suscitado entre cristianos y
aborígenes. El reclamo de los indios se basa en “supuestas” injusticias
cometidas por los “blancos”:
Los
Matacos quieren castigar a los blancos por que estos se han apropiado de sus
tierras y han muerto muchos indios (...) ellos tienen muchas vacas, caballos y
cabras mientras a los indios les falta todo y andan desnudos (...) los cristianos son egoístas y malos. Como
usan armas mejores que las nuestras se consideran dueños de las vidas y tierras
de los débiles. (226-227)
Es Magú
Pelá, cacique de los matacos, quien se encarga de responder a estos reclamos
asumiendo el lugar de enunciación de los cristianos-blancos al reconocer su
superioridad:
Los
cristianos han muerto indios por que estos los atacaron. Los cristianos tienen
vacas porque trabajan y las cuidan día y noche, mientras los matacos`stán
panza arriba, durmiendo, y apenas se ocupan de pillar lagartijas cuando
tienen hambre.”[7](227)
Estos enunciados son claros índices de la
monología que asume el texto para conformar una identidad en la que las
culturas nativas no tienen lugar. Se trata de imponer una cosmovisión occidental homogeneizante que no da lugar a la
pluralidad. En estas expresiones se puede leer la imposibilidad de diálogo, la
incomprensión operada a partir de una oposición que se concreta en una forma de
violencia epistémica (Mignolo,1995). Lumbrera, al referirse a la conformación
de la identidad hispanoamericana afirma que “...nuestra existencia social tuvo
una matriz indígena disuelta y por tanto históricamente obsoleta, y una
matriz hispánica dominante capaz por sí misma de conducir la totalidad de nuestra forma de
vida.”(1990:56). Es esta “matriz colonial” la que regula las relaciones que se
establecen en esta novela donde se identifica a los indígenas con el
atraso, como pertenecientes a un sistema caduco a partir de la imposición de la
racionalidad occidental. Dentro de esta perspectiva Lumbrera señala:
Identificamos
en [el mundo indígena] el atraso y la resistencia al desarrollo y el cambio y
nuestra aproximación hacia sus conductores, consiste en acelerar su disolución
plena y su incorporación al proyecto histórico que represente nuestra
consecuencia con el sistema que nació en la colonia.(1990:
56)
En la
concepción occidental el desarrollo procede, en un primer momento, del trabajo
como forma de acumulación de capital. Es el trabajo como un mecanismo de
mediación entre el hombre y la naturaleza el que, en última instancia,
determina el carácter la forma y la magnitud de esa interacción. Se diferencia,
por lo tanto, el trabajo productivo que se resuelve en términos de mercado del
de la relación creadores-consumidores, usuarios de sus propios productos. Del
mismo modo aparece la noción “propiedad privada” que se vincula estrechamente con la de “valor monetario” que rige
todos los otros sistemas de valores en las sociedades “civilizadas” y, por lo
tanto, se opone a la de los “salvajes”
que parecen no contar con ella[8]
: “Entre los indios no existe la propiedad, pues todos usan indistintamente lo
que aportan, sin pedirlo a los moradores de los toldos donde se guarda la
caza.” (Ibid. 96). En la novela se puede leer el conflicto a partir del signo
de lo “extraño” con el que se visualiza las matrices económicas y sociales
sobre las que se asienta el mundo indígena:
Los patrones de un ingenio (...) para amigarse
con el cacique Segundo (...) le regalaron un caballo de lo mejor, con tuita la
montura chiapiada, de mucho precio. Tamién le dieron un poncho i vicuña,
revólver y una punta de cosas de lujo. El indio salió pa su pago relumbrando de
plata;(...) pero al cacique lo deslumbraron las priendas del policía y propuso
al comisario hacer el cambio de tuito lo que tenía por la ropa vieja del milico (140).
Sin
embargo estas diferencias culturales son aprovechadas por los “blancos” para
conseguir beneficios económicos:
numerosas chinas (...) venían cargadas de
leña para cambiarla por un puñado de maíz o una rodajita del mazo de tabaco.
Otras veces traían algarroba. Durante el tiempo de cosecha de esta fruta, los
chaqueños hacían grandes trojes para guardarle, y cuando escaseaba, con la misma algarroba juntada por los indios,
pagaban a éstos su trabajo...(213)
La marca del colonizador
En la novela se actualizan discursos que
dieron cuenta en un primer momento de la “alteridad” a la que se enfrentaron
los “descubridores”. Me refiero específicamente a los textos escritos por
Cristóbal Colón; el narrador-protagonista de la novela, al referirse a los
indios, afirma
Al principio llegaron unos veinte hombres, armados
con flechas y lanzas. Eran esbeltos , musculosos, y sus facciones hubiesen sido
agradables a no ser por la enorme boca.
El sema de lo deforme, que se asocia al exceso, da cuenta de
la fealdad que se atribuye al “otro” y reproduce las imágenes que Colón
configurara en el siglo XVI. En la evocación, aparentemente
edénica, que se hace de los habitantes de la isla la Española, lo maravilloso,
en realidad, se aplica a todo lo desproporcionado para indicar la carencia de
belleza. Esta fealdad en la novela,
también es una característica de las mujeres:
Me llamó
la atención una india, con rayas azules y rojas en la cara, que no me perdía de
vista como si admirase mi figura. Era de las menos fea, joven, muy
robusta... (87)
A semejanza del
texto de Colón, lo deforme y la sobreabundancia dan paso a lo monstruoso que en
la novela no tardan en aparecer. Como afirma Edmond Cros “quien habita otro
mundo no puede parecerse a mí”(1997:51); es por este motivo que en el texto de
Gauffín las costumbres de los “salvajes” se oponen radicalmente a la de los “civilizados”.
-¡Eso no
es posible! ¡Sería absurdo! Usted un hombre de ciencia, un europeo, un hombre
de sociedad, quedarse aquí, en medio de estos salvajes, perdido para la
patria, para la ciencia, para la familia, en un mundo distinto de nuestro
mundo civilizado! (124)
Este enunciado evidencia los
límites que se establecen entre el mundo occidental y el indígena. Este límite
marcaría el fin de “las cosas”, los elementos que dan forma a la civilización:
“familia”, “patria” y “ciencia”, síntesis de los supuestos valores básicos de
la sociedad moderna, marcan en el “otro
lado” una alteridad absoluta que se caracteriza por la carencia.
En este sentido es
justo introducir el término “desierto” que designa no sólo una zona de frontera
sino también un espacio liminal cargado ideológicamente que “alude a lugares
vacíos de presencia humana” (Wright, 1998) .
Lo humano en la novela se asocia sólo a lo “blanco”: “Esos hacendados van ha
conocer los desiertos, donde tuavía no ha llegao cristiano. Allá los indios nos
han de hacer estirar las venas; usté se ha`i querer probar con los salvajes, en
una de a pié.” (57). Son estas ausencias las que justifican el avasallamiento y
la dominación en un intento de redimir al “otro” a un modelo civilizatorio
único, “universal:, en la medida en que no hay
alternativas válidas o, por lo menos, convalidadas por una fuerza
homogeneizadora que presenta su proyecto de una “sociedad moderna” como la
forma más acabada de la experiencia humana.
... si
no hay cultivo y cosecha, ni la ocupación efectiva sirve para generar derecho,
otros usos no valen, esa parte de la tierra, este continente de América, aunque
esté poblado, puede considerarse vacante, a disposición del primer colono que
llegue y se establezca. El aborigen que no se atenga a estos conceptos, a tal
cultura, no tiene ningún derecho (Clavero Op
Cit.:22).
Es de este modo como se instalan las familias procedentes
del Dpto. de Rivadavia en territorio Wichis negociando su permanencia de manera
muy conveniente, “Al amanecer recibimos la visita de numerosos indios, a los
que doña Deogracia regaló un toro en pago de la tierra que ocupaba con sus
vacas”(195) .El “regalo” no sólo posibilita la adquisición del terreno, sino
que también asegura la colaboración de los “indios” “...los matacos cargaron
con la carne y se fueron, prometiendo volver para ayudar en los
trabajos.”(Ibid)
La afirmación de los derechos del colonizador se concretan a
partir de la negación de los derechos del colonizado. El indio constituye una
molestia necesaria, en tanto se incorpora al mundo civilizado como mano de
obra, ocupando así el único lugar que se le asigna; “... un día me encontraba
haciendo acomodar los palos del guarda patio y como eran pesadas, en esa tarea
se hallaban cinco o seis indios, mientras otros, ociosos, los miraban
trabajar.” [9]
(220).
Ampliar
la diferencia
Se hace necesario reflexionar acerca de cómo estas prácticas
discursivas, aunque sea inconscientemente, intervienen en el proceso de
“naturalización” de las actuales relaciones asimétricas de poder, tanto
económicas como intelectuales, ocultando la violencia de la imposición
colonial. El proceso civilizatorio sostuvo preceptos hegemónicos sobre las
formas del saber y la verdad. Al respecto, Edgardo Lander (Op Cit.: 24) opina que “existiendo una
forma “natural” de ser de la sociedad y del ser humano, las otras expresiones
culturales diferentes son vistas como esenciales u ontológicamente inferiores e
imposibilitadas por ello de llegar a “superarse” y llegar a ser modernas”.
Alcanzar tal meta implicaría obviamente operar desde un pensamiento cuya
racionalidad esté exenta de cuestionamientos, es decir del pensamiento propio
de occidente, a la sombra del cual toda otra lógica es puesta en duda.
La
cosmovisión europeizante se encuentra tan profundamente arraigada , incluso en
la formación académica, que se nos hace casi imposible pensar desde la
diferencia los macro procesos socio-históricos-culturales que dan forma a este
continente. Muchas veces tales arraigos han generado dentro de las prácticas
investigativas de la oralidad desplazamientos que llevaron a caracterizar los
textos de tradición oral como expresiones del pasado y, por lo tanto, a
negarles la posibilidad de la vigencia, de ser capaces de provocar
transformaciones.
Hasta
ahora se han venido planteando una serie de búsquedas, en la que los
intelectuales latinoamericanos vislumbran formas alternativas del conocer que
transponen, al poner en duda, la validez supuestamente inquebrantable de la
lógica occidental. Una de las aperturas posibles la definen los textos de
escritura oralizante desde la afirmación de su alteridad y la puesta en
presencia de una actitud intercultural, de tendencia transculturadora, haciendo
posible la emergencia de nuestra heterogeneidad constitutiva. Es a partir de
todas estas fisuras en el orden impuesto que algo distinto comienza a
producirse.
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(comps.) Pasado y presente de un mundo postergado. UNJu, UNHIR.
[1] La producción cultural de
Salta en el contexto del N.O.A. ha sido ampliamente abordada por el proyecto de
investigación LITERATURA REGIONAL. PROCESO DE CONSTITUCIÓN DE LA LITERATURA EN
SALTA. Es en el marco de este proyecto que surge mi propuesta de tesis de
licenciatura “Identidad y alteridad. La
construcción de la identidad nacional en la narrativa salteña” de la que este trabajo forma parte.
[2]Gauffín, Federico, Salta, Romulo D’Uva: 1958. Todas las citas corresponden a esta edición.
[3] Raúl Dorra (1989, 1997), Martín Lienhard (1990, 1997)Guillermo Mariaca Iturri, (1997, 1999), Carlos Pacheco (1997), Zulma Palermo (2001) entre otros han indagado en esta línea.
[4] Como afirma Elena Altuna “Las literaturas nacionales [...] se erigieron sobre la base de un sistema literario único y homogéneo: el erudito, escrito en castellano según la estética y las preceptivas de las escuelas y movimientos centrales, obviamente pautado de acuerdo a su periodización” (1999:122)
[5] El destacado es mío
[6] En la novela es el gaucho Argamonte quien traduce para los “blancos civilizados”las palabras y costumbres de los indios.
[7] El destacado es mío.
[8]
Bartolomé
Clavero observa que “La propiedad [...] es [un] derecho ante todo del individuo
sobre sí mismo.[...] Y el derecho de propiedad puede serlo sobre las cosas en
cuanto que resulte el ejercicio de la propia disposición del individuo no sólo
sobre sí mismo, sino sobre la naturaleza, ocupándola y trabajándola. Es el
derecho subjetivo, individual que constituye, que debe así prestar
constitución, al derecho objetivo, social. El orden de la sociedad habrá de responder a la facultad del individuo No
hay derecho legítimo fuera de esta composición” (Cit. por Lander, 2000:17).
[9] El destacado es mío.