Lo íntimo como registro de un sujeto femenino en formación:
análisis a dos novelas de escritoras latinoamericanas

Cisterna Jara, Natalia
Universidad de Chile


 

En la novela de 1949 La ruta de su evasión, de la escritora costarricense Yolanda Oreamuno, una breve descripción nos introduce en el cuarto de uno de los personajes:

 

“Había mesas con toda clase de instrumentos, aparatos, potes, estantes con libros, cuadros, trapos en el suelo, libros también en el suelo, sobre las mesas y debajo de ellas. Un desorden indescriptible, y un extraño olor […] Un olor entre dulce y pestífero. [...] que no se podría quitar en muchos días”[1]

 

Más adelante el lector descubrirá que ese olor penetrante, que envuelve la desordenada habitación, proviene del cadáver de una mujer indígena cuidadosamente dispuesto en una mesa para su autopsia. El cuarto que nos describe la novela no es el laboratorio de un veterano científico, es sólo la habitación personal de Elena, una joven y adinerada estudiante de medicina. Ese espacio íntimo, en donde los frascos de formol se mezclan con los objetos personales, opera metonímicamente con la propia identidad de su dueña: libre, caótica y efímera. Así, al igual que el desapego que Elena demuestra por todo lo que tiene y todos quienes la rodean, nada en el cuarto se conserva para su adoración: las cosas se acumulan, se pierden y se olvidan en el polvo; se olvidan como el sinnúmero de cuerpos obtenidos ilegalmente por la joven para sus estudios de anatomía. En definitiva, con la escena de la habitación la escritora Yolanda Oreamuno no sólo construye narrativamente un espacio, sino también configura un personaje.

Este vínculo estrecho, que establece la autora, entre el ámbito privado y la subjetividad que lo habita habla de un concepto de lo privado que, al igual que el espacio público, se presenta como una instancia necesaria en la constitución del “yo”. Celia Amorós[2], analizando las transformaciones de los espacios público y privado durante la modernidad, sostiene que un cambio importante será la recodificación de lo privado con características que tradicionalmente se le adjudicaban al ámbito público. En este marco el llamado “proceso de individuación”[3], por el cual el sujeto se constituye como una entidad diferenciada en base de la apropiación de un “lugar” y un rol en el ámbito público, se experimenta también en la era moderna en el espacio privado. Es lo que Celia Amorós denomina como “lo íntimo”, es decir una instancia dentro del habitat privado que permite la configuración del “yo” en la medida que no está sujeto a las dinámicas asistenciales de la vida doméstica. Así Amorós nos propone un espacio privado complejo que, por un lado, conserva el conjunto de prácticas domésticas que configuran el rol de madre y esposa para el género femenino, y que en el engranaje simbólico sitúan a la mujer en el reino de la naturaleza y las dependencias y, por otro lado, a partir de la instalación de “lo íntimo”, lo privado aparece como una instancia que permite el surgimiento del pensamiento crítico y la individualidad de los sujetos. Sin embargo, Amorós es enfática en señalar que la mujer fue excluida de “lo íntimo”. Así, el género femenino siguió siendo en la era moderna identificado con las actividades de la vida doméstica; en tanto, la dimensión íntima, ligada a la reflexión y la creación, se presentó como un enclave más propio para el género masculino.

La novela de Yolanda Oreamuno se despliega precisamente reapropiando esa instancia negada al género femenino. En efecto, con el personaje de Elena, se configura una subjetividad cuya independencia se expresa en gran medida en la posibilidad de construir una instancia propia dentro del espacio privado. El personaje que nos entrega la escritora costarricense no es un hecho aislado dentro la literatura de mujeres de la primera mitad del siglo XX. A lo largo de este período la esfera íntima se escenifica una y otra vez como una dimensión por la cual los personajes femeninos empiezan a articularse como sujetos capaces de reflexionar sobre sí y su entorno.

En este trabajo seleccionaré dos novelas de escritoras latinoamericanas de las primeras décadas del siglo XX, analizando en ellas la configuración de lo íntimo como una dimensión desde la que se constituye la subjetividad moderna en los personajes femeninos, entendiendo por esto la formación de una conciencia autónoma y crítica. Las novelas a considerar son Ifigenia. Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba (1924) de Teresa de la Parra y la ya mencionada, La ruta de su evasión (1949) de Yolanda Oreamuno. Me interesa fundamentalmente establecer como las distintas articulaciones de “lo íntimo” de cada novela son relevantes en la lectura que podamos hacer de ellas.

En primera instancia es necesario señalar que la selección del período, correspondiente a la primera mitad del siglo pasado, no es azarosa ya que fue fundamentalmente en esta época cuando nuestras naciones observaron, con distinta intensidad, el desarrollo de procesos modernizadores que tuvieron entre otras consecuencias la crisis de las oligarquías locales frente a la aparición en el escenario público de sujetos tradicionalmente excluidos de la participación ciudadana, entre los que destacaron la activa presencia del género sexual femenino.

El nuevo rol de la mujer implicó redefinir el modelo genérico sexual que tradicionalmente las situaba en lo doméstico y les impedía hacer uso de su función ciudadana. En este marco, las mujeres del período se enfrentaron a la necesidad de resolver sobre que espacios (público o privado) articularían su identidad de género y de qué modo se instalarían en dichos ámbitos. Desde mi perspectiva estas interrogantes se plantearon directa o indirectamente en los discursos de mujeres de la época, siendo la literatura un espacio que por su propia naturaleza posibilitó no sólo reflexionar sobre estos temas, sino también rearticular creativamente los referentes espaciales y genéricos sexuales que se desplegaban en el tejido social.

En relación a lo anterior, es interesante destacar la novela Ifigenia de Teresa de la Parra. El relato nos presenta la vida de la adolescente María Eugenia Alonso en Caracas después de haber pasado una breve temporada en París. Como el título lo indica, Ifigenia, habla del sacrificio, en donde el suplicio final está metaforizado en el descenso de una sujeto independiente desde una urbe moderna a una ciudad latinoamericana profundamente conservadora. A lo largo de lo novela asistimos a la caída de la individualidad femenina en una Caracas que no abre espacios al género femenino en la vida pública. En este marco, el grueso de los conflictos tienen como escenario los espacios cerrados siendo muy pocos los momentos en donde encontramos a la protagonista en los entornos abiertos de la ciudad. Incluso París como experiencia moderna se recicla e idealiza en la memoria de la adolescente ya estando en su reclusión hogareña en Venezuela. Aquí París se transforma en un constructo, un espacio utópico que desplegado en función de su propio “yo”:

“Me admiraba todo el mundo: mira me admiraban mis amigos los Ramírez, me admiraban sus niños; me admiraban unos españoles muy simpáticos que en el comedor tenían su mesa frente a nosotros, me admiraba el gerente del hotel; el camarero que nos atendía; el muchacho del ascensor; el marido de mi manicure, los dependientes de la peluquería; y un señor muy elegante que encontré una mañana en la calle”[4]

 

En la novela de Teresa de la Parra lo privado, y más específicamente lo íntimo, es la instancia desde la que su protagonista encuentra una forma de recuperar y transformar para sí su otrora vida moderna. El cuarto personal será su lugar de enunciación en donde a través de la escritura de cartas, diarios privados y la lectura de obras clásicas la joven María Eugenia encuentra una manera alternativa de constituir su “yo” y, al mismo tiempo, de hacer frente a las normas tradicionales de género que la arrastran una y otra vez a la vida doméstica. En efecto, en la novela actividades como leer y escribir se despliegan en oposición a las tareas de lavado y bordado.

Esta oposición entre lo íntimo y lo doméstico la volveremos a encontrar en la novela con la que iniciaba esta ponencia, La ruta de su evasión de Yolanda Oreamuno. Este libro nos sitúa en el centro de una familia compuesta por un padre autoritario, la madre y sus tres hijos varones, todos regidos por una estricta jerarquía. A diferencia de Ifigenia, en donde el hilo conductor era la continua pérdida de autonomía de la protagonista, en La ruta de su evasión, el desmoronamiento de la familia regida por normas patriarcales es la que vertebra la fábula. Si en Ifigenia, Caracas entera se asemejaba a un cementerio, en La ruta de su evasión la ciudad vibra, atrae con sus luces y los heterogéneos sujetos que la habitan. La ciudad pletórica de movimiento se contrapone al mausoleo familiar, una casona grande, húmeda y silenciosa por obra de las estrictas disposiciones paternas. En este plano, el futuro no se ve representado por los miembros de la casa –que desde el inicio parecen estar destinados a desaparecer- sino por los que tangencialmente se relacionan con ellos. Siendo más precisa, el futuro está afuera y se ve encarnado en jóvenes mujeres. Así, a la oposición ciudad y casona familiar se teje otra polaridad centrada en los personajes femeninos. Por un lado Elena, la estudiante de medicina y habitante del afuera urbano. Y por otro, Teresa, la madre, atrapada en la lúgubre casa. En Elena el ámbito privado se experimenta únicamente en la esfera de lo íntimo, es decir, en su cuarto laboratorio, escenario de sus reflexiones y de su infinita curiosidad científica. Jamás se la ve sumergida en labores domésticas y menos apremiada por tener que decidir entre su individualidad y las tareas tradicionalmente asignadas a su género. Por el contrario, en Teresa, la madre, encontramos el sometimiento total a los roles de madre y esposa, siendo esos roles los que anulan su individualidad y determinan incluso sus deseos:

“‘Yo sola no podría levantar la gran casa que se requiere para cobijar tan gran familia. Bajo el amparo de un hombre sí. ¿Qué diría la gente de mí sola? Yo sola no. Me casé y al hacerlo acepté todo, lo malo y lo bueno […] La casa será […] clara, con muchas habitaciones […] con una cocina llena de ollas de cobre brunido […]y ollas de aluminio plateado […] Yo tendré una salita de costura para coser, por placer, las ropas de mis hijos. Y entonces todo será bueno.”[5]

 

Teresa se constituye así como el polo opuesto a Elena. Todo en la casa que habita está dispuesto por y para otros. En este marco, la madre es una mera administradora del espacio privado que es controlado y organizado por la autoridad patriarcal.

La oposición íntimo/doméstico que desgarra el espacio privado en las novelas Ifigenia y La ruta de su evasión, esta directamente relacionada con el carácter que toma “lo íntimo” en los textos. En otras palabras, “lo íntimo” se presenta hilvanado al “yo”, a los deseos y a los proyectos particulares contradiciendo, así, la vida doméstica en donde ser mujer implica ser y existir para otros. En relación a “lo íntimo” y el surgimiento del “yo”, Amorós sostiene que esta esfera traslada a lo privado los valores propios de la vida pública moderna relativos a la constitución independiente de los sujetos. En este marco, “lo íntimo” es la cultura, el lenguaje y lo que en términos psicoanalíticos llamaríamos el orden simbólico. En efecto, tanto en Ifigenia como en La ruta de su evasión la escritura, la lectura y la reflexión crítica dominan las actividades personales de las protagonistas. Sin embargo, “lo íntimo” tiene también ese carácter de protección que concentra los afectos y rememora el espacio uterino previo a la entrada del sujeto al mundo de los significantes. Así, en Ifigenia, los momentos de aislamiento más personales de María Eugenia Alonso, vividos en Caracas, dialogan metonímicamente con su infancia en el mundo de la hacienda de la abuela, un mundo dominado por la naturaleza y en el que toda necesidad era inmediatamente satisfecha. De igual modo, en La ruta de su evasión, Elena en medio de su cuarto repleto de libros y experimentos, descubre como su cuerpo y el de su amante se complementan. Tanto María Eugenia Alonso en Ifigenia como Elena en La ruta de su evasión, viven la esfera de “lo íntimo” como un orden contradictorio: espacio poroso que acoge el orden simbólico, hegemonizado por la letra, la razón y la figura del Pater, pero también como un refugio que las conecta a un estadio presimbólico, hegemonizado por las emociones, los cuerpos y la figura de la Madre.

Sin embargo, María Eugenia y Elena experimentarán desarrollos diversos en su esfera íntima. La protagonista de Ifigenia se ve enfrentada a la anulación paulatina y sistemática de su subjetividad a partir de las continuas prohibiciones de la que es objeto en su acceso al orden simbólico. Escribir y leer son actividades sospechosas que la alejan de las tareas asignadas a su género. El socavamiento de “lo íntimo”, en cuanto receptor y productor de signos, va aparejado al descenso en la independencia femenina. En las páginas finales, su escritura misma pasa a ser un registro más bien desapasionado pues ella, a las puertas del matrimonio, ha renunciado a su derecho a consumir y crear cultura. En el mundo que nos configura Teresa de la Parra en esta novela se revela que es imposible que exista una esfera íntima sin un espacio público moderno y democrático. En efecto, en una Caracas sin igualdad social y anclada a los valores coloniales es infructuoso el tráfico de ideas y experiencias que estimulen la formación de un “yo” independiente y, por tanto, la constitución de una esfera íntima. En cambio, en La ruta de su evasión observamos como el deterioro de “lo íntimo” pasa por la perdida de su instancia presimbólica y la total hegemonía que ejerce en este ámbito la cultura y la razón. Elena ha convertido su espacio privado en un juego de laboratorio, en un cubículo de experimentación en donde el mundo de los afectos se pierde frente al orden de las ideas. Es interesante observar cómo tras la decisión de Elena está el padre de ésta, quien ha criado a su hija según el precepto de que es posible un sujeto femenino completamente libre:

“Nunca quiso aceptar en su hija la estúpida docilidad de las mujeres. La hizo de cosas recias, como a un hombre. Le enseñó a desdeñar sus propios antojos, a realizar sus propósitos, pero también a dominarlos, a no esclavizarse a ninguno y renovarlos constantemente.”[6]

 

Elena se constituye casi como un proyecto regido por su padre, un proyecto que pareciera momentáneamente amenazado al descubrir el deseo que despierta en ella su compañero de universidad, Gabriel. Para Elena, su joven amante y eventual marido representa la docilidad, la vuelta al espacio doméstico y la caída de sí misma en cuanto proyecto que encarne la emancipación femenina. El padre, en cambio es la cultura, la letra y en definitiva, la única instancia de libertad. Desde esta perspectiva, sólo la entrada al orden simbólico puede garantizar la plena autonomía del sujeto, sin embargo, dicha entrada requiere el rechazo al mundo de los afectos y la corporeidad, el rechazo al refugio uterino de “lo íntimo”. Según la tesis del padre de Elena, la única forma en que la independencia de la mujer sea una realidad es que ésta se identifique con el género masculino. Al respecto, quisiera volver a la imagen que abría esta ponencia: la del cuarto de Elena preparado para la autopsia de la mujer indígena, autopsia que es compartida con su amante y que también es descrita por él:

“En ese vientre entrarán su bisturí y el mío, y se encontrarán en la misma herida que ya no va a sangrar, y llegaremos juntos con el instrumento filoso, su mano y mi mano, […] juntos para mirar en el interior del a india […]”[7]

 

La autopsia, en el juego de resignificaciones del texto, se transforma en el acto sexual en donde Elena es un igual frente Gabriel y un “otro” frente al cuerpo inmóvil de la indígena. Así, Elena penetra el cuerpo de la indígena y lo vuelve un objeto o de su curiosidad y de sus deseos.

El devenir subjetivo de Elena no es, sin embargo, el que la novela privilegia. En efecto, el relato nos configura un personaje insatisfecho con una identidad que no logra expresar plenamente sus emociones, una identidad incompleta que si bien es libre en los hechos está atrapada en el tejido simbólico que ha dispuesto su Padre para ella.

En este marco, La ruta de su evasión nos presenta une tercera alternativa, en cuanto a la constitución del sujeto femenino, que no pasa por el confinamiento en el ámbito doméstico ni tampoco exclusivamente en el orden simbólico. Esta alternativa se articula en el personaje de Aurora, la joven enamorada de Gabriel. Al igual que las otras figuras femeninas de la novela, Aurora está fuertemente influenciada por las imágenes masculinas primero del padre y luego de su pareja, Gabriel, que en la conciencia de la joven reemplaza el rol autosuficiente y protector que ejercía el padre. Sin embargo, a diferencia de Teresa y Elena, Aurora se presenta hacia le final de la novela siendo capaz de remover las omnipresentes imágenes masculinas. La indolencia de Aurora frente al suicidio de Gabriel, la transforma en cómplice de la muerte de éste. Frente al cadáver de Gabriel, que metonímicamente es el cadáver de su propio Padre, Aurora realiza una serie de acciones:

“Dio la vuelta y se plantó ante el espejo. Pensó que era bonita […] Después analizó el vestido quitándose violentamente el delantal que todavía llevaba puesto. […] Abrió todas las ventanas de la casa para que entraran la luz y el sol […] Después miró el cuerpo de Gabriel. No tenía ninguna pena, como si nunca el amor la hubiera poseído, como si no hubiera sido víctima del terror, como si nada de ella estuviera relacionado con el suicida. Se sentó a los pies de la cama y dijo sin dolor:

-Él está muerto y no dormido. Es diferente. Esperaré a que se lo lleven.”[8]

 

En esta escena final, de La ruta de su evasión, observamos como sólo después de la desaparición de la figura del Pater, la constitución autónoma del sujeto femenino es posible. La imagen completa que se refleja en el espejo da cuenta de una identidad plena y ya no sumergida sólo en un aspecto del desarrollo individual. Además, es interesante destacar que tras la eliminación de la figura paterna es el orden simbólico el que se ve sacudido al ser reorganizado por la sujeto. En efecto, Aurora lee de modo distinto su cuerpo y lo transforma en función de sus deseos. Son los códigos de género los que Aurora cambia y al hacerlo también cambia su propio espacio privado: los muebles y los objetos son redispuestos de acuerdo a intereses personales y no obedeciendo criterios tradicionales de lo doméstico. Por último, Aurora abre las ventanas y conecta su espacio privado, y por tanto su esfera íntima, con el ámbito público. Así Aurora, a diferencia de las otras figuras femeninas de la novela, simboliza la posibilidad de transformar los códigos culturales y así redefinir su identidad genérica sexual.

En definitiva,  tanto en Ifigenia como en La ruta de su evasión las imágenes de la esfera íntima operan como ideologemas que dan cuenta de la configuración de los sujetos femeninos y sus posibilidades de inserción en la sociedad moderna. Así, si en Ifigenia “lo íntimo” se ve paulatinamente reducido en el marco de un mundo aún colonial que cierra los espacios modernos de participación, en La ruta de su evasión es precisamente la autonomía del sujeto femenino apoyado en el fortalecimiento de la esfera íntima y su vínculo con el afuera urbano, lo que predomina al final en el libro.

 

Bibliografía:

Amorós, Celia. “I. Espacio público, espacio privado y definiciones ideológicas de ‘lo masculino’ y ‘lo femenino’”. En Participación, cultura política y Estado. Buenos Aires. Editorial de la Flor, 1990.

 

Arendt, Hannah. La condición humana. Barcelona. Paidós, 1998.

 

De la Parra, Teresa. Ifigenia. Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba. Lima. Ediciones Antártica, 1960.

 

Habermas, Jürgen. Historia y crítica de la opinión pública. Barcelona. Gustavo Gili, 1999.

 

Oreamuno, Yolanda. La ruta de su evasión. Guatemala. Editorial del Ministerios de Educación Pública, 1949.

 



[1] Yolanda Oreamuno. La ruta de su evasión. p. 103

[2] Celia Amorós. “I. Espacio público, espacio privado y definiciones ideológicas de ‘lo masculino’ y ‘lo femenino’”. En Participación, cultura política y Estado. Buenos Aires. Ed. De la Flor, 1990.

[3] Ibid.

[4] Teresa de la Parra. Op. Cit. Pág. 16

[5] Oreamuno. Op. Cit. p. 31

[6] Oreamuno. p. 178

[7] Oreamuno. p. 104

[8] Oreamuno. p. 317

 

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