‹‹‹‹ ÍNDICE

Cruzar la línea negra:
antítesis y significación en Los sertones, de Euclides Da Cunha.

Gárate, Miriam
Universidade Estadual de Campinas - Brasil

 

La importancia de la antítesis en la configuración de Los sertones ha sido destacada y parcialmente examinada por numerosos críticos. Quizá quien señaló por primera vez la presencia constante de dicho procedimiento y propuso una hipótesis interpretativa abarcadora fue Augusto Meyer en un breve pero revelador ensayo intitulado "Nota sobre Os sertões" (1947). Meyer esboza allí algunas ideas explícita o implícitamente retomadas por la crítica posterior que continúan siendo fértiles en la actualidad, según creo, para inquirir el texto euclideano: en primer lugar, la de la recurrencia del mencionado procedimiento, procedimiento que “impregna de significación agónica” la totalidad del libro y muy especialmente La tierra [1]; en segundo lugar, la idea de una asociación íntima entre esa figura retórica, compuesta por contrarios que se relacionan de manera tensa y las contradicciones del autor; por último, como resultado de lo ya dicho, la idea de la prosa euclideana como una escritura bifronte constituida por una “faceta solar” (dada por el discurso cientificista y su carácter supuestamente recto) y por una “faceta nocturna” (que contradice la dimensión solar y se manifiesta en el registro literario, notoriamente a través de la antítesis, del oxímoron, de la construcción paralógica, etc). 

Me limitaré a comentar el retorno, aprovechamiento y reformulación de los principios esbozados por Augusto Meyer en dos críticos contemporáneos de envergadura cuya producción, por diferentes motivos, es de la mayor relevancia: Walnice Nogueira Galvão y Luiz Costa Lima.

En el caso de Costa Lima, autor de uno de los análisis recientes más ambiciosos, las  observaciones sobre las figuras de oposición se insertan en el ámbito de una reflexión más vasta  tendiente a elucidar el papel de “lo literario” en Los sertones, sus interrelaciones con el registro científico y, consecuentemente,  a determinar el estatuto discursivo del texto, otro lugar común de la crítica euclideana [2]. La dilucidación de tales cuestiones tiene por objetivo no solamente polemizar con esa tradición crítica y arrojar luz sobre la estructura de la obra,  sino establecer el legado de la misma para el pensamiento intelectual brasileño, un legado de limitaciones, de deficiencias, caracterizado por el “privilegio de la mirada”, por la mímesis entendida en cuanto copia y por el abandono o retirada del pensamiento teórico ante la presencia de obstáculos, en la opinión Costa Lima. Así, el análisis de Los sertones se ve incluido en la órbita de los problemas que dan el tono a su producción ensayística.

Aunque Costa Lima sólo habría de abocarse al estudio exhaustivo del texto de Da Cunha en Terra ignota, trabajos anteriores testimonian su interés por la obra, bien como la relación existente entre ésta y el conjunto de cuestiones que nortean su reflexión [3].

  En líneas generales la hipótesis enunciada en Terra ignota retoma y desarrolla el argumento presentado en el breve ensayo comparativo de 1988. Su postulado central puede resumirse del siguiente modo: existe en Los sertones una organización textual nítidamente predominante según la cual el discurso científico es escena, centro, tema  (en otras palabras, instancia subordinante) mientras que el discurso literario es margen, borde, ornato, ilustración del precedente (o sea, instancia subordinada). No obstante, la resistencia ofrecida por el material a interpretar obliga a Euclides Da Cunha no sólo a invertir (vía imágenes) algunas de sus afirmaciones “científicas”, sino también a subvertir la propia jerarquía textual de la que los enunciados científicos y las imágenes literario ornamentales forman parte. En rigor, las dos operaciones no pueden ser disociadas, pues las imágenes que contradicen ciertos enunciados científicos irrumpen en los espacios donde la jerarquía predominante de Los sertones deja de tener validez. A su vez, la jerarquía deja ser válida cuando Da Cunha se enfrenta a algún objeto “insubordinado o rebelde con respecto a la ciencia”, con algo no categorizado, algo que “todavía necesita ser conocido”  -con el sertón/terra ignota. Es en esas circunstancias excepcionales que irrumpen las imágenes responsables por la configuración de una “sub-escena”; es sólo en esas circunstancias excepcionales que algunas imágenes dejan de ser ornamentales o ilustrativas y se tornan motivadas cobrando, por lo tanto, una función reflexivo especulativa. Como permite constatar el siguiente pasaje, el operador privilegiado de la principal sub-escena examinada por el ensayista es el enunciado antitético:

 

“Tómese como ejemplo la formación geológica de “La tierra” recientemente analizada. Ver el sertón como si fuesen ruinas de un antiguo “océano cretáceo” supone considerarlo resto de un derrumbe colosal. Al mismo tiempo, sin embargo, Euclides lo identifica con un lugar en el que la vida todavía está gestándose. La fusión de las dos imágenes crea un oxímoron del tipo ruina-que-fermenta o resto-que-fecunda, algo imposible de ser confundido o con la muerte o con la vida. Es el propio “o... o”  lo que no cabe en la fusión”  (Costa Lima, 191) [4]

 

         Según Costa Lima, al alcanzar esa suerte de umbral o límite denominado sub-escena, al acercarse a la poiesis en cuanto forma de “pensar-decir”, el autor de Los sertones sistemáticamente retrocede, abandona la lucha, emprende la retirada, por así decir; en lugar de proceder a una revisión crítica sus presupuestos epistemológicos opta por la vuelta a un modelo de conocimiento basado en la copia, regresa a la imitación pasiva restaurando así la jerarquía textual predominante. Sin embargo, a pesar del retroceso parece claro que el interés de Los sertones, para el crítico, radica en ese pensar-decir balbuceado en las sub-escenas. Y es justamente en  las sub-cenas donde nos deparamos con la presencia de las figuraciones antitéticas, contrastivas, paradójicas.

                                              

                                                                             ***

Desde los años setenta Walnice Nogueira Galvão viene dedicándose al estudio de la producción escrita referente a Canudos. Paralelamente al trabajo de recopilación y examen del material periodístico contemporáneo a la guerra, publicado en 1974 [5], la crítica se abocó en un primer momento a la obra del Da Cunha repórter y a las influencias de doble mano Euclides Da Cunha/Afonso Arinos [6]. Tales estudios anteceden y hasta cierto punto preparan ensayos posteriores caracterizados por una perspectiva más acentuadamemente textual, entre los cuales cabe destacar  algunos particularmente importantes: el prefacio a la edición de Los sertones preparada por la Biblioteca Ayacucho; el prefacio de la vigésima octava edición de Los sertones de la Editora Brasiliense (1984); el artículo incorporado al segundo volumen de la Historia de la Literatura Latinoamericana coordinada por Ana Pizarro, de 1994 [7]. En ellos, el proceso de  "conscientización"  euclideano,  bien como el drástico “cambio de opinión” que éste acarrea -temas de los trabajos precedentes de Galvão-, son  incorporados a un análisis que busca poner en evidencia la tensión suscitada en Los sertones por la  falta de adecuación del esquema conceptual adoptado en relación a dicho cambio de actitud. El intento de tornar compatibles dos propósitos antagónicos - el  de “objetividad” científica y el de “denuncia” del “crimen” cometido - genera un discurso marcado por la contradicción. Y la expresión de semejante impasse es el predominio de las construcciones antitéticas:

“Este embate de tendencias encuentra expresión literaria en ciertas figuras de lenguaje. Euclides privilegia una figura que reúne dos fuerzas contradictorias revelando así su incapacidad intelectual de encontrar una síntesis. Por ejemplo, a sus ojos, Antonio Consejero es al mismo tiempo un gran hombre, en tanto líder, pero un degenerado en tanto encarnación de las peores potencialidades presentes en los mestizos. Cómo resolver tal dilema a nivel del discurso? Empleando la figura de la antítesis, en la cual los opuestos son violentamente aproximados o utilizando su forma más extrema, el oxímoron. O se que el problema se resuelve no a nivel del razonamiento sino a nivel de la literatura.” [8]

 

Como se desprende del pasaje citado, para la autora la literatura se hace presente cuando el razonamiento claudica,  viene a “solucionar” el problema por la vía de la aproximación de los contrarios.  De hecho, creo que no resulta difícil advertir la sintonía existente entre esta lectura y la propuesta a partir de otro horizonte teórico por Luiz Costa Lima, ni la existente entre ambas y la esbozada com anterioridad por Augusto Meyer.

En el ensayo de 1994, Nogueira Galvão reformula parcialmente su interpretación de Los sertones. Lo que en textos precedentes constituía una tensión no resuelta entre dos polos (objetividad científica/propósito de denuncia), ahora cobra la forma de una “narración virtualmente polifónica”, de un “inmenso diálogo entre muchas voces, mediadas por el narrador” (626). Desde esta perspectiva, paráfrasis e intertextualidad resultan categorías claves para analizar el proceso de desdoblamiento o proliferación de discursos que se “entrechocan” y cuya dinámica, una vez más, estaría pautada por la coexistencia de contrarios, tal como testimonian las siguientes afirmaciones de la autora:  “La andadura de la narración, que procede por antítesis... se torna una polifonía exasperada” (626); “Si el dialogismo y la antítesis presuponen el conflicto, la figura predilecta del autor, el oxímoron, se compone de extremos” (627). Es en la reunión crispada y tensa de esos extremos que cobra forma lo que Galvão denomina el “pensamiento oximorónico” de Da Cunha, “pues el oxímoron no sólo orna sino que expresa la real dificultad de alcanzar una síntesis entre doctrinas contradictorias” (630). Puede concluirse por lo tanto que “la síntesis es imposible: la verdad del libro reside en sus contradicciones” (631).

                                                             ***

         Las observaciones realizadas hasta aquí tuvieron por objetivo preparar el terreno para la lectura de algunos pasajes de Los sertones. En ellos, el pasaje a lo contrario, el devenir lo contrario de lo que parecía que se era o se creía que se era produce efectos de sentido que considero interesantes.

En un ensayo anterior busqué examinar esse itinerario en dirección al polo opuesto tomando como objeto de análisis el binomio civilizado/bárbaro visto a partir de cierta iconografía de la violencia representada en el libro y adoptando como vector de  lectura el desplazamiento del (hipotético) civilizado hacia la barbarie. Me propuse mostrar cómo las cabezas rodaban inicialmente en La Tierra, luego en las manos de los sertaneros, para internarse finalmente en las filas del ejército republicano dando lugar a lo que el narrador denomina una “inversión de papeles”, una “antinomia vergonzosa” [9]. Pretendo examinar ahora un movimiento narrativo solidario aunque inverso al anterior, que permite  postular otro modo de relación entre soldados/sertaneros: el de la igualdad en la privación, en el sufrimiento, en el desastre e inclusive en el odio a los comandos militares. Visto por ese prisma, el soldado deviene el otro/mismo del hombre del sertón. No obstante, antes de caminar en la dirección propuesta es necesario hacer algunas consideraciones sobre ciertas antítesis que constituyen el repertorio canónico del volumen euclideano. El contraste permitirá visualizar mejor la singularidad y divergencia del proceso apuntado aquí, con respecto a las figuras antitéticas más conocidas y destacadas por la crítica.

                                                                ***

Todo lector familiarizado con el texto euclideano sabe que al penetrar en pleno sertón adusto,  “el observador”, especie de doble previsto por el discurso: “ ... tiene la impresión persistente de pisar el fondo recién sublevado de un mar extinto teniendo estereotipada, aún, en aquellas camadas rígidas, la agitación de olas y torbellinos” (38) [10]. Todo lector, “al norte de Cañabrava, en una enorme expansión de planicies perturbadas”, ve  “... un ondular aturdidor; un extraño palpitar de olas lejanas” entregándose, así, a la “ilusión maravillosa de un ancho seno de mar, irisado, sobre el que cayese y se refractase y resaltase la luz esparcida en centelleos ofuscadores...” (39). El sertón/mar, una de las ilusiones ópticas de mayor impacto del libro en la medida en que en ella reverberan simultáneamente la efectiva falta de agua de la región y las profecías del Consejero, reúne lo aéreo y lo líquido, lo alto y lo bajo, lo quieto y lo móvil .

         Solidario de ese espejismo hay por lo menos otros dos, no menos célebres: el de la muerte con apariencias de vida, el del paisaje ardiente con aires invernales. En el primer caso, “el sol poniente” desata “larga, su sombra sobre el suelo” y el observador avista, “brazos ampliamente abiertos, cara vuelta hacia el  cielo - un soldado (que) descansaba. Descansaba ... hacía tres meses” (38). En el segundo caso, el lector ve un “blanquear de banquisas; y oscilando a pique de las ramas secas de los árboles rígidos cuelgan las tislândias blanquecinas, recordando copos sueltos de nieve, dando al conjunto el aspecto de un paisaje glacial, de vegetación hibernando, en los hielos ...” (51).

Si en los tres casos se tiene la impresión de lo contrario de aquello que efectivamente “es”, en los tres, no obstante, la ilusión óptica se disipa de inmediato (en el mismo trecho en el que se la construyó) porque de inmediato se la explica. El sertón parece mar porque “la  mirada fascinada pertúrbase debido al desequilibrio de las camadas desigualmente calientes, pareciendo varar a través de un prisma desmedido e intangible, y no distingue la base de las montañas, que se le presentan como si estuviesen suspendidas” (39). El muerto parece vivo porque “la sequedad del aire alcanza grados anormalísimos” (37) y “momifica” el cuerpo del soldado “conservando los rasgos fisonómicos de tal modo que provoca la ilusión exacta de un luchador cansado, reconfortándose en tranquilo sueño, a la sombra del árbol bienhechor” (38). El paisaje parece invernal porque “la luz cruda de los días largos flamea sobre la tierra inmóvil y no la anima. Y reverberan las infiltraciones de cuarzo por los cerros calcáreos, desordenadamente esparcidos por los yermos, en un blanquear de banquisas” (51). “Se comprende, entonces, la verdad de la frase paradójica de Auguste Saint-Hilaire:  “Hay, allí, toda la melancolía de los inviernos, con el sol calcinante y los ardores del verano!” (51). Se comprende porque se explica (porque el narrador/descriptor nos explica) y, de ese modo, la ilusión se deshace. Los contrarios vuelven a su “debido” sitio y se restablece la distinción.

En lo referente a El Hombre puede aplicarse un principio de lectura semejante sólo que en esta ocasión el proceso es sometido a un desplazamiento temporal y sufre complicaciones o padece de contradicciones suplementarias, por así decir. Mientras que para disipar las falsas apariencias de La tierra se hecha mano a un discurso explicativo cientificista relativamente contundente, unívoco, certero, para disipar la “falsa apariencia” del habitante del sertón es preciso redoblar esfuerzos, lo cual equivale a multiplicar enunciados conflictivos. 

De hecho, el narrador sostiene que “el sertanero es ante todo un fuerte” aunque “su apariencia ... al primer golpe de vista, revela lo contrario”; aunque “le falta la plástica impecable, el desempeño, la estructura correctísima de las organizaciones atléticas”; a pesar de ser “falto de gracia, descoyuntado, jorobado, Hércules-Quasímodo” que “refleja en el aspecto la fealdad típica de los débiles” (105). Enjuto y encorvado como la vegetación de su habitat, el sertanero debe ser aprendido en dos tiempos para que la fuerza escondida por detrás de la aparente flaqueza, la capacidad de acción oculta bajo la aparente pasividad puedan ser desveladas. Por un lado, o, más exactamente, en determinadas circunstancias: “Es el hombre permanentemente fatigado. Refleja el cansancio invencible, la atonía muscular perenne, en todo –en la palabra demorada, en el gesto contrahecho, en el andar sin aplomo, en la cadencia lánguida de las modinhas [11], en la tendencia constante a la inmovilidad y a la quietud” (106). Pero basta que el sertón interrumpa la tregua representada por el verde  (vale decir, el período de las lluvias), para que el hombre muestre su cara más auténtica, pues “toda esa apariencia de cansancio engaña. Nada es más sorprendente que verla desaparecer de improviso. En esa organización abatida se operan, en segundos, transmutaciones completas....” (106).

A pesar de los accidentes, el discurso euclediano propone, pues, un principio explicativo, el del proceso de adaptación en relación con las exigencias del medio. Semejante a los arbustos que se encogieron y se curvaron para sobrevivir el sertanero “sacrificó” la apariencia atlética para garantizar la existencia; semejante a las especies que economizan agua el sertanero economiza energías  reservándolas para las instancias graves [12].

 

                                                               ***

Al retratar la retirada de la expedición de Febronio Brito -expedición malograda por una derrota que tiene mucho de “ilusorio” ya que el número de bajas, según el autor, había sido muy pequeño-, Euclides Da Cunha introduce un motivo que se tornará recurrente: el motivo del  hambre en las filas militares. La primera escena  a través de la cual ese motivo se materializa acentúa, por un lado, la dimensión tragicómica del episodio [13] y, por el otro, anticipa un motivo solidario con el del hambre, que se desarrollará inmediatamente después: el del aspecto “andrajoso” de los soldados. A la inesperada dádiva de un banquete nocturno sucede la marcha matinal:

“La expedición prosiguió temprano para Monte Santo. No había un hombre válido. Aquellos mismos que cargaban a los compañeros sucumbidos claudicaban, a cada paso, con los pies sangrando,  llenos de espinas y cortados por las piedras. Cubiertos con sombreros de paja groseros, uniformes hechos trapos, algunos trágicamente ridículos velando la desnudez en capas despedazadas, mal aliñándose en simulacro de formación, entraron a la aldea como un grupo de retirantes [14], castigados por los soles bravos, huyendo de la desolación y la miseria” (239).

 

 Iniciados en  la alteridad por la falta de alimentos, los soldados, inadecuadamente trajeados, ignorantes de las condiciones del medio,  se hieren con la naturaleza circundante. Pero el proceso de pasaje en dirección a lo otro,  aun cuando incipiente ya está en curso:  “cubiertos con sombreros de paja groseros, uniformes hechos trapos ... los soldados entran a la aldea recordando un grupo de retirantes, batidos por los soles bravos, huyendo de la  desolación y la miseria”.

El proceso de identificación soldados/sertaneros se profundiza en cada nueva expedición para alcanzar el clímax en la cuarta y última. La reiterada experiencia de la sed y del hambre hicieron a esas alturas del soldado un (doble del) hombre del sertón, como demuestran los siguientes pasajes:

 

“Se vivía a la aventura, de expedientes. De moto propio, sin la formalidad, dispensable en tal emergencia, de una autorización, los soldados empezaron a realizar, aislados o en pequeños grupos, excursiones peligrosas por las cercanías, talando los raros cultivos de maíz o mandioca  existentes; cazando cabritos casi salvajes por allí desgarrados, en abandono desde el comienzo de la guerra; y arrebañando el ganado... A partir del 2 de julio sólo hubo ración - harina y sal, nada más - para los enfermos. Las cazadas se hacían, pues, obligatorias, a despecho de los mayores riesgos. Y los que a ellas se abalanzaban –vistiendo la piel del yagunzo[15] , copiándole la astucia requintada, la marcha cautelosa, resguardándose en todos los surcos del terreno – se aventuraban a extremos lances temerarios” (...) El soldado hambriento, cebada la cartuchera de balas, se perdía en las mesetas, tomando resguardos como si fuese cazar leones. Se internaba en la espesura de los montes... Rompía el ramaje tieso, entretejido de gravatás mordientes. Y – ojos y oídos armados contra los mínimos contornos y los mínimos rumores – atravesaba largas horas en la persecución exhaustiva...” (355)

 

 “Los pequeños cultivos de maíz, poroto y mandioca, que atenuaban al principio los sinsabores de esa alimentación de fieras, se terminaron rápido. Se hizo necesario buscar otros recursos. Como los retirantes infelices, los soldados apelaron a la flora providencial. Cavaban alrededor de los umbuzeiros, arrancándoles los tubérculos salientes, recogían cocos de ouricuris, o tallaban los cálices blandos de los mandacarus, alimentándose de cactos que al mismo tiempo disfrazaban o engañaban el hambre y la sed ” (357).

 

Apariencia, circunstancias y acciones no distan casi nada (son casi la repetición ipsis litteris) de escenas que el lector-observador ya ha testimoniado en relación al otro, al sertanero. Pero, cuál es la ilusión a ser desvelada aquí ? Cuál es la explicación satisfactoria para una apariencia que (con)funde los sujetos ? Acaso la apariencia no refleja, con fidelidad, algo que es del orden de la experiencia efectiva ? El símil del soldado/retirante instaura el orden de la (casi) identidad. El embuste, la ilusión, se desplazó al estómago; es a él al que ambos necesitan engañar.

 

                                                           ***

Dos escenas pueden ser consideradas complementarias y solidarias de ese proceso de identificación entre aparentes contrarios. Una de ellas establece lazos menos directos con los motivos arriba comentados; la otra, se vincula de manera estrecha e inmediata. Ambas, no obstante, se relacionan entre sí en la medida en que apuntan hacia otra forma de distinción, de división o de identidad diferenciada en el seno del ejército.

El primero de los episodios se  refiere a las “protestas infernales garabateadas con carbón en cada pared blanca” del sertón bahiano. Se trata de un “reflejo de las amarguras” padecidas por los bajos escalones militares que es caracterizado por asimilación o identificación entre atributos de la escritura-protesta /atributos del soldado-sertanero-retirante. “Rengas”, “toscas”, sin “virilidad”, ni “altivez”, ni “brillo”, esas palabras materializan los “palimpsestos ultrajantes” (pero “verdaderos”) envueltos en los cuales los altos comandos del ejército simulan descansar. La distribución de las diferencias y el direccionamiento de los odios se verticaliza, se vuelve hacia el otro-superior-dominador [16]. La segunda escena ofrece al lector la ilusión perfecta de una nueva Canudos habitada por otros/mismos hombres, muestra una confusión que el ojo euclideano solamente disipa (lo hace, realmente ?), al alcanzar el territorio de los que mandan:

 

 “El campamento había cambiado; había perdido la apariencia confusa de los primeros días. Era como otra aldea naciendo de las ingles de Canudos (...) Nada que denunciase, al primer golpe de vista, la estadía de un ejército. Se tenía la impresión de llegar a un pueblucho sospechoso de los sertones. Y encontrando los primeros pobladores  –hombres vestidos como paisanos, mal arreglados, arrastrando espadas y cargando escopetas –en su mayor parte cubiertos por sombreros de cuero con presillas – descalzos o calzando alpargatas – y, en uno y otro punto, mujeres harapientas cocinando tranquilamente en las puertas o atando leña, se completaba la ilusión. El viajero entraba a desconfiar de que un error en su ruta lo había desorientado y conducido en medio de los yagunzos –hasta alcanzar la carpa del general, más  lejana” (440-1)

 

Si el único indicio que restituye la distinción, aquí, es la “carpa del general”; si en lo  restante el campamento es una aldea y los soldados - agotando la “tipología” del sertón - son yagunzos; si unos y otros son lo semejante, el reconocimiento mutuo configura un desenlace posible, constituye una posible solución de la falsa antítesis. La inminencia de esa escena que no llega a suceder puede ser leída en las páginas que narran la fase final de La Lucha:

 “La vida se había normalizado en aquella anormalidad. Despuntaban peripecias extravagantes. Los soldados de la línea negra, en la tranquera avanzada del cerco, entablaban, a veces, en la noche, largas conversaciones con los yagunzos. El interlocutor de  nuestro lado subía a la cima de la trinchera y, vuelto hacia los suyos, profería al azar una exclamación cualquiera, enunciando un nombre vulgar, el primero que le venía a la mente, con voz amiga y llana, como si profiriese el apodo de algún viejo camarada –e invariablemente, del centro del caserío más cercano, del medio de los escombros de la iglesia, le respondían de inmediato, con la misma tonalidad mansa, dolorosamente irónica. Se entablaba el coloquio original a través de las sombras, en un reciprocar [17] de informaciones sobre todo, del nombre de bautismo al lugar de nacimiento, la familia y las condiciones de vida... El diálogo se demoraba hasta despuntar la primera divergencia de opiniones. Lo asaltaba, entonces, de lado a lado, media docena de injurias ásperas, en un lenguaje enérgico. Y enseguida un punto final –la bala...” (444-5).

 

         Torcer el curso de la bala y cambiarlo por el énfasis en el reciprocar, en la privación  y el padecimiento compartidos por el gentío anónimo más acá y más allá de la línea negra, ciertamente no fue el objetivo del autor de Los sertones.  Pero la andadura de su discurso contradictorio dio forma a las escenas con las que el lector de hoy puede construir ese sentido y, con ello, disipar la falsa antítesis. Motivo suficiente, creo, aun cuando no el único, para seguir leyendo Los sertones.

 

                                                       Bibliografia

 

Bernucci, Leopoldo. A imitação dos sentidos. São Paulo: EDUSP; 1995.

Costa Lima, Luiz. Terra ignota. A construção de Os Sertões. Río de Janeiro: Civilização Brasileira, 1997.

---------------“N’Os Sertões da oculta mímesis”. O controle do imaginário. Razão e imaginação no Ocidente. São Paulo: Brasiliense, 1984 (pp. 202-239).

--------------- “Euclides e Sarmiento, uma comparação”.A.A.V.V. Sobre o pré-modernismo. Rio de Janeiro: Casa de Rui Barbosa, 1988 (177-183).

Gárate, Miriam. Civilização e barbárie n ‘Os Sertões. Entre Domingo Faustino Sarmiento e Euclides da Cunha. Campinas, Fapesp / Mercado de Letras, 2001 (123-170).

-----------------“Civilização e barbárie n´Os Sertões”. Remate de Males, 13, 1993 (57-66).

Meyer, Augusto. "Nota sobre Os sertões". À sombra da estante. Río de Janeiro, José Olympio, 1947 (23-30).

Nogueira Galvão, Walnice. org.; No calor da hora- a guerra de Canudos nos jornais. Quarta expedição. São Paulo, Ática, 1974.

----------------“O correspondente de guerra Euclides da Cunha” , “De sertões e jagunços”,Saco de gatos. São Paulo: Duas Cidades, 1976 (55-85).

----------------“Os Sertões para estrangeiros”. Gatos  de outro saco. São Paulo: Brasiliense, 1980 (62-83).

---------------- “Euclides da Cunha”. Pizarro, Ana org.; América Latina. Palavra, Literatura e Cultura. Vol. II. Campinas: Unicamp/São Paulo: Memorial de América Latina, 1994  (615-635)

Ventura, Roberto."A Nossa Vendeia: Canudos, o mito da Revoluçãu francesa e a constituição da identidade nacional-cultural no Brasil (1897-1902)". Revista de crítica literaria latinoamericana, año XI, N 24, 1986 (57-69).



[1] Como se sabe, Los sertones se subdivide en tres grandes bloques intitulados La tierra, El hombre y La lucha respectivamente.

[2] Terra ignota. A construção de Os Sertões. Río de Janeiro: Civilização Brasileira, 1997. Para un análisis de la  fase inicial de recepción del texto euclideano como portador de una “doble inscripción” (científica y literaria) ver especialmente los capítulos I (13-35) y V (125-155). Para un análisis sumario de las discusiones acerca del género discursivo de Los sertones hasta los años noventa véase "O impasse euclideano", capítulo inicial de A imitação dos sentidos, de Leopoldo Bernucci (São Paulo: EDUSP; 1995. 19-24) y “Facundo e Os Sertões. Em torno à problemática da recepção”, de mi libro Civilização e barbárie n ‘Os Sertões. Entre Domingo Faustino Sarmiento e Euclides da Cunha. Campinas, Fapesp / Mercado de Letras, 2001 (123-170).

.

[3] Ver en ese sentido  “N’Os Sertões da oculta mímesis”, en O controle do imaginário. Razão e imaginação no Ocidente. São Paulo: Brasiliense, 1984 (pp. 202-239) y “Euclides e Sarmiento, uma comparação”  ensayo que integra el volumen colectivo publicado con el título  Sobre o pré-modernismo. Rio de Janeiro: Casa de Rui Barbosa, 1988 (177-183).

[4] La traducción es mía.

[5] Galvão, W. N. org.; No calor da hora-a guerra de Canudos nos jornais. Quarta expedição. São Paulo, Ática, 1974.

[6] Véanse “O correspondente de guerra Euclides da Cunha” y “De sertões e jagunços”,en Saco de gatos. São Paulo: Duas Cidades, 1976  (55-85).

[7]Os Sertões para estrangeiros”, en Gatos  de outro saco. São Paulo: Brasiliense, 1980 (62-83) y “Euclides da Cunha”,. en Ana Pizarro org.; América Latina. Palavra, Literatura e Cultura. Vol. II. Campinas: Unicamp/São Paulo: Memorial de América Latina, 1994  (615-635).

[8] Prefácio a la vigésimo octava edición de Os Sertões. São Paulo, Brasiliense  (94). La traducción es mía.

[9] “Civilização e barbárie n´Os Sertões”. Remate de Males, 13, 1993 (57-66)  y “On ne tue point les idées? Versões, variações e extravios de uma epígrafe”, en Civilização e barbárie n ‘Os Sertões. Entre Domingo Faustino Sarmiento e Euclides da Cunha, op. cit.  (21-61).

[10] Tomo como base la ediçión crítica organizada por Walnice Nogueira Galvão (Os sertões. São Paulo, Brasiliense, 1985). A fin de facilitar la lectura he optado por  traducir los párrafos citados.

[11] Canto popular acompañado de guitarra.

[12] Resta, claro, la contradicción entre esta perspectiva fundamentada en la adaptabilidad y el discurso del determinismo racial. El narrador se depara con un “mestizo fuerte” cuando mestizaje, degeneración, debilidad, extinción constituyen para él los términos de un modelo “científicamente” validado. La constatación obliga a Da Cunha a relativizar, sin  anularlo,  el peso concedido al factor racial y a contrabalancearlo con el de la influencia ejercida por el hábitat. Pero sobre todo incita al autor a enunciar una suerte de mito neoindianista: a través de los sucesivos cruces indio/blanco el sertón habría producido un “mestizaje homogéneo” contrapuesto al “mestizaje confuso” y predominantemente negro del litoral. Para un tratamiento minucioso de esta cuestión véase el libro de Costa Lima ya comentado.

[13] Transcribo in extenso el pasaje en cuestión, donde se narra el avatar que sucede a la última investida sertanera, al caer la noche: “Un incidente providencial completó el suceso. Fustigado tal vez por las balas, un rebaño de cabras invadió el campamento, casi al mismo tiempo en que refluían los sertaneros repelidos. Fue una diversión feliz. Hombres absolutamente exhaustos apostaron carreras locas con los veloces animales en torno a los que la fuerza circuló delirante de alegría, prefigurándose el banquete después de dos días de ayuno forzado –y, una hora después, arrodillados en torno a las fogatas, dilacerando carnes mal cocinadas –andrajosos, inmundos, repugnantes-  se agrupaban, teñidos por la humareda de los braseros, los héroes infelices, como un bando de caníbales hambrientos, en cena bárbara” ( 239).

[14] Retirante: sertanero que solo o en grupo emigra a otras áreas del Brasil huyendo de la sequía típica de las regiones áridas del noreste.

[15] Según José Calassans el término yagunzo fue utilizado por primera vez en las letras brasileñas por Euclides Da Cunha. La palabra remite al individuo que a mando de algún hacendado poderoso desarrolla actividades delictivas (intimidación, robo, asesinato) a cambio de una retribución  y/o de protección ante la ley. No pocos grupos de yagunzos del sertón se independizaron de sus patrones y pasaron a actuar en grupos autónomos.  

[16] Cito la totalidad del párrafo: “En todas partes -a partir de Contendas-, en cada pared blanca de cualquier vivienda más presentable, apareciendo más raramente entre los ranchos de adobe, se abría una página de protestas infernales. Cada herido, al pasar, dejaba en ellas, garabateado con carbón, un reflejo de las amarguras que lo afligían, encubriéndose  en el anonimato común ... inscripciones lapidarias, en una grafía tosca, donde se patentizaba flagrantemente el sentimiento de aquellos que lo habían grabado. Sin preocupación por la forma, sin fantasías engañosas, aquellos cronistas rudos dejaban, indeleble, el esbozo real del mayor escándalo de nuestra historia –pero brutalmente, ferozmente, en pasquines increíbles - libelos brutales en los que se casaban pornografías indignantes y desesperanzas profundas, sin una frase varonil y digna. La ola de rencores que rodaba por los caminos hería aquellos muros, penetraba casas adentro, ahogaba las paredes hasta el techo... La comitiva militar, al penetrar, reposaba envuelta en un coro silencioso de improperios e injurias. Versos rengos, erizados de rimas duras, hilvanando torpezas increíbles en el marco de dibujos pavorosos; imprecaciones flotando por los rincones en un coro fantástico de letras tumultuosas de las cuales caían, violentamente, signos de admiración rígidos como estocadas de sable: Viva! Muera! saltando, entrechocándose discordantes; juegos de palabras soeces; alusiones atrevidas; burlas lóbregas de caserna... Y la empresa perdía repentinamente su aspecto heroico, sin brillo, sin  altivez. En vano los narradores futuros intentarían ocultarlo con descripciones gloriosas; permanecerían, en cada página, indestructibles, aquellos palimpsestos ultrajantes ” (428) .

 

[17] He preferido conservar  el término portugués que correspondería  en español a "intercambio recíproco" o “reciprocidad”, en virtud de la fuerza expresiva de la forma verbal.

 

‹‹‹‹ ÍNDICE

 

Hosted by www.Geocities.ws

1