Cruzar
la línea negra: Gárate,
Miriam |
La
importancia de la antítesis en la configuración de Los sertones ha sido destacada y parcialmente examinada por
numerosos críticos. Quizá quien señaló por primera vez la presencia constante
de dicho procedimiento y propuso una hipótesis interpretativa abarcadora fue
Augusto Meyer en un breve pero revelador ensayo intitulado "Nota sobre Os sertões" (1947). Meyer esboza
allí algunas ideas explícita o implícitamente retomadas por la crítica
posterior que continúan siendo fértiles en la actualidad, según creo, para
inquirir el texto euclideano: en primer lugar, la de la recurrencia del
mencionado procedimiento, procedimiento que “impregna de significación agónica”
la totalidad del libro y muy especialmente La
tierra [1];
en segundo lugar, la idea de una asociación íntima entre esa figura retórica,
compuesta por contrarios que se relacionan de manera tensa y las
contradicciones del autor; por último, como resultado de lo ya dicho, la idea
de la prosa euclideana como una escritura bifronte constituida por una “faceta
solar” (dada por el discurso cientificista y su carácter supuestamente recto) y
por una “faceta nocturna” (que contradice la dimensión solar y se manifiesta en
el registro literario, notoriamente a través de la antítesis, del oxímoron, de
la construcción paralógica, etc).
Me limitaré
a comentar el retorno, aprovechamiento y reformulación de los principios
esbozados por Augusto Meyer en dos críticos contemporáneos de envergadura cuya
producción, por diferentes motivos, es de la mayor relevancia: Walnice Nogueira
Galvão y Luiz Costa Lima.
En el caso
de Costa Lima, autor de uno de los análisis recientes más ambiciosos, las observaciones sobre las figuras de oposición
se insertan en el ámbito de una reflexión más vasta tendiente a elucidar el papel de “lo literario” en Los sertones, sus interrelaciones con el
registro científico y, consecuentemente,
a determinar el estatuto discursivo del texto, otro lugar común de la crítica
euclideana [2]. La
dilucidación de tales cuestiones tiene por objetivo no solamente polemizar con
esa tradición crítica y arrojar luz sobre la estructura de la obra, sino establecer el legado de la misma para
el pensamiento intelectual brasileño, un legado de limitaciones, de
deficiencias, caracterizado por el “privilegio de la mirada”, por la mímesis
entendida en cuanto copia y por el abandono o retirada del pensamiento teórico
ante la presencia de obstáculos, en la opinión Costa Lima. Así, el análisis de Los sertones se ve incluido en la órbita
de los problemas que dan el tono a su producción ensayística.
Aunque Costa
Lima sólo habría de abocarse al estudio exhaustivo del texto de Da Cunha en Terra ignota, trabajos anteriores
testimonian su interés por la obra, bien como la relación existente entre ésta
y el conjunto de cuestiones que nortean su reflexión [3].
En líneas generales la hipótesis enunciada
en Terra ignota retoma y desarrolla
el argumento presentado en el breve ensayo comparativo de 1988. Su postulado
central puede resumirse del siguiente modo: existe en Los sertones una organización textual nítidamente predominante
según la cual el discurso científico es escena,
centro, tema (en otras palabras,
instancia subordinante) mientras que el discurso literario es margen, borde, ornato, ilustración del precedente (o sea,
instancia subordinada). No obstante, la resistencia ofrecida por el material a
interpretar obliga a Euclides Da Cunha no sólo a invertir (vía imágenes)
algunas de sus afirmaciones “científicas”, sino también a subvertir la propia
jerarquía textual de la que los enunciados científicos y las imágenes literario
ornamentales forman parte. En rigor, las dos operaciones no pueden ser
disociadas, pues las imágenes que contradicen ciertos enunciados científicos
irrumpen en los espacios donde la jerarquía predominante de Los sertones deja de tener validez. A su
vez, la jerarquía deja ser válida cuando Da Cunha se enfrenta a algún objeto
“insubordinado o rebelde con respecto a la ciencia”, con algo no categorizado,
algo que “todavía necesita ser conocido”
-con el sertón/terra ignota.
Es en esas circunstancias excepcionales que irrumpen las imágenes responsables
por la configuración de una “sub-escena”; es sólo en esas circunstancias
excepcionales que algunas imágenes dejan de ser ornamentales o ilustrativas y
se tornan motivadas cobrando, por lo
tanto, una función reflexivo especulativa. Como permite constatar el siguiente
pasaje, el operador privilegiado de la principal sub-escena examinada por el
ensayista es el enunciado antitético:
“Tómese
como ejemplo la formación geológica de “La tierra” recientemente analizada. Ver
el sertón como si fuesen ruinas de un antiguo “océano cretáceo” supone
considerarlo resto de un derrumbe colosal. Al mismo tiempo, sin embargo,
Euclides lo identifica con un lugar en el que la vida todavía está gestándose.
La fusión de las dos imágenes crea un oxímoron del tipo ruina-que-fermenta o
resto-que-fecunda, algo imposible de ser confundido o con la muerte o con la vida.
Es el propio “o... o” lo que no cabe en
la fusión” (Costa Lima, 191) [4]
Según
Costa Lima, al alcanzar esa suerte de umbral o límite denominado sub-escena, al
acercarse a la poiesis en cuanto
forma de “pensar-decir”, el autor de Los
sertones sistemáticamente retrocede, abandona la lucha, emprende la
retirada, por así decir; en lugar de proceder a una revisión crítica sus
presupuestos epistemológicos opta por la vuelta a un modelo de conocimiento
basado en la copia, regresa a la imitación pasiva restaurando así la jerarquía
textual predominante. Sin embargo, a pesar del retroceso parece claro que el
interés de Los sertones, para el
crítico, radica en ese pensar-decir balbuceado en las sub-escenas. Y es
justamente en las sub-cenas donde nos
deparamos con la presencia de las figuraciones antitéticas, contrastivas,
paradójicas.
***
Desde los
años setenta Walnice Nogueira Galvão viene dedicándose al estudio de la
producción escrita referente a Canudos. Paralelamente al trabajo de
recopilación y examen del material periodístico contemporáneo a la guerra,
publicado en 1974 [5], la crítica
se abocó en un primer momento a la obra del Da Cunha repórter y a las
influencias de doble mano Euclides Da Cunha/Afonso Arinos [6].
Tales estudios anteceden y hasta cierto punto preparan ensayos posteriores
caracterizados por una perspectiva más acentuadamemente textual, entre los
cuales cabe destacar algunos particularmente
importantes: el prefacio a la edición de Los
sertones preparada por la Biblioteca Ayacucho; el prefacio de la vigésima
octava edición de Los sertones de la
Editora Brasiliense (1984); el artículo incorporado al segundo volumen de la
Historia de la Literatura Latinoamericana coordinada por Ana Pizarro, de 1994 [7].
En ellos, el proceso de
"conscientización"
euclideano, bien como el
drástico “cambio de opinión” que éste acarrea -temas de los trabajos
precedentes de Galvão-, son
incorporados a un análisis que busca poner en evidencia la tensión
suscitada en Los sertones por la falta de adecuación del esquema conceptual
adoptado en relación a dicho cambio de actitud. El intento de tornar
compatibles dos propósitos antagónicos - el
de “objetividad” científica y el de “denuncia” del “crimen” cometido -
genera un discurso marcado por la contradicción. Y la expresión de semejante
impasse es el predominio de las construcciones antitéticas:
“Este
embate de tendencias encuentra expresión literaria en ciertas figuras de
lenguaje. Euclides privilegia una figura que reúne dos fuerzas contradictorias
revelando así su incapacidad intelectual de encontrar una síntesis. Por
ejemplo, a sus ojos, Antonio Consejero es al mismo tiempo un gran hombre, en
tanto líder, pero un degenerado en tanto encarnación de las peores
potencialidades presentes en los mestizos. Cómo resolver tal dilema a nivel del
discurso? Empleando la figura de la antítesis, en la cual los opuestos son
violentamente aproximados o utilizando su forma más extrema, el oxímoron. O se
que el problema se resuelve no a nivel del razonamiento sino a nivel de la
literatura.” [8]
Como se
desprende del pasaje citado, para la autora la literatura se hace presente
cuando el razonamiento claudica, viene
a “solucionar” el problema por la vía de la aproximación de los
contrarios. De hecho, creo que no
resulta difícil advertir la sintonía existente entre esta lectura y la
propuesta a partir de otro horizonte teórico por Luiz Costa Lima, ni la
existente entre ambas y la esbozada com anterioridad por Augusto Meyer.
En
el ensayo de 1994, Nogueira Galvão reformula parcialmente su interpretación de Los sertones. Lo que en textos
precedentes constituía una tensión no resuelta entre dos polos (objetividad
científica/propósito de denuncia), ahora cobra la forma de una “narración
virtualmente polifónica”, de un “inmenso diálogo entre muchas voces, mediadas
por el narrador” (626). Desde esta perspectiva, paráfrasis e intertextualidad
resultan categorías claves para analizar el proceso de desdoblamiento o
proliferación de discursos que se “entrechocan” y cuya dinámica, una vez más,
estaría pautada por la coexistencia de contrarios, tal como testimonian las
siguientes afirmaciones de la autora:
“La andadura de la narración, que procede por antítesis... se torna una
polifonía exasperada” (626); “Si el dialogismo y la antítesis presuponen el
conflicto, la figura predilecta del autor, el oxímoron, se compone de extremos”
(627). Es en la reunión crispada y tensa de esos extremos que cobra forma lo
que Galvão denomina el “pensamiento
oximorónico” de Da Cunha, “pues el oxímoron no sólo orna sino que expresa
la real dificultad de alcanzar una síntesis entre doctrinas contradictorias”
(630). Puede concluirse por lo tanto que “la
síntesis es imposible: la verdad del libro reside en sus contradicciones”
(631).
***
Las observaciones realizadas hasta aquí tuvieron por
objetivo preparar el terreno para la lectura de algunos pasajes de Los sertones. En ellos, el pasaje a lo
contrario, el devenir lo contrario de lo que parecía que se era o se creía que
se era produce efectos de sentido que considero interesantes.
En un ensayo
anterior busqué examinar esse itinerario en dirección al polo opuesto tomando
como objeto de análisis el binomio civilizado/bárbaro visto a partir de cierta
iconografía de la violencia representada en el libro y adoptando como vector
de lectura el desplazamiento del
(hipotético) civilizado hacia la barbarie. Me propuse mostrar cómo las cabezas
rodaban inicialmente en La Tierra,
luego en las manos de los sertaneros, para internarse finalmente en las filas
del ejército republicano dando lugar a lo que el narrador denomina una
“inversión de papeles”, una “antinomia vergonzosa” [9].
Pretendo examinar ahora un movimiento narrativo solidario aunque inverso al
anterior, que permite postular otro
modo de relación entre soldados/sertaneros: el de la igualdad en la privación,
en el sufrimiento, en el desastre e inclusive en el odio a los comandos
militares. Visto por ese prisma, el soldado deviene el otro/mismo del hombre
del sertón. No obstante, antes de caminar en la dirección propuesta es
necesario hacer algunas consideraciones sobre ciertas antítesis que constituyen
el repertorio canónico del volumen euclideano. El contraste permitirá
visualizar mejor la singularidad y divergencia del proceso apuntado aquí, con
respecto a las figuras antitéticas más conocidas y destacadas por la crítica.
***
Solidario de ese espejismo hay por lo menos otros dos, no
menos célebres: el de la muerte con apariencias de vida, el del paisaje
ardiente con aires invernales. En el primer caso, “el sol poniente” desata
“larga, su sombra sobre el suelo” y el observador avista, “brazos ampliamente
abiertos, cara vuelta hacia el cielo -
un soldado (que) descansaba. Descansaba ... hacía tres meses” (38). En el
segundo caso, el lector ve un “blanquear de banquisas; y oscilando a pique de
las ramas secas de los árboles rígidos cuelgan las tislândias blanquecinas, recordando copos sueltos de nieve, dando
al conjunto el aspecto de un paisaje glacial, de vegetación hibernando, en los
hielos ...” (51).
En lo
referente a El Hombre puede aplicarse
un principio de lectura semejante sólo que en esta ocasión el proceso es
sometido a un desplazamiento temporal y sufre complicaciones o padece de contradicciones
suplementarias, por así decir. Mientras que para disipar las falsas apariencias
de La tierra se hecha mano a un
discurso explicativo cientificista relativamente contundente, unívoco, certero,
para disipar la “falsa apariencia” del habitante del sertón es preciso redoblar
esfuerzos, lo cual equivale a multiplicar enunciados conflictivos.
De hecho, el
narrador sostiene que “el sertanero es
ante todo un fuerte” aunque “su
apariencia ... al primer golpe de vista, revela lo contrario”; aunque “le
falta la plástica impecable, el desempeño, la estructura correctísima de las
organizaciones atléticas”; a pesar de ser “falto de gracia, descoyuntado,
jorobado, Hércules-Quasímodo” que “refleja en el aspecto la fealdad típica de
los débiles” (105). Enjuto y encorvado como la vegetación de su habitat, el
sertanero debe ser aprendido en dos tiempos para que la fuerza escondida por
detrás de la aparente flaqueza, la capacidad de acción oculta bajo la aparente
pasividad puedan ser desveladas. Por un lado, o, más exactamente, en
determinadas circunstancias: “Es el hombre permanentemente fatigado. Refleja el
cansancio invencible, la atonía muscular perenne, en todo –en la palabra
demorada, en el gesto contrahecho, en el andar sin aplomo, en la cadencia
lánguida de las modinhas [11],
en la tendencia constante a la inmovilidad y a la quietud” (106). Pero basta
que el sertón interrumpa la tregua representada por el verde (vale decir, el
período de las lluvias), para que el hombre muestre su cara más auténtica, pues
“toda esa apariencia de cansancio engaña.
Nada es más sorprendente que verla desaparecer de improviso. En esa
organización abatida se operan, en segundos, transmutaciones completas....”
(106).
A pesar de
los accidentes, el discurso euclediano propone, pues, un principio explicativo,
el del proceso de adaptación en relación con las exigencias del medio.
Semejante a los arbustos que se encogieron y se curvaron para sobrevivir el
sertanero “sacrificó” la apariencia atlética para garantizar la existencia;
semejante a las especies que economizan agua el sertanero economiza
energías reservándolas para las
instancias graves [12].
***
Al retratar
la retirada de la expedición de Febronio Brito -expedición malograda por una
derrota que tiene mucho de “ilusorio” ya que el número de bajas, según el
autor, había sido muy pequeño-, Euclides Da Cunha introduce un motivo que se
tornará recurrente: el motivo del
hambre en las filas militares. La primera escena a través de la cual ese motivo se
materializa acentúa, por un lado, la dimensión tragicómica del episodio [13]
y, por el otro, anticipa un motivo solidario con el del hambre, que se
desarrollará inmediatamente después: el del aspecto “andrajoso” de los soldados.
A la inesperada dádiva de un banquete nocturno sucede la marcha matinal:
“La expedición prosiguió
temprano para Monte Santo. No había un hombre válido. Aquellos mismos que
cargaban a los compañeros sucumbidos claudicaban, a cada paso, con los pies
sangrando, llenos de espinas y cortados
por las piedras. Cubiertos con sombreros de paja groseros, uniformes hechos
trapos, algunos trágicamente ridículos velando la desnudez en capas
despedazadas, mal aliñándose en simulacro de formación, entraron a la aldea como
un grupo de retirantes [14],
castigados por los soles bravos, huyendo de la desolación y la miseria” (239).
Iniciados en
la alteridad por la falta de alimentos, los soldados, inadecuadamente
trajeados, ignorantes de las condiciones del medio, se hieren con la naturaleza circundante. Pero el proceso de
pasaje en dirección a lo otro, aun
cuando incipiente ya está en curso:
“cubiertos con sombreros de paja groseros, uniformes hechos trapos ...
los soldados entran a la aldea recordando
un grupo de retirantes, batidos por los soles bravos, huyendo de la desolación y la miseria”.
El proceso
de identificación soldados/sertaneros se profundiza en cada nueva expedición
para alcanzar el clímax en la cuarta y última. La reiterada experiencia de la
sed y del hambre hicieron a esas alturas del soldado un (doble del) hombre del
sertón, como demuestran los siguientes pasajes:
“Se vivía a la aventura,
de expedientes. De moto propio, sin
la formalidad, dispensable en tal emergencia, de una autorización, los soldados
empezaron a realizar, aislados o en pequeños grupos, excursiones peligrosas por
las cercanías, talando los raros cultivos de maíz o mandioca existentes; cazando cabritos casi salvajes
por allí desgarrados, en abandono desde el comienzo de la guerra; y arrebañando
el ganado... A partir del 2 de julio sólo hubo ración - harina y sal, nada más
- para los enfermos. Las cazadas se
hacían, pues, obligatorias, a despecho de los mayores riesgos. Y los que a
ellas se abalanzaban –vistiendo la piel del yagunzo[15]
, copiándole la astucia requintada, la marcha cautelosa, resguardándose en
todos los surcos del terreno – se aventuraban a extremos lances temerarios”
(...) El soldado hambriento, cebada la
cartuchera de balas, se perdía en las mesetas, tomando resguardos como si fuese
cazar leones. Se internaba en la espesura de los montes... Rompía el ramaje
tieso, entretejido de gravatás mordientes. Y – ojos y oídos armados contra los
mínimos contornos y los mínimos rumores – atravesaba largas horas en la
persecución exhaustiva...” (355)
“Los pequeños cultivos de maíz, poroto y
mandioca, que atenuaban al principio los sinsabores de esa alimentación de
fieras, se terminaron rápido. Se hizo necesario buscar otros recursos. Como los retirantes infelices, los soldados
apelaron a la flora providencial. Cavaban alrededor de los umbuzeiros,
arrancándoles los tubérculos salientes, recogían cocos de ouricuris, o tallaban
los cálices blandos de los mandacarus, alimentándose de cactos que al mismo
tiempo disfrazaban o engañaban el hambre y la sed ” (357).
Apariencia,
circunstancias y acciones no distan casi nada (son casi la repetición ipsis litteris) de escenas que el lector-observador ya ha testimoniado en
relación al otro, al sertanero. Pero, cuál es la ilusión a ser desvelada aquí ?
Cuál es la explicación satisfactoria para una apariencia que (con)funde los sujetos ? Acaso la apariencia no
refleja, con fidelidad, algo que es del orden de la experiencia efectiva ? El
símil del soldado/retirante instaura
el orden de la (casi) identidad. El embuste, la ilusión, se desplazó al
estómago; es a él al que ambos necesitan engañar.
***
Dos escenas
pueden ser consideradas complementarias y solidarias de ese proceso de
identificación entre aparentes contrarios. Una de ellas establece lazos menos
directos con los motivos arriba comentados; la otra, se vincula de manera
estrecha e inmediata. Ambas, no obstante, se relacionan entre sí en la medida
en que apuntan hacia otra forma de distinción, de división o de identidad
diferenciada en el seno del ejército.
El primero
de los episodios se refiere a las
“protestas infernales garabateadas con carbón en cada pared blanca” del sertón bahiano. Se trata de un “reflejo de las
amarguras” padecidas por los bajos escalones militares que es caracterizado por
asimilación o identificación entre atributos de la escritura-protesta
/atributos del soldado-sertanero-retirante.
“Rengas”, “toscas”, sin “virilidad”, ni “altivez”, ni “brillo”, esas palabras
materializan los “palimpsestos ultrajantes” (pero “verdaderos”) envueltos en
los cuales los altos comandos del ejército simulan descansar. La distribución
de las diferencias y el direccionamiento de los odios se verticaliza, se vuelve
hacia el otro-superior-dominador [16].
La segunda escena ofrece al lector la ilusión perfecta de una nueva Canudos
habitada por otros/mismos hombres, muestra una confusión que el ojo euclideano
solamente disipa (lo hace, realmente ?), al alcanzar el territorio de los que
mandan:
“El
campamento había cambiado; había perdido la apariencia confusa de los primeros
días. Era como otra aldea naciendo de las
ingles de Canudos (...) Nada que
denunciase, al primer golpe de vista, la estadía de un ejército. Se tenía la
impresión de llegar a un pueblucho sospechoso de los sertones. Y encontrando
los primeros pobladores –hombres
vestidos como paisanos, mal arreglados, arrastrando espadas y cargando
escopetas –en su mayor parte cubiertos por sombreros de cuero con presillas –
descalzos o calzando alpargatas – y, en uno y otro punto, mujeres harapientas
cocinando tranquilamente en las puertas o atando leña, se completaba la
ilusión. El viajero entraba a desconfiar de que un error en su ruta lo había
desorientado y conducido en medio de los yagunzos –hasta alcanzar la carpa del
general, más lejana” (440-1)
Si el único indicio que restituye la distinción, aquí, es la “carpa
del general”; si en lo restante el
campamento es una aldea y los soldados - agotando la “tipología” del sertón -
son yagunzos; si unos y otros son lo
semejante, el reconocimiento mutuo configura un desenlace posible,
constituye una posible solución de la falsa antítesis. La inminencia de esa
escena que no llega a suceder puede ser leída en las páginas que narran la fase
final de La Lucha:
“La vida se había normalizado en aquella
anormalidad. Despuntaban peripecias extravagantes. Los soldados de la línea negra, en la tranquera avanzada del cerco,
entablaban, a veces, en la noche, largas conversaciones con los yagunzos. El interlocutor de nuestro lado subía a la cima de la trinchera y, vuelto hacia los
suyos, profería al azar una exclamación cualquiera, enunciando un nombre vulgar, el primero que le venía a la mente, con
voz amiga y llana, como si profiriese el apodo de algún viejo camarada –e
invariablemente, del centro del caserío más cercano, del medio de los escombros
de la iglesia, le respondían de inmediato, con la misma tonalidad mansa,
dolorosamente irónica. Se entablaba el coloquio original a través de las
sombras, en un reciprocar [17]
de informaciones sobre todo, del nombre de bautismo al lugar de nacimiento, la
familia y las condiciones de vida... El diálogo se demoraba hasta despuntar
la primera divergencia de opiniones. Lo asaltaba, entonces, de lado a lado,
media docena de injurias ásperas, en un lenguaje enérgico. Y enseguida un punto
final –la bala...” (444-5).
Torcer el curso de la bala y cambiarlo por el énfasis en el reciprocar, en la privación y el padecimiento compartidos por el gentío
anónimo más acá y más allá de la línea negra, ciertamente no fue el objetivo
del autor de Los sertones. Pero la andadura de su discurso
contradictorio dio forma a las escenas con las que el lector de hoy puede
construir ese sentido y, con ello, disipar la falsa antítesis. Motivo suficiente,
creo, aun cuando no el único, para seguir leyendo Los sertones.
Bibliografia
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EDUSP; 1995.
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Meyer, Augusto. "Nota sobre Os sertões". À sombra da estante. Río de
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Ventura, Roberto."A Nossa Vendeia: Canudos, o mito da Revoluçãu francesa e a
constituição da identidade nacional-cultural no Brasil (1897-1902)". Revista de crítica literaria latinoamericana,
año XI, N 24, 1986 (57-69).
[1] Como se sabe, Los sertones se subdivide en tres grandes bloques intitulados La tierra, El hombre y La lucha respectivamente.
[2] Terra ignota. A construção de Os Sertões. Río de Janeiro: Civilização Brasileira, 1997. Para un análisis de la fase inicial de recepción del texto euclideano como portador de una “doble inscripción” (científica y literaria) ver especialmente los capítulos I (13-35) y V (125-155). Para un análisis sumario de las discusiones acerca del género discursivo de Los sertones hasta los años noventa véase "O impasse euclideano", capítulo inicial de A imitação dos sentidos, de Leopoldo Bernucci (São Paulo: EDUSP; 1995. 19-24) y “Facundo e Os Sertões. Em torno à problemática da recepção”, de mi libro Civilização e barbárie n ‘Os Sertões. Entre Domingo Faustino Sarmiento e Euclides da Cunha. Campinas, Fapesp / Mercado de Letras, 2001 (123-170).
.
[3] Ver en ese sentido “N’Os Sertões da oculta mímesis”, en O controle do imaginário. Razão e imaginação no Ocidente. São Paulo: Brasiliense, 1984 (pp. 202-239) y “Euclides e Sarmiento, uma comparação” ensayo que integra el volumen colectivo publicado con el título Sobre o pré-modernismo. Rio de Janeiro: Casa de Rui Barbosa, 1988 (177-183).
[4] La traducción es mía.
[5] Galvão, W. N. org.; No calor da hora-a guerra de Canudos nos jornais. Quarta expedição. São Paulo, Ática, 1974.
[6] Véanse “O correspondente de guerra Euclides da Cunha” y “De sertões e jagunços”,en Saco de gatos. São Paulo: Duas Cidades, 1976 (55-85).
[7] “Os Sertões para estrangeiros”, en Gatos de outro saco. São Paulo: Brasiliense, 1980 (62-83) y “Euclides da Cunha”,. en Ana Pizarro org.; América Latina. Palavra, Literatura e Cultura. Vol. II. Campinas: Unicamp/São Paulo: Memorial de América Latina, 1994 (615-635).
[8] Prefácio a la vigésimo octava edición de Os Sertões. São Paulo, Brasiliense (94). La traducción es mía.
[9] “Civilização e barbárie n´Os Sertões”. Remate de Males, 13, 1993 (57-66) y “On ne tue point les idées? Versões, variações e extravios de uma epígrafe”, en Civilização e barbárie n ‘Os Sertões. Entre Domingo Faustino Sarmiento e Euclides da Cunha, op. cit. (21-61).
[10] Tomo como base la ediçión crítica organizada por Walnice Nogueira Galvão (Os sertões. São Paulo, Brasiliense, 1985). A fin de facilitar la lectura he optado por traducir los párrafos citados.
[11] Canto popular acompañado de guitarra.
[12] Resta, claro, la
contradicción entre esta perspectiva fundamentada en la adaptabilidad y el
discurso del determinismo racial. El narrador se depara con un “mestizo fuerte”
cuando mestizaje, degeneración, debilidad, extinción constituyen para él los
términos de un modelo “científicamente” validado. La constatación obliga a Da
Cunha a relativizar, sin anularlo, el peso concedido al factor racial y a
contrabalancearlo con el de la influencia ejercida por el hábitat. Pero sobre
todo incita al autor a enunciar una suerte de mito neoindianista: a través de los sucesivos
cruces indio/blanco el sertón habría producido un “mestizaje homogéneo”
contrapuesto al “mestizaje confuso” y predominantemente negro del litoral. Para
un tratamiento minucioso de esta cuestión véase el libro de Costa Lima ya
comentado.
[13] Transcribo
in extenso el pasaje en cuestión,
donde se narra el avatar que sucede a la última investida sertanera, al caer la
noche: “Un incidente providencial completó el suceso. Fustigado tal vez por las
balas, un rebaño de cabras invadió el campamento, casi al mismo tiempo en que
refluían los sertaneros repelidos. Fue una diversión feliz. Hombres
absolutamente exhaustos apostaron carreras locas con los veloces animales en
torno a los que la fuerza circuló delirante de alegría, prefigurándose el
banquete después de dos días de ayuno forzado –y, una hora después,
arrodillados en torno a las fogatas, dilacerando carnes mal cocinadas
–andrajosos, inmundos, repugnantes- se
agrupaban, teñidos por la humareda de los braseros, los héroes infelices, como
un bando de caníbales hambrientos, en cena bárbara” ( 239).
[14] Retirante: sertanero que solo o en grupo emigra a otras áreas del Brasil huyendo de la sequía típica de las regiones áridas del noreste.
[15] Según José Calassans el término yagunzo fue utilizado por primera vez en las letras brasileñas por Euclides Da Cunha. La palabra remite al individuo que a mando de algún hacendado poderoso desarrolla actividades delictivas (intimidación, robo, asesinato) a cambio de una retribución y/o de protección ante la ley. No pocos grupos de yagunzos del sertón se independizaron de sus patrones y pasaron a actuar en grupos autónomos.
[16] Cito la totalidad del párrafo:
“En todas partes -a partir de Contendas-, en cada pared blanca de cualquier
vivienda más presentable, apareciendo más raramente entre los ranchos de adobe,
se abría una página de protestas infernales. Cada herido, al pasar, dejaba en
ellas, garabateado con carbón, un reflejo de las amarguras que lo afligían,
encubriéndose en el anonimato común ...
inscripciones lapidarias, en una grafía tosca, donde se patentizaba
flagrantemente el sentimiento de aquellos que lo habían grabado. Sin
preocupación por la forma, sin fantasías engañosas, aquellos cronistas rudos
dejaban, indeleble, el esbozo real del mayor escándalo de nuestra historia
–pero brutalmente, ferozmente, en pasquines increíbles - libelos brutales en
los que se casaban pornografías indignantes y desesperanzas profundas, sin una
frase varonil y digna. La ola de rencores que rodaba por los caminos hería
aquellos muros, penetraba casas adentro, ahogaba las paredes hasta el techo...
La comitiva militar, al penetrar, reposaba envuelta en un coro silencioso de
improperios e injurias. Versos rengos, erizados de rimas duras, hilvanando
torpezas increíbles en el marco de dibujos pavorosos; imprecaciones flotando
por los rincones en un coro fantástico de letras tumultuosas de las cuales
caían, violentamente, signos de admiración rígidos como estocadas de sable:
Viva! Muera! saltando, entrechocándose discordantes; juegos de palabras soeces;
alusiones atrevidas; burlas lóbregas de caserna... Y la empresa perdía
repentinamente su aspecto heroico, sin brillo, sin altivez. En vano los narradores futuros intentarían ocultarlo con
descripciones gloriosas; permanecerían, en cada página, indestructibles,
aquellos palimpsestos ultrajantes ” (428) .
[17] He preferido conservar el término portugués que correspondería en español a "intercambio recíproco" o “reciprocidad”, en virtud de la fuerza expresiva de la forma verbal.