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Imaginario de las enfermedades modernas (neurosis, estrés y depresión)
en la literatura chilena reciente

Kottow, Andrea
Universität zu Köln


Desde tiempos remotos obras literarias de las más diversas proveniencias e insertas en los más variados contextos culturales, se muestran pobladas de imágenes de enfermedad. Las posibilidades de despliegue simbólico y metafórico parecieran ser infinitas: el ciego vidente, la peste como castigo divino, la eplilepsia como conexión con elementos irracionales el cáncer como resultado de una vida colmada de represiones autoimpuestas... Dificíl resulta el intento de encontrar un denominador común a estas representaciones literarias de enfermedad, aquí resaltadas intencionalmente en su heterogeneidad.

Restringiendo el panorama a la época moderna, sin embargo, la inclusión de temáticas y motivos relacionados con la enfermedad parecieran apuntar a ciertas direccionalidades más fácilmente identificables. Desde la época romántica ‘enfermedad’ y ‘salud’, en tanto polos opuestos, aparecen preferentemente como dos formas distintas de ‘estar en el mundo’, de situarse frente a la realidad. Los románticos preferían una inherente y secreta alianza entre enfermedad y genialidad, oponiéndole a este complejo una cierta banalidad de la salud burguesa. Enfermarse, en este contexto, implica problematizar la relación del indiviudo con el sistema social dominante: el burgués llano y sano, por un lado, y por el otro, el genio, el artista maldito, el que enferma por saberse superior. A su vez, esta estructura dicotómica de salud y enfermedad se vincula con trasformaciones dentro del sistema estético en el cual puede ser observada una creciente legitimación e incluso fascinación con temáticas de lo grotesco y mórbido[i].

La contraposición postulada por Goethe, de un clacisismo sano por un lado y un romanticismo enfermo por el otro, es retomada en la modernidad en heterogéneas variantes. A partir del siglo XIX aparecen diversos cuadros patológicos en entramados contrapuestos a formas y estilos de vida eminentemente burgueses. A pesar de la posición dominante de la ciencia – en tanto método de aprehensión de la realidad – y en especial del posicionamiento privilegiado de las ciencias biológicas y médicas a partir de la mitad del siglo XIX, la enfermedad como fenómeno y experiencia pareciera sustraerse constantemente a la neutralización científica. Diversas ideas acerca de enfermedades, metaforizaciones de fenómenos patológicos, miedos como también procesos de estetización pareciesen conformar una permanente resistencia frente al intento de exorcización de lo enfermo por parte de las ciencas naturales.

La teórica norteamericana Susan Sontag acusa en sus escritos referentes al cáncer, por un lado, y al SIDA, por el otro, esta fantasmagórica metaforización de la enfermedad desde la posición del estar y ser enfermo[ii]. Los enfermos, así la argumentación central de Sontag, deben lidiar con sus dolores tanto físicos como psíquicos y no deben verse presionados a enfrentarse más encima con ideas y prejucios producidos en las nociones generales de la gente o por imaginarios constituidos en el arte. Desde una posición ética, que pretende hacer justicia para con el afectado, Sontag acusa nociones referentes a cuadros patológicos que no coinciden o incluso contradicen el saber médico y científico.

Sin embargo, y contradiciendo a Sontag, la medicina misma no pareciera tener la capacidad de sustraerse frente a los componentes culturales de nociones acerca de lo enfermo. La pretendida objetividad de la mirada científica aparece así formando ella misma parte de un discurso cultural e ideológicamente marcado. La buscada perspectiva neutra ‘desde afuera’ evidencia así ser producto de estrategias discursivas que comienzan a hacer posible las nociones de afuera y adentro, sujeto y objeto, enfermo y sano.

El bacteriólogo Ludwik Fleck plantea en su revolucionario trabajo de 1935 la imposibilidad de romper el estilo de pensamiento - der Denkstil - de una colectividad – das Denkkollektiv - dentro de una época y coordenadas culturrales determinadas[iii]. A través del ejemplar estudio del caso de la sífilis, apunta Fleck a mostrar cómo diferentes concepciones de una enfermedad, modelos de explicación diversos y heterogéneos modos terapéuticos pueden coexistir, a pesar de contradecirse desde una perspectiva meramente científica. Las ciencias médicas no pueden ser comprendidas como un proceso lineal que acumula conocimiento hasta finalmente encontrar la solución de un problema. Así, para Fleck, las ciencias naturales, como el arte y la vida, están sujetos a la cultura más que a la naturaleza.

Especialmente visible se hace este proceso, focalizado ampliamente por Michel Foucault, en enfermedades psíquicas que parecieran remover permanentemente definiciones médicas supuestamente inequívocas. La componente cultural en enfermedades psíquicas se constituye como elemento central en casi todos los aspectos de la enfermedad mental. Quién enferma, cómo y de qué modo, qué tipos de terapias aparecen indicadas, quién es tratado por quién y en qué tipos de espacios, todo ello está marcado por el contexto cultural y por discursos sociales dominantes. Ciertas enfermedades mentales aparecen en determinados contextos culturales y funcionan como un modo específico de “estar en el mundo” los individuos. Transformaciones de las coordenadas culturales y desplazamientos en sistemas generales del ordenamiento de la realidad pueden, a su vez, hacer desaparecer nuevamente ciertos cuadros patológicos. Como ejemplo paradigmático sea aquí nombrado un cuadro mórbido de la segunda mitad del siglo XIX. El término de la neurastenia, introducido primeramente en 1869 por el médico nuevayorquino George M. Beard, alcanzó rápidamente gran popularidad en Europa y EE.UU. Un complejo de síntomas, ciertamente difuso desde una perspectiva actual, dio eco a una determinada sensibilidad reinante en el mundo occidental durante la segunda mitad del siglo XIX. Debilidad tanto como excesiva tensión de los nervios llevaban a los pacientes neurasténicos a sufrir los más diversos males: zumbido de oídos, dolores de cabeza, trastornos digestivos, una sensación de debilidad general así como impotencia y desgana. La neurastenia fue relacionada con las influencias perjudiciales de las grandes urbes modernas como asimismo con el ritmo acelerado del progreso y las innovaciones tecnológicas que parecían transformar a pasos agigantados la vida cotidiana. Percibida mayoritariamente como enfermedad masculina, la neurastenia fue comprendida como la contraparte a la histeria femenina. En los setenta y ochenta del siglo XIX la neurastenia fue un diagnóstico frecuente y los pacientes que bajo ella sufrían, recibían diversas medidas terapéuticas. La literatura tomó posesión casi obsesiva del cuadro nuerasténico, y héroes masculinos carentes de energía vital pueden ser encontrados en muchos de los textos más importantes de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Ejemplares son el personaje Des Esseintes en la novela A rebours de Huysmans, el narrador de Proust en A la recherche de temps perdu o las figuras de los cuentos tempranos de Thomas Mann: los neurasténicos aparecen poblando masivamente la literatura del cambio de siglo. A comienzos del siglo XX, con la renovación del discurso científico a través de la neuropsiquiatría, el término de la neurastenia pierde sustancia y presencia[iv].

El fenómeno de la neurastenia evidencia el vínculo de concepciones médicas de enfermedad y salud con el entramado histórico-cultural. Transformaciones en las nociones médicas generales se encuentran en estrecha relación con desplazamientos producidos en los discursos sociales dominantes. Para describir la posición privilegiada de la medicina a partir de la mitad del siglo XIX se ha introducido el concepto de la “medicalización”[v]. Por un lado, la medicalización refiere a la creciente monopolización y toma de control de la organización de la salud por parte de las ciencias médicas, por otro lado, el término describe la ampliación y profundización del poder médico en la sociedad. Áreas cada vez más vastas comienzan a ser vistas a través de una focalización médica. Higiene, sexualidad, alimentación, nacimiento y la crianza de los hijos – todas áreas que no habían sido en primera línea de naturaleza médica – comienzan a caer bajo el ámbito de poder de la medicina. Michel Foucault introdujo los términos del bio-poder y de la biopolítica para describir este proceso del creciente dominio de la mirada médica sobre el cuerpo del ser humano[vi].

La literatura funciona como un espacio simbólico para los más variados enfrentamientos con la enfermedad y la salud. En la literatura contemporánea figuras depresivas, estresadas o neuróticas parecieran ser las que mayor presencia evidencian. Si los neurasténicos sustituyeron en el siglo XIX a los melancólicos de antes, las figuras literarias del siglo XX parecieran sufrir con preferencia bajo estados depresivos, peculiaridades neuróticas, fobias varias o encontrarse a punto de colapsar por un ataque de nervios motivado por estrés.

 

En 1999 Rafael Gumucio, curiosa e irreverente figura del panorama cultural chileno, publica sus Memorias prematuras. Un buscado guiño irónico a los géneros de memoria y autobiografía se palpa desde el título del texto, escrito por un autor que en el momento de aparcecer el libro cuenta con tan sólo 29 años. Gumucio – figura literaria – y Gumucio – autor real – pareciesen coincidir en muchos aspectos. El narrador focaliza en su texto su infancia, su juventud y la entrada atropellada a la edad adulta. Proviene de una familia con marcada tradición política de izquierda y sus padres se ven obligados a exiliarse tras el golpe militar del 73. Rafael crece en París, y en el año 1985 – como muchos exiliados chilenos – su familia decide volver a Chile tras el permiso otorgado por el régimen dictatorial. Desde pequeño Rafael se percibe perseguido por sus peculiaridades que lo hacen sentirse siempre diferente. Un rasgo definitorio de su otredad es el posicionamiento en un espacio marcado como encontrándose ‘fuera’ de su propio ser: Rafael se observa constantemente a sí mismo, no es ‘uno’ consigo mismo, es más bien reflejo torcido de sí mismo, poniendo en cuestionamiento con esta posición existencial y narrativa uno de los conceptos fundamentales de la modernidad y del discurso racionalista: el sujeto autónomo, idéntico a sí mismo[vii]. El ser no se constituye como núcleo unificador del sujeto, en consecuencia las capacidades de aprehensión de la realidad a través del raciocinio aparecen problematizadas. El lenguaje en tanto sistema de representación comienza a mostrar sus insuficiencias, sus brechas y vacíos con respecto a los referentes que se busca expresar a través de él. Texto, narrador, realidad extratextual aludida y lector son atravesados por la marca fundamental de lo provisorio y fragmentado. Esta fragmentación queda plasmada en la figura del narrador en múltiples pequeñas desviaciones, fobias, miedos, inseguridades que evidencian constantemente la posición excéntrica del protagonista y que conllevan el signo distintivo de lo patológico.

El filósofo chileno Martín Hopenhayn utiliza como instrumento analítico e interpretativo el concepto de lo clínico, comprendiéndolo en una acepción doble. Cito a Hopenhayn: “[...] entendiendo la clínica [...] como patología, pero a la vez como revelación de las patologías que subyacen a las máscaras de la normalidad.”[viii] Hopenhayn se sirve del concepto de la clínica como herramienta interpretativa de textos y posicionamientos narrativos, quedando implicado en este acercamiento que lo patológico de los objetos analizados, por un lado, es portado por ellos mismos a través de marcas de lo enfermo, pero por otro lado, estos signos de enfermedad sólo despliegan la amplitud de sus posiblidades interpretativas en relación a una normalidad que funciona como constante realidad interpelada por el texto. Enfermedad y salud refieren necesariamente a normalidad y anomalía, y estos polos dicotómicos solo desarrollan sus potenciales significados e implicaciones en su relación recíproca.

La figura de Gumucio en Memorias prematuras se percibe a sí misma como anómala, vislumbra que es percibida como anómala por los otros, pues lleva marcas y signos inscritos en su cuerpo que reflejan esta anomalía. Al mismo tiempo, el texto sugiere una inversión de estas parejas oposicionales, los signos de lo patológico teniendo una doble dimensión: son marcas plasmadas en la superficie del cuerpo, pero remiten necesariamente a un contexto dentro del cual estas marcas, estos signos son leídos como tales. El juego, sin embargo, no se agota en la posible inversión de los signos, más bien apunta finalmente a una disolución de estos conceptos que se desvanecen al no encontrarse en un sistema de referencia donde funcionen como posibilidades de identificación distinguibles.

El texto de Gumucio realiza este desplazamiento de complejos significantes de variadas maneras. Retoma la unificación romántica de enfermedad y genio, de anomalía y genialidad, de locura y superioridad. Desviación patológica y excepcionalidad están entretejidas. Rafael se siente diferente, enfermo y genio, no siendo una de las sensaciones resultado de las otras, sino constituyéndose estos rasgos distintivos al modo de una unidad indisoluble. Este convencimiento profundo, definitorio del personaje lo irá resguardando de los juicios enunciados por los personajes situados en posiciones de poder con respecto a él. Una profesora francesa de una de las escuelas que Rafael debe visitar, le dice a la madre de éste acerca de su hijo:

 

Es descoordinado, padece dislexia, discalculia, disgrafía, distrae a sus compañeros. [...] Yo no sé por qué traumas ha pasado, señora, usted lo sabe mejor que yo. Su hijo es una ofensa a la educación nacional, pública, privada, religiosa y laica que en este establecimiento impartimos.[ix]

 

Si bien pareciera ser cierto que Rafael sufre bajo descoordinaciones varias y dificultades múltiples en el aprendizaje escolar, su certeza de ser un genio logran subsumir estas desviaciones bajo su genialidad. A través de este proceso de inversión de signos, el discurso descalificador de la profesora pareciese descalificarse a sí mismo.

El mecanismo principal con el cual opera el texto de Gumucio para ir deconstruyendo un sistema de ordenamiento social basado en parejas dicotómicas es la ironía. Retomo las ideas de Martín Hopenhayn quien parafraseando a Kant postula la noción de razón irónica como forma de impugnar la racionalidad de un contexto histórico y cultural determinado. La crítica de la razón irónica trata de desplegar:

 

[...] las posibilidades de uso de la ironía para desmontar el mundo y mostrar el fondo de arbitrariedad tras las pretensiones de orden. De los alcances del procedimiento irónico para no dejar nada sólido en la trama de la cultura y de las costumbres. De lo que cabe ironizar para mirar el mundo de los márgenes y los insterticios, y de cómo hacerlo.[x]

 

No se trataría de una mera descalificación postulada a partir de una posición irónica que acusa al sistema social dominante de injusto, proponiendo un orden diferente o más habitable. Con los engranajes y elementos mismos del sistema social, retomando polos de oposición y clasificación de la realidad, se constituyen constantes desplazamientos de posiblidades de significación, dejando como única alternativa “[...] una singularidad condenada a ahogarse en un vaso de agua.”[xi] Los términos constitutivos de las dicotomías centrales del texto salud/enfermedad, normalidad versus anomalía se abren caleidoscópicamente, entrando en alianza una y otra vez con signos invertidos, hasta crear una pretendida confusión que irá dejando un espacio muy restringido para la acción. En la novela de Gumucio es la escritura la única posibilidad de salvarse del ‘ahogo en el vaso de agua’. El espacio marginal, excéntrico, fragmentario se constituye como espacio simbólicamente elegido para el acto escritural y como última redención posible frente a una realidad cuyos delinamientos parecen vaciados de sentido incluso en su inversión. El texto se cierra con la explicación del narrador respecto a la novela que el lector tiene entre manos:

 

De eso debo hablar: no de lo que sé y de lo que entiendo, sino de lo que no sé si puedo entender; para eso estoy aquí, no para contar la historia de mi vida [...] Estoy aquí para rezar, para rezar con todas mis palabras a algo que no tiene palabras, con todos mis recuerdos a algo que no puedo recordar.[xii]

            

Si bien la novela Rafael Gumucio subvierte constantemente las estigmaciones sociales que condenan a un sujeto percibido como ‘diferente’ a un espacio marcado como patológico, textos literarios pueden también afirmar y reforzar clichés y prejucios respecto a los conceptos de salud y enfermedad. Tratándose de términos y fenómenos altamente complejos que aparecen ligados a otros conceptos, a discursos sociales, a procesos de estetización, a posicionamientos frente al poder, a modelos discursivos y ordenamientos de la realidad, enfermedad y salud evidencian ser términos a ser utilizados con sensibilidad y consciencia.

Fragilidad se titula la novela escrita por otro joven escritor chileno, Pablo Illanes, publicada en el año 2004[xiii]. Conocido primeramente como guionista de telenovelas, Illanes ha comenzado hace algunos años a incursionar en la narrativa con claras pretensiones de inscribirse en una literatura que podríamos tildar de ‘seria’. Sin querer convertir esta aproximación al texto de Illanes en una crítica literaria, propongo una lectura del motivo de la enfermedad en su novela Fragilidad, con la intención de observar el funcionamiento de la simbólica en torno a lo patológico. No resulta difícil adivinar desde el título del texto que la novela gira en torno a una figura femenina. Montserrat Ruiz Tagle describe en primera persona la lucha que lleva hace años con el cuadro patológico de la agorafobia. El nombre de la narradora-protagonista orienta de inmediato al lector en la tarea de situar contextualmente a la figura: ‘Montse’– como es llamada cariñosamente por su círculo más íntimo anda ahora por los fines de los treinta, pertenece a la clase social alta santiaguina, proviene de una familia conservadora, sobreprotectora, se ha casado con un exitoso hombre de negocios y tiene dos hijos, consistiendo su tarea principal en la vida en el cuidado de los hijos y en la mantención del hogar. El texto abre con el regreso de Montserrat a Santiago de Chile quien ha vivido los dos últimos años en Nueva York, distanciada de su familia con motivo de su enfermedad y su internación en el ANGST-Center, especializado en trastornos de pánico. La construcción del texto sigue el modelo del flash-back, a través del cual el lector se entrerará de los primeras síntomas de la enfermedad de Montse en su juventud, hasta los fuertes ataques de pánico y depresiones después de su matrimonio y el nacimiento de sus hijos. La patología de Monserrat aparece como resultado de una situación social determinada: la sobreprotección por parte de la familia y de su marido, la reducción de la existencia al ámbito del hogar tras su matrimonio llevan a Montserrat a un sentimiento de encierro y de ahogo que culminan en síntomas patológicos. La situación económica de la familia Ruiz Tagle permite que ‘Montse’ sea llevada a Nueva York al ANGST-Center, evidenciándose así el convencimiento de los personajes implicados que en Chile no se ofrecen posibilidades terapéuticas satisfactorias. La pregunta pertinente que aparece en este contexto es la que interroga el posicionamiento del texto respecto a los enunciados de los personajes. Opondré a la pretendida confusión creada por Gumucio en sus Memorias prematuras el caos involuntario producido por la Fragilidad de Pablo Illanes. Si el narrador de Gumucio está marcado por la ironía como característico de su modo de ser y que también tiñe su narración, Montserrat Ruiz Tagle no tiene un atisbo de ironía respecto a sí misma. Su rasgo definitorio es el pánico. Su patología aparece en primer lugar como refugio respecto a los otros, como escusa para un retiro deseado de un contexto social determinado. El pánico se intensifica al reducirse el ámbito de acción del personaje al espacio familiar y hogareño. Pareciera que el lector repentinamente se encuentra en el contexto histórico-cultural de finales del siglo XIX. La histeria ha sido leída tanto en la época de su mayor presencia – es decir en la segunda mitad del siglo XIX – como también en aproximaciones actuales en tanto síntoma de una femeneidad que se rebela contra los estrechos modelos de vida previstas para ella en la burguesía decimonónica ¿Acaso pueden ser transpuestas estas mismas coordenadas a la época actual? A pesar de encontrarnos en el contexto chileno, un país católico, con cierto conservadurismo limitante, no dudaría en contestar a la pregunta con una rotunda negación. Las posibildades y limitaciones ligadas a los géneros y los problemas de su igualdad, se han vuelto más complejos. La mujer que se rebela a través de síntomas patológicos contra un mundo patriarcal que la reduce a su papel de madre y dueña de casa: ¿acaso no hay en este uso del motivo de lo enfermo un profundo conservadurismo ignorante de transformaciones en las coordenadas sociales y desplazamientos en las problemáticas ligadas al género?

Repentinamente aparece el texto distanciarse frente a sí mismo, debido a una idea que se asoma en los enunciados de la protagonista: hay un dejo de ironía que hacen sospechar al lector que el texto pretende parodiar a la clase social alta chilena. La agorafobia aparece como una enfermedad que sólo los pudientes pueden permitirse, la inactividad de Montserrat es suplida por los sirvientes que puede permitirse su familia, el dinero para la terapia neuvayorquina en el renombrado ANGST-Center está disponible. Pero si es la patología de Monsterrat la que define su carácter y su narración, ¿quién es el que introduce la ironía? Si la agorafobia es tan sólo un teatro montado por los diferentes actores implicados en la trama, ¿dónde está el director de teatro que dirige la obra? El texto apunta a direccionalidades diversas, fracasando en sus intentos de construir un entramado significante coherente que sea inteligible para el lector. El motivo de la enfermedad, encontrándose en el centro del texto, aparece afirmando prejucios sociales, clichés, ideas tradicionales acera de la problemática de género como también de lo enfermo. Concentrando la lectura en el motivo de la enfermedad, el texto de Illanes evidencia sus insuficiencias, sus incoherencias y su incapacidad de utilizar un motivo semánticamente tan complejo como el de la enfermedad.

No siendo la primera intención de esta lectura de las dos novelas chilenas presentadas aquí cuestionar o afirmar su calidad literaria y estética, he querido resaltar dos modos de representación literaria de lo enfermo. Constituyendo lo enfermo y lo sano dos términos básicos de ordenamiento social, focalizar el funcionamiento del imaginario de lo patológico dentro de un entramado textual, lleva a una puesta en relación del texto con su contexto social, cultural y político, ententiendo el ámbito de lo político en su acepción más amplia de posibilidades de acción dentro de un tejido colectivo.

La teórica norteamericana Judith Butler, siguiendo en sus planteamientos a Jaques Derrida, ha postulado la ‘cita’ como manera fundamental de constituirse significaciones ligadas a la identidad[xiv]. La reconocibilidad del sujeto depende de citar modelos previamente existentes en un determinado contexto cultural por medio de una constante puesta en escena. El mecanismo fundamental de la cita, es decir la implicación de algo previo, de algo presente como también de un precedente para el futuro, abre posibilidades para una acción de naturaleza subversiva. La introducción de quiebres en las citas, el desplazamiento de contenidos de la puesta en escena pueden conformarse en tanto subversión de modelos culturales pre-existentes. A su vez es este mismo mecanismo el que permitiría hablar de citas conformistas, reafirmadoras de ciertas organizaciones sociales[xv].

Gumucio crea en su novela una confusión deseada, constituyéndose su texto como un permanente desplazamiento de citas – diciéndolo con Butler – cuestionando la dicotomía como herramienta ordenadora de la vida social, mientras que Pablo Illanes retoma elementos culturales de índole conservadora, afirmándolos en su texto pero fracasando en su intento de crear distancia irónica.

 

Bibliografía

 

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Franco, Jean  “From the Margins to the Gender: Recent Trends in Feminist Theory in the United States and Latin America” en Gender Politics in Latin America. Debates in Theory and Practice, editado por Elisabeth Dore, Monthly Review Press: New York, 1997, pp. 196-208.

 

Gumucio, Rafael  Memorias prematuras, Editorial Sudamericana: Santiago de Chile, 1999.

 

Hopenhayn, Martín  Crítica de la razón irónica. De Sade a Jim Morrison, Editorial Sudamericana: Buenos Aires, 2001.

 

Illanes, Pablo  Fragilidad, Aguilar Chilena de Ediciones S.A.: Santiago de Chile, 2004.

 

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Le Breton, David  Antropolgía del cuerpo y modernidad, Ediciones Nueva Visión: Buenos Aires, 1995 [1990].

 

Menninghaus, Winfried  Ekel. Theorie und Geschichte einer starken Empfindung, Suhrkamp: Frankfurt am Main, 1999.

 

Radkau, Joachim  Das Zeitalter der Nervosität. Deutschland zwischen Bismarck und Hitler, Propyläen Taschenbuch: München/Wien, 2000 [1998].

 

Sontag, Susan  Illness as Metaphor, Straus & Giroux: New York, 1977

 

Sontag, Susan  Aids and Its Metaphors, Straus & Giroux: New York, 1989.

 

Stolberg, Michael  “Heilkundige: Professionalisierung und Medikalisierung”, en Medizingeschichte: Aufgaben, Probleme, Perspektiven, editado por Norbert Paul y Thomas Schlich, Campus Verlag: Frankfurt am Main/New York, 1998, pp. 69-86.



[i] Véase Winfried Menninghaus, Ekel. Theorie und Geschichte einer starken Empfindung, Suhrkamp: Frankfurt am Main, 1999.

[ii] Véase Susan Sontag, Illness as Metaphor, Straus & Giroux: New York, 1977 y Susan Sontag, Aids and Its Metaphors, Straus & Giroux: New York, 1989.

[iii] Ludwik Fleck, Entstehung und Entwicklung einer wissenschaftlichen Tatsache. Einführung in die Lehre vom Denkstil und Denkkollektiv, Suhrkamp Verlag: Frankfurt am Main, 1999 [1935]. Fleck postula que entre las concepciones científicas y sus evidencias no existiría - como quedaría comprobado en la historia de la ciencia - una relación formal-lógica. Las evidencias estarían a veces regidas por las concepciones, tanto como a la inversa, las concepciones se regirián por las evidencias. Concepciones, nociones e ideas no serían sistemas lógicos, a pesar de pretender muchas veces serlos, sino unidades estilísticas que se desarrollan y se comportan como tales.

[iv] Véase para el fenómeno de la neurastenia el estudio detallado de Joachim Radkau, Das Zeitalter der Nervosität. Deutschland zwischen Bismarck und Hitler, Propyläen Taschenbuch: München/Wien, 2000 [1998].

[v] Véase para el proceso de la “medicalización”, Michael Stolberg, “Heilkundige: Professionalisierung und Medikalisierung”, en Medizingeschichte: Aufgaben, Probeme, Perspektiven, editado por Norbert Paul y Thomas Schlich, Campus Verlag: Frankfurt am Main/New York, 1998, pp. 69-86. La medicalización aparece primeramente tratada in extenso  en Ivan Illich, Medical Nemesis, Bantam Books: New York, 1976.

[vi] Michel Foucault, Naissance de la clinique – une archéologie du regard médical, Presses Universitaires de France: Paris, 1963.

[vii] Véase para una sintética visión sobre concepciones de mente y cuerpo en la época moderna David Le Breton, Antropolgía del cuerpo y modernidad, Ediciones Nueva Visión: Buenos Aires, 1995 [1990].

[viii] Martín Hopenhayn, Crítica de la razón irónica. De Sade a Jim Morrison, Editorial Sudamericana: Buenos Aires, 2001, p. 8.

[ix] Rafael Gumucio, Memorias prematuras, Editorial Sudamericana: Santiago de Chile, 1999, pp. 51-52.

[x] Hopenhayn, idem., p. 8.

[xi] Idem., p. 9.

[xii] Gumucio, idem., p. 165.

[xiii] Pablo Illanes, Fragilidad, Aguilar Chilena de Ediciones S.A.: Santiago de Chile, 2004.

[xiv] Véase Judith Butler, Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity, Routledge: New York, 1990.

[xv] Esta noción amplia de puesta en escena, de cita ha sido especialmente fructífera en los estudios de género.El género se entiende como construcción permanente, nunca acabada. Esta naturaleza construida en un continuo proceso de citación abre la posibilidad de frustrar o ratificar el modelo precdente. Como dice Jean Franco: “Performance, pose, masquerade – ell refer to this slippage in which the precarious nature of gender identity is exposed by a performance, whether a performance in keeping with society’s norms or a deliberately exaggerated performance, a parody or pastiche.” Jean Franco, “From the Margins to the Gender: Recent Trends in Feminist Theory in the United States and Latin America” p. 199, en Gender Politics in Latin America. Debates in Theory and Practice, editado por Elisabeth Dore, Monthly Review Press: New York, 1997, pp. 196-208.

 

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