LO
QUE FELISBERTO NO SABÍA Lespada,
Gustavo |
“… no creo que solamente deba escribir lo que
sé,
sino también lo otro.”
Por
los tiempos de Clemente Colling
Desde
aquellos textos iniciales recopilados bajo el título de Primeras invenciones (entre 1925 y 1940 aproximadamente),
Felisberto Hernández manifiesta una desconfianza radical por los circuitos
consagrados así como su atracción por lo que se esconde detrás de la apariencia
de las cosas. En el “Prólogo de un libro que nunca pude empezar” (Fulano de tal,1925) ya se propone “decir
lo que sabe que no podrá decir”. Esta inquietud por lo indecible revela una
temprana preocupación por los límites del lenguaje y un hambre de lo
inalcanzable, de lo prohibido, porque sabe que sólo de allí puede provenir lo
que hay que decir, parafraseando a Blanchot, ese pan que masticar con los dientes de la escritura.[1]
En varios relatos de Libro sin tapas (1929) y La
cara de Ana (1930) aparece el misterio como un componente irreductible de
lo cotidiano, así como sus primeras manifestaciones de la focalización
descentrada, la fragmentación del cuerpo y la animación de los objetos.[2]
Dicho de otra manera, lo que comienza a consolidarse por aquellos años en el
estilo de Felisberto es la imposición subjetiva y ficcional sobre la
exterioridad objetiva: el narrador-personaje no exhibe una percepción del mundo
exterior real, sino que proyecta su
interior (como actividad asociativa, deseante y transformadora) en el afuera,
invirtiendo los supuestos expresivos del verosímil realista basados en la
concepción de transparencia del lenguaje, al tiempo que persiste en la búsqueda
de un yo nunca asimilado totalmente al cuerpo físico ni al pensamiento.[3]
Estos mecanismos de extrañamiento han sido
frecuentemente confundidos con los de la literatura fantástica, pero en tanto
que el pacto de lectura de lo fantástico pareciera constituirse en la
formulación de un mundo otro,
sobrenatural, que irrumpe amenazando la normativa de una construcción previa
similar a la del realismo –de ahí el efecto del espanto-, aquí se cuenta con
absoluta naturalidad que el protagonista ha sido antes un caballo o que le sale
luz por los ojos. La otredad se halla
levantando las fundas de los muebles, en las manos de una mujer o escondida en
el interior de un atado de cigarrillos, es decir, sobreimpresa a nuestra
realidad cotidiana.
1. El extrañamiento formal
Uno
de los recursos que rompen el automatismo perceptivo proviene de las
alteraciones de las figuras. Toda figura poética opera sobre la linealidad de la
escritura, emboscando la secuencia, haciéndola estallar con sus imágenes y
artefactos asociativos, con sus conexiones inéditas, con su propuesta
expansiva. A este dinamismo inherente a los tropos debemos incorporarle el que
Felisberto les imprime con su tratamiento singular. Por ejemplo, en el
desplazamiento que se provoca a partir de la comparación, cuando desaparece el
nexo comparativo y el segundo término cobra protagonismo y autonomía. Veámoslo
en los textos.
En “El vapor”, un cuento de La cara de Ana, el protagonista describe
la angustia que le produce la indiferencia de los pobladores de una ciudad en
la que ha actuado: “La sentí como si
dos avechuchos se me hubieran parado uno en cada hombro y se me hubieran
encariñado.” Pero enseguida agrega: “Cuando la angustia se me aquietaba, ellos
sacudían las alas y se volvían a quedar tan inmóviles como me quedaba yo en mi
distracción”, y continúa refiriéndose a los pajarracos que no sólo se han
independizado del primer término de la comparación, sino que ahora ellos provocan la angustia. Ese pasaje,
ese desplazamiento operado dentro del tropo convierte a la discreta comparación
en otra figura más radical: la metamorfosis. Pero además, este gesto tan
frecuente en toda la narrativa de Felisberto, esboza la autonomía del discurso
estético respecto de las leyes lógicas y el mundo de los objetos. Porque tal
vez nos esté diciendo: no hay objetos independientes del mundo humano, hay
siempre nuestra mirada sobre los
objetos.
En
la “Dedicatoria” de su Filosofía de gangster,[4]
leemos:
Ahora se me ocurre que la razón es como una hija
mía; yo le estoy pegando con alguna violencia en una parte que no le hace mucho
daño; pero yo soy padre al fin, y la quiero; y ella de cuando en cuando me hace
algún mandadito.[5]
Veamos otro caso tomado de Tierras de la memoria, durante una sesión con el dentista:
Al darse la vuelta para venir hacia mí, la poca luz
que entraba por la ventana le hizo brillar los lentes como los faroles de un vehículo en un viraje; al acercarse la luz
le dio de espaldas, su figura se
oscureció y el vehículo avanzaba agrandándose.[6]
(el destacado es mío)
El
brillo de los lentes habilita la comparación con los faros de un vehículo,
brindándonos con esa imagen la sensación de pánico e impotencia frente al
accionar invasivo del odontólogo. En la frase siguiente, el dentista se
oscurece, es decir, la figura se
convierte en fondo y el que avanza –sobre ese fondo- es el vehículo imaginado. O sea que, no sólo se menciona el
movimiento en el nivel semántico –el inminente atropello-, sino que el
movimiento viene dado desde la
estructura formal: el inocuo brillo de los anteojos se ha transformado en un
vehículo que se le viene encima, de la misma forma que las pinzas odontológicas
adentro de su boca se transformarán en las patas de un cangrejo que agarran la
corona de la muela. El segundo término de la comparación se libera de su
servidumbre predicativa y pasa a ocupar el lugar protagónico del sujeto, es
decir, a ejercer la acción del verbo. Este trastrocamiento no es algo menor.
La
crítica ha señalado frecuentemente el carácter transgresor a nivel temático;
como, frente a un medio por lo general hostil y signado por injustas
imposiciones jerárquicas, el narrador de los relatos felisbertianos exhibe una
actitud de rebeldía o revancha que se manifiesta generando una textura paralela
(que no acuerda), que contamina y pervierte la percepción del mundo como exterioridad a la vez que cuestiona la
legitimidad del poderoso.[7]
Este carácter subversivo de sus personajes –pensemos en “El acomodador” a
manera de ejemplo-, puede ser pensado operando también desde los procedimientos formales, es decir, que el nivel semántico
sería consecuente con la propia estructura formal.
“El taxi” (Filosofía de gángster) es una ficción
reflexiva sobre la figura: una metametáfora o metáfora de la metáfora. En este
pequeño texto se menciona “una metáfora de alquiler” que funciona como un taxi en que el escritor se desplaza. Este
metarelato se sube a la metáfora para
incursionar en la propia relación de la figura poética con la vida cotidiana,
con aquello que sabe y también con lo que
no sabe, es decir, con ese su territorio favorito en que habitan los
misterios y las sombras: “mientras voy en metáfora siento que contengo mejor
muchas sombras” -afirma nuestro narrador. Sin embargo no tarda en dejar
planteada su crítica a la metáfora
como “vehículo burgués”.[8] Habría cierto
reduccionismo, cierto adocenamiento restrictivo en la metáfora que, a pesar de
permitirle direccionarla, lo fuerza a tomar la determinación de abandonar el
vehículo: “A algunos lugares iré a pie. Además, puedo robar un vehículo con
chapa de prueba”. El hecho de
trasladarse caminando junto a la idea de robar
y de prueba, pareciera estar
aludiendo al proyecto estético de evitar los carriles legalmente transitados, a la voluntad de transgresión de la
normativa y al riesgo que esa transgresión implica, cifrado en la percepción de
“la policía” como amenaza.
Finalmente sus
ideas necesitan escapar del encierro de la metáfora, salir al aire libre; la
referencia al “precio de la metáfora” pareciera relacionarse con las
dificultades de subsistencia a que se encuentra sometido el escritor del tercer
mundo. El rechazo por “esta metáfora (que) acostumbra a ir por caminos que
previamente ha construido el burgués” y que sólo conduce a representaciones
débiles, congeladas y falaces, me recuerda el desprecio de Kafka hacia esta
figura que evitaba deliberadamente, y el tratamiento que a partir de su obra
hicieran Deleuze y Guattari, oponiéndola a la metamorfosis, como expresión más
cercana y legítima de esas intensidades en fuga. “El lenguaje deja de ser
representativo para tender hacia sus extremos o sus límites”.[9]
La metáfora –dice Felisberto- “tendría
que pensar y sentir con otro ritmo y con otra cualidad de pensamiento; el
misterio de las sombras se transforma demasiado bruscamente en el misterio de
lo fugaz”, y su reclamo pareciera dirigirse al rescate –nuevamente- de lo
elusivo del lenguaje, de todo lo inquietante que reside en los bordes sombríos
del conocimiento humano y que las convenciones intentan disimular mediante
carteles de neón, fórmulas tautológicas o etiquetas tranquilizadoras.[10]
2. Una percepción lateral
Otro aspecto de la apertura
de estos primeros textos lo constituyen las abundantes apelaciones al lector.
La búsqueda de su complicidad y cooperación descubren una conciencia lúcida
acerca de la actividad fundamental de la lectura en la conformación del hecho
literario. La “Dedicatoria” de Filosofía
de gángster se cierra con el siguiente exhorto dirigido al lector:
Por otra parte te
pediré que interrumpas la lectura de este libro el mayor número de veces: tal
vez, casi seguro, lo que tú pienses en esos intervalos, sea lo mejor de este
libro.[11]
Énfasis
puesto en el estímulo, en la actividad performativa, en la interacción de la
escritura. Hay aquí también una marcada afición por lo inasible que viene de
antes, recordemos aquella frase de Juan, el personaje de “Drama o comedia en un
acto y varios cuadros” del Libro sin
tapas: “Lo que más nos encanta de las cosas, es lo que ignoramos de ellas
conociendo algo. Igual que las personas: lo que más nos ilusiona de ellas es lo
que nos hacen sugerir”.[12]
“Pero el que se propone decir lo que sabe que no podrá decir, es noble...”
–decía en aquél prólogo de Fulano de tal,
asumiendo la pulsión mallarmeana hacia el texto no escrito e imposible.
Postulación de una poética que se decide por el riesgo de lo otro, oscuro e impenetrable. Y así lo
reformulará más adelante, en los comienzos de Por los tiempos de Clemente Colling:
(...) tendré que escribir muchas cosas sobre las
cuales sé poco; y hasta me parece que la impenetrabilidad
es una cualidad intrínseca de ellas; tal vez cuando creemos saberlas, dejamos
de saber que las ignoramos; porque la existencia de ellas es, acaso, fatalmente oscura: y esa debe de ser una
de sus cualidades.
Pero no creo que solamente deba
escribir lo que sé, sino también lo otro.[13]
Lo otro, lo que no sabe, lo que las palabras no sustentan
y quizás sólo puedan aludir. Lo otro,
eso que las imágenes de las cosas no admiten en su superficie sino que relegan
a una zona oculta, impenetrable, fatalmente
oscura. José Pedro Díaz caracteriza esta singular forma de percepción como
una “abierta disponibilidad para atender a los procesos laterales del pensamiento”.[14]
A mí me parece un hallazgo este concepto de lateralidad
porque percibo en él algo específico de la escritura hernandiana. Lateral en un
sentido político del término, como gesto de atención y reubicación de elementos
nimios, de materiales desplazados, de restos intrascendentes respecto de la
racionalidad y las valoraciones socialmente aceptadas. Lateralidad,
presencia del borde desconocido que hacen de esta literatura una codificación fronteriza siempre gestándose en otra
parte, siempre a caballo de la cifra y el silencio. Escritura que pareciera
proceder como el automovilista de cualquier gran metrópoli que circula con la
mirada centrada en el tránsito de adelante pero dependiendo para su
desplazamiento del campo periférico de su visión, sin el cual se expondría a
innumerables accidentes. De esa zona incierta provienen las señales salvadoras,
de ese borde de sombra que nos acompaña siempre como una reserva de caracteres
recesivos.
En este punto podríamos señalar una sintonía con el
pragmatismo radical de Carlos Vaz Ferreira –siempre y cuando no pretendamos
correspondencias directas de uno a uno, puesto que la modulación estética es
muy diferente del lenguaje especulativo de la filosofía-, en cuyo programa
manifiesto de la Lógica viva se
propone la remoción de muchos vicios mentales, paralogismos y falacias de la
racionalidad cotidiana, en tanto que se interesa por las manifestaciones ajenas
a la razón –como el inconsciente y la locura-, así como en su Fermentario donde realiza la defensa de
la duda y los estados larvarios del pensamiento, junto a la desconfianza frente
a las ideas acabadas por todo lo que pueden haber perdido al vestirse con el
lenguaje de la lógica. Soslayando la compleja discusión -que excedería el
alcance de esta ponencia- sobre la posibilidad de existencia de ideas afuera
del lenguaje, me interesa retener esta valoración conceptual de lo menor, del
resto, de todo aquello que la organización social descarta, para pensar la
escritura de Felisberto, teniendo en cuenta que aún “la enunciación literaria
más individual es un caso de enunciación colectiva”.[15]
3. Las manifestaciones del silencio
Frente
a la opacidad del mundo nuestro narrador insiste. Si el resto es silencio, esta literatura no se detiene en ese umbral,
sino que busca escuchar las manifestaciones de lo indecible como una música no
escrita, no ejecutada aún. Y no se trata de palabras nuevas, no brotan
cacofónicas desde el azar de una galera ni provienen de combinaciones
estrafalarias; las palabras de Felisberto son las mismas de todos los días, las
que deambulan por las habitaciones o circulan por la calle, se trata de las
hasta ayer dóciles, domésticas palabras que de pronto se han levantado las
solapas o escondido en un túnel para erizarse como el lomo de un gato; las tocamos
con los ojos pero ellas nos vuelven la espalda y se mandan mudar dejándonos
todo el peso de su ausencia. Porque –parafraseando a Susan Sontag- al igual que
Mallarmé, Felisberto sabe que su misión es “desbloquear con palabras nuestra
realidad saturada de palabras, mediante la creación de silencios en torno de
las cosas”.[16] Un relato
breve de La envenenada (1931), que se
titula “Hace dos días”, concluye así:
... me imaginaba cómo
sería cuando nos diéramos el primer beso, cómo sería de ancha su cara cuando yo
estuviera hundido en ella, y cómo sería el silencio alrededor de ese beso.[17]
Nuevamente
la figura disolviéndose en el fondo: en ese silencio reside el sentido del
beso, ese silencio expresa toda la expectación y lo inefable del deseo. Tomemos
otro ejemplo del Libro sin tapas,
título que sugiere una lectura abierta y libre del marco y de los protocolos
literarios desde el epígrafe de la primera edición, en que indica que “se puede
escribir antes y después de él”. Además de este gesto vanguardista, la carencia es un tópico recurrente porque
constituye una de las fuentes en que esta literatura abreva. Felisberto hace un
uso intensivo de la ignorancia y otras formas de despojamiento.
En “La casa de Irene” el narrador cuenta que la
muchacha no es nada extraordinaria, es una de esas personas que podríamos
calificar como “simpáticamente normal: es muy sana, franca y expresiva; sobre
cualquier cosa dice lo que diría un ejemplar de ser humano”. Sin embargo, en su
misma espontaneidad reside su misterio. Al
avanzar el relato, este misterio será atribuido a esa especial relación de
Irene con las cosas, pero nunca resuelto. Esta percepción distorsionada de los
objetos que rodean a Irene proporciona un camino analógico (un atajo) para
acceder al intraducible encanto de la joven y una perífrasis sobre los
sentimientos del yo-narrador que, durante una sesión de piano, nos
cuenta:
La silla que tomó para
tocar era igual de forma de la que había visto antes pero parecía que de
espíritu era distinta: ésta tenía que ver conmigo. Al mismo tiempo que sujetaba
a Irene, aprovechaba el momento en que ella se inclinaba un poco sobre el piano
y con el respaldo libre me miraba de reojo.[18]
La focalización en las
sillas produce el “misterio blanco”, como si la expectativa del narrador
transmutara su impotencia y ansiedad en protagonismo de los objetos que rodean
a la joven. Cuando el narrador rompa su inercia y pueda consumarse la seducción
el misterio se irá diluyendo y, como era el verdadero motor de la escritura, al
desaparecer el misterio el relato se detiene.
En la temprana intuición de Felisberto acerca del
carácter constitutivo de las faltas, en la relación con lo no dicho implicado en las construcciones fragmentarias y su
atención puesta en la productividad de los bordes, residen algunas de las
manifestaciones rupturistas más efectivas de esta narrativa que nunca transige
en devolverle al mundo una imagen cerrada como un silogismo. Su escritura
descubre como pocas las incongruencias de la lógica y la indigencia del
pensamiento lógico con su obsesión por lo inaccesible que palpita bajo la
costra cotidiana, con su búsqueda de todo lo que se nos niega y por eso tanto
nos fascina.
(A José Pedro Díaz)
BIBLIOGRAFIA
Ana María Barrenechea:
"Ex-centricidad, di-vergencias y con-vergencias en Felisberto
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Hispanoamericanos. De Sarmiento a Sarduy, Monte Avila, Caracas, 1978.
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Blanchot: La bestia de Lascaux.. El último en hablar, Madrid, Tecnos,
1999.
Lisa Block de Behar: Una retórica del silencio, Siglo XXI,
México, 1984.
Julio Cortázar,
“Felisberto Hernández: carta en mano propia” (1980), en Obra crítica/3,
Madrid, Alfaguara, 1994.
Gilles Deleuze y Félix Guattari: Kafka. Por
una literatura menor, Era, México, 1978.
José Pedro Díaz: Introducción a
las Obras Completas de Felisberto
Hernandez, Arca-Calicanto, T.1, Montevideo, 1981.
-“Mas allá de la memoria”, en Revista Escritura, VII.
13-14, Caracas, enero-diciembre, 1982, p. 16.
Norah Giraldi: "Felisberto
Hernandez y la Música", en revista Escritura
No 13/14, Caracas, Ene/dic de 1982.
Gustavo Lespada: Esa
promiscua escritura, Córdoba,
Editorial Alción, 2002.
Jorge Panesi: Felisberto Hernandez, Beatriz Viterbo,
Rosario, 1993.
Enrique Pezzoni: El texto y sus voces, Sudamericana,
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Angel Rama: "Felisberto
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No 29, CEAL, Montevideo, 1968.
Víctor Shklovski: "El arte
como artificio" [1915], en Teoría de
la literatura de los formalistas rusos (T. Todorov comp.), Signos, Buenos
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Alain Sicard (comp.): Felisberto Hernandez ante la crítica actual,
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Susan
Sontag: Estilos Radicales, Madrid,
Taurus, 1997.
Carlos
Vaz Ferreira: Lógica viva, Buenos
Aires, Losada, 1952.
-Fermentario [1938], Buenos Aires,
Losada, 1962.
[1] Ver Maurice Blanchot: El último en hablar, (sobre la poesía de Paul Celan) Madrid, Tecnos, 1999, p. 85.
[2] Esta excentricidad, esta “focalización sobre un ente que no suele tener importancia en los órdenes narrativos convencionales” ha sido señalada por Ana M. Barrenechea en “Ex-centricidad, di-vergencias y con-vergencias en Felisberto Hernández”, en Textos Hispanoamericanos. De Sarmiento a Sarduy, Monte Avila, Caracas, 1978.
[3] Véase: Julio Cortázar, “Felisberto Hernández: carta en mano propia” (1980), en Obra crítica/3, Madrid, Alfaguara, 1994, p. 268.
[4] Felisberto Hernández nunca llegó a completar este libro. “Dedicatoria” se editó por primera vez en el diario “El País” (25/9/39) y “El taxi” en el N° 38 de la revista “Hiperión”.
[5] Felisberto Hernández, Obras Completas, Buenos Aires, Siglo XXI, Tomo 1, p. 98.
[6] Felisberto Hernández, Ob. Cit, Tomo 3, pág. 51.
[7] He trabajado con detenimiento estas cuestiones en “Felisberto Hernández: Estética del intersticio y lo preliminar”, en Esa promiscua escritura, Córdoba, Editorial Alción, 2002.
[8] Felisberto Hernández, Ob. Cit. Tomo 1, p. 99.
[9] Según palabras de Gilles Deleuze y Félix Guattari que en Kafka. Por una literatura menor (México, Era, 1978) destacan este “uso intensivo asignificante de la lengua” de Kafka, donde “las palabras mismas no son “como” animales, sino que trepan por su cuenta, ladran y pululan, ya que son perros propiamente lingüísticos, insectos o ratones” (pp. 37-39).
[10] Felisberto Hernández, Ob. cit., Tomo 1, pp. 101-102.
[11] Felisberto Hernández, Ob. cit., p. 98.
[12] Felisberto Hernández, Ob. cit., Tomo 1, p. 47.
[13] Felisberto Hernández, Ob. cit., Tomo 1, p. 138.
[14] José Pedro Díaz: “Mas allá de la memoria”, en Revista Escritura, VII. 13-14, Caracas, enero-diciembre, 1982, p. 16.
[15] Véase Deleuze y Guattari, Kafka. Por una literatura menor, obra citada: “Escribir como un perro que escarba su hoyo, una rata que hace su madriguera. Para eso: encontrar su propio punto de subdesarrollo, su propia jerga, su propio tercer mundo, su desierto.” (31)
[16] Véase Susan Sontag: “La estética del silencio”, en Estilos Radicales, Madrid, Taurus, 1997, pp. 40-41.
[17] Felisberto Hernández, Ob. cit., Tomo 1, p. 87.