Retorno
al límite. La construcción metafórica en Leunda,
Ana Inés |
La metáfora como punto de partida.
El problema de la
metáfora ha recibido diversos tratamientos; por ello consideramos pertinente
partir de su definición. No la entendemos como una marca de estilo personal,
tampoco como un desvío, préstamo o sustitución lingüística. Esta última
definición implicaría que la información dada por la metáfora es nula, ya que
el término ausente podría ser sustituido, y por lo mismo, la metáfora tendría
sólo valor ornamental. En este sentido, adherimos a la lectura de Paul Ricoeur
(1977) cuando sostiene que la metáfora “viva”, es decir, aquella que se
reconoce en el arte y en el enunciado poético específicamente, supone un nuevo
nivel de referencialidad, vale decir, una vía de la heurística del pensamiento
y del desvelamiento de lo real.
El
abordaje hermenéutico que plantea Ricoeur sobre cierto tipo de metáforas se
enriquecería si establecemos algunos vínculos con la propuesta de Lakoff y
Johnson (1980), quienes profundizan la problemática sobre las metáforas que
Ricoeur define como “muertas”: aquellas que impregnan nuestra vida cotidiana,
que usamos muchas veces sin notarlo. Decir que una metáfora está viva o muerta,
¿no es también una metáfora? Más o menos creativas, las metáforas cotidianas y
literarias pueden definirse como aquel procedimiento para “entender y experimentar una cosa en
términos de otra”[1]. Desde
nuestra perspectiva, los discursos brindan la posibilidad de establecer redes
de metáforas que se resignifican en la relación de unas con otras, al tiempo
que se inscriben en procesos lingüísticos sociales dinámicos.
Nos
distanciamos en parte de la hermenéutica ontológica de Ricoeur; en tanto consideramos
que el lenguaje sólo se hace en y junto con las prácticas
sociales: la producción de sentidos implica un proceso social y material de un
lenguaje social activo (Williams, 1980).
Nos interesa indagar en
torno a las posibilidades heurísticas de la metáfora como enunciado realizado
en entramados discursivos que se intervinculan a través de distintos planos de
representación: metáforas vivas y muertas, fósiles y creativas permiten
visualizar constelaciones metafóricas inscriptas en procesos sociales siempre
agonísticos que ordenan/desordenan
discursos que son, simultáneamente, mímesis y poiesis.
Retorno al límite.
Identidades y alteridades como construcciones metafóricas.
Vigilia del Almirante (1997)[2]
recupera el o los viajes que el Almirante Cristóbal Colón[3]
realizó hacia América. En ella, las metáforas en torno al yo y al otro, en
íntima vinculación con el espacio y el tiempo, nos invitan a pensar en órdenes
y desórdenes. Las construcciones metafóricas del otro suponen la perspectiva de
un “uno”, un “yo” que mira, nombra o dialoga con el otro. ¿Cuál es la identidad
del yo? ¿Qué construcciones de “los
otros” propone este texto?
Al comenzar la obra, la
noción uno – otro supone la relación entre el personaje del Almirante y los
marineros que lo acompañan. El “yo” que enuncia es Colón y se refiere a la
tripulación diciendo: “No es gente de mar. En su mayor parte es carne de
presidio, frutos de horca caídos fuera de lugar, fuera de estación.” (15) Los
otros son definidos en relación con el espacio: están navegando y no son
navegantes, no están a gusto, están fuera de lugar y también fuera de tiempo.
Además, la tripulación no es el fruto de un simple árbol: son frutos de la
horca, ex presidiarios lanzados a la travesía. La visión no es armónica. No tienen
la voluntad de viajar y temen por lo desconocido. Es decir que los navegantes
pueden ser configurados como sujetos-otros que son lo que son en relación con
el espacio y el tiempo en el que están: presidiarios marineros. El mar
inconmensurable los torna doblemente angustiados: “El espacio infinito ha
empezado a poner sus huevos en el ánimo de la gente” (14), dice el Almirante.
Enfatizando esta construcción discordante de la convivencia en el viaje, se
alude a los motines realizados por los marineros; página a página la cantidad de amotinados crece y con ésta, el
espacio de crítica y resistencia a las decisiones de Colón, auténtica amenaza
no sólo a su autoridad sino también a su vida.
Sin embargo, el “yo” de
las primeras páginas se configura a sí mismo como un sujeto ordenado e
inequívoco: “Voy tan seguro de mí, tan centrada el alma en su eje, que no puedo
detenerme a pensar lo peor donde otros imaginan que ya se están hundiendo.”
(14). El alma es una sustancia que puede erigirse con firmeza. El Almirante
confía en su proyecto aunque sabe que por momentos delira. Y a pesar de que un
mar de algas no permite que la nave avance, no duda sobre la decisión de no
retornar. Sabe que los títulos prometidos “son la zanahoria colgada delante del
hocico del jamelgo” (18), pero persiste en su actitud de llegar a las
“Indias”.
¿Cómo sabe el Almirante
que los títulos no serán más que una promesa incumplida? ¿Cómo llega a advertir
que para los intereses creados, él no es más que un animal engañado? En primer
lugar, cabe decir que el presente de la enunciación es ambiguo: las imágenes
del viaje son rememoradas por nuestro personaje a punto de morir en Valladolid.
Por lo tanto, no es de extrañar que conozca la decepción sufrida. En segundo
lugar, el Almirante se permite
intercalar reflexiones que no sólo suponen el conocimiento de su futuro
inmediato, sino también el lugar que ocupará en la historiografía que nos es
contemporánea. Y así, sabe que durante el viaje y aún a lo largo de toda su
vida no saldrá “de la placenta capitular”, conoce que no es más que un “feto de
descubridor” encerrado en una botella (Cfr.18). Durante el viaje, Colón es aún
un embrión del personaje que la Historia construirá de él, aún no ha salido del
anonimato. Las coordenadas espaciotemporales que “ordenan” las prácticas de
nuestra cultura se resquebrajan para dar lugar a un personaje que conoce su
futuro, que sabe sobre su póstumo reconocimiento.
Por otra parte, la imagen
del héroe navegante seguro de sí comienza a desdibujarse: “estoy lleno de
secretos y no sé nada. Estoy repleto de repugnancia, de odio contra mí mismo.”
(110) El Almirante ha robado un secreto a un navegante anterior, un Piloto que
le habría confesado su llegada a tierras ignotas, luego de un naufragio. La
estrategia de nuestro héroe es hacer suya la historia del naufragio. Este
Piloto sería un protodescubridor, un sujeto que le quitaría el primer
lugar de marino transoceánico. Creemos que lo destacable de este Piloto anónimo
es que acentúa la ruptura de aquella imagen grandilocuente que la Historia
monumental construyó de Colón y de su “descubrimiento”: la empresa descubridora
es una fantasmagoría y la misteriosa presencia del Piloto anónimo precursor es
otro fantasma más. Dice un cronista sobre el Piloto: “Su existencia real ha
sido desvanecida por el halo de su leyenda y ésta, a su vez, fue dando paso a
una historia no menos nebulosa pero acaso no menos real que la del propio
Almirante, que los ha pegado como a dos siameses” (63). El Piloto es un alter
ego, una figura más en la danza de posibles descubridores.
Los intereses que mueven
al protagonista no son los grandes ideales sino la posibilidad de un ascenso
económico y social, precisamente el que no recibirá como esperaba. El Almirante
ya no es un altisonante héroe: especula con la posibilidad de vender esclavos,
tiene deseos sexuales, duda y no puede dormir. Se nos presenta una historia del
arribo de Colón construida no “desde los grandes hechos” como diría Foucault
(1992), sino desde los “pequeños sucesos”, como una historia que se “que se
cuenta de cerca”.
Pero, ¿Quién es él? ¿Un
descubridor? ¿Qué se sabe de este oscuro personaje? Y además, ¿importa saber
los datos exactos de su biografía? Acaso uno de los pocos detalles
significativos es el hecho de que no supo o no quiso saber que llegaba a otro
continente. Interesa esto porque la superposición del Cipango de Marco Polo o
del Paraíso terrenal, por ejemplo, implican el silenciamiento, al menos en
parte, de una realidad que queda “tapada” por esta que el Almirante trae. La perspectiva
eurocentrista de la conquista que aún hoy está vigente en el imaginario
cultural, se evidencia en el mismo término “descubrimiento”: ¿Quiénes son los
descubiertos para ser mostrados a quiénes? Desde el mismo término podemos
advertir que se configura a los pueblos indígenas como sujetos pasivos,
descubiertos por los “sujetos de hacer” que son los europeos. Creemos que la
figura de Cristóbal Colón implica un paradigma de los complejos procesos de
alteridad e identidad que Latinoamérica sufriría a partir de ese momento. Un
historiador le dice al narrador: “Queda
allí anunciada [...] la triple negación de América: la de una economía
suficiente, la de las religiones verdaderas, la de lenguas y culturas propias.”
(344). La axiología subyacente en la obra emerge en estas líneas: el Almirante
no es el descubridor, sino el encubridor de América. Inicia un
complejo proceso de ocultamiento de las dinámicas socio-culturales por las que
atravesaba el continente. Acaso por eso los pájaros que acompañan las embarcaciones
viajan volando hacia atrás, los personajes están al borde de la muerte, el
tiempo de las ampolletas del reloj de arena y de la clepsidra se miden por el
paso no de arena y agua, sino de oro y sangre. Y dice para subrayar el
Almirante: “Estamos entrando en el futuro de espaldas, a reculones. Y así nos
va” (17). El modo de enfrentar el futuro influye en la forma en que se conforma
el presente.
Además, el presente y el
futuro de los personajes, como hemos visto, no es lineal. En este sentido, recuperando
a Gracián, el Almirante dice: “Sólo mirándolas del revés se ven bien las cosas
de este mundo” (15). La historia no alcanza e incluso organiza “las cosas de
este mundo” de manera engañosa. El tiempo recto y progresivo se rompe y estalla
cuando los hechos se ven desde el anverso: “sólo mirando hacia atrás se puede
llegar al futuro” (15). Los personajes inscriptos en este tiempo circular, no
occidental, se convierten en espacios de tensiones diversas. ¿Qué juegos
caleidoscópicos nos propone la mirada de un Almirante que quiere avanzar hacia
atrás? ¿Puede un navegante retroceder hacia delante? ¿Qué paradojas, sentidos y
sin sentidos juegan en estas palabras? Para Ricoeur, la absurdidad lógica del
enunciado metafórico es aquella que surge a través de la coexistencia de
términos contradictorios, la elisión del sentido literal y del nivel de
representación literal da paso a un nuevo sentido que surge sólo por esta
auto-contradicción del mismo enunciado. Creemos que en la afirmación del
Almirante se produce una alteración de la referencia que linda con la
ambigüedad; el nivel de representación del enunciado metafórico sugiere, sin
afirmar de manera excluyente y conclusiva. Acaso estos juegos de imágenes nos
inviten a pensar en el momento de producción de la novela, año 1992, Quinto
Centenario del Descubrimiento: ¿Podemos los latinoamericanos avanzar sin
repensar el pasado? Dice el Almirante:
“En este
viaje no cuentan meses ni años, leguas ni desengaños, días naturales ni
artificiales. Un solo día hecho de innumerables días no basta para finalizar un
viaje de imposible fin. La mitad de la noche es demasiado larga. Cinco siglos
son demasiado cortos para saber si hemos llegado.” (18)
¿No es pensable que el
viaje que realiza Colón es una metáfora del viaje que los latinoamericanos aún
no hemos finalizado? Las metáforas orientacionales de nuestra cultura que
establecen que adelante es bien se resquebrajan en este discurso:
adelante implica ir hacia atrás, llegar y avanzar están en un futuro incierto,
quizás en el infinito. Acaso nosotros lectores también somos lo que somos en
relación con el lugar y el tiempo que ocupamos. En este sentido, habría una
invitación a pensar nuestro lugar como sujetos atravesados (o constituidos) por
múltiples tensiones: ¿Es posible pensar espacios de redefinición de identidades
a partir de un pasado conflictivo e inarmónico?
Tal vez sea ésta una sutil invitación de la obra,
que por momentos se erige en denuncia de una historia que no ha concluido. En
este sentido, la imagen de Colón puede pensarse como la figura del europeo
“civilizador” por antonomasia: “Fue el primer funcionario de la Corona que
inauguró en las nuevas tierras las famosas fórmulas jurídicas de requerimientos
y la repartición por las cuales los indígenas quedaban sometidos a perpetua
esclavitud”(69).
En el texto, los
indígenas se configuran como otros para el Almirante que, ante los
cuales y en primera instancia, repite la misma acción que ha realizado sobre el
continente: superpone sobre ellos esquemas preestablecidos. Así, el color de
piel cobriza no se debe a que son diferentes – seres otros, sino a que están
tostados por el sol; si están desnudos, tampoco es porque la cultura es
distinta, sino porque son seres bestiales. (Crf. 309 y sig.). Hasta este
momento, el tú constituido por los indígenas no amenaza ni enriquece al
“yo” del Almirante, sólo le permite afirmar una supuesta identidad
preexistente. (Landowski, 2001)
El narrador se permite
hablarnos de la relación entre el Almirante y los amerindios y nos cuenta que recibió
atuendos indígenas, quedando éste “desconocido y estrafalario”: los americanos
se burlan y ríen de él cuando lo ven bailar una danza ritual, “la máscara, los
collares y la renguera de sus pies llagados, le convertían ahora en
espantapájaro de los mitos solares” (353). De más está decir que la imagen
grandilocuente del Almirante ha quedado descentrada del eje de las primeras
páginas de la obra y que su imposibilidad de ver al otro como ser diferente,
sólo es una marca más de sus carencias e incapacidades. Hacia el final de la
novela, la identidad del personaje y la ruptura de la linealidad temporal,
alcanzan un nuevo grado de complejidad: la muerte del Almirante se fusiona con
la del Quijote[4], personaje
de ficción y posterior en su fecha de producción. Nuestro personaje declama
haber vivido loco y morir cuerdo. En su último instante de lucidez reconoce las
injusticias cometidas con los habitantes americanos y la necesidad de modificar
esta situación.
Nuevamente, la axiología puesta en juego y la complejización
de la figura del Almirante nos invitan a pensar que este texto se inscribe en
la dinámica de los discursos que circulan en una cultura: no hay inocencia en
ellos, se lucha por la definición del sentido, se pugna por aquello que
llamamos “realidad”.
En esta
obra las construcciones metafóricas interconectan la identidad de los
personajes con las metáforas del espacio y el tiempo, rompiendo con las
certezas de la historiografía, pero también con la creencia de que la palabra
nombra una realidad preexistente. Lejos del panfleto, la problematización de la
palabra y su representación cobran cuerpo como reflexión y se cuelan en la
misma forma de escritura. Los sentidos de la comunicación emanan de la manera
como se escribe y del acto mismo de apropiación de los lectores activos. La
ficción, la leyenda y el discurso documentado son instancias de acercamiento a
lo real sin que preexista una subordinación de unas sobre otras. Discursos que
se cruzan con las instancias de vigilia, delirio, recuerdo y sueño que los
personajes vivencian como un universo de meandros interiores, que invitan a la
indagación de mundos posibles y no necesariamente dados.
Para
finalizar lo inconcluso
Las perspectivas de los
diversos enunciadores construyen constelaciones metafóricas que fisuran
identidades preconcebidas y generan un desorden que se torna basamento de
nuevos sentidos: el tiempo es un camino inconcluso, acaso circular e infinito;
las identidades se construyen; la palabra es un espacio de indagación. La
figura del Almirante se funda a partir de múltiples cinceladas: el descubridor
de la historia monumental va cediendo frente a un sujeto surcado de tensiones
que reconoce, finalmente, su vida de locuras sin grandezas.
Por lo demás, creemos que
esta micro-historia nos lleva a pensar en la macro-historia que aún no ha
finalizado. El texto supone así la búsqueda de un cosmos que no se ancla en
sustancias idealistas sino que se construye en el fragor de una palabra densa,
creativa y comprometida, es decir, metafórica.
Ø ARISTÓTELES:
(1948) Poética Bs. As. Traducción directa del griego, prólogo y notas de
J. Goya y Muniain. Espasa Calpe.
Ø
BENVENISTE, Emile:
(1973) Problemas de Lingüística General II. México: SXXI.
Ø
FOUCAULT, Michelle:
(1991). Microfísica del Poder. Madrid: La Piqueta.
Ø KANT,
Cleres: (1978) Paul Ricoeur: una obra maestra sobre la metáfora. Revista
Megafón Nº8. Buenos Aires: Castañeda.
Ø LAKOFF,
George y JHONSON, Marc: (1998) Metáforas de la vida cotidiana. Madrid:
Cátedra.
Ø LANDOWSKI,
Eric. (2001) Sabor del otro. Revista Tópicos del Seminario Nº 5,
Puebla: Universidad de Puebla, México.
Ø
MARAFIOTI, Roberto
(comp.): (1998) Recorridos semiológicos. Signos, enunciación y argumentación.
Buenos Aires: Eudeba.
Ø RICOEUR,
Paul: (1977) La metáfora viva. Buenos Aires: Asociación editorial la
aurora.
Ø
RULFO, Juan (1955). Pedro Páramo. México : Fondo de Cultura Económica.
Ø WILLIAMS,
Raymond (1980) Marxismo y literatura. Barcelona: Península.
Ø VOLOSHINOV,
Valentín N. El marxismo y la filosofía del lenguaje. (1992) Madrid:
Alianza.
[1] Cfr.Lakoff y Johnson (1980), pág. 41 – Aristóteles (1948), 6-9.
[2] Augusto Roa Bastos [1997 (1992)] Vigilia del Almirante. Buenos Aires: Sudamericana. Todas las citas se realizarán sobre este volumen, se indicará sólo la página entre paréntesis.
[3] Con respecto a la denominación, cabe aclarar que la novela no refiere sino al “Almirante”, acaso destacando el rol social o título que el término supone. La única alusión a “Cristóbal Colón” es recuperada en relación con ciertas denominaciones latinas.
[4] Otra referencia intertextual, que genera efectos de anacronismo es el conocimiento del libro de “Pedro Páramo” de Juan Rulfo, conocido por el Almirante (Cfr. Pág. 98)