Narrativa y sociedad
en la emergencia delperonismo (1943-1955). Lifschitz,
Laura |
El objeto de este escrito
es realizar un mapa sobre la actividad crítica que surgió luego del derrocamiento
de Juan D. Perón, por obra de la llamada Revolución Libertadora de 1955. A
partir de entonces la crítica, el ensayo, la historiografía sobre el período
abundó, por lo que no resultó difícil encontrar material que señalara las relaciones
entre literatura y emergencia del peronismo.
Los estudios que
trabajamos se refieren concretamente a las relaciones entre peronismo y
literatura y datan de fines de la década de los 60 o comienzos de los 70 hasta
sus reconfiguraciones en la década del 90[i].
A partir de 1955, comienza a desarrollarse una intensa confrontación teórica
acerca de la naturaleza del peronismo y la actividad cultural cumplida durante
este régimen. Tal fenómeno coincidía con una apertura de la intelectualidad
hacia nuevas corrientes teóricas, sobre todo europeas, particularmente
francesas, cuyos modelos fueron aplicados a las postulaciones acerca de las
problemáticas locales. Los textos a analizar son Oligarquía y literatura de Blas Matamoro, El peronismo (1943-1955) en la narrativa argentina de Rodolfo
Borello y El habla de la ideología,
de Andrés Avellaneda.
Creemos, además, que no
es insoslayable el hecho de que muchos de estos textos críticos hablan desde el
lugar de contemporáneos a los autores que analizan, lo que se torna imposible
en nuestro caso. Tratamos de transformar esta imposibilidad de hecho en una
ventaja. Reconstruir lo que algunos llaman “background”, contexto, medio, etc.,
puede ser el punto de partida para cotejar la imagen que de ciertos sectores
culturales emanaba, lo que implica analizar categorías culturales de
implementación de esas imágenes y su recepción, políticas culturales de una
época y de sectores marginantes y marginados.
Estos textos contribuyen
a delinear el estado de la cuestión de un proyecto de investigación cuyo
objetivo específico es estudiar un corpus de la narrativa argentina desde
principios de los años ’40 hasta fines de los ’50, a fin de dar cuenta de las
representaciones ficcionales del surgimiento del proletariado en Buenos Aires y
su inscripción en el movimiento peronista. El objetivo general es alcanzar a
comprender las posiciones intelectuales frente al fenómeno social planteado, a
la luz de las décadas transcurridas, y poder esbozar un mapa del campo letrado
de aquel momento.
En virtud de esto nos
ocuparemos, en primer término, del texto de Matamoro, Oligarquía y literatura. Matamoro nació en Buenos Aires en 1942 y
desde 1976 vive en Madrid, donde dirige la revista Cuadernos Hispanoamericanos.
Su libro se propone analizar la obra de los escritores producto de lo que
denomina –otorgándole cierto rango a la nomenclatura de “medio pelo” que
popularizara Arturo Jauretche– la “mesocracia argentina”, nacidos durante la
primera aparición orgánica de los sectores medios y pequeño burgueses en
nuestra sociedad en el escenario de la acción política (revolución del
’90-ascenso de Yrigoyen). En este orden ubica a las hermanas Ocampo y a Bioy
Casares, epígonos de la revista Sur
en la que habían manifestado su oposición al régimen peronista luego de la
Revolución Libertadora[ii],
y los define como “individuos de la alta burguesía tradicional –con lo cual
abunda sobre un tema típico de Jauretche--, siempre en efectivo ejercicio de
sus riquezas”[iii].
Respecto de otras
filiaciones, establece la relación del Cortázar proveniente de la clase media
con destino cultural unido a la alta burguesía por la respuesta ante lo que
llama el “trauma peronista”, entre otras ejemplificaciones. Matamoro indaga en
los orígenes de clase para dar cuenta de la formación de estos “sujetos
socialmente eficaces”[iv].
De allí que proponga establecer el “background” del cual surgen estos
escritores. El análisis planteado
sobrepasa el estudio de los autores como intelectuales para abordarlos
como sujetos de clase, proceso que enmarca sus orígenes sociales. Es muy
insistente el uso de la categoría de “oligarquía” para justificar el estudio de
la conformación social de estos sujetos en tanto símbolos, diríamos, en el
análisis “personalista” de Matamoro –y no sólo porque la organización del texto
sea autoral.
Otro de los pilares
organizadores del texto es la afirmación de que en los autores trabajados
existe un hiato (que no se advierte en cambio en las generaciones del ’37 y del
’80) entre el hombre de acción y el hombre de pensamiento, con excepción de la
izquierda liberal y el nacionalismo. Allí donde Matamoro ve excepciones,
nosotros pretendemos ver posiciones claramente delineadas de similar tenor de
impacto que aquellas que él critica (en todas las acepciones de este verbo).
Sobre todo nuestra diferencia es, en principio (y lo que se espera demostrar
con nuestra investigación), que no se trató de una acción “más doctrinaria que
efectiva”[v],
como se afirma en este texto.
Rodolfo Borello, en El peronismo (1943-1955) en la narrativa
argentina[vi] se propone abordar el período en virtud
de sus fenómenos literarios, enfocado desde diversas clasificaciones. La
intención de este texto es recortar sincrónicamente un período histórico[vii].
Borello parte de una base teórica apoyada sobre los estudios anglo-americanos
en discurso histórico (entre ellos, H. White) para llevar las obras analizadas
a la dicotomía novela política (préstamo conceptual que él reconoce haber
tomado de ciertos análisis de los textos de la Guerra de Secesión
estadounidense) y novelas históricas[viii].
La utilidad de este binomio es argumentar que “la novela mostró que (...)
también las clases más desposeídas y los personajes menos importantes de la
escala social podían servir para describir toda una sociedad”[ix].
Esta afirmación parece mostrar al escritor como sujeto cuya función social es
hablar por los demás y decir aquello para lo que “los desposeídos” no tienen
voz. Lo que Borello afirma en esta cita parecería ser inconsistente respecto de
las siguientes: “La mayoría son novelas políticas. Cortázar y Borges nos muestran
solamente los “efectos” de algo que no se describe; el que lee debe suponerlo,
y en este supuesto está siempre lo político”[x]
o “Hay relatos que implican la participación obligada del lector; es éste el
que debe poner en el relato el contexto político-histórico”[xi].
La inconsistencia que
notamos radica en la capacidad de Borello para presentar a los intelectuales
como portavoces de la inaudible e inaudita voz de los desposeídos a la vez que
genuinos defensores y demandantes de un lector sagaz, que pueda leer ese
“supuesto político”. Quizá deje de ser una afirmación infundada si consideramos
que aquellos “desposeídos” jamás tendrán acceso a la literatura y que los
sagaces lectores capaces de intuir un contexto social serán otros sujetos,
probablemente con tantas capacidades para hacer valer su voz como los
intelectuales mismos. En tal caso, si los representados sociales y políticos y
los lectores no son los mismos, el abismo entre el hecho literario y la vida
social nos parece un abstracción por demás estéril.
En relación a las
clasificaciones vemos un uso abusivo de ellas: los autores son etiquetados a lo
largo del texto, alternativamente en una u otra (y a menudo en varias) de las
siguientes categorías: “oficialistas”, catolicismo nacionalista, liberalismo
argentino, realismo crítico de izquierda, católicos tradicionalistas, boedistas
y martinfierristas, forjistas, nacionalistas y la generación del ’40;
intelectuales marxistas. Asimismo, luego las obras serán clasificadas según su
pertenencia a realismo decimonónico, psicologismo de los ’30 y ’40, realismo
behaviorista americano, lo alegórico, lo irrealista y simbólico, lo irónico y
cuasi fantástico, lo paródico con evidentes intenciones burlescas, la novela en
clave. Lo curioso es que al observar el índice parecería luego no trabajarse
con ninguna de estas categorías ya que de los nueve capítulos, solo en tres se
hace mención a ellas[xii].
El resto se trata de simples enumeraciones de autores.
Finalmente, en cuanto a
las premisas, basta nombrar solamente que Borello presenta algunas de ellas
como evidencias, cuando parecen ser juicios a priori, tales como: “El peronismo
impuso la creencia de que era posible acceder a las ventajas económicas de la
vida burguesa, eludiendo sus exigencias éticas, sus dificultades y los trabajos
necesarios para alcanzarla. Propuso una visión festival, cómoda e irresponsable
de la existencia”[xiii].
Consideremos ahora el
texto de Andrés Avellaneda, El habla de
la idelología, que parte del reconocimiento de que durante la década del
’40 se gestó una masa de hechos económicos, sociales y cultrales –proceso cuya
denominación se afianzaría en el término “peronismo”-, para proponer el
análisis de los textos literarios de escritores “liberales” del período, porque
al presentar rasgos de lenguaje mediato y translaticio, éstos se constituían en
“territorio privilegiado donde la producción de sentido cultural y social
desnuda sus mecanismos esenciales”[xiv].
Asimismo, Avellaneda instituye que las relaciones entre peronismo y literatura
se entablan a modo de elemento de comprobación para demostrar que la réplica
literaria –muestra avanzada de las respuestas culturales- dependería de un
“equipamiento tanto ideológico como expresivo”[xv].
Estos escritores llamados “liberales” por Avellaneda son Ezequiel Martínez
Estrada, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar y Enrique
Anderson Imbert.
El analista reconoce el
impacto de lo que denomina “el fenómeno”, término que de tan repetido se tiñe
de eufemismo, a la vez que transita entre el embeleso y el rechazo del objeto
de análisis, tal como si Avellaneda se mimetizara con los autores a los que
analiza. El efecto de invasión y de ambigüedad ante el suceso torna
ambivalentes y contradictorios muchos de los párrafos de Avellaneda. Esta
ambivalencia se da en varios planos en el texto. En primer lugar, a nivel
temático, Avellaneda comenta que durante los primeros años de la década del ’40
nuevos sectores pugnaron por constituirse un espacio cultural y político
propio, grupos que no eran más que el recorte de la “anterior hegemonía”
constituida por los sectores que otorgaban hasta el golpe del ’43 cohesión
social. Según esta línea de argumentación, la asimilación de esta nueva
realidad social produjo una respuesta a nivel intelectual que es posible
rastrear en el tema de la invasión en la literatura de estos escritores que,
según el autor, heredaron la tradición decimonónica del intelectual enmarcado
en el binomio de tipologización nacional civilización-barbarie.
De este modo, y dadas
tales circunstancias, los escritores no hicieron más que ser los agentes de
sedimentos que explotaron durante el peronismo, porque según Avellaneda, “son
los fenómenos de alto voltaje, como el peronismo en la Argentina, los que ponen
en movimiento existencias conceptuales y retóricas almacenadas de antemano, que
de otro modo permanecen latentes o siguen diferentes cursos de desarrollo
posible”[xvi].
¿Es que Avellaneda quiere decir que estos autores no podrían haber reaccionado
de otro modo, en virtud de esas existencias conceptuales apriorísticas? De ser
así, analista y analizandos se confunden en una amalgama, una suerte de
indentificación del crítico que intenta “utilizar las relaciones entre
peronismo y literatura como una comprobación”[xvii]
(S/M). Aun cuando no hay un sujeto gramatical que lo incluya en la siguiente
frase, Avellaneda parecería suscribir a que la revolución de 1943 “fue
percibida por los grupos de la clase media y alta como una acometida contra una
zona poseída por derecho natural”[xviii].
Además, la imagen física
recurrente en este Prefacio a la obra redunda a lo largo de éste; el “alto
voltaje” señala un momento en que la situación estaba caldeada. Las imágenes
cientificistas, biologicistas a la manera de José María Ramos Mejía al
referirse a las masas en el siglo XIX parecerían seguir funcionando en este
texto de 1983. Más allá de tales detalles, no queda claro, primero, la elección
de los escritores por Avellaneda llamados “liberales” ni por qué la
circunscripción de estos cinco, más allá del juicio de valor acerca de que son
de “indisputable estatura literaria”[xix].
En su primer capítulo,
Avellaneda aborda la inscripción cultural y literaria de estos autores, y analiza
brevemente la existencia de otros (Miguel Ángel Speroni, Héctor Murena, Germán
Rozenmacher, etc.) sólo con el fin de entender sus estrategias retóricas e
ideológicas (como si éstas fueran escindibles) en función de su “derivación
epocal”. También refiere que el género narrativo ha sido elegido en este libro
debido su concentración cuantitativa, imitando a los analistas de corte
sociológico, porque es “donde se manifiestan los acontecimientos más
sobresalientes de esta relación entre historia y literatura”[xx].
El crítico alusivamente repasa las opiniones de los cinco autores a analizar en
función de lo que éstos consideraron factible en la relación
literatura-sociedad o más específicamente, literatura-política. Avellaneda allí
se encarga de deslizar que las declaraciones de éstos no condicen con sus
actitudes narrativas, instaurando una suerte de mácula o maldición de la
ambigüedad o contradicción del período a analizar, que como todo maleficio, no
dejará territorio sin invadir, tanto que esta enfermedad de lo contradictorio
impregna el propio desarrollo analítico de Avellaneda.
Así es como justifica que
la obra de Ezequiel Martínez Estrada fue una respuesta al reclamo de una
literatura que se adapte a la actualidad de una época, aun cuando se comenta en
el texto que el mismo Martínez Estrada renegó de la incapacidad de ingreso de
la realidad social y la política en la produccción literaria de nuestro país, ya
por cautela, ya por fraude patriótico o piadoso. Del mismo modo, Avellaneda lee
la ocupación de un espacio político a mediados de los ’50 por medio de los
relatos de Bustos Domecq, que Borges escribió en colaboración con Adolfo Bioy
Casares, pese a que en 1975 Borges se llamaba antiperonista y se ubicaba en
claro rechazo a la posibilidad de diálogo entre la literatura y la política,
como también se indica en el texto.
En cuanto a Enrique
Anderson Imbert, aunque éste rechazara la “literatura comprometida, realista y
referencial (…)-según Avellaneda- [el propio A. Imbert] contradice esta
posición teórica con algunos textos narrativos de decidida orientación
ideológica”[xxi]. Sería
interesante saber cuál es el matiz concreto del adjetivo “decidido” y cuál es
el arco que Avellaneda traza al unir la serie de puntos que llevan
ineludiblemente a que la literatura ideológica es realista y referencial. Sobre
Cortázar el argumento es más claro, al menos es vox populi, porque a partir de
la década del ’60 el autor de Bestiario
ha establecido un marco político ideológico “cuidadosamente circunscripto como
matriz generadora de los relatos que había escrito en las décadas del cuarenta
y del cincuenta”[xxii].
Es así que Avellaneda
mancomuna los esfuerzos de estos cinco escritores que en palabras del crítico
responden a “una relación estrecha y en muchos aspectos decisiva con el
peronismo”[xxiii]. Claro,
si el acontecimiento, como lo llama
Avellaneda, traspasó la totalidad de la vida nacional “influyendo”
mecánicamente sobre la literatura de la época, ¿cómo estos autores no iban a
tener esto en común, junto con la colección de todos los escritores de la
época, dado que es un elemento de lo que podría llamarse “el clima de época”?
El argumento se convierte en falaz, dado que premisas y conclusiones son
idénticas. Es más, también se podría discutir ese desliz del concepto de
“influencia” aplicado a la literatura.
En este texto es
frecuente cierta operación que consiste en eludir ciertas particularizaciones
para manejarse con el más inocuo sustantivo colectivo o aun abstracto, pero que
incluso así funcionan como nominalizaciones e ideologemas: existió el
peronismo, la literatura influida y los grupos sociales. Pero jamás se habla de
que en tal caso las influencias pudieron ser aplicadas a los “literatos” y no a
la literatura, de los sujetos más allá de su participación en el conjunto
de su clase y claro está, mucho, pero mucho
menos, de los “peronistas”. No existe la palabra peronista para Avellaneda. En
tanto habla de intelectuales, y por lo tanto de individuos de la clase media o
alta, éstos podrán denominarse antiperonistas o, en un alarde de crudeza,
pro-peronistas (a menos que se trate de un exceso de precisión de la línea que
divide a los afiliados de los simpatizantes).
El texto de Avellaneda tiene origen en
su tesis de doctorado escrita en 1973.
Una de sus conclusiones principales es que hay un concepto que define el
peronismo en la narrativa argentina, referido a los estratos medios a lo largo
de este periodo: el de la invasión. Participamos con este autor en una de sus
premisas: el carácter ideológico de los textos ficcionales, que contribuyeron a
configurar el fenómeno político en la medida en que dieron cuerpo a
representaciones que circulaban en la sociedad.
Atentos al
devenir de la crítica literaria argentina, precisemos que a partir de los ’70,
justamente durante la década de generación de la tesis de Avellaneda, la unión de fracciones universitarias de
izquierda y el peronismo produjo un nuevo énfasis en el discurso crítico, a la
vez que instrumentó varias operaciones, entre ellas, sostener como concepto
teórico la noción de “dependencia cultural”; algo que Jorge Panesi llamará en
un artículo de 1985 el “discurso de la dependencia”[xxiv].
Uno de los axiomas del momento consistía en la ampliación de las fronteras
hacia otros objetos discursivos aledaños (cultura popular y mass media, industria cultural), una
suerte de confianza en el poder de la propia actividad que le viene desde una
certeza “técnica”: todo un cúmulo de saberes que fueron desarrollándose en la
década del sesenta (en particular la semiología, el análisis de los medios
masivos, etc.) hace que la crítica se experimente a sí misma como sitio
privilegiado.
Esta situación de
privilegio condujo, afortunadamente (más allá de los cuestionamientos que
hacemos a estos textos, pasadas varia décadas) al propio autocuestionamiento de
los críticos como sujetos sociales cumpliendo la función intelectual durante el
período a analizar.
El intento de este trabajo
es reconstruir el discurso crítico como un punto de partida para cotejar la
imagen que de ciertos sectores culturales emanaba, y trabajar sobre esa imagen
implica analizar categorías culturales de implementación de esas imágenes y su
recepción, políticas culturales de una época y de sectores marginantes y
marginados. Es por ello que proponemos, a partir del análisis de la crítica,
una metodología de abordaje de los textos ficcionales del período que incluya
las categorías de mercancía, efectos en el público lector, así como la
intervención del concepto de “ideologema”, que permite dar cuenta de la
resolución ficcional de contradicciones reales.
Y por ello también nos vemos impelidos a
proponer una alternativa en el análisis de los textos narrativos coincidentes
con la emergencia del peronismo en otro plano del observado por estos críticos.
En virtud de lo expresado y en consonancia con la obra de Raymond Williams,
creemos ineficaz plantear una línea divisoria que oponga “realidad” a
literatura y proponemos “hablar del arte en términos de la organización de la
experiencia, especialmente en su efecto sobre un espectador o una audiencia”[xxv].
Es decir que al analizar este período aplicaremos una metodología en la que el
segmento temporal a analizar sea comprendido como un todo en la que han
participado todos los hombres, el cual fue modelado además de por la
experiencia, por las “formas sociales específicas” a través de las cuales en
ese momento se desarrolló esa obra de muchos hombres, esa “tradición artística”
en palabras de Williams.
Antonio Gramsci apuntó que lo que denominamos “realidad”,
entendida como el desarrollo dialéctico de las contradicciones entre el hombre
y la materia es inseparable del desarrollo histórico, ya que la naturaleza ha
sido dominada históricamente por las fuerzas productivas del hombre.
Considerado en un sentido amplio, esta “materia” abarca, además de las
relaciones sociales de producción, la sociedad civil a la que la clase
dirigente se dedica a “remoldear” para adecuar al nuevo curso de las cosas. Así
desarrollado, parece no haber demasiada distancia entre el nivel estructural y
superestructural, es decir que las ideas y la filosofía se convierten en
verdaderas fuerzas materiales al adquirir una dimensión colectiva, lo que le
otorga una importancia clave al “estudio de las formas ideológicas e
institucionales con que la clase dominante forma el ‘espíritu público’”.
Fundamental resulta entonces evaluar nuestro proyecto según la legitimidad que
establece la pregunta de Gramsci acerca de si los intelectuales son un grupo
autónomo e independiente o si cada grupo social tiene una categoría propia y
especializada de intelectuales. En este último sentido, daremos preferencia al
concepto de “intelectual orgánico”, tal como se formula en este texto. La
reflexión acerca de la noción de intelectual orgánico nos obliga a compararla
con el aporte sartreano de la categoría de “intelectual comprometido” en tanto
reconoce la inscripción histórica de los sujetos intelectuales y de su
producción concreta; lo que en términos fenomenológicos se sintetiza en el
sintagma “situación en el mundo”.
Nuestro proyecto intentará esclarecer
qué grado alcanzó el compromiso de los intelectuales argentinos durante la
emergencia del peronismo y con qué elementos y propuestas de la sociedad este
compromiso se entabló.
·
Avellaneda,
Andrés, El habla de la ideología. Modos
de réplica literaria en la Argentina contemporánea, Buenos Aires,
Sudamericana, 1983.
·
Borello,
Rodolfo. El peronismo (1943-1955) en la
narrativa argentina, Ottawa, Ottawa Hispanic Studies, 1991.
·
Lukács,
Georg. La novela histórica, México,
Era, 1964.
·
Matamoro,
Blas. Oligarquía y literatura, Buenos
Aires, Libros del Tercer Mundo, Ediciones del Sol, 1975.
·
Panesi,
Jorge, “La crítica argentina y el discurso de la dependencia” en Filología, XX, Buenos Aires, Universidad
de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Filología y
Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso”, 1985, pp. 171-195
·
Williams,
R. “La mente creativa” en La larga
revolución, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 2003, p. 43.
NOTAS
[i] Nos referimos al caso particular de los autores cuyos textos, o bien fueron tesis doctorales y que luego de algo más de una década éstas aparecieron publicadas y reconfiguradas en formato ensayo, o bien son el producto de más de dos décadas de investigación: Avellaneda y Borello.
[ii] Y no antes. Por ejemplo, en el número inmediatamente posterior a la muerte de Eva Perón (N° 213-214, julio-agosto de 1952), la revista lleva en la parte superior e inferior de la portada una banda negra de luto, como exigía el oficialismo.
[iii] Matamoro, Blas. Oligarquía y literatura, Buenos Aires, Libros del Tercer Mundo, Ediciones del Sol, 1975, p. 8
[iv] Id., p. 9
[v] Ibid.
[vi] Borello, Rodolfo. El
peronismo (1943-1955) en la narrativa argentina. Ottawa, Ottawa Hispanic Studies, 1991.
[vii] A diferencia de la obra de Matamoro cuyo objeto de análisis se extiende más allá y más acá de los márgenes de estas dos dataciones.
[viii] En este punto habría que indagar si Borello se ajusta a la caracterización del género establecida por Georg Lukács en La novela histórica (México, Era, 1964).
[ix] Borello. Op. cit., p.52.
[x] Id., p.56.
[xi] Id., p.249.
[xii] Por ejemplo: “III- El testimonio coetáneo y positivo”; “V- La visión de la izquierda oficial”; “VIII- El realismo crítico”.
[xiii] Id., p.29.
[xiv] Avellaneda, Andrés. El habla de la ideología. Modos de réplica literaria en la Argentina contemporánea, Buenos Aires, Sudamericana, 1983.
[xv] Ibid., p.10
[xvi] Ibid.
[xvii] Ibid.
[xviii] Ibid.
[xix] Ibid., p. 11
[xx] Ibid., p. 12
[xxi] Ibid., p. 16
[xxii] Ibid.
[xxiii] Ibid.
[xxiv] Panesi, Jorge.
“La crítica argentina y el discurso de la dependencia” en Filología, XX, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, Facultad
de Filosofía y Letras, Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr.
Amado Alonso”, 1985, pp. 171-195
[xxv] Williams, R. “La mente creativa” en La larga revolución, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 2003, p. 43.