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LA CELEBRACIÓN DEL EXCESO [1]
(Sobre Denzil Romero)

Marinone, Mónica
  CELEHIS-Univ. Nac. de Mar del Plata

Exceso por acepción es “salirse de, rebasar”, de ahí que filósofos y teóricos  definan el exceso como lo que está fuera de la razón.[2] El mandato de Rousseau, “Buscad en todo la medianía”[3], o la ley de los contrapesos en aras del equilibrio de Montesquieu ubican de lleno en dicha concepción, revelando la necesidad de control de cualquier exceso desde la sujeción a los límites impuestos ya por variables de orden como el pudor, ya por reglas de ordenación como la norma. La razón, que impone la norma (el mundo del “deber ser” de los juristas), se ve deshecha (como éste) por el exceso en cuanto transgresión de prohibiciones instauradoras, a su vez, de opuestos -vicio / virtud, moral / inmoral / legal/ ilegal.  La reescritura de la memoria revolucionaria desde una transgresión que es puro regodeo en el exceso ha sido el motor de la alegría festiva y la moral del fracaso que impregnan los universos narrativos del venezolano Denzil Romero (1938-1999). Universos lanzados a controvertir, pero también a interrogar y sustraer de inercias resignificativas que contribuyeran a frustraciones políticas de algún modo expresadas en el grado cero de nuestra historia continental compartida. Porque su manera de reescribir la Historia emplazándose en la irreverencia conlleva la puesta en crisis de ciertas utopías de la moderna razón occidental. Así por ejemplo, su juego obsesivo con artefactos como “educación” o “justicia” (y la palabra juego es aquí muy pertinente) si posibilita una revisión de las fuentes que constituyeran un fundamento para nuestros grandes inventores de naciones (por eso Rousseau y Montesquieu en mi apertura), a su vez propicia la reflexión sobre procesos actuales de los países latinoamericanos. Abrir zonas oscuras del archivo, llenar vacíos, apelar al error, indagar la contradicción, desautorizar, desvanecer lo que se ha grabado y reescribirlo obscenamente, narrar el deseo en el centro del poder, resucitar a los traidores y transformarlos en héroes, convertir a los héroes en traidores. Son los sentidos contrarios, las “verdades” a medias o lo que está en proceso...  Es el rostro doble de Jano en universos osados de los 90,  dominios contenciosos donde se quiebra la concepción heroica de la historia de una nación entendida como exaltación patriótica y ocultamiento de los intereses privados de los héroes, que asumen aquí significación pública ocupando todo el espacio textual. Esto es, la moral de la biografía inherente a la escritura del panteón, una moral tras la que resuena la teoría del “grande hombre” (en su caso son mujeres, traidores, condenados), universos que, hoy deseo recordar, se inscriben en una familia donde Yo el Supremo es tutelar. Porque cuando se trata de relatos que indagan el poder basándose en saberes, discursos, textos preexistentes y en “reales” localizados de la época en que empezaba a imaginarse, a registrarse simbólicamente la idea de nación según el modelo francés adaptado es difícil alejarse de la estela que trazara dicha novela, como dijera Rama[4] "suerte de animal mitológico", un faro para muchos narradores preocupados por el principio de nuestra historia, entre  ellos Romero.

 La esposa del Dr. Thorne (1988)[5] y La carujada (1990)[6] constituyen la saga (el uso es de Romero) que asedia el “culto a Bolívar”. La primera es una novela erótica sobre vida y obra de Manuela Sáenz, la eterna amante de Simón Bolívar; la segunda, sobre vida y obra de Pedro Carujo, un implicado en el atentado “septembrino” contra Bolívar. Ambas instalan en las opciones temáticas y discursivas señaladas: son reescrituras de un panteón nacional aunque en sentido contrario al que Renan sugiriera (“Un pasado heroico, grandes hombres, gloria… es el capital social sobre el que se asienta una idea nacional”). Y se articulan sobre una combinatoria de escritura exacerbada y de elecciones referenciales que, siendo verificables, por gestos y circunstancias rondan el exceso  apelando a un estado de ignorancia suspendida entre la ‘verdad’ y la ‘mentira’ como apuesta fuerte contra el verosímil. Ambas indagan esos artefactos a que me referí, educación y justicia, precisamente dos dispositivos muy visibles en las tramas fundacionales de Bolívar, quien como Rousseau apelaba a una elevada idea de la educación y, como Montesquieu, a una elevada idea de la ley.

La Educación supone aprendizaje. Educación como aparato regulador, derecho y deber, metáfora de la sociedad pretendida que en sí misma sería una escuela al alcanzarse la felicidad prometida por los ilustrados. La educación, que “puede todo” según enseñanza de Helvetius,  es el espacio acompasado a la nación de S. Bolívar, esa “morfología” unificadora que su empresa levanta desde hechos y escritura, por eso es la mayor necesidad cuando piensa ciudadanos libres en quienes se conjugarían ideales de virtud y razón. Leo La esposa del Dr. Thorne como bildungsroman. Pero el de Manuela es aprendizaje de la libertad asentado en un estado de naturaleza que sesga los preceptos de Rousseau para apoyarse en algunos de sus contemporáneos antagonistas: el Marqués de Sade y Fourier.  Manuela se empeña en búsquedas que son pura pasión y muestra de deseo aunque forme parte del núcleo bolivariano, el lugar desde donde las prescripciones emanan (” …la subversión vino desde donde nadie la esperaba …”, dijo Blanchot[7]). Así, el “juego” que Romero emprende instaura el libertinaje como otro camino de aprendizaje y afirmación de los nuevos sujetos, y rompe con la noción de equilibrio o máxima aspiración de Bolívar visible en la configuración misma de sus tramas, compactas, controladas  Ejemplifico: es difícil olvidar su Proyecto de Constitución en 1819, donde incluye, en la Sección Tercera, las “Atribuciones de la Cámara de Educación”, pero antes y hacia allí direccionando instituye un cuarto poder, el Poder Moral, refiriendo taxativamente en dos artículos, el castigo de los “vicios, desacatos y escándalos”, tanto a hombres como a mujeres, ciudadanos a recibir, de la Cámara Moral, premios o penalidades, según su mérito. Justamente La esposa del Dr. Thorne propone a través de los gestos des-ordenados  (como inversión del orden) de la protagonista y de una retórica del exceso como base configurativa, una dis-torsión de la estabilidad que el discurso fundacional (discurso de ley, autoridad y poder) establece. Y esta política de transgredir lo establecido por cierto  modelo de razón no se viabiliza sólo en las búsquedas de un personaje que da carnadura al deseo (Manuela pasa por todas las experiencias sexuales concebibles entre los seres humanos hacia la saturación máxima del placer (Sade dixit). Hablé de escritura del exceso y me refería  a lo más interesante, la ordenación del texto. La escritura de Romero busca el camino del desborde primero en lo ostensible: la desinhibición de Manuela es antes, desinhibición del lenguaje, euforia de  lo inconveniente, cuya pretensión de decirlo todo no es solamente la de franquear las prohibiciones, sino la de ir hasta el fondo de lo posible (Foucault.[8]) Y después la busca en una estrategia recurrente en casi todas las páginas: aparatos de enumeraciones y repeticiones determinan un espacio material de la abundancia y el desperdicio.

 

Mide el efecto de sus palabras como si dirigiérase a una multitud congregada más allá de las paredes del gran salón tapizadas con colgaduras de seda amarilla que llegan hasta el techo, más allá de los listones de terciopelo azul pálido que festonean los cuatro lados de la pieza,  más allá de las ventanas recubiertas de cortinas color paja o del riquísimo enmaderado repleto de doradas molduras y bajorrelieves de personajes griegos. [9]

 

La escritura de Bolívar, sostenida en principios de economía y concentración, progresiva y altamente regulada hacia el logro de la utilidad y la eficacia (dominio de los padres del utilitarismo y de los juristas nominalistas, de la economía de producción,  la actividad laboriosa y el ahorro) es contrariada por la de Romero, del suplemento y la demasía hacia la retórica del exceso que señalo. El gasto se da por un regodeo en casi lo mismo, la aclaración, la repetición, la acumulación, la suspensión y la dilación, un erotismo de la palabra en tanto actividad lúdica y cuya finalidad está en sí misma o en el goce que  produce.[10]

Romero conoce bien la escritura que contradice: aun describe su diseño al mencionar las aspiraciones de Carujo, el protagonista de la otra novela citada: “Se cuida de usar una prosa límpida, equilibrada, eufónica, bien construida. Su imaginación, a menudo tildada de calenturienta, está contenida... Supone todo un esfuerzo de intelecto llegar a conmover a tantos…”. Estas particularidades se suman a la pasión por escribir de Bolívar, quien concentra en sí mismo la doble vertiente de la noción de letrado indicada para el contexto de nuestra colonización[11]: legitima intelectualmente la propia empresa, en este caso la emancipadora vinculada a su proyecto continentalista, y se hace cargo de lo político y administrativo. Su batería de escritos normativos revela la compulsión por proclamar, decretar, reglamentar o legislar, por armar un aparato legal que  la sostenga, constituyéndose en órgano de control y de poder.[12] Había aprendido de sus maestros que las constituciones son el resultado de los factores reales de poder y que las leyes convierten el poder en poder jurídico. Decía Montesquieu “Es un pensamiento admirable de Platón el que las leyes se hacen para anunciar los mandatos de la razón...”. Estamos en el terreno de La carujada y la referencia a Platón no es ingenua. Entre lo excesivo  (La carujada a diferencia de La esposa del Dr. Thorne tiende además, al monumentalismo), se asedia en especial la noción de Justicia. Se la atraviesa como aparato para redimensionarla como problema central de la República (texto y proyecto de donde un Carujo defensor de la república como forma bebe) y más aún, inextricablemente hermanada a la política. Como se sabe, la tentativa de Platón[13] se encamina a salvar la moral y la política, al reencuentro de las “leyes ideales” o condiciones inexorables de un régimen perfecto. La Justicia como eje de una república obligaría a desprenderse de la utilidad como interés o conveniencia personales, y la Política se mediría entonces en relación con esta idea que arrastra las de Bien, Belleza y Bondad. Se trata de la gran república imaginada de la cultura occidental donde lo justo, lo bueno, lo bello y lo legal concurren en distribución equilibrada: un núcleo fundamental de la utopía de la razón.

Difícil desligarse de la enunciación. Romero, hombre de Derecho (ars boni et aequi), sabía que es el discurso del Poder (como lo sabían nuestros letrados criollos) y se lo apropia para burlarse, volviendo a contradecir la voluntad bolivariana. Por eso apela al des–cubrimiento del abuso de la ley (otra vez la distorsión) centrando la controversia jurídica como montaje de ficciones que desplazan nociones de “certeza” o “verdad” y destacan el lenguaje en movimiento con fines persuasivos, lo que finalmente se impone. Como Fourier, es despiadado con la Constitución (la Ley suprema que el francés tildaba de ”absurdo cómico”). Y se regodea en la ciencia jurídica clásica y moderna a través del incompetente abogado del Carujo condenado a muerte, vociferando en jerga o citando “de memoria” desde el Derecho de Gentes, el Código de Justiniano, el Digesto, el Código de las Siete Partidas y las Instituciones, pasando por las Decretales de Gregorio IX, las Reglas de Bonifacio o “las doctrinas modernas”. Cómo olvidar desde aquí a Bolívar y su pulsión. Pero me interesa una marca  de su escritura que en La Carujada es generadora. Si en La esposa de Thorne se da carnadura al deseo (lo que siempre está cuando de poder se trata), una palabra que Bolívar limita por el uso de la razón (“deseo racional” dice en la “Carta de Jamaica” [14]), en La Carujada se da carnadura a su impactante autoconciencia del fracaso. "He arado en el mar”, “Ud. puede considerar si un hombre que ha sacado de la revolución las anteriores conclusiones ..., tendrá ganas de ahogarse nuevamente después de haber salido del vientre de la ballena...” . [15] Son frases que resumen el fracaso con la contundencia que caracteriza la escritura de Bolívar. Y es el des-borde en Romero, quien en la brecha de Roa, se sirve de una palabra, de una marca para levantar todo un texto (su Yo-el es un gesto de autofiguración de Francia en sus escritos, quien funda una nación moderna fundado en la Teología jurídica medieval). La moral del fracaso impregna todo el espacio textual de La Carujada. Es de política, pero de mucho más que se habla. Pienso en la serie literaria y recuerdo palabras de otro narrador-maestro. “Esta moral..., salvo algunas rarísimas excepciones –dijo Saer[16] -, es la moral de toda la literatura occidental genuinamente representativa ... es la línea principal que Cervantes tiende hacia la imaginación moderna...”.

La conciencia de los límites impuestos por la razón o la pulsión de equilibrio que los fundadores mostraban son en Romero, el punto de partida: la semántica se apropia del lugar de la sin-taxis (con-orden). Sus narrativas, si apelan a nuestra fundación revisando ideas, sumergen además, en la escritura que la plasmara para transformar la propia  en “el tremendo caldero de las brujas” desde su base material misma (cuerpo de inscripción del acontecer histórico a través de formas pasadas que se incrustan y hacen presentes,  donde asoman placeres y terrores, muerte, miedo y heridas, lengua y habla, ley, justicia, poder y perdón, palabras repetidas por los teóricos cuando definen la nación). Quizás imaginara la utopía de Barthes, una sociedad donde lenguajes diferentes coexistan sin agresiones (la ocupación espacial de esta novela es un espectáculo desuniformizado en su montaje revelando la intención del  énfasis,  de la agitación  -antiguas aspiraciones sarmientinas-, también la lectura como operación previa expuesta). Romero conoce el mecanismo entrópico (Roa, dije, fue uno de sus maestros), en tanto des-orden (lo que perturba el código, cualquiera sea) y en tanto mayor posibilidad de la narración.  El culto a Bolívar es el des(o)culto a Bolívar:  la frase pretende jugar su juego sintetizando la apuesta a la inversión y a un único poder / gobierno, el de las palabras.

 

 

NOTAS



[1] Algunas ideas de esta ponencia son desarrolladas extensamente en mi tesis doctoral (inédita)

[2] La definición es de G.Bataille (El erotismo. España: Tusquets, 1992)

[3] Emilio, 325. (Manejo la edición de México: Edit. Porrúa, 1999)

[4] Ángel Rama, "El dictador letrado de la revolución latinoamericana", en Ángel Rama, Los dictadores latinoamericanos. México: F.C.E, 1976:20-41. Me interesa la exploración discursiva Yo / El referida al “cuerpo doble”,  cuyo fundamento reside en la Teología jurídica medieval, porque al imaginarse nuevas naciones de viejos imperios[4] es un aspecto reconvertido  hacia un  concepto de poder conforme a la gestación del mito revolucionario. Francia diferenciaba para sí el cuerpo doble correspondiente al cuerpo del rey. Se ubica así, en una  zona  de transición que, ostentando el grado cero en efectuación (la nación paraguaya fue la primera de este continente en fundarse en el registro simbólico y sostenerse en los hechos), es, como él mismo, de una ambigüedad casi contradictoria.Denzil Romero parece continuar la línea de reflexión de Foucault trabajando otro doble posible de imaginar, aunque en el polo del poder mínimo, el cuerpo del condenado y su status jurídico. Así restituye el par yo/él para llenarlos de sentido diverso: el  Libertador y el condenado serían entonces dos figuras simétricas e invertidas, los dos extremos necesarios -el más luminoso / el más oscuro- requiriéndose mutuamente cuando se relata el poder desde el campo político.    

[5] Denzil Romero, La esposa del Dr. Thorne. Barcelona: Tusquets, 1990 (4ta. Ed.). Las citas y paginación  anotadas corresponden a esta edición.

[6] Manejo la  edición de Caracas: Planeta. Las citas y paginación referida corresponden a la misma. (El 25 de setiembre de 1828, en Bogotá, intentan asesinar a Bolívar.

[7] Respecto del exceso es iluminador su ensayo sobre Sade (Cap. IX).

[8] M.Foucault, Historia de la sexualidad 1- la voluntad de saber. México: Siglo XXI, 1977.

[9] Ibidem: 11.

[10] S. Sarduy, ”El barroco y el neobarroco”, América Latina en su literatura (Coord. e int. C.Fernández Moreno) México: Siglo XXI, 1984:167-188

[11]Angel Rama desarrolla detenidamente esta cuestión (La ciudad letrada: cap.II). Asimismo Walter Mignolo en “Literariedad y colonización: un caso de semiosis colonial”, SyC -Nro 2 (Bs As, 1994):104,105 y 106.

[12] Ver entre otros, “Decreto en favor de los indígenas “, “Decreto de creación de Juntas Provinciales de Agricultura y Comercio”, “Proyecto : El Poder Moral”, “Ley de repartición de Bienes Nacionales”, “Decreto de Creación del Consejo de Estado”, ”Decreto sobre preservación de las aguas y conservación de los bosques”, ”Ley contra los defraudadores de la Renta de Tabaco” (Doctrina del Libertador cit.:140, 143, 127, 86, 88, 215, 25 respectivamente)

[13] Véase J. Touchard, Historia de las Ideas políticas cit.: 36-44.

[14] La cita es “me atrevo aventurar algunas conjeturas...dictadas por un deseo racional”. La expresión se articula para desactivar la palabra “adivinación” (cuya fuerza después supera el esfuerzo de Bolívar, dado que la carta ha sido denominada “profética”) respecto de sus conjeturas sobre  el desarrollo político futuro en los países de América.  

[15] “Carta al Gral. Juan José Flores”

[16] La narración-objeto. Bs As: Planeta, 1999:48-49.

 

 

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