Literatura
y vida en el ensayo de Augusto Monterroso Sánchez,
María Teresa |
El escritor
guatemalteco Augusto Monterroso pone a prueba en sus ensayos el poder de juzgar
y de observar la realidad de Hispanoamérica y de su literatura .
Si bien Monterroso
surge a la vida literaria desde la brevedad de sus cuentos, narraciones que se
han fijado para la crítica como la definición que establece el punto de partida
para hablar de su obra, es en el escenario de los ensayos en los que se
concentra y se delimita lo genuino de su escritura. La génesis de esta
afirmación está no sólo en la preeminencia de ensayos sobre cuentos, memorias y
novela, sino en la deliberada decisión de “mudar de estilo y de razones” como
lo testimonia el epígrafe inaugural del primer texto de Movimiento Perpetuo de 1972
y como lo siguió testimoniando su obra posterior.
Literatura y vida es un recopilación de ensayos
publicada por Alfaguara Madrid en febrero de 2004. Los ensayos que integran
este volumen cuyo título nuclea las preocupaciones que ocuparon la mayor parte
de la escritura de Monterroso plantean el corolario de una escritura que osciló
entre el tratamiento de la imaginación
y de la realidad en sus textos ficcionales y que postuló la dualidad crítica – creación en sus textos
ensayísticos. Intento en este trabajo revisar cómo en la obra mencionada se
actualiza la idea del ensayo como “reproducción creativa” en cuanto
interpretación de los problemas de representación dentro de una tradición. El
objetivo, por lo tanto, es examinar al ensayista Monterroso como un entendedor
de la problemática de la literatura en Hispanoamérica desde la observación de
su vida como escritor lo que significa mirar esta obra desde la esencia del
ensayo en cuanto esfuerzo interpretativo, en el caso del guatemalteco, de la tradición literaria hispanoamericana.
El concepto
de ensayista como intérprete de una tradición cultural se completa con el de
“conocimiento personal” de las ciencias sustentado por Michael Polanyi.[i].
Si bien no descarto la importancia que el desarrollo de esta teoría tiene para
comprender las incumbencias genéricas, dada la síntesis que amerita la
ponencia, sólo rescato aquellos postulados estrechamente vinculados con mi
planteo. Este conocimiento personal se obtiene en la interacción con maestros y
colegas que sustentan y desarrollan una determinada tradición científica. En
este sentido, el científico, como el ensayista, sólo puede ser tal si ha
asimilado una determinada tradición que le da arraigo y perspectiva. Por ello,
las teorías científicas como los
ensayos son expresiones de
tradiciones intelectuales profundamente arraigadas social e históricamente.
Pero además de este conocimiento tácito y
tradicional, el trabajo del científico se caracteriza por lo que Polanyi
denomina “pasiones intelectuales”. Entre ellas, una de las más importantes es
la “pasión heurística”, que conduce a ver nuevas cosas desde interpretaciones
novedosas de la tradición a la que se pertenece. Es así como, confrontando esta
teoría con la perspectiva de reproducción creativa podremos revisar la manera
en que Monterroso interpreta creativamente conceptos preformados como el género
mismo en la definición y la historia crítica que hace del ensayo, la relación
de las letras hispanas con el mundo español y la memoria como gesto de
construcción autorial.
El ensayo que inaugura este volumen es el que
lleva el título, desde ya desconcertante, de “Cervantes ensayista”. En este
texto, Monterroso arriba a la conclusión de que Cervantes no sólo es el inventor de la novela moderna sino que
también es el primer ensayista moderno. Antes de arribar a esta afirmación,
Monterroso ha presentado a Michael de Montaigne a quien hasta imitó en la
estrategia de hacer decir a otros lo que él no puede referir y a Bacon. La
mención de estos dos escritores, reconocidos como los pilares del género, le
sirve para plantear una nueva y personal definición del ensayo que se
complementa con el reconocimiento de un nuevo fundador, Cervantes. Pero lo que
ha hecho es sólo reiterar los preceptos teóricos que siempre remiten a los
mismos paradigmas. Lo mismo sucede cuando constata que la presencia del público
lector es consustancial al género lo que indica que concibe al ensayo como un
género que se construye desde un horizonte de sentido que incluye a una
sociedad y a una comunidad determinada.
Como hemos
dicho, la interpretación del ensayista es producto de su conocimiento personal
que legitima el juicio crítico sobre el mundo representado. En este caso,
Monterroso da cuenta de esto al definir la sustancialidad del ensayo en los
siguientes términos: “ Ensayo, [...] un texto más o menos breve, muy libre, de
preferencia en primera persona, sobre cualquier cosa, o acerca de equis
costumbre o extravagancia de uno mismo o de los demás...”[ii]
Son estas las primeras palabras con las que Monterroso conceptualiza – o, en
términos de interpretación personal, reconceptualiza al género. Resulta
pertinente señalar cómo esta definición está teñida de la tradición inaugurada
por Montaigne cuando al postular “ soy yo mismo el tema de mis libros” dejó
planteado que la experiencia es una nueva manera de acceder al conocimiento. El
segundo rasgo que se debe considerar es la definición del tono que el
guatemalteco le atribuye al ensayo porque nos indica por un lado, la
recurrencia a las reconocidas características y por otro, porque remite a la
estrategia autorreferencial común en su escritura al postular que el humor y la
ironía deben ser constituyentes del género. Así lo expresa en el texto: “[...]
escrito en tono aparentemente serio pero idealmente envuelto en un vago y
ligero humor y, de ser posible, en forma irónica, y preferible si autoirónica,
[...] ( p. 10) Por último, compara al
ensayo con una conversación inteligente, carácter que también contribuye a
aseverar cómo esta interpretación teórica se enmarca en la tradición en cuanto
reconoce al ensayo como un género vinculado con la oralidad.
“El pequeño
mundo del hombre” es un texto en el que
podemos observar la manera en que se interpreta otro de los conceptos
preformados de la tradición crítica como es la relación del mundo de las letras
hispanas y las del español. De esta forma, la referencia a un obra literaria
que homologa su título con el de este ensayo, permite confrontar la mirada de
la tradición literaria que hace Monterroso desde diferentes perspectivas tales
como la relación con el mundo español, con la crítica, con la Academia y con el
problema de la traducción. Pero esta mirada sobre el mundo representado en la
escritura, en este caso de la obra “El pequeño mundo del hombre” del escritor
español Francisco Rico, también le
posibilita acceder a una deducción metafísica sobre el hombre, hecho que
corrobora la idea de que el ensayo es interpretación de mundo a partir de la
experiencia de la escritura.
El juego de relaciones entre los
dos mundos y el cruce con el problema de la traducción está dado por la referencia
a la traducción efectuada por el escritor mexicano Octavio G. Barreda de un
texto de John Donne cuyo paralelismo con el de Rico es advertido por Monterroso
:
“[...] Pues
bien, y para cumplir con lo prometido, transcribo ahora un fragmento de una de
sus Devociones,[...] que la
curiosidad de Barreda tradujo y publicó en el lugar señalado, titulado
originalmente Insultus Morbi Primus,
es decir, “La primera alteración, el primer quejido de la enfermedad”, y en la
que se toca en forma por demás gráfica el tema del hombre como microcosmos, que
Francisco Rico rastreó y enriqueció en El
pequeño mundo del hombre”( p. 19-20)
El idioma
español y el tema de la conquista conforman motivos revisados por la lectura
del ensayista. Esta lectura demuestra la legitimidad de la interpretación de
Monterroso sobre estos conceptos que definen una sociedad y una historia que
comparte con una comunidad estrechada por un mismo sistema de representación.
Se trata de los ensayos “El idioma español” e “Imaginación y realidad”. Es en
el texto en el que analiza la lengua en el que despliega un proceso de
conceptualización que unifica las marcas de subjetividad junto con las de la
ironía que atribuyó como un buen ingrediente para la conformación del género.
Podríamos centrarnos en el siguiente fragmento para visualizar esto: “El
español, o castellano. Hará unos cincuenta años que lo llamé cansado; y, más
tarde, exprimido, muerto o enterrado, además de otras lindezas; pero de pronto,
vuelto a la vida, capaz de expresar cualquier cosa con claridad y precisión y
belleza.”(p. 133)
La conjunción de experiencia y
realidad- experiencia, en este caso, fruto del conocimiento personal y de la
actividad intelectual puesta al servicio de la revisión del uso de la lengua
– pone de manifiesto en el texto “El idioma español” el estudio de la
tradición del idioma en las letras de Hispanoamérica al establecer un recorrido
del tratamiento que desde Garcilaso a Borges mereció la lengua española.
Al remitirnos al concepto de
reproducción creativa para definir al ensayo hemos planteado que esa creación
es tal en la medida que la circunscribamos a una tradición que dé sustento a la
mirada personal que la escritura ensayística pregona. Esta problemática está
presente, me animaría a afirmar de forma paradigmática en el texto “Imaginación
y realidad” en el que Monterroso muestra un tema fundante de la literatura en
Hispanoamérica como es el de la conquista española con el eco de las voces
autoriales de su herencia representativa de mundo. Emerge, por lo tanto, una visión de la conquista
teñida del Popol Vuh, de Hombres de maíz, de la Rusticatio mexicana, entre otros, hasta anclar su recorrido en una Rigoberta
Menchú. La inclusión de este exponente maya contribuye a reforzar la idea de
que en el ensayo siempre se remite a la carga personal que el autor lleva
incrustada en su propia historia cultural. Por eso, es evidente que Monterroso
aún cuando confiesa en las primeras líneas del texto haber publicado este
ensayo en un periódico mexicano, no puede sustraerse a la fundación de su
propia herencia.
A modo de aportar una inquietud
más sobre la problemática de la tradición en el ensayo, cabría preguntar, por
ejemplo, por qué se distancia tanto el ensayo de Carlos Fuentes del de
Monterroso cuando los dos escriben en la misma época desde México, por qué
Monterroso no puede despojarse de su mirada
centroamericana. Podría decirse que al ser otra su tradición, son otros los
maestros y los colegas que pueden oficiar de respaldo a sus afirmaciones, es
decir, para arribar a un juicio prudente, Monterroso debe recurrir a otra
tradición que le de arraigo y perspectiva.
Me gustaría finalizar la exposición de
este trabajo, con el cuarto de los ensayos que integran el volumen Literatura y vida titulado “Mi primer
libro” porque condensa gran parte de
las cuestiones que he enunciado y he tratado de desarrollar en esta ponencia.
En “Mi primer libro” Monterroso se
vuelve sobre sí mismo para interrogarse y para explicarse desde un modo
netamente autobiográfico. El título mismo nos recuerda al texto “Mi primer
poema” de Confieso que he vivido del
poeta Pablo Neruda y nos acerca a la tradición fundada por éste en la
construcción de sus memorias. De ahí que la elección del ensayista
Monterroso de un pacto autobiográfico
sellado por la tradición cultural como es el caso de la memoria corrobore la
legitimidad de pertenencia al campo de las letras hispanoamericanas. La mirada
retrospectiva que en la escritura de este ensayo parte del momento de su
nacimiento y recorre su vida en
paralelo a su obra es la del sujeto que traza su autobiografía. Pero, sobre
todo, es la mirada de un sujeto que ofrece su interpretación de la realidad y
del mundo representado aunando así una
de las más claras características del ensayo como es la conjunción de
experiencia y vida. Y más aún, en el recorrido por la historia literaria que
surge de su narración de vida como autor de libros, combina en una original
dialéctica el tratamiento de lo
autobiográfico con la subjetividad de
su perspectiva posada sobre el campo intelectual. Y así, en la medida en
que testimonia ese campo
intelectual con su propia experiencia,
legitima su inclusión al mismo.
En este ensayo,
Monterroso explica la elección de los títulos de sus obras en paralelo con el
reconocimiento de sus vínculos, sus
maestros, sus citas; aparece la mención y el homenaje a las revistas que lo
publicaron, las editoriales que lo ayudaron en el exilio, los suplementos de
diarios, los críticos. Es decir, está el fruto de la experiencia de la
escritura que le da lugar en la tradición literaria.
La obra Literatura y vida de Augusto Monterroso
reitera una de las claras peculiaridades de nuestra cultura letrada, como es la
de estar enraizada en el conocimiento estandarizado de una tradición que
enuncia representaciones de mundo desde la comunión de una comunidad de
sentido. Con ella Monterroso comparte las representaciones simbólicas y también
con ella establece formas de debate intelectual como el ensayo. La mirada
crítica que el guatemalteco establece sobre la lengua y sobre su creación
verbal revela su proyección sobre la literatura y sobre el campo cultural en el
que se inscribe. Tal vez el más contundente exponente de esto sea la presencia
de un Cervantes que no deja de sobrevolar sobre todo el libro.
[i] Este concepto, sustentado por Michael Polanyi en su obra Conocimiento personal de 1958, es citado por Ambrosio Velasco Gómez en la obra compilada por Liliana Weinberg. Ensayo, simbolismo y campo cultural pp. 65 a 67 de quien tomo la referencia.
[ii] Monterroso , Augusto. Literatura y vida. Madrid: Alfaguara, 2004. En adelante se cita por esta edición. p. 10.
BIBLIOGRAFÍA
Lukacs, Georg. “Sobre la esencia y forma del ensayo” en El alma y las formas y teoría de la novela, México: Grijalbo, 1985
Velasco Gómez, Ambrosio. “ La heurística en las ciencias y las humanidades: ensayo sobre filosofía y ensayo” en Weinberg, Liliana. Ensayo, simbolismo y campo cultural. México: UNAM, 2003
Weinberg, Liliana. Comp. Ensayo, simbolismo y campo cultural, México: UNAM, 2003