La
minificción como modo de producción literaria en tiempos postauráticos. Tomassini,
Graciela |
La
ficción brevísima es un ejercicio de profundidad en el que la palabra es
obligada a ceñirse a un mínimo desarrollo discursivo capaz de provocar una
experiencia contemplativa o una actividad reflexiva ilimitadas. Tal vez estos
efectos, estas consecuencias previstas por los textos pero indeterminadas en su
temporalidad y naturaleza constituyan, más allá de los recursos formales,
técnicos y materiales, las notas definitorias de la minificción como fenómeno
estético de nuestro tiempo. Los numerosos estudios realizados sobre los textos
de autores ya emblemáticos del género, como Arreola, Monterroso, Anderson
Imbert, Shua y muchos más, suelen señalar el parentesco evidente entre las
diversas manifestaciones de la prosa hiperbreve, ya sea de base narrativa o
argumentativa, y la poesía, consistente en la exploración de las posibilidades
significacionales del lenguaje más allá de los mecanismos de la denotación, en
la “frontera umbría” (parafraseando un título de Francisca Noguerol) entre el
silencio y la palabra trabajada como una “música para sordos” (como el título
del poemario de Rafael Courtoisie).[1]
Como la poesía –y precisamente por su renuncia a distinguirse claramente de
ella- el texto minificcional se demora en la conciencia lectora, recreándose,
rescribiéndose en un tiempo que no registran los relojes, en un espacio
multidimensional, abierto por el negro trazo de la escritura sobre el blanco de
la página. Tal vez sea ese pasaje entre calidades de tiempo diferentes –un
mínimo tiempo de lectura, en relación con lo reducido del espacio ocupado por
lo negro sobre el blanco; un indefinido pero siempre desbordante tiempo de
reescritura en la conciencia lectora- lo que caracterice la experiencia
estética de la minificción. Definir ese pasaje del tiempo de los relojes a esa
otra dimensión sin parámetros como una “elasticidad retardada” –citando al
Johnny Carter de Cortázar- sería afirmar una condición aurática que el microtexto cuestiona, por su
militante ejercicio de la ironía y el humor, por su frecuente carácter
paródico, pero mucho más por avenirse a cualquier soporte, desde el más
tradicional –el libro- hasta el menos ritualizado y fungible: los intersticios
entre textos mayores en la revista literaria, y aún más: el sobre de azúcar o
el boleto de subterráneo.[2]
Este carácter postaurático de la
minificción se ha acentuado con su cristalización genérica. Si en la etapa de
su “descubrimiento” por la crítica resultó necesario indagar la condición
ambigua, “transgenérica”[3]
de los microtextos fundacionales de Valadés, Arreola, Monterroso, Denevi, e
incluso aquellos más cercanos al canon del cuento hiperbreve como los de
Anderson Imbert o Cortázar, esta hibridez ha pasado a ser rasgo definitorio del
género una vez consagrados los modelos y aceptada como canónica su naturaleza
proteica.[4]
Lo confirman la profusa incorporación
de minificciones en los manuales de enseñanza de lengua y literatura para
diversos niveles, su utilización como disparador de escritura en los talleres y
-muy (pos)modernamente- en los proyectos dde escritura interactiva en Internet. Y además está ese paseo de la mirada del antólogo
por el bosque de fragmentos a la caza del más “representativo” o del más
pertinente a los efectos del recorte practicado en el corpus textual –por
países, por regiones, por autores singulares- o con vistas a una finalidad
crítica, histórica, didáctica; ese paseo derrama sobre los textos reinventados
por nuevas asociaciones en contextos creados ad hoc, la impronta del
coleccionista, el trazo que confiere una nueva utilidad al conjunto,
homogeneizado en su dispersión.
En suma,
la minificción ha ganado nuevos contextos, casi todos ellos relacionados con
alguna finalidad pedagógica, o de introducción interactiva a la producción
literaria: los microtextos generan prácticas de lectura y escritura enfocadas
como circuitos de traducción intra e interlingüística, o promueven, desde su
propia condición intertextual, la construcción de repertorios. Es más:
habilitan nuevas puertas de entrada tanto a la tradición (el relato oral, el
acervo paremiológico, el mito, la leyenda, los textos fundacionales de diversos
cánones) cuanto al rico caudal de experiencias y prácticas que se generan en el
margen del sistema, ya para reproducirlo, ya para proponer distintas
trayectorias y jerarquías, e incluso para ensayar nuevos modos de impugnarlo.
La microtextualidad es un modo
de producción literaria inherente a ese epítome de los tiempos postauráticos
que es la Internet. Una simple búsqueda en cualquiera de los motores más
populares, con una palabra clave como “hiperbreves”, da un resultado de decenas
de miles de sitios dedicados al tema. Dentro
de esa profusión que engloba la crítica, la oferta de venta electrónica de las
grandes distribuidoras de textos nuevos y usados, la noticia de eventos
relacionados con el tema y demás arrabales, están los sitios específicamente
dedicados a la escritura y publicación virtual. Hay proyectos académicos, como
HIMINI: “Ambiente hipermedial para el desarrollo de la didáctica literaria a
partir del minicuento”, que desarrolla en la Universidad Pedagógica Nacional de
Colombia el profesor Henry González,[5]
cuyos objetivos rezan: “por una parte, diseñar, producir y validar un
hipermedia como ambiente tecnológico que permitiera el desarrollo de la
didáctica literaria y facilitara el aprendizaje de los estudiantes en las
formas narrativas breves y, por otra, analizar el grado de desarrollo del
discurso estético estudiantil en la comprensión y producción de minicuentos,
luego de interactuar con los dispositivos tecnológicos de dicho ambiente.”[6]
Hay revistas virtuales, como la española Literaturas.com, cuyo
suplemento “Ñ” ha dedicado números monográficos a la teoría, análisis,
difusión, organización de concursos, premiación y publicación, virtual y en
soporte papel, de la producción hiperbreve en español. Resulta ilustrativo
citar las ventajas que Nacho Fernández, su director, atribuye al medio digital
en el reportaje publicado en ocasión de cumplir cinco años el medio: “permite lograr un producto
rápido, extenso y autogestionado”- dice, y agrega: “Internet es una herramienta
fabulosa para la creación y un soporte diferenciado en forma y fondo respecto
del papel. Todo en la red es más vivo, se almacena fácilmente y se puede
consultar continuamente, sin duda unas propiedades que la revista en papel no
tiene. Además es mucho más barato, cómodo y participativo (...) el lector y el
medio están en permanente comunicación.” [7]
Si estas afirmaciones valen para
caracterizar un medio organizado como una revista, con director, equipo
editorial, instancias de selección de los trabajos y periodicidad en las
entregas o números, resultan insuficientes en relación con otros sitios mucho
más fluidos y autogestionados, como La Página de los Cuentos (www.loscuentos.net/
), de origen chileno, y www.arihua.net/ , uruguayo, que reúnen
comunidades literarias virtuales abiertas, con crecimiento constante y
actualización diaria. El primero de los mencionados, por ejemplo, se autodefine
en la página de inicio como “una comunidad literaria dedicada a los cuentos en
español”, aunque abierta a otros géneros, pues –haciendo suya la postura de
Cortázar, bajo cuya advocación se coloca la página- “la literatura es un mundo
que no merece trabas ni barreras.” La base de datos, hacia fines de mayo,
contaba con 68.374 textos disponibles en línea, de unos 27.000 miembros, divididos
en “Cuenteros Invitados” -autores consagrados y reconocidos como el mismo
Cortázar, Borges, Bioy Casares, y “Cuenteros Locales”, que son quienes
participan en la comunidad. A su vez, éstos se subclasifican en “cronopios” y
“famas”: los primeros son los nuevos usuarios, cuyos textos son revisados por
un moderador antes de ser publicados. Los segundos, con mayor experiencia, son
invitados a ayudar a los nuevos. El registro es gratuito, y ofrece a los
miembros la posibilidad de disponer de un panel de control para publicar sus
textos y ejercer la administración de su cuenta. El sitio presenta otras
secciones, como “Noticias”, “Foro de discusión”, “Mesa redonda”, “Eventos” y
“Enlaces”. La página de inicio incluye la lista de los cuentos más leídos
(todos de Cortázar), así como también la de los 15 textos más recientes,
recibidos y publicados en el día de la fecha de la visita. Hay, también, un
localizador alfabético de autores/as, y un motor de búsqueda interna que
facilita el acceso a un título singular, o a la página de determinado escritor,
identificado en la comunidad virtual por un sobrenombre. Cada escritor o
escritora organiza su página de acuerdo con sus preferencias estéticas, pero
hay una estructura común que se respeta: biografía sintética, foto, enlaces a
los textos publicados, dirección de correo electrónico. Por lo general, y en
tanto no se exige al autor consignar su verdadero nombre, la biografía es una
pieza más de ficción, y la foto no es siempre la representación icónica de la
persona detrás del seudónimo, sino otra ocasión de reinventarse como sujeto de
escritura.
Aunque no hay restricciones de extensión ni
de género, la consignación del número de palabras junto a cada título
registrado opera como estímulo para la lectura, ya que en Internet la
permanencia del lector en una página está acotada no sólo por una limitación de
índole económico (costo del tiempo de conexión para quienes no disfrutan de los
beneficios de la banda ancha) sino por la naturaleza hipertextual del espacio
virtual, donde todo lector es ante todo un navegante, una suerte de flâneur
apurado y ansioso (si se me permite el oxímoron), quizás mucho más fascinado
por el placer de crear rumbos en el intrincado laberinto de la red que por el
goce contemplativo de la palabra. Por lo tanto: cuanto más breve el texto,
mayores son sus posibilidades de ser rescatado para la lectura on-line,
es decir, de ser puesto en obra, de lo que se derivan las siguientes
consecuencias: primero, que su significancia sea construida cada vez como nudo
en una trayectoria, desde y hacia otros textos siempre diferentes; segundo, que
en este entorno fluido, proteico, sea la fractalidad[8]
más que la fragmentariedad el rasgo definitorio del microtexto (más que nunca,
se aprecia que la estética del detalle ha dado paso a una estética de la
variación en fuga donde ya no es posible identificar un punto de partida);
tercero, que el mayor logro de un texto reside en su capacidad de suscitar
respuestas, es decir, de convertirse en disparador de escritura, sea ésta un
comentario, una evaluación, u otro texto ficcional. Muy frecuentemente, en
virtud de la reversibilidad de los roles de autor y lector, la respuesta es un
híbrido entre texto ficcional y metatexto; se diría que este modo de producción
literaria extrema la naturaleza dialógica e intersubjetiva inherente a la
literatura moderna en una continua y autogestionada práctica de taller.
Si la incompletitud, o mejor, la porosidad
de los textos que en sus silencios abren espacios para la co-creación lectora
constituye un rasgo inherente de la minificción como clase textual, el medio
digital hace posible la puesta en obra de este escribir la lectura. Pero más
allá de esta consecuencia casi obvia, la red es la tecnología que proporciona a
la microtextualidad su “momento sustancial” como género y como forma,[9]
porque sus procedimientos artísticos –elipsis, fractalidad, intertextualidad,
“saqueo” y resignificación paródica e irónica del canon, juego lingüístico en
múltiples registros- encuentran en el mismo ambiente hipermedial proporcionado
por la red los materiales con los que trabajan. Esta drástica reducción de
distancia no sólo implica aplastamiento de las jerarquías establecidas por la
tradición academicista, sino también una salvaje descontextualización y
transcontextualización de esos materiales. Desde luego, y como ya lo previó con
espanto A. Huxley[10], esta
democratización del modo de producción literario favorece la proliferación de
productos muy heterogéneos, la mayoría concebidos más como la estetización de
un medio de comunicación que como obra de arte. Sin embargo, esa comunicación
posibilitada por la reversibilidad de roles genera subcomunidades solidarias,
donde surgen naturalmente, y por reconocimiento mutuo, orientadores y maestros
informales. En esa interacción muchos participantes se educan como lectores en
la práctica de la escritura colaborativa, en la generación de textos cuyo
sujeto de enunciación es múltiple.
No es infrecuente encontrar, por otra parte,
en algún recodo del laberinto textual, textos que brillan con una luz oscura, o
cantan, o clavan exigentes garras en la corteza de las palabras gastadas. No
siempre, pero a veces, detrás de estas súbitas y conmovedoras bellezas, están
los veteranos del under, los celosos defensores de la autonomía artística
para quienes Internet es un bastión de resistencia frente a la conversión de la
literatura en mercancía, en comodity que se exhibe en los escaparates de
las librerías, y también es un modo de sustraerse a los mecanismos de sanción
de valor de la industria cultural, e incluso de la academia. Y sin embargo hay
en ellos esa duplicidad que Adorno percibe: la necesidad de reconocimiento en
el otro, la esperanza de alcanzar en la lectura la vida del acontecimiento
estético. Lo que para estos autores fue la publicación en revistas de
circulación restringida a un grupo selecto de cultores, con distribución
marginal respecto de los circuitos comerciales, es ahora la participación en la
comunidad virtual: menos selecta, y por lo mismo, quizás ideológicamente más coherente.
Para muchos de estos autores, la minificción
es una estructura perfectamente adecuada a la consecución de un fin: la puesta
en obra del texto en la lectura. La brevedad, en tanto condensación en un
espacio mínimo de una idea poética, traducida en una pequeña historia, en un poema, en un microensayo,
tiene para ellos una función predominante de contacto, apoyada por la seducción
que el texto tiende a ejercer sobre los posibles lectores. La “cola” de
comentarios y evaluaciones que aparece al pie de cada texto testimonia esta
llegada y sirve de estímulo para la escritura, o reescritura, según sea el
caso.
DavidOvich, uno de los escritores de
minificción más leídos de La Página de los Cuentos, a quien otros
participantes dedican el respetuoso apelativo de “maestro”, tiene toda una
teoría sobre la brevedad como “consecuencia de la pobreza” (en sentido
estrictamente económico) y de la actitud resistente de la literatura que se
niega a ser objeto de exhibición. Para él, que ha creado y ensayado diversas formas
de publicación alternativa, desde la “publicación oral” (lo que llama “teatro
de cuentos”) hasta la confección artesanal de libros bellamente ilustrados con
técnicas de historieta, pasando por los “cuentos olvidables”, que no lo son
sino por la estrategia de difusión que consiste en dejarlos “olvidados” en
cualquier parte en la esperanza de que alguien los recoja, los lea y los haga
circular, la minificción es, más que un género, un modo de producción literaria
destinado a crear lectores, que significa lo mismo que suscitar escritura. “El
fin está logrado si el texto suscita otro texto que lo supere”, dice, y en
atención a ese ethos, sus textos han encontrado en Internet el medio
ideal para ser, al mismo tiempo, el pez y el anzuelo.
[1] Son especialmente relevantes en su señalamiento de esta indecidibilidad, o connivencia transgenérica, los artículos que siguen, incluidos en Francisca Noguerol (ed.) Escritos disconformes. Nuevos modelos de lectura. Salamanca, 2004: “Sugerente textura, el texto breve y el haikú. Tradición y modernidad”, de Rosario Alonso y María Vega de la Peña del Barco (pp. 95-106); Carmen de Mora; “El dilema, la inversión retórica y la Cría. Tres aproximaciones retóricas a las minificciones de Arreola” (226-240); Francisca Noguerol: “Fronteras umbrías” (241-252); Ma. Ángeles Pérez López: “José Emilio Pacheco: microtextos en tiempos de penuria” (253-263).
[2] Rosario Alonso y María Vega apuntan esta adaptabilidad del microtexto a cualquier soporte de la modernidad, rasgo que, según las autoras, lo hace especialmente adecuado para convertirse en “la literatura del S. XXI”. Ya que como el haikú, la minificción “recrea el tiempo detenido”, y viene a nuestro encuentro desde la red, el libro, la revista, la hoja volandera, el cartel, las autoras preguntan: “¿Nos devolverá la serenidad detenida que evoca la delicadísima imagen del haikú japonés a esta vertiginosa época?” (ibid. P. 106)
Por su parte, Laura Pollastri, en la ponencia presentada al III Congreso Internacional de la Minificción (Valparaíso, agosto de 2004), “Piezas de un rompecabezas: ficción breve y fragmento en la literatura hispanoamericana” vincula esta adaptabilidad a la fragmentariedad como estrategia de escritura y lectura, que el fragmentarismo teórico alemán postula, aunque en Hispanoamérica se adelanta como práctica de saqueo y “abuso proteico” del canon literario.
[3] La categoría de “clase textual transgenérica” fue propuesta para definir la minificción de una manera integrativa, que privilegiara la condensación, la brevedad, la lectura co-creadora, más allá de la índole de la base textual, por lo general híbrida. Fundamentalmente, permitió contemplar un corpus no limitado a la percepción de una estructura narrativa. Cfr. Tomassini, Graciela y Stella Maris Colombo: “La minificción como clase textual transgenérica”, RIB, nº 1-4, XLVI, 1996, pp. 79-94.
[4] Entre los teóricos que sostienen esta postura, cabe mencionar a Juan Armando Epple, autor de varias antologías del minicuento y de la minificción. Véase “La minificción y la crítica”, en Francisca Noguerol (ed.), op. cit., pp. 15-24.También Raúl Brasca: “Criterio de selección y concepto de minificción: un derrotero de seis años y cuatro antologías”, en Francisca Noguerol (ed.), op. cit., pp. 107-120. Brasca sostiene la misma idea en la entrevista con Angela Pradelli, en Monográfico Hiperbreves, Ñ (suplemento de Literaturas.com: http/: literaturas_brasca.com).
[6] Henry González: “La didáctica del minicuento y su desarrollo en ambientes hipermediales”, en Francisca Noguerol (ed.), op. cit., pp. 304-315.
[7] Nataly Villena Vega: “Cumplimos cinco años con la cabeza llena de ideas nuevas para nuestros lectores.” Portada de www.literaturas.com, mayo de 2005.
[8] El término “fractal” fue acuñado por matemáticos como Cantor, Benoit Mandelbrot y otros para designar objetos que exhiben recursividad a cualquier escala, siendo su dimensión fraccionaria (es decir, no bi o tridimensionales como la mayoría de los objetos que nos son familiares). En el campo de los estudios sobre la minificción, Lauro Zavala lo ha propuesto como categoría adecuada para describir la integración de los microtextos (que resisten lectura independiente) en series o ciclos que exhiben diversos principios de recursividad o, al menos, cierta conexión que comunica a la lectura de cada texto en presencia del conjunto un plus significacional imposible de apreciar en la lectura independiente. Cfr. Zavala,”Seis problemas para la minificción, un género del tercer Milenio”, ponencia presentada al Primer coloquio sobre la minificción, U.A.M., Xochimilco, México, agosto de 1998. Otra versión en “Seis propuestas para la minificción”, en La Jornada Semanal, México, 15 de agosto de 1999, pp. 3-4. También: “Fragmentos, fractales y fronteras. Género y lectura en las series de narrativa breve”, en Pablo Brescia y Evelia Romano (comps.) El ojo en el caleidoscopio. México, UNAM (en vías de publicación: dispongo de versión electrónica).
[9] Dice Theodor Adorno, en el capítulo , “Lo universal y lo particular”, Teoría estética, Madrid, Hyspamérica, p. 264: “El momento sustancial de los géneros y formas tiene su lugar en las necesidades históricas de los materiales.
[10]
Me refiero a la conocida cita que Benjamín
incorpora en “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”,
en nota 10 (en Benjamín, Walter, Discursos interrumpidos I, Buenos
Aires, Taurus, 1989 )