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Desconocidos habitantes de mi río

Vilalta, María

Por alguna razón aún no formulada, el tema identidad ha promovido mis primeras novelas. Identidad, palabra que proviene del latín ídem, “lo mismo” “idéntico a” para llegar por derivación de vocablo a “identificar”.

En ésta búsqueda inquieta y en algunos casos desordenada se gestó la novela “De aguas y de fuegos (historias de la tierra sin mal)”. ¿Qué cuestiones lograron urdir la vida del hombre indígena, lejano y desconocido?. ¿Pude verdaderamente aproximarme al pueblo chaná? ¿de qué manera los datos sujetaron un microcosmos emocionado de lo oculto? ¿el lenguaje literario fue suficiente para acercar emotivamente al hombre chaná?.

Para alcanzar alguna luz sobre el mar de dudas no tuve otro método que desandar el camino que me llevó a organizar la novela. Cómo Penélope habría de destejer con cuidado una trama que llevaba la impronta de la curiosidad.

Analizar la novela desde lo literario resultaba insuficiente para manifestar aquello que subyacía en cada una de las páginas. La emoción y conmoción que significó encontrar una voz, una carnadura al hombre y la mujer (no ya a la nomenclatura indio, indígena, nativo) darle un escenario geográfico, un  habla que intensificara su presencia, sus actos supremos de vida.

Mi postura era hacer visible lo invisible, pero no había sido únicamente trabajo con el lenguaje había requerido una investigación conciente, minuciosa, como la de un químico que maneja con pericia los compuestos que combinará en el ensayo para la fórmula final.

Reviendo apuntes, cuadros, materiales de lectura y con un horizonte más amplio por el tiempo transcurrido, quizás, pude aproximarme al proceso real con que construí la novela.

Para ello tomé la postura de David Hume que dividía en su teoría a la humanidad en dos grupos: la de los doctos (que han escogido para sí las más altas y difíciles operaciones de la mente) y la de los conversadores (que tienen un gusto por lo placentero y reflexionan sobre asuntos humanos).

Cuando hube de iniciar la novela por el propio proceso de la actividad creadora, percibí entonces una duplicidad importante; tenía entre mis manos lo antropológico, lo histórico, lo geográfico (mundo de los doctos) y la tentación era grande, casi insuperable de hacer uso y abuso de este marco que podía brindarme una cierta seguridad y por otro lado, la técnica, la palabra como material dúctil, caprichoso, inaccesible (mundo de los conversadores) lleno de contradicciones y aristas que debía resultar por propia imposición el vehículo apto en la apropiación del descubrimiento.

Para cortar más minuciosamente (en el intento de encontrar el hueso de la cuestión) obligué a mi memoria a retroceder en lo iniciático de esta inquietud de equilibrio entre universos distintos pero a la vez necesarios. De universos amordazados para la generalidad y disponibles para algunos escasos especialistas. Me encontré entonces y por efecto del recuerdo caminando muy joven hacia Puerto Aragón, unos cinco kilómetros de tierra en el afán de llegar al río, tomar sol, disfrutar del agua y el verde.

En el extremo de la playa había un rancho bar con un cartel que se imponía en toda la estructura de paja “Cherú Huasú” ¿Quién o qué era? ¿Por qué ese nombre?.

Vicente Del Pópolo, esa especie de sabelotodo, de casi loco que tienen los pueblos habría de insuflar los primeros vientos del mundo indígena. “ Son los verdaderos dueños de la tierra, aquí - y señaló la isla y nuestro entorno- habitaron “. “ Cherú Huasú fue asesinado por los españoles por pura codicia.” Y esa palabra asesinato, cobró en mi imaginación proporciones gigantescas (no se había aún banalizado por películas violentas la muerte) y las preguntas se sucedieron unas a otras.

Vicente Del Pópolo, ese hombre que habría de estudiar en silencio y arduamente nuestra geografía apenas nos encontrábamos me mostraba con el entusiasmo de un niño los tesoros que quedarían definitivamente en el Museo Histórico de Barrancas. El mundo de los doctos lo había abrazado con pasión de amante, pero en sus ademanes, en la forma en cómo sus dedos recorrían un cacharro o un resto de lanza se filtraba el de los conversadores. Sabía exactamente por que una punta de cola de pescado (urdida en el Sur Argentino) aparecía ahora en el litoral – “Esa gente se desplazaba, desde el norte y desde el sur llegan señales”. Sus dedos hablaban y en esas yemas que leían con la habilidad de un ciego se corrieron las cortinas que el silencio cultural se había propuesto sostener.

Por pura gracia en este hombre confluían los dos mundos. No tuve entonces las herramientas necesarias para entenderlo pero hay imágenes que se graban a fuego en la niñez y son el sustento del presente.

 

 

 

Maneras de Trabajo

La información era mucha y las corrientes de pensamientos diversas cuando no opuestas. Pude rescatar por consenso, que los habitantes de Puerto Aragón, región donde estuvo el primitivo Puerto Esperanza, fundado por Pedro de Mendoza, eran chanáes que recibían nombres diversos de acuerdo generalmente a los caciques prestigiosos que los dirigían. Así tenemos quiloazas, corondás, timbúes, un ámbito geográfico que va desde el río Carcarañá hasta el Colastiné, teniendo vecinos muy próximos en el arroyo del Monje a los cuales se parecían en contextura física y costumbres. Nada tenían que ver con el pueblo Guaraní, mucho más belicoso y guerrero que predominaba en El Plata. Tenía probado el alto intercambio de milho (maíz), miel, manteca de pescado, harina de carne, armas de piedra como bolas, puntas de flechas, piedras de adornos zoomorfos y algunos tejidos y cestería.

Ullrico Schmídel que ubica a los Chanáes, Corondas, Mocoretás, Caracaraces y Quiloazas, como de la misma raza, se basaba en algunas afinidades dignas de destacarse: Costumbres de horadarse las narices (SIC) mujeres horribles, hombres altos y bien fornidos, agregando Schmídel que las mujeres tenían el hábito de arañarse la parte inferior de la cara, la que sangraba casi constantemente, mientras que los hombres, solían cortarse una falange de los dedos en señal de duelo. (Primitivos habitantes de la zona, Vicente del Pópolo, 3)

El entusiasmo por los detalles se impregnó de curiosidad y así comencé un camino de saltos en el tiempo, de altas y bajas que habría de atraparme.

Los habitantes eran pacíficos, trabajadores, altos como enuncié anteriormente. Se encontraron urnas funerarias que testimoniaban la contextura física. El trabajo de campo se hizo desde Puerto Piedras al paraje conocido como Paranacito. Fue realizado por el grupo que comandaba Del Pópolo: en lo que respecta al Monte del Degollado, ubicado en las cercanías de lo que se denominan en el léxico de los isleños y pescadores “Las Barranqueras”, era rico en restos de urnas y restos humanos. En lo que se llama el “Campo Grande” entre Monje y Barrancas, el famoso cerrito sigue siendo la meta más difícil para acceder a un yacimiento que siempre brinda gratas sorpresas. En las cercanías del asiento del Fuerte de Sanctis Spíritus (Gaboto) se han hallado también apéndices zoomorfos similares a los hallados en Las Mulas, (Departamento La Paz, Entre Ríos). Diversidad de cuchillos de huesos, cortos y largos.

Sobre la margen derecha del río Coronda y bajando hacia el sur aproximadamente a unos tres kilómetros de la gran lomada donde pudo estar Puerto Esperanza, se encuentra el lugar llamado Remanso Maradona (Frente a la estancia de don Waldino Maradona), allí casi al final del remanso se hallaron numerosos tiestos que podría ser la pista del paradero del cacique Cherú Guasú.

Siguiendo más al sur, y recorriendo la costa izquierda del Coronda, internándose por el arroyo Las Chilcas, hasta Los Raigones, el investigador encontrará albardones de distintas extensiones que le permitirán ubicar restos indígenas. Estas lomadas “tumiloformes” (en formas de túmulos) eran apreciadas por el indígena cazador porque le permitían otear a la distancia o protegerse de una crecida imprevista, y como el indio errante no llevaba a cuestas sus cacharros o vasos, donde se asentaba preparaba la arcilla y elaboraba su vajilla, dejándolas al partir hacia otros lugares.

Una de las piezas de más valor que atesora el Museo de Barrancas, fue donada por el Dr. Antonio Sánchez Rizza, hecho del que se hicieron eco diarios de Santa Fe y Buenos Aires. El hallazgo de la misma se produjo en el lugar conocido como “El ombú de Bazualdo” en cercanías de la Laguna Coronda, sobre la costa del Río del mismo nombre. Lugar, según cita de Eudocio Jiménez en su libro “Notas históricas”, elegido por Urquiza para descansar luego de haber vadeado el río en su paso hacia Caseros.

En este histórico paraje se produce el hallazgo que nos preocupa, a una profundidad aproximada de cuarenta centímetros se encontraron los restos de lo que parecía,( por el tamaño de sus huesos) un joven indio, acostado, cara al sol, sosteniendo sobre su cabeza la pieza de arcilla en forma de ave sentada, plegada sus alas en el cuerpo, con grabados y punteados del tipo Paraná (punteado libre, punteado en surco y Paraná Pavón). Estos son algunos de los hallazgos de datos que cimentaron la novela.

Mucho después con el aporte de una antropóloga pude hacer coincidir vestigios de este pueblo y sus dos únicas palabras sobrevivientes, una de ellas, guirnumbalá, que designa al sábalo, habría de constituir el primer capítulo de la novela. En este capítulo rescato a cuenta gotas la palabra y también una cuestión cultural como el uso de estrellas en las mujeres, (tirando a un tono amarillento) del que también se encontraron piezas de piedra caliza.

 

 

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            Me acerco despacio, ella sabe que estoy merodeando como cualquier animal en celo. Ella lo sabe  pero ríe con las mujeres hundiendo sus manos en la barriga del guirnumbalá. Sus polleras se manchan de sangre y tripa que sacuden cada tanto en el agua.

            Ahora la tocan y le señalan mi sombra. Ella ríe. Se mete en el agua y tira con sus manos chorros frescos que forman arroyos por  el cuello y la espalda. Al darse vuelta aparecen entre su pelo los pezones negros, mojados. Ríe, sabiendo de mí. Ríe mirando mi sombra que se estira hasta las canoas.

            Un destello blanco arranca desde la nariz y llega hasta mis ojos. Son las estrellas. Las usa.

            Anduve entre las calabazas antes que el sol. Las dejé sobre su terreno en un cuenco que amasé contra el río. Me vieron hacerlo. No preguntaron por qué lo hacía. Me vieron hacerlo durante dos lunas. Ella desde su choza miró el cuenco. Estuve dando vueltas antes de dejarlo. Todavía no sabe de cosas como las demás mujeres. Por eso ríe sin parar, no sabe cómo decirme...

            -Tiene tetillas, Yacuma, no llega a ser mujer. Así dijo el anciano cuando vio mi mirada llena de fuegos.

            Ella tenía estrellitas de piedra amarilla, como todas. Ahora tiene dos del color de la luna, distintas y sabe quien las hizo.

            El aroma agrio sube a mi nariz. Hundo las manos entre las calabazas, raspo mis pies en cortezas de espinillos. Debe saber que soy bueno en dos tareas. Esta noche habrá más fuego contra el río. Cae la transpiración entre mis piernas. Mi carne se mueve cuando la ve. Mis brazos quedan en el aire cuando cruza hacia el río. Si mi carne y mis tripas saben de ella es porque olieron a la mujer.

 

 

Del mismo modo se puede ver en teofanías y dominios, el cosmos chiriguano del Shamanismo(87), la autora Anatilde Molina, nos dice:

El cosmos chiriguano está poblado por diversos personajes míticos, cuyo actuar en el tiempo primigenio modeló el mundo, e instauró el orden del presente. Entre ellos, Yandéru Túmpa ocupa el lugar central; se trata de una teofanía uránica, de tipo demiúrgico, “hacedor” del cielo y de la tierra y ordenador del cosmos. Sus atributos tesmofóricos lo vinculan a las más variadas esferas culturales – introduce las técnicas relativas a la siembra, cosecha, obtención del fuego, preparación de alimentos, construcción de viviendas, confección del vestido, rituales funerarios, etc…

“Aña Túmpa (Aña: alma del muerto, ser demoníaco). Su dominio se extiende al mundo de los muertos, al complejo shamánico y a los múltiples Aña que pueblan el cosmos, con los que guarda una relación jerárquica de ponencia, que el chiriguano señala con la expresión Aña Túmpa, Aña Tubícha (lit Aña Túmpa es el jefe de los Añas) relación ésta que reproduce la modalidad de la organización de la sociedad chiriguano, en la que el cacique es entendido como Tubícha. (Anatilde Molina 89).

En base a este capítulo que sería muy largo transcribir, se pudo armar un mapa conceptual de la religiosidad del pueblo chiriguano:

 

Máximo:   à   Yanderú Tumpa           :           dueño de la vida

Aguára Tumpa :           zorro

Tatú Tumpa                 :           quirquincho

Wira Tumpa                :           Dueño de los pájaros

Kurúru Tumpa :           sapo

Yágwa Tumpa             :           jaguar  

Esta teofanía aparecerá en el punto 1 de la segunda parte de la novela, incorporada a los diálogos que cito

 

            -¿Dónde se encierra tu gente? Hace días que espío al pueblo y todos se mueven solos por las casas.

            -No están atados. No están vigilados, si eso es lo qué preguntás.

            -¿Y entonces cómo los someten?

            -Hace largo tiempo. Más largo del que puede ser medido, un aña guió a esta nación, la Chiriguana, contra el río. Venían buscando ellos la "tierra sin mal". La tierra ofrecida por sus dioses en el tiempo de los antiguos, a sus abuelos y más allá de sus abuelos.

            El aña es engañosa y los perdió un día en esta zona. Uno de los míos que bajaba cada tanto en busca de comida se encontró con ellos. Hablaron. El aña les ayudó a mentir y con astucia se hizo llevar a mi pueblo. Tardaron varios días en llegar a nuestro río, el Ytiyuro. Ellos creían que se acercaban a su tierra. A la prometida a sus abuelos y  a padres de sus abuelos. Pero el Ytiyuro, donde vivíamos los Chané, es aún más flaco que este río y más vacío de peces. Se enojaron. Su enojo dura más allá de todas las lunas. Arrastraron a mi gente hasta este lugar donde no hay piedras. Sólo verde sobre verde.

            -¿Y los hombres? ¿No hablaron los brazos de los hombres? ¿No hubo guerra?

            -Ellos tienen un dios muy potente. Awará Túmpa que vive en el zorro y les da la astucia y la malicia. No gastaron sangre en nosotros. Tomaron a nuestras hijas por esposas. A cada familia le sacaron las hijas mujeres. Con ellas tienen hijos que respetan. Y a nosotros nos ataron las manos con las hijas que ahora viven en sus casas. Si los matamos, matamos también la familia de nuestra familia. Así se callaron las protestas. Por ahí empezó mi cabeza a perder el color del hombre y a hacerse anciano.

            -¿No te enoja el vivir entre ellos?.

            -El enojo no sirve al Chané. Al principio se llenó mi panza de enojo y mis dientes y mis brazos. Mi panza no podía comer ni beber. Mis dientes se cayeron de tanto chocar entre ellos y mis brazos se pusieron flacos, sin fuerzas. Ya no podían sostener ni siquiera el Kawi para hacer cortos a los días.

 

 

La creencia en otra vida llevó a los pueblos primitivos al enterratorio intencional de sus muertos. Entre los Chanás, esta práctica se ha constatado mediante la exhumación de cementerios emplazados en las proximidades de las aldeas… Estas referencias son tomadas de Félix de Azara. Población etnohistórica de territorio entrerriano Teresa Rocha (77).

Entre los Timbúes, los ritos funerarios concluían con la plantación de un ombú y la colocación de plumas de avestruz en el lugar de la inhumación. A él retornaban periódicamente para llorar a su difunto.

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            Se eligió un buen  lugar, alto, con pastos verdes y un gran árbol que hiciera de guía. El árbol parecía retorcerse contra el cielo. Eran rugosos sus nudos. Eran casi como dedos humanos las ramas en lo alto. Era el árbol preferido por nosotros. No se sabía de donde venía la noticia de que su sombra gustaba a los muertos. Sólo lo sabíamos y por largos pasos se buscó este árbol preferido  para el viaje.

            Las niñas trajeron gallitos de agua amarillos. Aquellos que usaba Upay cuando las peinaba en el río. Otros pusieron su mejor tazón y collares. Su padre agregó los regalos que con orgullo había recibido de Natú.

            Por las noches se habló con el nombre de Upay muchas historias. Para que los niños recordaran su cara, su pelo, sus risas. Era una forma de que algo quedara con ellos y también  de que ella en su largo viaje los recordara con cariño ante los Padres Supremos, los dioses.

            Jugaron a verla en los ojos rojos de las garzas zancudas. Hecha pluma para acariciar los pastos.

            Se comió en su honor y se bebieron largos tragos de chicha.

            Hubo alguien que dijo: -Yo la vi llorar en la mañana, su agua passó a la raíz del lapacho y ahora es un ramillete rosado con un corazón rojo que se mueve como si estuviera vivo. Eso pareció gustarles a todos.

            No importaba que nadie hubiera visto esa flor o que esa flor no existiera. En adelante ella tendría los labios de pétalos de lapacho y su cuerpo sería firme como el tronco incorruptible del árbol. Ella estaría en cada estación de flores y remontaría el viento y saldría de las gargantas del pueblo como algo natural y vivo que se puede tocar y oler como si aún anduviera correteando.

 

            El pueblo estuvo saludando su marcha hacia Yací. La anciana no anduvo entre ellos. Y Yacuma permaneció durante varias lunas perdido entre totorales y juncos, buscándose.

 

 

Idéntico sistema de trabajo, aunque mucho más diversificado, habría de aplicar para construir el escenario (o lo que se llama montaje en cine) de los protagonistas. Fueron válidas revistas, enciclopedias y aún programas televisivos como Discovery Channel (documentales) donde se reproducía flora y fauna. A modo de ejemplo, la revista El Espinal (colección El gran libro de la naturaleza Argentina (163)) “Entre el Chaco y el Pastizal Pampeano está la Provincia del Espinal, territorio fitogeográfico con forma de gigantesca herradura que rodea a ese bioma por el norte, el oeste y el sur. Recibe este nombre por el carácter xerófilo de sus bosques, en los que dominan los espinosos árboles de la subfamilia mimosáceas.

Es un largo arco que cubre planicies, llanuras onduladas y serranías bajas y que sufre – en su largo recorrido norte-sur y este-oeste – grandes variaciones climáticas: desde la subtropical húmeda (1100 milímetros de lluvia por año en la Mesopotamia) hasta la templada seca (240 milímetros en Santa Isabel, La Pampa)”.

 

 

Para el entorno fitogeográfico fueron válidos cortes esquemáticos que aquí se reproducen como (esq. Del espinal central, corte esq. Del espinal mesopotámico) y mapas (Ref. gráfica) . Era más que probable que de lo cuantioso leído sólo se extrajeran dos o tres renglones o una cierta atmósfera o entorno. Pero sin perder la mirada con que el hombre primitivo privilegiaba el protagonismo de la naturaleza en su vida (animismo animal o vegetal). Esta línea de trabajo atravesó toda la novela, incluso sirve para diferenciar las zonas “del viaje” que Yacuma emprende en todo lo largo del río.

29

  -Volverás a él y debe seguir siendo una forma de encontrarte.- Así dijo Ypayé hace un tiempo y aunque no entiendo, trato de seguir respetando la voz de su cabeza.

            -Ven hombre nuevo. Hay algo para enseñarte . Caminamos por una línea blanca de viejos pasos que abren los pastos amarillentos. Algunos árboles nos cruzan el paso y ellos los rodean tocando la madera y diciendo cosas. Frases cortas como saludos. Bromean sobre los tamaños de las orejas, y el piso que resbala en las primeras lluvias.

            -Hoy vas a conocer "el árbol". El nos alimenta cuando el maíz deja de crecer.

            -Conozco casi todos los árboles ¿Qué tiene éste?.

            - Fue dado al hombre chiriguano para apagar el hambre y sanar el cuerpo. También nos alegra las noches cuando se termina el Káwi.

            -Nunca lo vi.

            - Sólo lo buscamos cuando no hay otra cosa. Ese es el trato de los dioses. Donde no veas más que tierra y arena, allí mismo pone Tumpa un sólo árbol capaz  de alimentar al pueblo.

El sendero seguía parejo al costado del río aunque siempre un poco más adentro. Donde el itín* se hace espeso y aúlla como una mujer enloquecida, comenzaron a aparecer verdes oscuros contra otros más claros y brillantes. Todos parecían buenos árboles. Sus cuerpos eran robustos y altos. Las hojas algunas redondeadas, otras en puntas tapaban casi la luz del día. Seguían conociendo el lugar como si cada paso estuviera ya medido por otros.

 

 

            -Es el momento justo hombre nuevo. Cuando sus flores parecen irse y tiene aún estas chauchas verdes, comienza a darnos alimentos y remedios.

            Otros trepaban por las ramas oscuras desgajando partes que sabían buenas.

            El cazador dejó la rama a sus pies y estirándose tomó un mortero. Le alcanzaron semillas y corteza. Las separó con cuidado no dejándolas tocar el suelo.Una vez juntas empezó a machacarlas.

            En una bolsa había traído cebo de animal que agregó al mortero. Estuvimos escuchando el tuc... tuc...  del palo golpeador. Cuando parecía estar listo, lo hizo ver con el más anciano que asintiendo lo pasó en su pierna herida. Unos trapos sostuvieron la mezcla.

 

Si tuviera que dar un punto conclusivo (por el tamaño de la novela y la pasión del tema indígena podría seguir indefinidamente) puedo aportar que la construcción literaria salvaguardó todo lo que era humanamente posible, el mundo de los doctos, lo que tal vez no pueda afirmar es que no contenga algún equívoco fruto de teorías encontradas o por el afán que todo novelista tiene de hacer demasiado cercanos y queribles a sus personajes, aún los llamados oponentes o los que en lenguaje común diríamos detestables.

No privé de sus luchas y tropiezos a Yacuma, Ypayé y los otros personajes porque considero que los siglos no han borrado este gran intento y desafío que tenemos como pueblos sobre la faz de la tierra: “dejar al hombre ser hombre” de encontrarse en el ídem, idéntico a, el traslado de nuestros íntimos, unigénitos rasgos emocionales, que al hacerlos únicos nos universalizan. Sinceramente espero que mi novela transmita mi postura humilde en homenaje a los hombres de mi río y que haga incorporar por fin a los verdaderos y desconocidos habitantes del Paraná.

 

 

Libros:

 

Los aborígenes argentinos – Antonio Serrano.

Los guaraníes – La otra historia – Roxana Edith Boixador

Los chanaes: Primitivos Habitantes de la zona – Vicente Del Pópolo.

Clasificación. Etnología y Lingüística – Alfredo Tomasini.

De la vida, muerte y más allá del Chiriguano – Elfreda M. Bonnarens.

Bosquejo de una historia Social de los Chiriguanos – José Braunstein y otros autores.

Estudio de Griselda Tarragó – Conicet 1989 – San Lorenzo – Argentina.

Cuadernos Franciscanos N° 49 –Itinerario 13 (Complemento del 41-5) – Enero de 1978.

Artículos tomados de las Revistas de Antropología “Nuevas tendencias en la etnohistoria andina” – Lic.  María de las Mercedes del Río (antropóloga) – Prof. Ana María Presta (prof. de historia).

Artículo. La Lógica de la situación – Cecilia Hidalgo – Inst. Nac. de Antropología – Buenos Aires 1988

Comentarios sobre la Antropología Social Aplicada – Roberto Renguelet – Univ. Nac. de La Plata.

La Resistencia y rebeliones de los diaguita-calchaquí en los siglos XVI y XVII – Ana María Lorandi – Directora de Inst. de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Unvi, de Buenos Aires.

 

 

 

 

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