MANIFIESTO HUMANISTA Y BIOÉTICO DE JEREZ
Una Bioética Humanista para el Humanismo del Siglo XXI
14 de Octubre del 2001, Jerez de la Frontera, España.Con ocasión
de la asamblea anual de la Federación Española de Jóvenes Provida
Preámbulo: Conciencia Histórica y Tarea Actual
L |
os firmantes y simpatizantes de este Manifiesto nos encontramos
en sintonía con el mejor legado humanista universal, especialmente con el de
las herencias grecorromana (la razón universal) y judeocristiana (el amor
universal). Ambas se han sintetizado a lo largo de laboriosos siglos. En ellos
han destacado etapas como la de la creación de las Universidades en el siglo
XIII, el Renacimiento Italiano, el Movimiento Obrero y Democratizador y la
Emancipación de los Pueblos Colonizados y Oprimidos. Especial adhesión nos
merecen la Declaración Universal de los Derechos Humanos, magna expresión
contemporánea de la conciencia mundial sobre la dignidad de toda persona, y el
Juramento Hipocrático, pórtico histórico de la bioética humanista. Entre los
personajes recientes de referencia humanista nos identificamos con Mahatma
Gandhi, Martin Luther King y la Madre Teresa de Calcuta. Ellos han encarnado el
humanismo liberador.
Durante el siglo XX la humanidad ha avanzado sobremanera en los
campos científico y tecnológico, pero ha padecido las más monstruosas y
deletéreas injusticias: guerras mundiales, genocidios como el del holocausto,
el del pueblo armenio, el del ruandés, etc. Irresponsablemente es mantenida la
lacra del hambre y de la falsa deuda externa contra los pueblos empobrecidos.
Hoy es más escandalosa que nunca por la abundancia de bienes injustamente
distribuidos. No menos lamentables que todas las penurias físicas son la falta
de educación y de información veraz y la masiva manipulación de las
conciencias. También aquí se ha operado una extraña mezcla de avances y
desviaciones.
Alumbrados el siglo XXI y el tercer milenio, la familia humana,
más consciente de su unidad de origen y destino, necesita afianzar y
desarrollar su identidad frente a los actuales desafíos. Éstos en parte
conllevan la novedad del uso de adelantos técnicos, pero por lo demás nos
replantean el desmedido y egoísta deseo de riquezas, poder y comodidades. No
obstante, la inagotable esperanza en la humanidad de cada persona impide el
desaliento frente a las frecuentes y graves deshumanizaciones.
Las dictaduras fascistas y similares han sido derrotadas. Pero
aún persisten dictaduras comunistas y de integrismos pseudo-religiosos. No por
su virtud, sino por la decadencia de su oponente comunista el capitalismo se ha
reforzado. Ha extendido sus intereses a todo el globo, pero no los beneficios,
detentados por una minoría. Lejos de sustentar una real libertad de mercado,
impone el imperio de multinacionales y de la especulación financiera. Ésta nada
aporta y parasita sobre el trabajo de los hombres. El materialismo y la
violencia de un sistema, sea el fascista, el comunista o el capitalista, no har
á bueno a su oponente. La humanidad debe no conformarse con el sistema menos perverso,
sino que, fiel a su elevada condición, ha de seguir buscando un sistema moral,
político y económico de convivencia bueno y perfeccionable para todos. El siglo
XXI demanda un mayor humanismo, centrado de verdad en el valor supremo de cada
persona humana, con su vocación comunitaria y fraterna en su cultura y en la
humanidad. A tal humanismo, general y bioético, quiere servir este Manifiesto.
Nos sentimos comprometidos con la lucha pacífica por la defensa
y la promoción de todo ser humano en todas sus fases vitales, con independencia
de su genoma, origen paterno, condición socio-económica, edad, sexo, raza,
cultura, credo o cualquier otra distinción. Nuestro punto de partida es la
dignidad personal de todo ser humano. Todo individuo humano, por el hecho de
serlo, es persona y posee la plena dignidad personal. La inconfundible dignidad
humana y personal se asienta en la vocación a la vida plena en libertad y
felicidad. Con tal vocaci ón todo humano es concebido, pues desde la concepción
en el seno materno el ser humano crece él mismo autónomamente. Cualquier umbral
posterior para el surgimiento de la persona y de su dignidad es arbitrario,
obedece a intereses utilitaristas y rompe el respeto incondicional a toda vida
humana. De la dignidad humana se deriva la posesión de los inalienables
derechos humanos. Ningún poder político o económico legítimo ni ninguna
sociedad civilizada puede dañarlos o desatenderlos.
No obstante los esfuerzos contemporáneos por proclamar y
custodiar los derechos humanos, éstos siguen siendo menospreciados por doquier:
con descaro en las dictaduras y con sibilina hipocresía en muchos regímenes que
dicen ser democráticos. Sin un sustantivo y coherente respeto por todos los
derechos humanos no existe democracia auténtica. El pueblo no tiene el poder si
a todo el pueblo no se respetan sus derechos como personas. El pueblo de un
país está formado tanto por los ciudadanos con derecho a voto como por sus
hijos menores de edad desde el mismo momento de su concepción como individuos
humanos en el seno materno.
Prácticamente todos los derechos fundamentales se vulneran a
gran escala a pesar de los sinceros esfuerzos de gran parte de la comunidad
internacional. Al menos, muchas de estas violaciones son denunciadas y
rechazadas por gobiernos, asociaciones cívicas y sociedades. Causas como las de
los hambrientos, los refugiados, las mujeres y los niños maltratados, los
esclavos o las víctimas del terrorismo suscitan felizmente una preocupación
casi unánime en el mundo. En cambio, otros atropellos no menos escandalosos
apenas reciben atenció n, como las persecuciones contra la libertad religiosa y
especialmente contra los cristianos, o incluso son sustentados por destacados
poderes internacionales. Este indigno apoyo a grandes injusticias se concentra
en el campo bioético.
En efecto, en numerosas ocasiones hoy se enarbolan las palabras
"ética" y "bioética" para camuflar las más aberrantes
injusticias contra seres humanos concretos y contra la humanidad. En la ética
cabe un pluralismo amplio como amplio es el horizonte cultural humano. Pero
todo lo que sea matar seres humanos o crearlos para destruirlos, no podrá nunca
justificarse moralmente por más que se oculten datos científicos, se manipulen
palabras y estadísticas o se invoquen fines utilitaristas. Tristemente, los
principales poderes económicos, políticos y militares han propagado
internacionalmente el abortismo y otras formas de exterminio de seres humanos
en su etapa prenatal. Ahora se cierne la tentación de extender el exterminio a
los enfermos graves bajo la excusa de la "eutanasia". En unos y otros
casos se engaña a la opinión pública aduciendo que todo se hará sólo en casos
extremos y con el consentimiento de las personas implicadas. Décadas después,
tales excusas resultan manifiestas mentiras que ocultan intereses
inconfesables, con frecuencia de naturaleza economicista.
Algunos, pocos pero poderosos, promueven por cualquier medio
esta matanza de inocentes. Otros fingen situarse en un terreno neutral,
admitiendo compartir algunos de los casos de exterminio como algo
"inevitable". El sector más numeroso es el de los que no se dejan
engañar por la propaganda abortista y eugenésica, pero que apenas hacen nada
para frenar la muerte de tantos millones de inocentes. Deseamos que cada vez
sean más los que por medios pacíficos y racionales no cedan ni sean impasibles
ante tales injusticias de lesa humanidad. Éstos, los comprometidos con una
cultura de la vida, deben mantener una postura coherente y defender al ser
humano de cualquier lesión en sus derechos humanos, ya se trate del aborto, la
clonación humana, el hambre y la pobreza, la pena de muerte o las injusticias
laborales y ecológicas. El humanismo debe ser universal y completo y no un
sucedáneo de lo políticamente correcto o de lo que esté de moda en el propio
grupo social.
Ante tal panorámica proclamamos las siguientes convicciones. Son
un punto de llegada, al recoger todo un acervo de maduradas experiencias
históricas y actuales en torno a la dignidad de la persona. Son un punto de
partida para el diálogo, el debate y la vivencia entusiasta de lo que somos,
incluso a pesar de las propias deficiencias humanas. Nuestra intención es que
tales convicciones o principios no sólo reflejen una coherencia y fortaleza
racional, sino que sobre todo impulsen una práctica que anime los corazones de
todas las gentes de buena voluntad a fin de que la humanidad sea ella misma,
libre y feliz.
Principios Humanistas y Bioéticos para el Siglo XXI
I) Cada persona humana, por su vocación a la libertad, en
cualquiera de sus fases es un ser misterioso y maravilloso que posee unos
derechos y deberes propios de su gran dignidad. Todos los derechos humanos se
asientan en el derecho a la vida humana, desde su misma concepción. Todos los
deberes humanos giran en torno a proteger y promover la vida humana.
II) La vida humana es el don básico y global del que
gozamos los seres humanos. Por la vocación de la vida humana a la libertad
somos responsables de ella, para lo que contamos con una gran autonomía
personal y cultural. Al tratarse de un don y al ser nosotros seres limitados,
somos autónomos, pero no sus due ños absolutos. La vida humana es don y
responsabilidad creativa, nunca algo cosificable, manipulable o destruible
arbitrariamente.
III) El amor, virtud y valor supremo, es el acto de
plenitud de vida humana individual y social. El amor se concreta en una
creativa donaci ón cariñosa de sí, dispuesta a asumir el sacrificio por los más
pequeños y desvalidos. El amor debe unificar e impulsar todos los aspectos de
la vida humana y a todos los seres humanos.
IV) Una sociedad bien cimentada en el humanismo es la basada en la
opción preferencial por los pobres, empezando por los má s indefensos. Ante
ellos no basta el mero asistencialismo o la limosna. Muchas veces la llamada
"ayuda" o "limosna" no es más que una devolución escasa o
incluso esconde intereses comerciales o publicitarios. Se precisa erradicar las
causas de las diferentes injusticias. Éstas son correlativas entre sí y
comparten una base en el corazón humano y en su actual difusión internacional.
Ante todo hemos de cambiar de tenor de vida: vivir sencillamente para que los
pobres puedan sencillamente vivir. A la vez, se requiere un compromiso
organizado, autocrítico y perseverante en diferentes áreas, desde la ecología
hasta la educación de la infancia y la juventud más desatendidas.
En el campo de la justicia laboral y económica un factor clave
es la solidaridad de los consumidores, en especial de los pudientes, con los
trabajadores oprimidos. El consumidor ha de pasar de su servilismo ante el
sistema publicitario-consumista del capitalismo a una actitud crítica y libre
ante los desmanes de sus proveedores. Sólo ha de vender, quien practique un
comercio justo. Y tal solidaridad de los consumidores, que también son trabajadores,
ha de acompañarse con una reactivación de los sindicatos independientes, de
clase y no limitados a intereses corporativistas.
V) El humanismo, cultivo entusiasta de lo más humano
tanto en el aspecto intelectual-artístico como en el humanitario, ha de reinar
en todo el orden social, político, jurídico y económico, y encauzar la
concordia de toda la humanidad. Así, se asegura un predominio de los valores
morales humanistas sobre los valores que están a su servicio, los políticos y
económicos. Con ello, se avanza en un verdadero cosmopolitismo y universalismo
de la justicia y la paz, frente a la globalización capitalista centrada en el
máximo beneficio sin escrúpulos.
VI) El universalismo es la vivencia de la unidad de
origen y destino de la humanidad como tal. Hacia él , y no sin retrocesos,
viene avanzando la humanidad desde siempre. A partir de la revolucionaria
concepción lineal judeo-cristiana de la historia y con una racionalidad
universal grecorromana hemos puesto pie en la vivencia universal. Ahora estamos
entrando en una etapa especialmente intensa, consciente y comprometida de
nuestra universalidad. Dicha etapa, impulsada ya desde la Revolución Industrial
y la extensión mundial de la comunicación, el comercio y los transportes, no
puede confundirse con la llamada "globalización". Ésta indica sobre
todo una expansión inusitada del capitalismo, que es el sistema de vida social
y económica centrado en el capital, en la acumulación del dinero. El
capitalismo aprovecha el cauce de la actual etapa de universalización. Y,
valiéndose de prodigiosos avances técnicos, su globalización es la expansión
del dominio del dinero, cada vez más autónomo o especulativo, más acumulado y
menos sujeto a la libertad del mercado de la economía real. Las extremas volatilidad
y relatividad del dinero terminan inundando todas las relaciones humanas. La
subordinación total al dinero impone uniformismo de pensamiento, de costumbres
y entretenimientos, de idioma y vocabulario tópico, de semillas transgénicas y
de un neopaganismo confuso y descomprometido.
La fase especulativa y transnacional no es la última del
capitalismo, que se aproxima a su inquietante fase de biocapitalismo. Para ello
y como antaño, el gran capital promociona una bioética a su medida y un cortejo
de "intelectuales" e instituciones mercenarias, sin olvidar el grupo
de contestatarios oficiales que omiten las cuestiones claves. El biocapitalismo
consiste en prolongar la codicia capitalista a la riqueza natural de la
biodiversidad, patrimonio de la humanidad. Intenta imponer patentes sobre el
genoma humano, las semillas y todo el tesoro genético para beneficio principal
de su industria gené tica y farmacéutica. Un lugar donde se concentra la
codicia es el Amazonas, área del mayor patrimonio genético mundial. Con él una
élite podr á dominar la economía mundial. Así pues, la vocación del capitalismo
no es la de mundializar o universalizar, sino la de privatizar para unos pocos.
Su "globalización" es antiglobalizadora y antiuniversalista. La
auténtica globalización y universalidad será la de los recursos tecnológicos,
educativos y de bienestar. Lo que funciona en los países considerados
"capitalistas", es precisamente por los frenos a la maquinaria
capitalista y por las áreas de libre mercado que ésta aún no ha desecado.
Derrumbado el imperialismo soviético, el imperialismo restante no es el del
pueblo norteamericano, sino el del capitalismo, del que dicho pueblo y los
demás son víctimas, al menos en el plano de la libertad de conciencia.
VII) El nuevo humanismo requiere un nuevo y veraz
Renacimiento. Cada cultura debe reactivar sus valores clásicos, depurados
según el humanismo universal. En particular, los intelectuales y los pueblos de
raigambre heleno-cristiana necesitan recuperar el conocimiento del legado judeo-cristiano
y grecorromano, a partir del estudio y la educación en las lenguas clásicas. Es
necesario frenar el colonialismo cultural y preservar todas las lenguas en
peligro de extinción. Las lenguas son las piedras vivas del patrimonio de la
humanidad y el código genético de las culturas.
VIII) El optimismo humanista está enraizado en un realismo sobre
la compleja naturaleza paradójica del ser humano. Asume, pues, la paradójica
condición moral humana, que ni es total y definitivamente corrupta y
egoísta ni es del todo buena por naturaleza hasta el punto de que só lo unas
estructuras externas la perviertan. La persona humana es fundamentalmente
buena, pero alberga una intrínseca inclinación al mal frente a la que se juega
su libertad.
IX) La plenitud de la persona pasa por recomponer el
equilibrio entre lo individual y privado y lo comunitario y público. La
persona enriquece su vida interior en el compromiso comunitario y éste sólo
subsiste desde una rica vida interior. La unilateralidad individualista del capitalismo
y la colectivista de socialismos y fascismos han empobrecido a la humanidad.
Los reduccionismos mercantilistas y estatalistas han despersonalizado a los
ciudadanos. En lugar de la disgregación dominante del individualismo o de
grupos aislados, recuperemos la vida en comunidad de comunidades donde al menos
haya cierta comunidad de bienes.
Se abusa de contraponer simplistamente la llamada
"propiedad pública", que es la estatal o burocrática, y la
"privada", noción demasiado ambigua. "Propiedad privada"
indica desde la de un pequeño comerciante hasta la de una multinacional, entre
los que difícilmente puede haber libre competencia en el mercado. La propiedad
estatal o de las administraciones públicas es necesaria para los servicios
públicos del estado de bienestar. Ahora, sin negar otros modos legítimos, la
propiedad que más conviene promover, es la propiedad social o comunitaria,
sobre todo en su vertiente más democrática, la del cooperativismo
autogestionario. El estatalismo minimiza la libre iniciativa. El capitalismo
dice sostenerla, pero en la práctica favorece al m ás fuerte o competitivo y no
al más competente o que más aporte al mercado y a la sociedad. ¿Qué puede un
nuevo producto frente a otro inferior pero sustentado por una ingente inversión
en publicidad?.
X) La plenitud personal igualmente exige en unidad la máxima
valoración simultánea tanto del cuerpo y lo material como del espíritu y lo
transcendente. Una dualidad sin dualismos, en una unidad sin uniformismos.
Hemos padecido demasiado la parcialidad de materialismos y de espiritualismos.
La persona humana puede recrear armoniosamente la unidad de su cuerpo animal y
su espíritu libre.
XI) La sexualidad humana es una de las dimensiones
psicosomáticas más hermosas de la persona. Debe educarse ampliamente, con su
completo significado inscrito en el del amor, la complementariedad de sexos y
la autodonación de sí. Desfiguran la sexualidad tanto el puritanismo, que la
traumatiza y hace de ella un tabú, como la promiscuidad, que la trivializa y reduce
a mera animalidad e instinto. En los países consumistas se promueve la
promiscuidad a través de campañas engañosas sobre los anticonceptivos y las
esterilizaciones, sin apenas hablar de los riesgos de enfermedades venéreas. No
hay interés comercial en abrir la posibilidad a los jóvenes para que elijan la
regulación natural, que conduce a una autogestión y un autodominio dentro de
una pareja estable y bien comunicada. La educación sexual ha de iluminar
también el sentido de la procreación humana, que es mucho más que reproducción
física. Nunca ha de comercializarse, como en el caso de las madres de alquiler.
Los hijos han de acogerse como un don y no tomarse cual producto deseado y
adquirido por cualquier medio.
XII) El humanismo es comprensión y paciencia hacia las
debilidades humanas, pero jamás una coartada para la mediocridad y las
"éticas mínimas". Pedagógicamente éstas son deletéreas. Cuando se
parte de fomentar sólo un mínimo, de costumbre ya muy reducido, la persona no
rinde ni eso. Se han de promover ideales realizables, utopías relativas,
revoluciones pacíficas. Para normativas mínimas ya está el derecho, que
igualmente ha de inspirarse en un humanismo completo. Masas de tibios que
"no hacen mal", toleran las mayores atrocidades mientras no se vean
afectadas y son cómplices silenciosos de masacres.
XIII) Necesitamos ideales, no ídolos. En la cúspide de
los ideales está la vivencia armoniosa de una fe en las fuentes y en el destino
buenos de la vida humana y una racionalidad a la vez audaz y humilde, rigurosa
y poética. El ideal es confianza en un gran bien aún no alcanzado y es idea
racional para poner medios adecuados. En cambio, el ídolo es la engañosa
absolutización de algo relativo. Todo en este mundo es idolatrable, desde las
falsas imágenes de Dios hasta la mitificación de dirigentes humanos. En
especial pesan la idolatría del dinero, que disuelve todos los valores en puro
relativismo arbitrario, la del cientificismo ideológico y la de los
nacionalismos tribales y excluyentes.
XIV) En la base de todas las idolatrías y de casi todos los
males se halla la escasa búsqueda de la verdad. Los relativistas se
excusan de buscar más allá del curioseo, esgrimiendo que al final casi todo da
igual. Prefieren que la burocracia, la publicidad masiva y la ciencia
instrumental les den todo pensado. Los unilaterales o doctrinarios piensan
dominar ya en exclusiva toda la verdad relevante. Son ilusorios y cobardes los
sentimientos de seguridad de ambos fanatismos. La única seguridad relativa es
la de estar por buen camino mientras se está en camino, buscando porque se ha
encontrado y sin dejar de anhelar encontrar más para encontrarse a uno mismo y
compartir verdad y sabiduría vitales.
XV) Se sobreestima la imagen y, más en particular, la imagen
acelerada. Ésta impide la contemplación y la crítica, sobre todo frente a la
gran carga subliminal que nos rodea. En cambio, son infravalorados el
pensamiento y la palabra, y, por tanto, el ser humano. El pensamiento profundo,
en todas sus dimensiones (lógica, estética, espiritual, etc.), y la palabra
viva y oral apenas se cultivan ni se educan. Casi sólo cuentan el pensamiento
instrumental y el vocabulario de moda, edulcorados con una "buena
imagen" estereotipada. Se potencian y encomian los instrumentos de información
y comunicación, mientras se reduce al sujeto pensante y hablante. Así, la
persona es instrumentalizada, reducida a recurso humano. Luce ser criticón,
contestatario, pero escasea el espíritu radical y equilibradamente crítico.
Persisten tanto los chivos expiatorios oficiales como unas intocables
"vacas sagradas". Recuperemos la educación clá sica centrada en el
pensamiento y la palabra, valiosos por sí mismos. Una raíz del abortismo y
de otras grandes injusticias sociales surge de la falta de pensamiento riguroso
y lenguaje veraz.
XVI) Muy especialmente necesitamos reanimar el pensamiento
filosófico y teológico. El primero apenas subsiste por la habitual
reducción de la filosofía a comentario de textos ajenos. Además, éstos son
escogidos desde un sometimiento a corrientes muy limitadas, pero canonizadas en
exclusiva como "las modernas", las racionalistas-empiristas y sus
derivadas. Muchos titulados en filosofía pretenden seguir sepultando la
metafísica sin comprenderla. Numerosos teólogos se estancan bien en una repetición
de lo repetido, bien en lo políticamente correcto, sin desprenderse de una
adolescente ilusión de ser "avanzados" y "rebeldes". Gran
parte de los supuestos intelectuales y de la población es analfabeta en
teología, lo que les impide entender ya su propia fe ya su propio laicismo.
Pero la belleza inmensa del pensar y sentir filosófico y teoló gico nos
esperan. Forman parte de la educación fundamental y permanente de todo
ciudadano libre desde la infancia.
XVII) Un gran ideal general tan deseado como ofuscado en las
sociedades es el de democracia. Tan honda es la democracia en la
persona, que ante todo constituye una íntima vivencia moral de valores elevados
y plenificadores. Éstos se centran en el diálogo, desarrollo máximo de la
inteligencia comunicativa; el amor, desarrollo supremo de la voluntad; y la
libertad, síntesis de los anteriores, que a la vez concretan la igualdad. La
vivencia moral democrática se encauza a través de unos procedimientos
jurídicos, políticos y económicos. Hoy suelen estar mediatizados por intereses
económicos oligárquicos de determinadas multinacionales y otros grupos
elitistas de presió n.
XVIII) Aun valorando algunos rasgos democráticos subsistentes,
la mayor parte de las sedicentes democracias no lo son. Si ya los atenazadores
condicionamientos de las oligarquías económico-mediáticas, la mínima división
real de poderes y el ingente abstencionismo popular hacen tambalearse muchas
identidades democráticas, no hay que ser demasiado exigente para descartar de
la democracia todos los regímenes que sustentan la matanza de embriones o fetos
humanos, la pena de muerte o cualquier otro atentado contra las personas. No
hay poder del pueblo si se mata al pueblo. No hay democracia sin biocracia.
XIX) En particular, es urgente y sencilla la democratización
del poder ejecutivo. Como mucho, a los ciudadanos sólo se permite votar
para el poder legislativo; además, con sistemas de campañas y de ponderación
harto discutibles. Se les oculta sin necesidad los candidatos que en la mente
del jefe de filas ocuparían los cargos ejecutivos locales, regionales,
estatales o supraestatales, y que muchas veces serían más significativos que
los legisladores. Un programa, como una partitura, en todo depende de quien lo
va a ejecutar. Bastaría anunciar en campaña electoral quiénes ocuparían los
principales cargos ejecutivos en liza. Esto no interesa a los clanes
partitocráticos, pero sí al pueblo y a la democracia.
XX) Toda democracia, todo humanismo, toda persona tienen como
deber principal e insoslayable luchar pacíficamente contra las injusticias
propias y ajenas. Son prioritarias las luchas contra las que concentran mayor
número de víctimas mortales humanas, mayor indefensión y sufrimiento de las
mismas y mayor desconsideración social o de los poderes. Reunidos estos
criterios humanitarios, la máxima injusticia mundial resulta el abortismo. El
abortismo es la promoción masiva del asesinato de seres humanos en el seno
materno apoyada en una trasnochada ideologí a neomaltusiana y eugenésica y en
los pingües negocios de la industria abortera. Desde un falso feminismo se
esgrime un derecho de la mujer, que en realidad es otra ví ctima del aborto,
por las secuelas físicas, psíquicas y morales. Organismos internacionales, las
principales potencias capitalistas o comunistas, así como multinacionales y
potentados lo fomentan o aceptan. Sin desaliento frente a tales gigantes con
pies de barro, toda democracia, todo humanismo, toda persona deben apoyar
prioritariamente la maternidad y la paternidad responsables. Esto es, la
libre elección madura antes de procrear, antes de la concepción o presencia del
hijo, siendo los métodos naturales de regulación los dignos de la libertad
humana. Cuando el hijo o hija ya ha sido concebido y crece como ser humano, es
inhumano invocar la libertad para matarlo. Matar a un ser humano nunca se
justifica, m áxime a un inocente lleno de vida. Un embrión o un feto humano no
es un ser humano en potencia, sino un ser humano con muchas potencias. Y el ser
humano no es sino el animal con m ás potencialidades. Por ello, las madres y
familias en dificultad deben recibir un apoyo esmerado por parte de la sociedad
y de grupos especializados a fin de traer al mundo una nueva persona.
XXI) Además del brutal aborto quirúrgico, se propagan píldoras y
dispositivos abortivos camuflados de "contraceptivos" y la
destrucción de embriones humanos en la reproducción asistida y en la clonación
humana. Con alarde de maquiavelismo biomédico se presenta a la sociedad sólo
las supuestas ventajas de tales técnicas, silenciando su cara mortífera y su
descontrol. Tal es el caso también del suicidio asistido, oculto bajo el
eufemismo de "buena muerte" o "eutanasia". Una buena muerte
puede llevar a un moribundo a rechazar un encarnizamiento terapéutico, pero no
cabe confundir morir con dignidad con matar o matarse "con dignidad".
Incluso ritualizado, el suicidio es una torpeza, una cobardía y una acusación
hacia el entorno, si no se debe a un trastorno mental. Por más restricciones
que se quieran establecer, en la práctica su cobertura legal desencadena la
tácita aceptación de cualquier suicidio que en cualquier estado subjetivo se
solicite o subrepticiamente se imponga. Son ya miles los ejecutados sin
consentimiento. Frente a tamaña falta de humanidad hemos de instaurar un altruismo
biomédico por el que se asuma el esfuerzo y el sacrificio necesarios para
salvar y arropar toda vida humana desde la concepción hasta la muerte natural.
Y, de cara a poder defender la vida humana, cuando menos se ha de respetar la
objeción de conciencia del personal biosanitario. Salvemos vidas y salvemos
conciencias.
XXII) Más que ningún otro tipo de injusticia social las del
campo bioético han sido teñidas de un sofisticado entramado de manipulación
verbal y mediática que ha hecho pasar por "progresistas" auténticas
carnicerías humanas. La historia las juzgará retrógadas. Los organismos
internacionales, los estados, las multinacionales y los grupos sociales que hoy
fomentan el abortismo y crímenes similares habrán de pedir perdón, como hoy se pide
perdón por el esclavismo racista. De hecho, los "argumentos" de los
negreros y de los abortistas son análogos. Carente de argumentos científicos y
éticos, la propaganda abortista y eugenésica se limita a enfocar la libertad de
elección sin mencionar a las víctimas y los efectos secundarios, y a falsificar
la imagen de los movimientos pro-vida. Elude el debate de fondo ante la opinión
pú blica, a la que bombardea desde sus medios hegemónicos de comunicación hasta
en los programas de apariencia banal con planteamientos descaradamente
unilaterales. Incluso en congresos mundiales de bioética, que se presentan como
plurales, se omite la cuestión del aborto. Los poderosos abortistas consideran
consolidada su causa y prefieren evitar el debate. No obstante, insisten en que
se globalice la declaración del aborto como un derecho humano para imponer sin
discusión el aborto en todo el mundo.
Antes que una asociación, pro-vida es una actitud y una
visión humanista básica propia de toda persona o sociedad razonable y generosa,
que lógicamente asume como prioritario el derecho a la vida de todo ser humano.
Con independencia de las carencias o defectos humanos de los movimientos
pro-vida, la defensa pro-vida de toda vida humana debe informar el espíritu de
toda sociedad civilizada y toda bioética digna de su nombre. El carácter
pro-vida, tanto en los movimientos organizados como en la cultura, representa
una posición de auténtico pacifismo, feminismo, cientificidad y progreso.
Pro-vida es pacifista porque impulsa todo el esfuerzo necesario para evitar
salidas violentas a los problemas bioéticos. Es feminista porque muestra la
verdad a la mujer sobre las consecuencias de abortar a su hijo y la ayuda a
regular dignamente sus embarazos y su maternidad sin renunciar a su normal
actividad social y laboral. Es científica, pues apoya sus argumentos en los
datos de la biología y la medicina, y no en dogmas restringidos a una u otra
religión, como quieren hacer creer sus adversarios. Es progresista, porque el
progreso sostenible se funda en el respeto a toda vida humana. Es tan básica,
que resulta previa a todo planteamiento que se quiera calificar de
"izquierdas" o "derechas", pues a unos y otros debe unir el
respeto y la protección del ser humano desvalido.
XXIII) Particular dolor produce la situación de los ciudadanos
presos, tanto de los culpables de algún delito como de los inocentes. Los
sistemas carcelarios son inhumanos e ineficaces para la educación y la
reinserción en la mayoría de los países, incluyendo muchos de los supuestamente
democráticos. La desproporción de la poblaci ón carcelaria y la mayoritaria
presencia de las clases bajas y marginadas muestran el fracaso general de
dichas sociedades, y no sólo del sistema judicial. La ayuda fraterna y la
protección a las víctimas de delitos es compatible con un prudente y humano
trato a la persona encarcelada. Sólo desde la cercanía y la comprensión de la
sociedad se rehabilita una persona. Lo que jamás rehabilita ni frena el crimen,
es la cruel pena de muerte, que tan sólo responde a un inútil instinto de
venganza. Aun más desastroso es iniciar una guerra, siempre de consecuencias
imprevisibles, por motivos de revancha. Toda sociedad humanista se renueva día
a día practicando la sabia reconciliación de unos con otros, dando voz libre
a todas las disensiones a fin de superarlas pacíficamente.
XXIV) Buena parte de la población reclusa procede del
narcotráfico. La drogadicción, en todas sus variantes legales e ilegales,
constituye una de las más extensas y perniciosas plagas de la humanidad,
destruyendo pueblos y millones de familias. Pero el dinero de la droga es
administrado por los bancos de los países consumidores . Las adicciones a la
droga, a cierta genitalidad o al juego derrumban la libertad humana con una
falsa felicidad. Se inscriben en una marginación o en el consumismo capitalista
que nos consume. En lugar de estos sucedáneos de felicidad redescubramos la
alegría de vivir en el valor y la belleza de la vida misma, en su sencillez
y complejidad simultáneas, con un estilo de vida centrado en el cultivo de la
persona y la comunidad y no de las posesiones, instrumentos o vanidades.
XXV) Junto al narcotráfico deploramos la carrera armamentística,
el tráfico de armas y la mentalidad belicista que mueve a pueblos y
gobernantes. Necesitamos educarnos para la paz y buscar con inteligencia
y generosidad soluciones pacíficas para todos los conflictos. La guerra es una
concentración y aglomeración de males que nace de la guerra interna de los
corazones. Pacifiquemos nuestros corazones.
XXVI) Un contundente rechazo merecen tanto la violencia
estructural y silenciada que se ejerce contra los más pobres e indefensos, como
el terrorismo en todas sus formas: nacionalista, teocrático, laicista o
estatal. Las acciones terroristas son espectaculares y reciben amplia difusión
informativa. Pero la violencia estructural causa más víctimas y es la forma más
extendida de terror. Terror, por ejemplo, padecen muchos fetos humanos huyendo
del acero homicida del abortero; terror sufren muchas mujeres cuyo entorno las
impele al aborto para despu és abandonarlas en el síndrome post-aborto. Frente
al terror no vale el silencio ni la impunidad, pero tampoco la guerra sucia y
desproporcionada. El perd ón valiente y la verdad proclamada desarmarán
a los cobardes violentos antes que las represalias, alimento de la espiral de
violencia.
XXVII) El principal seno para la promoción de la paz, la
fraternidad y todos los valores humanos es la familia. Hoy sufre una
aguda desmembración en muchos países, con lo que el tejido social se deshace.
Reivindiquemos una protección de la familia acorde con su importancia central
en la salud social de los pueblos. Al tiempo, desde la vida cotidiana
redescubramos la belleza y la grandeza de esa continua entrega amorosa sin
límites entre varón y mujer que es el matrimonio, eje y garantía del proyecto
familiar. Ahora, el compromiso familiar no ha de clausurarse en sí mismo, sino
que ha de ser el vivero de la regeneración del compromiso y la militancia
social. Para ello ha de reinar en el hogar tanto un aire de entusiasmo juvenil
emprendedor y abierto, como una veneración al tesoro de vida y sabiduría que
representan los abuelos y, en general, los ancianos.
XXVIII) La mujer aún precisa extender su emancipación
para equiparar su reconocimiento social al del varón, mas sin perder su
identidad femenina y, al menos en sentido espiritual, su vocación materna.
Igualmente, el varón no ha de ensombrecer su identidad masculina y su vocación
paterna. Las identidades masculina y femenina son complementarias, se necesitan
para crecer.
XXIX) Importa sostener el espíritu y la orientación de este
Manifiesto y no su literalidad. Ello implica asumir la propia parte sustantiva
de culpa, por acción u omisión, y de responsabilidad. No cedamos a la cómoda
postura de pensar que la culpa y la responsabilidad reside sólo en otros. No
hay unos "malos" oficiales y únicos, aunque ciertamente algunas
entidades e individuos se signifiquen más. Ni toda la responsabilidad es de los
gobiernos y las grandes organizaciones. Todos necesitamos comprometernos en
persona y comunitariamente, estudiando, informándonos, dedicando tiempo y
recursos por amor a la humanidad concreta de cada individuo.
XXX) El ser humano no viene de la nada ni termina en la nada; la
vida personal no es un sinsentido en su origen y en su fin: no estamos solos
con nuestra esencial limitación ante la muerte y el dolor. Es ésta una
fundamental convicción humanista de todas las culturas y civilizaciones, de
todas las personas destacadas en hacer bien a la humanidad y de la gran mayoría
de los principales pensadores de la historia. La humanidad ha ido vislumbrando
que el sostén básico de las personas es un ser personal. Ante este ser personal
la bú squeda no se detiene; se interna en el misterio de nuestro origen,
esencia y finalidad. Así, nos llegamos a abrir a la inconmensurable
presencia de Dios. Lamentablemente, aún más que otras verdades la verdad de
su presencia se ha desfigurado, por torpeza, por intereses o por soberbia. Pero
siempre será el gran misterio hacia el que converja la humanidad para descubrir
su plena fraternidad y una esperanza y una creatividad ilimitadas. Además, un
factor esencial para la paz es el encuentro y la comprensión entre las personas
de las diferentes religiones y entre tales personas y las que se sienten ajenas
a la religión. En especial los judíos, los musulmanes y los cristianos,
adoradores del mismo Dios y descendientes en la fe del común patriarca Abraham,
se traicionan a sí mismos si no conviven en fraternidad. Una postura atea o
agnóstica puede tener el mérito de rechazar imágenes falsas de Dios o
inmoralidades de los que aparecen como representantes religiosos. Pero un
ateísmo o un agnosticismo estáticos y autocomplacientes constituyen un ingenuo
y arrogante prometeísmo deshumanizador. Aún más deben buscar y purificarse los
creyentes de cualquier religión, abiertos como están a lo infinito. En todo
caso, ni unos ni otros pueden enarbolar en exclusiva la cientificidad de sus
cosmovisiones respectivas. Todos andamos condicionados por nuestra religión o
nuestra falta de religión. Cuando menos, evitemos tanto los fanatismos
religiosos como los fanatismos laicistas. Los primeros niegan la propia
religión. Los segundos anulan el legado cultural milenario. Lo básico es
dialogar y seguir buscando en pro de una esperanza sólida para la humanidad.