Luce Fabbri

Seguramente en algún momento será necesario encarar apuntes biográficos, profundizar en los detalles y desmenuzar analíticamente sus aportes. Sea como sea, ese momento no es ahora, en que la proximidad de su muerte -pero, sobre todo, la proximidad de su vida- sólo nos permite retener la ejemplaridad indivisible de sus mensajes más esenciales, la imagen entrañable de una compañera del siglo que con él nos deja pero sólo para no abandonarnos más. Porque la vida de Luce Fabbri, en efecto, sólo podrá concebirse como extinguida el 19 de agosto de este año 2000 meramente a efectos biológicos y estadísticos. En lo demás, todos sabemos que todavía podremos contar con ella en más de un aspecto fundamental de las luchas por venir. Algunos dicen que Luce tenía 92 años, pero lo más razonable es suponer que, eternamente joven y vital como era, ello sólo fue así bajo las prescripciones estatales sobre cómo llevar las cuentas de nuestra vida. Lo que sí sabemos es que había nacido en Italia, en tiempos de los que sólo ella podía hacer memoria, y que respiró desde siempre el oxígeno anarquista de la revuelta. Hija de Luigi Fabbri -notorio militante libertario, perteneciente al círculo íntimo de esa notable referencia ideológica que fue y sigue siendo Errico Malatesta-, conoció de primera mano los avances del fascismo y las persecuciones consiguientes; un hecho del que supo extraer siempre nuevas reflexiones y nuevas enseñanzas.

Asentada con los suyos en Montevideo, participó inmediatamente en los ajetreos de los exiliados anti-fascistas italianos en ambas márgenes del Plata. El fascismo era una herida en carne viva que, sin embargo, no le impidió integrarse plenamente a las particulares inflexiones de lucha de estas tierras. Su vocación y su talante libertarios no conocían ni reconocían fronteras y, así, Luce se vio también rápidamente incorporada, en los lejanos años 30, a las polémicas del movimiento sindical y a las actividades de organización y difusión de grupos anarquistas específicos. Su frecuente ir y venir entre Montevideo y Buenos Aires la transformaron también en un nexo de hecho entre los movimientos libertarios uruguayo y argentino.

No cabe en estos momentos insistir demasiado en lo obvio. Un simple vuelo de pájaro nos mostraría a Luce en su recorrida por el siglo desde aquel lejano entonces: la solidaridad con la Revolución Española, los Studi Sociali, las Juventudes Libertarias, la Casa de los Libertarios, la primera fundación de la Federación Anarquista Uruguaya, la Alianza Libertaria, la Editorial Acción Directa y tantas otras cosas que no caben en esta reseña hasta llegar al Grupo de Estudio y Acción Libertaria y su publicación Opción Libertaria; un emprendimiento que, tratándose de quien se trata, habrá que considerar como el más reciente pero que nunca habría de ser el último.

¿Será necesario, además, decir que la militancia "uruguaya" de Luce no le restó fuerzas ni tiempo ni ganas para seguir manteniendo sus vínculos con los movimientos anarquistas argentino e italiano? ¿Alguien necesitará que se le recuerde que a Luce le sobraron energía y talento para ser también una destacadísima docente y crítica literaria, una actividad que le valió respetos y reconocimientos bastante más allá de las "fronteras" anarquistas? ¿Habrá quién dude que, hasta ayer mismo, se recurrió a sus recuerdos y a sus reflexiones por parte de historiadores, novelistas y cineastas profesionales? ¿Será acaso casual que grupos feministas la tornaran fuente de consulta permanente y referencia indiscutible?

Pero incluso estas coordenadas, imprescindibles para su ubicación histórica concreta, son insuficientes para captar los núcleos fundamentales de su actuación. Porque lo raigal, lo detonante, lo sustancial, habrá de encontrarse en la fuerza, en la perseverancia y en el empuje que permitieron a Luce recorrer un siglo de luchas libertarias sin desfallecimientos y con esa admirable entereza que habría de permitirle superar todas las adversidades habidas y por haber. Un prodigio tal de permanencia sólo es posible cuando el pensamiento que lo anima no es una doctrina frívola y de ocasión sino una decisión casi biológica, motriz y generadora, que se ha hecho carne del propio cuerpo que lo alberga.

Pero, a su vez, en el caso de Luce, esa decisión casi biológica no fue nunca una programación genética con la que era imposible romper. Antes que eso, se trató siempre de una decisión permanentemente renovada y puesta en cuestión una y otra vez; se trató siempre de la llama inextinguible del sentimiento acompañada por una sucesión de actos de pensamiento rabiosamente lúcidos. Porque Luce nunca fue la propagandista automática de un texto siempre igual a sí mismo sino que su capacidad crítica la condujo habitualmente a manejar el bisturí con amorosa "crueldad" contra sus propias reflexiones, a poner en tela de juicio y entre paréntesis sus propias conclusiones.

Sólo así, quizás, es posible concebir que un cuerpo tan frágil y una sensibilidad tan despierta pudieran hospedar tanta reciedumbre, tanta convicción, tanta fuerza. Sólo así, quizás, es posible comprender esa capacidad para situarse por encima de los ejercicios meramente nostálgicos y mantenerse permanentemente joven, insobornablemente actual, inconfundiblemente contemporánea. Sólo así, quizás, es posible entender cómo una misma vida puede trazar un arco de coherencia imperturbable entre sus lejanísimos enfrentamientos anti-fascistas y el entusiasmo que apenas ayer manifestaba por un resurgimiento libertario que para ella se estaba haciendo cada vez más evidente. Una forma de sentir, una forma de pensar y una forma de actuar tales no podían traducirse de otro modo que a través de un respeto visceral hacia todos los compañeros -sin distinciones de edad, relevancia o experiencia acumulada- con que Luce se topó a lo largo y a lo ancho de su vida. Porque, si bien nunca rehuyó la polémica ni adoptó la posición cómoda de situarse más allá de toda controversia, Luce tampoco dejó de tender puentes entre las posiciones más adversas del movimiento libertario. En ese sentido, fue también un ejemplo de tolerancia, de diálogo y de reconocimiento hacia quienes pensaban y actuaban según criterios que ella no compartía.

Todo ello fue el caldo de cultivo temperamental de una trayectoria que, por su propia esencia, no admite imitaciones sino que convoca a un esfuerzo de creatividad, de lucidez, de constancia, de garra, de invención -de libertad, en suma- donde cada cual pueda descubrir, en sus propias entrañas y con sus propios rasgos, esa misma estatura militante y ese mismo interminable gesto de amor. Luce se llevó consigo los planos de esa obra ejemplar que fue su vida, pero su ausencia se torna imposible en tanto nos lega esos ladrillos de construcción y esa arcilla de modelaje que seguirán incitándonos a ser, como lo fue ella, albañiles y ceramistas pasajeros pero insustituibles de un futuro libertario.
Hosted by www.Geocities.ws

1