Fuente: Rafael Argüello G.
Memoria de Betijoque: La fiesta de las candelas
El culto a la Virgen de la Candelaria en nuestra ciudad, se origina con la construcción de la primera capilla pública levantada en el sitio de "de Vetijoc", según lo ordenado por el Obispo de Venezuela, Monseñor Fray Juan José Valverde, a su fugaz paso por el lugar en el año de mil setecientos treinta y nueve, como un acto de consolidación a la población que comenzaba a gestarse, en el entorno de lo que en épocas venideras construiría el centro urbano de la población.
Uno de los pocos españoles que se habían asentado en el lugar -ya que la gran mayoría de habitantes eran familias indígenas- lo era el canario de apellido Salagure, quien mantenía en su casa de habitación una imagen de la Virgen de la Candelaria, que era la patrona de las islas Canarias. Salagure aprovechó la oportunidad de la decisión del obispo, lo que le permitió obtener el permiso necesario para que al lado del altar donde se veneraría el patrono San Juan Bautista, se colocase también la imagen de esta Virgen.
De esta manera, Betijoque desde sus inicios, contó con la protección celestial, además del patrono, de una vicepatrona, la Virgen de la Candelaria. Hecho que treinta y ocho años más tarde, confirmaría otro prelado, llamado Monseñor Mariano Martí, cuando en el 13 de abril del año de mil setecientos setenta y siete, visitó esta capilla u oratorio, dejando constancia en su relación escrita, de que en esta capilla existían, desde su construcción ordenada por Valverde, dos altares donde se veneraban las imágenes del patrono del lugar San Juan Bautista y de la Madre de Dios, la Virgen de la Candelaria; agregando que el cura de Escuque, venía todos los años a celebrar las correspondientes festividades religiosas -esta Capilla y su territorio pertenecían a la parroquia o curato del Dulce Nombre del Niño Jesús de Escuque-.
La primera imagen de la Candelaria, se mantuvo en su correspondiente sitio del altar mayor, hasta comienzos del siglo XX, cuando en el año de 1902, fue sustituida por una imagen de las llamadas popularmente de "bulto" -que no son otra cosa que esculturas. Traída de España, esta escultura acompañó a otras tantas que se conservan en la Iglesia parroquial y que fueron producto de los talleres de la escuela de la ciudad de Sevilla. Fueron traídas directamente de España, por la Sociedad benefactora en todos los órdenes sociales y religiosos de la población, tomando el nombre de Sociedad "Caridad", fue siempre presidida por la noble matrona Doña Auxiliadora de Guijarro. Lamentablemente, estas imágenes religiosas, han ido perdiendo a la par que su valor artístico, su valor o presencia estética; porque todas sin excepción han caído en manos de seudo-restauradores y de personas aficionadas a la pintura en general, que han alterado en forma irremediable los delicados matices originales y que solamente pueden restaurar daños o mutilaciones a verdaderos restauradores de escuela, que por su delicado y profesional trabajo cobran altos honorarios. Con las continuas labores del repintado de estas imágenes, se va agudizando este problema, tengo conocimiento que este año le tocó la repintada a la imagen original de la Candelaria, que a no dudar habrá perdido los delicados matices de su rostro.
Con la adquisición de la nueva imagen, los betijoqueños que conformaban aquella clase social alta y poderosa y representativa, formada por sesenta y ocho familias, todas en su totalidad de origen marabino al detentar todos los poderes en el orden civil y eclesiástico. Pronto se olvidaron de festejar su santo patrono y en las primeras décadas del pasado siglo XX; impusieron, y se dedicaron a celebrar con todo entusiasmo el culto a la virgen de la Candelaria; se conformaron y establecieron aquellas grandes festividades, tanto en el aspecto religioso, con solemnes ritos consistentes en novenarios de misas, que se prolongaban por todo el mes de febrero; ofrendas de numerosas familias, de procesiones; de la competencia y trabajo de honorables hogares betijoqueños con apellidos tradicionales como: Matheus, Jugo Amador, Méndez, Cardozo, Balestrini Guerrero Fuenmayor y Guijarro; en el Arenal las familias Díaz, Cubillán y Aguaida; las que con gran afán y exquisito gusto artístico se encargaban de adornar el templo parroquial, la confección del trono donde era colocada la imagen en las procesiones, la motivación a los vecinos para la elaboración de arcos en las calles y demás adornos a las viviendas particulares.
En el aspecto de las fiestas de calle; la ciudad engalanada con sus bambalinas de papel de seda, arcos y leyendas con las que se saludaba a la vicepatrona, se complacía en ofrecer a propios y extraños venidos de las principales ciudades y pueblos vecinos; su máxima atracción: las corridas de toros. Para este fin, los barrios de La Pueblita, El Arenal y El Cedro, se armaban las barreras que eran acondicionadas con baras y horcones que se clavaban en el empedrado de la calle; estas instalaciones abarcaban varias cuadras del barrio y unos de sus callejones servía de encierro para los toros.
Todos los hombres que acudían a los toros, fuesen mozos, niños o viejos, se armaban de un garrote, bastón o algún trozo de madera, utilizado como defensa o para molestar al animal que iba a ser lidiado. En los primeros tiempos, acudían a estas fiestas patronales, toreros bufos, venidos de otras regiones, que con sus suertes y piruetas hacían la delicia de grandes y chicos. Posteriormente un torero criollo, entusiasmó con su labor ante los astados, al colectivo betijoqueño; se trataba del famoso torero Naranjo o Naranjito en la juerga popular, con su traje de luces -un poco maltratado por el uso y las inclemencias del tiempo- este torero nativo de Escuque, acudía puntualmente todos los años, a enfrentarse a los toros en la fiesta de la Candelaria. Demás está decir que la suerte y lances en los que exponía su vida; levantaban de entusiasmo o temor, principalmente, entre las damas.
Pero, donde se desbordaba el entusiasmo y alegría de los asistentes, ocurría cuando el pobre animal aturdido y asustado ante las amenazas, gritos, estallido de la pólvora y la música, optaba por fugarse del encierro, buscando un punto débil en las barreras, cuando el público se retiraba momentáneamente de las mismas. Al escaparse se producía una feroz persecución del pobre astado; que por lo regular, según fuese el sitio de la corrida, terminaba en las Sabanas del Cementerio, de los Cuatro Vientos o las barrancas de La Vichú. Acorralado en ese lugar, el popular Numa -ducho en el manejo del ganado- ponía en acción su lazo para que el animal retornase a su encierro. A esta manifestación popular, se unían otras expresiones como; los palos y cochinos encebados, las piñatas en ollas de barro y las famosas cucañas, las retretas de la plaza Bolívar acompañadas de fuegos artificiales y los paseos musicales por principales calles de la ciudad. Las fiestas patronales de Betijoque forman parte de un pasado que no volverá; fueron otros tiempos, otras gentes que amaban y defendían la identidad del pueblo. Irónicamente, el progreso que adquirió Betijoque en las tres últimas décadas del pasado siglo XX, acabó con esta expresión folklórica; cumpliéndose así la sentencia de una conocida folklorista que afirmó que donde llegaba el progreso se acababa el folklor. Y como homenaje recordatorio de aquella bella época; evoco un bello soneto en honor a la Candelaria en su día, escrito por el doctor Fernando Guerrero Fuenmayor, en el año de 1911, titulado Luz y Pureza 11:
En la Candela, Oh! Virgen! Se revela
De tu pureza un símil, sin segundo,
Y por eso en tu honor celebra el mundo
La fiesta ovacional de la Candela.
Dicen que de tu nombre, cada vela
Tiene una chispa de amor profundo,
Y por eso tu vela el moribundo
Ver encendida al expirar anhela.
Oh! Candelaria De tu luz divina
Un destello concédeme; ilumina
El rumbo incierto de mi vida oscura.
Oh! Vaso Excelso de tu pura esencia
Brinda una sola gota a mi existencia
Y convierte mi acíbar en dulzura.
F.G.F.
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