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Fue en el año 1988. Recién habíamos llegado los Oblatos para iniciar la misión en Guatemala. Una mañana de octubre de ese año, se acerca Salomé, la encargada del dispensario y me dice: Padre, lo buscan. Una señora quiere tener una entrevista con usted. Está bien. Respondí. Que pase. Yo muy seguro, con mis siete meses de sacerdocio al frente de la Parroquia de San Miguel Uspantán. Llegó la señora. Como no sabía hablar español (la castilla dicen aquí), Salomé hacía de traductora.
Se inició la entrevista. El primer gesto de la señora fue regalarme unos blanquillos (huevos), y trató de decirme por medio de la traductora que le dolía el estómago. Digo trató, porque yo no dejé terminara la frase y la atropellé con mis palabras y argumentos diciéndole que no soy doctor, que ese problema lo resolviera con Salomé o que fuera al Centro de Salud, hice el intento de alejarme. Con mucha paciencia, Salomé me explicó: No padre, no es eso. El mal de la señora, es que es viuda y el hermano de su finado esposo le pidió casarse con ella; y su dolor es de tanto pensar de si no será pecado casarse con el hermano de su finado esposo y de no saber que hacer. Cuando me di cuenta, dije: ¡Qué animal soy! Me sentí muy mal y no sabía como disculparme por no haber entendido la cosmovisión del pueblo maya donde todo está integrado, Una discusión, un problema, la tristeza, etc.; pude provocar un dolor de estómago o puede tener otras repercusiones en la salud física. Después buscamos solucionar el problema. |
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