Pero lo que sigue es todav�a m�s duro. Dice �l que los que practican virtudes monacales pagan un precio excesivo; se ven excluidos del bienestar y de la comunidad humana: el melanc�lico, el entusiasta atolondrado, el absurdo, despu�s de la muerte quiz�s tenga un lugar en un calendario (como �santo�), pero, mientras est� vivo, apenas ser� admitido a la intimidad y a la sociedad, a no ser por aquellos que son tan delirantes y sombr�os como �l mismo.
Por brutal que pueda sonar esto, contiene un saludable aviso, con un eco apreciable de lo que Jes�s dijo cuando nos advirti� que tenemos que ayunar en secreto, no andar tristes y cabizbajos cuando practicamos ascetismo, y asegurarnos de que nuestra piedad no sea demasiado llamativa en p�blico. Si en algo Jes�s es claro, es precisamente en esto.
�Por qu�? �Por qu� habremos de evitar toda exhibici�n p�blica de nuestro ayuno, de nuestras pr�cticas asc�ticas y de nuestra oraci�n personal?
La advertencia de Jes�s va, en parte, contra la hipocres�a e insinceridad, pero hay a�n m�s. Est� tambi�n por una parte la cuesti�n de lo que estamos irradiando, y por otra la de c�mo nos perciben los dem�s. Cuando exhibimos llamativamente ascetismo y piedad en p�blico, aun cuando seamos sinceros, lo que queremos irradiar y lo que los dem�s (y no precisamente los David Hume de nuestro tiempo) perciben en nosotros son con frecuencia dos cosas muy diferentes. Quiz�s queramos irradiar nuestra fe en Dios y nuestra entrega a cosas y valores que sobrepasan este m undo, pero lo que otros f�cilmente leen en nuestra actitud y en nuestras acciones es falta de bienestar, falta de alegr�a, depresi�n, desd�n por lo ordinario y como una compensaci�n no-tan-disimulada por estar �perdiendo la vida�.
Y esto es precisamente lo opuesto a lo que deber�amos estar transmitiendo. Todas las virtudes monacales (y conste que son virtudes reales) intentan abrirnos a una m�s profunda intimidad con Dios y por eso, si nuestra oraci�n y ascetismo son sanos, lo que deber�amos estar irradiando es precisamente salud, felicidad, alegr�a, amor por este mundo y sentido de c�mo los goces ordinarios de la vida son hasta sacramentales.
Pero esto no es f�cil de realizar. No irradiamos fe en Dios y bienestar aceptando sin sentido cr�tico y animando cualquier esfuerzo del mundo por ser feliz, ni destellando una falsa sonrisa cuando en el hond�n de nuestro coraz�n apenas logramos apa�arnos para mantener nuestra depresi�n a raya. Irradiamos fe en Dios y salud dispensando amor, paz y serenidad. Y no podemos hacer esto mostrando un desd�n por la vida o por la forma con que la gente ordinaria busca la felicidad en esta vida.
Y �se es un reto dif�cil, especialmente hoy. En una cultura como la nuestra, es f�cil mimarnos y malcriarnos a nosotros mismos; es f�cil que nos falte todo sentido real y profundo de sacrificio, que estemos tan hundidos en nuestras vidas y tan absortos en nosotros mismos que perdamos todo sentido de oraci�n, y que vivamos sin ning�n ascetismo real, especialmente sin ascetismo emocional. Entre otras instancias, vemos esto hoy en nuestros negocios patol�gicos, en nuestra incapacidad de mantener vida de oraci�n personal, en nuestra creciente inhabilidad para ser fieles a nuestros compromisos y en nuestras luchas contra adicciones de todo tipo: comida, bebida, sexo, entretenimiento, tecnolog�a de la informaci�n... La pornograf�a en internet es ya la mayor droga-adicci�n en todo el mundo. Oraci�n y ayuno (al menos de tipo emocional) escasean. Las virtudes monacales son hoy m�s necesarias que nunca.
Pero tenemos que practicarlas sin exhibirlas p�blicamente, sin desde�ar lo bueno que hay, dado por Dios, en las cosas de este mundo, sin insinuar que nuestra propia santidad personal es m�s importante para nosotros y para Dios que el bien com�n de este planeta, y sin sugerir que Dios no quiere que gocemos y nos deleitemos en su creaci�n. Nuestro ascetismo y oraci�n deben ser reales, pero para ello deben tambi�n irradiar bienestar, y no ser como una especie de taimada compensaci�n por no lograrlo.
Y eso, un bienestar que da testimonio de la bondad de Dios, es exactamente lo que percibo en los que practican las virtudes monacales de una manera saludable. La oraci�n y el ayuno, practicados correctamente, irradian salud y bienestar al mundo, no desd�n ni desprecio. Si David Hume hubiera sido testigo de la salud an�mica y del amor de Jes�s al interior de su oraci�n y ascetismo, sospecho que habr�a escrito de forma muy diferente sobre la virtud monacal.
As� pues, tenemos que tomar m�s en serio las palabras de Jes�s de que el ascetismo y la oraci�n personal tienen que hacerse �en secreto�, a puerta cerrada, de modo que el rostro que mostramos en p�blico irradie salud, alegr�a, bienestar, felicidad, serenidad y amor por todo lo bueno que ha hecho para nosotros el mismo Dios, a quien la oraci�n y el ascetismo nos acercan eficazmente.
Las bellas manos que cortaban las flores del huerto han desaparecido ya hace tiempo. Hoy solo quedan en la casa un hombre y un ni�o. El ni�o anda solo por el jardin, por la calle, por el patio. Desde que murio la madre nadie se preocupa del ni�o. visita nuestra web