MIGUEL HIDALGO Y COSTILLA

Y SU PRENDIMIENTO EN EL CAMINO REAL DE MONCLOVA.
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CRONICA DE LA CONSPIRACIÓN EN CONTRA DEL 
MOVIMIENTO DE INDEPENDENCIA.
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Monumento a los Héroes insurgentes ubicado a un costado de la Loma del Prendimiento

La agitación por la independencia introdujo a los Sánchez Navarro en la política, quebrantando así su patrón de conducta que había prevalecido por años. Con excepción de una ocasión, en 1790, cuando Manuel Francisco sirvió como juez de paz en Santa Rosa, habían evitado abiertamente la participación en política. Seguros de su poder económico y del prestigio de José Miguel como clérigo principal en Coahuila, tradicionalmente la familia prefirió trabajar tras bambalinas.
Además de su amistad personal con las autoridades locales, los Sánchez Navarro podían apoyarse en dos parientes que ocupaban puestos públicos. Uno era Juan Ignacio de Arizpe, quien además de ser cobrador de impuestos en Monclova durante casi treinta años, fue gobernador interino de Coahuila desde agosto de 1805 hasta julio de 1807. El otro pariente era Manuel Royüela, un español nacido, en 1759, en el seno de una familia de hidalgos. De joven tuvo el cargo de secretario del guardián del fuerte de Acapulco y cuando la corona estableció, en 1792, una agencia de tesorería de Saltillo, para facilitar el pago a las tropas de las provincias del noreste, Royüela recibió el cargo de tesorero. sus servicios fueron evidentemente satisfactorios, ya que en 1794 recibió la Orden de Carlos III. Royüela se convirtió en un miembro de la familia Sánchez Navarro al casarse, en 1789, con María Josefa, hija de Manuel Francisco.
Aunque preferían concentrase en sus actividades, estaban sumamente interesados en la política. A través de su extensa red de corresponsales José Miguel sabía lo que estaba sucediendo no sólo en el virreinato sino especialmente en la península después de la invasión de Francia a España, en 1808. Por su parte, José Melchor estaba ávido de aprender lo que pudiera acerca de los Estados Unidos. La curiosidad del hacendado fue descrita por el teniente Zebulón Pike, quien estuvo en El Tapado, en 1807, mientras era escoltado a la frontera de la Nueva España. Los dos hombres se llevaron bien y José Melchor mostró una sed insaciable por saber acerca de las leyes e instituciones americanas. El interés del hacendado en asuntos públicos lo hizo que se apartara de la teoría, ya que rompiendo con la tradición familiar, aceptó el cargo de alcalde de Monclova, en enero de 1810.
José Melchor empezó a involucrarse realmente en la política, en el otoño de ese fatídico año. El 22 de septiembre estaba en Saltillo para las ferias, cuando le llegaron las noticias de que el padre Hidalgo había levantado en armas a la región de San Miguel el Grande el día 15 de ese mes. Saltillo estaba lleno de visitantes y José Melchor receloso de que las autoridades no estuvieran en posibilidad de preservar el orden, en vista de las sensacionales noticias, se hizo cargo de la situación. envió un mensaje a Monclova urgiendo al gobernador de Coahuila, teniente coronel Antonio Cordero, para que regresara a Saltillo y controlara la situación. Habiendo recibido un mensaje similar de las autoridades de Saltillo, el gobernador comenzó a reunir las tropas del presidio y procedió a movilizar a la milicia. Cordero decidió que Saltillo sería el punto de reunión, pero debido a las distancias, le tomó varios meses concentrar sus fuerzas. Mientras tanto Saltillo sufría una inquietante agitación por los informes de los triunfos militares de Hidalgo. La ansiedad aumentó cuando en noviembre llegó una gran caravana de refugiados, muchos de los cuales eran mineros de Cedral, Matehuala y Real de Catorce y con ellos traían sus barras de oro o plata a guardar en las tesorería de Saltillo, ya que los caminos al sur estaban cerrados. Los refugiados traían las alarmantes noticias de que San Luis Potosí había caído en manos de los rebeldes y que uno de los subordinados de Hidalgo se estaba preparando para marchar sobre Saltillo. Para defender la ciudad, Cordero ordenó a sus tropas concentrarse en la hacienda de Aguanueva, estratégicamente localizada a 26 kilómetros al sur de Saltillo. Durante noviembre y diciembre Cordero y el tesorero real, Manuel Royüela, trabajaron arduamente para equipar las unidades que iban llegando al campo realista.
Cuando a principios de enero de 1811 aparecieron las hordas de los temidos insurgentes, Cordero tenía en Aguanueva setecientos hombres y seis cañones. Los rebeldes comandados por el general Mariano Jiménez eran entre siete y ocho mil y traían un tren de artillería de dieciséis cañones. El 7 de enero de 1811 las dos fuerzas se divisaron en Aguanueva. Cordero comenzó a desplegar sus tropas, pero los realistas acobardados por la gran superioridad del enemigo desertaron en masa sin disparar un solo tiro. el gobernador desanimado escapó y un grupo de rebeldes ex realistas fueron tras él. Finalmente fue aprehendido algunos kilómetros al norte de Saltillo y entregado al comandante insurgente Jiménez, quien lo trató con consideración.
Jiménez efectuó su entrada triunfal en Saltillo, el 8 de enero de 1811 y además de enviar unidades a ocupar Parras y Monterrey, despachó quinientos hombres bajo las órdenes del brigadier Pedro de Aranda que había sido designado gobernador, a tomar la plaza de Monclova y para el 18 de enero la capital de Coahuila estaba en sus manos. Habiendo escuchado rumores de que algunos realistas trataban de ir a Texas para continuar la resistencia, Aranda marchó a principios de febrero al presidio de Río Grande. Allí supo que unos simpatizantes de Hidalgo habían dado un golpe el 22 de enero y entregado Texas a los insurgentes.
A los rebeldes les tomó menos de un mes capturar las provincias del noreste, sin embargo, algunos simpatizantes de los realistas en Coahuila se recobraron de los continuos desastres en los cuales había caído su causa y empezaron a organizar la contrarrevolución. Al principio actuaban independientemente, pero muy pronto varios grupos de individuos se juntaron para llevar a cabo una bien planeada conspiración.
Uno de los principales conspiradores fue Manuel Royüela, quien como precaución contra la posibilidad de una victoria insurgente, había cargado las barras de oro y plata y los archivos de la tesorería de Saltillo en un tiro de mulas. Pocas horas después de la debacle de los realistas en Aguanueva, Royüela, su familia y un tesoro de cerca de 300 000 pesos estaban en camino a Monclova con una pequeña escolta militar. Royüela esperaba llegar a San Antonio, que suponía aún estaba comandado por el gobierno. Sin embargo, el 16 de enero de 1811, en el presidio de Río grande, casi toda la escolta se amotinó y ayudados por la gente del pueblo, mataron a los únicos cuatro  hombres que le permanecían leales, se apoderaron del tiro de mulas y lo hicieron prisionero junto con su esposa y seis hijos. Royüela aún estaba en prisión en Río Grande cuando el gobernador insurgente Aranda, llegó en febrero. Aranda era un hombre de edad, alcohólico, generoso y confiado por naturaleza. Trató a Royüela gentilmente, permitiéndole tener visitas, una de las cuales fue el capitán Ignacio Elizondo, un militar retirado, quien poseía la mitad de la hacienda de San Juan de Sabinas.
El papel de Elizondo en estos acontecimientos fue tan misterioso como decisivo. En las historia de México se le menciona como un traidor. Quienes pretenden explicar su participación en la revolución generalmente alegan que fue llamado a servicio  activo, en 1810, que fue el primero oficial que desertó en Aguanueva el 7 de enero de 1811, que Jiménez lo promovió a teniente coronel en la armada insurgente, pero eso le disgustó porque su petición para un mayor grado militar le fue denegada y por ello regresó al bando realista. Como el capitán Elizondo no aparece en la nómina de los oficiales realistas de Aguanueva, esta interpretación está sujeta a controversias. Por otra parte, un insurgente que fue capturado más tarde refirió que Jiménez había emitido órdenes de disponer de trescientas barras de plata que Elizondo había capturado en río Grande y que era parte del tesoro de Saltillo. Por lo tanto, parece que cualquier deslealtad cometida por Elizondo ocurrió en Río Grande y no en Aguanueva.
En todo caso, para cuando Elizondo visitó al prisionero Royüela, en febrero de 1811, ya era un realista consumado. tuvieron varias conversaciones en las cuales Elizondo se compadecía y se lamentaba con el tesorero del estado, de lo ocurrido en el virreinato. Habiendo Elizondo decidido que podía confiar en Royüela, el día 17 de febrero le hizo una declaración pasmosa, confiándole que él y un grupo de amigos planeaban un golpe contrarrevolucionario para tomar el presidio de Río Grande. Aun cuando el tesorero recibió con mucho agrado las intenciones de Elizondo, vehementemente se opuso al plan, pues argumentó que lo mejor que podían lograr era una victoria local y como resultado, la captura del gobernador rebelde y algunos de sus aliados. El tesorero impuso su opinión sobre la de Elizondo y pospuso la acción con la esperanza de efectuar un golpe mas significativo.
El objetivo original de Elizondo no era solamente tomar el presidio y capturar a Aranda, sino también liberar a los realistas que estaban prisioneros, entre los que se encontraban, además de Royüela, el gobernador de Texas, teniente coronel Manuel Salcedo y el comandante militar de esa provincia, teniente coronel Simón de Herrera. Los dos habían sido capturados junto con nueve oficiales y habían sido trasladados encadenados a Río Grande siendo su destino el cuartel general de los rebeldes de Saltillo.
Fue Aranda quien resolvió el problema de liberar a los realistas. Debido a que la situación en Texas estaba bajo control, regresó a Monclova a finales de febrero llevando con él a los prisioneros de Río Grande.
En Monclova, varios ciudadanos prominentes ofrecieron hacerse responsables de los prisioneros. Quizá buscando congraciarse con sus nuevos subordinados, el gobernador insurgente accedió rápidamente, estipulando que los realistas estaban restringidos a permanecer en Santa Rosa y sus cercanías. Así Royüela fue enviado a Santa Rosa, Salcedo y Herrera fueron enviados a la hacienda de San Juan de Sabinas, lugar en el que uno de los fiadores era Elizondo y los otros eran los Sánchez Navarro.
Mientras Royüela y Elizondo estaban conspirando en Río Grande, los Sánchez Navarro lo hacían en Monclova. José Melchor trabajaba en el restablecimiento de la autoridad realista. El hacendado evidentemente hizo pocos esfuerzos para ocultar su descontento con Aranda y los otros rebeldes, y continuamente rehuía al gobernador. Es más, como los Sánchez Navarro perdieron su mercado debido al levantamiento, José Melchor rehusó venderle provisiones y ganado a los insurgentes. En vista de la hostilidad y disgusto del hacendado, la explicación más razonable para liberar a los presos españoles y dejarlos bajo su custodia es la de que Aranda estaba tratando de congraciarse con los poderosos Sánchez Navarro.
Ayudado por su hermano, por el cura mismo y por Juan Ignacio de Arizpe, José Melchor pasó la mayor parte de su tiempo sondeando a los ciudadanos locales para determinar con quién podía contar cuando llegara el momento. La equivocación de Aranda al dejar en libertad bajo palabra a los prisioneros, facilitó grandemente la tarea del hacendado, porque permitió a los conspiradores de Monclova cooperar con los de Santa Rosa.
El curso de las acciones en el virreinato corría en favor de los conspiradores. El levantamiento de Hidalgo había tomado al gobierno por sorpresa y durante septiembre y octubre de 1810 los insurgentes parecían invencibles. Su fuerza inicial los llevó hasta las afueras de la ciudad de México, pero para principios de noviembre su empuje había terminado. Los realistas reorganizados, habían inflingido serias derrotas a las fuerzas de Hidalgo las cuales se vieron obligadas a retirarse a Guadalajara. Hidalgo y su principal subordinado, Ignacio  Allende, hijo del viejo asociado de negocios de los Sánchez Navarro en San Miguel, decidieron jugarse todo en una batalla decisiva. Esta batalla ocurrida en el puente de Calderón, cerca de Guadalajara, el 17 de enero de 1811, constituyó una abrumadora derrota para los insurgentes.
Al frente de sus destrozadas fuerzas, Hidalgo y Allende se retiraron con rumbo al norte hacia Saltillo. En el camino los jefes rebeldes tuvieron un altercado violento y Allende disgustado con Hidalgo asumió el mando. Hidalgo fue reducido a una mera figura decorativa y se convirtió en virtual prisionero de su principal subordinado. Allende llegó a Saltillo el 24 de febrero e Hidalgo pocos días después, siendo acuartelado en la casa del tesorero Royüela. El líder insurgente se daba cuenta de que Saltillo brindaba un refugio temporal, ya que las columnas realistas avanzaban desde San Luis Potosí, Zacatecas y Durango. Por lo tanto, los rebeldes decidieron retirarse a Texas donde pensaban obtener ayuda de los estados Unidos y así mantener la rebelión viva. La ruta acostumbrada de Saltillo a Texas era por el camino que pasaba por Monclova.
En virtud de que los líderes de la insurrección estaban a tan corta distancia de Monclova, los conspiradores quisieron asegurarse de que los rebeldes tomarían ese camino. A finales de febrero fueron celebradas una serie de juntas en la casa de José Melchor en Monclova. el hacendado y su hermano conferenciaron secretamente con otros simpatizantes realistas: el teniente Rafael del Valle, teniente José de Rábago y el Barón de Bastrop. Del Valle era un oficial de la milicia. Rábago había sido miembro de las fuerzas presidiales pero fingió estar con los rebeldes -el gobernador Aranda lo promovió a teniente coronel e incluso lo puso al mando del fuerte de Monclova-. El Barón de Bastrop era un rico soldado holandés que había dejado el empleo con Federico el Grande para incorporarse en el servicio del Rey de España. Obtuvo cesión de tierras en Luisiana, pero cuando esa provincia pasó de España a Francia en 1800, Bastrop se cambió a Texas donde residía cuando estalló la revolución.
En juntas de conspiración se decidió enviar a Bastrop a Saltillo en calidad de espía a costa de José Melchor. Al holandés se le dió una difícil misión: observar y reportar la fuerza y las disposiciones militares de los rebeldes, ganarse la confianza del líder insurgente haciéndose pasar como un ferviente partidario de su causa, usar su influencia para evitar que los españoles liberados bajo palabra fueran enviados a Saltillo para su ejecución y alentar a los generales insurgentes a viajar a Texas con una escolta lo más pequeña posible.
Bastrop salió para Saltillo a principios de marzo. Pocos días después los conspiradores realistas de Monclova enviaron a otro espía, también a costa de José Melchor. Sebastián Rodríguez era un colonizador español, topógrafo de profesión al cual los Sánchez Navarro en una ocasión le habían prestado dinero. Rodríguez era una nulidad, pero bajo las actuales circunstancias, era necesario, ya que antes de la revolución había sido amigo personal de Ignacio Allende y también de Mariano Abasolo, otro de los generales rebeldes que estaban en Saltillo. Su pretexto para viajar al cuartel de los insurgentes era obtener la amnistía de sus viejos amigos.
Los dos agentes llevaron a cabo su misión brillantemente. Rodríguez renovó su amistad con Allende y Abasolo, quienes le dieron una cálida bienvenida. También el Barón de Bastrop fue bien recibido, ya que los rebeldes estaban ansiosos de recibir información acerca de los Estados Unidos. Fingiendo estar bien enterados de los caminos de Texas, Bastrop y Rodríguez ofrecieron sus servicios al ejército insurgente como guías voluntarios. Allende aceptó gustosamente su ofrecimiento y los dos espías fueron incluidos en las más secretas deliberaciones de los rebeldes. Los agentes aprovecharon este golpe de suerte, pues no solamente disuadieron a los insurgentes de transferir a los realistas presos a Saltillo, sino que también convencieron a Allende y a Jiménez de ordenar la retirada de 150 hombres de la plaza de Monclova. Se suponía que estas tropas iban a ser enviadas a Baján, en donde se localizaba el más importante aguaje en el camino entre Saltillo y Monclova. En su retirada a través de la árida región, los rebeldes sólo tendrían la opción de acampar en Baján y era ahí donde los conspiradores realistas pensaban dar el golpe.
Habiendo recibido noticias de los espías en Saltillo de que los insurgentes empezarían su retirada a Texas el 17 de marzo, José Melchor y sus asociados se movieron rápidamente. El hacendado puso los considerables recursos económicos de los Sánchez Navarro disponibles al financiamiento de la inminente contrarrevolución. Dejó al teniente Rábago en Monclova para que continuara la subversión de la guarnición de la plaza y partió a Santa Rosa, a solucionar algunos detalles con los oficiales realistas, que para entonces residían en su casa. En su ruta a Santa Rosa, paró en la hacienda de Encinas para pedir el apoyo de los Vázquez Borrego. El propietario de Encinas, Macario Vázquez Borrego inmediatamente se integró a la conspiración, pues abrigaba rencores contra el gobernador insurgente, debido a que este último, en febrero, cuando iba a Río Grande, paró en Encinas y siendo sumamente afecto a las celebraciones, ordenó que se llevara a cabo una fiesta en su honor. Durante la festividad el gobernador se embriagó tanto que estuvo a punto de ordenar a su artillería que demoliera la casa de los Vázquez Borrego.
Habiendo terminado su labor en Encinas, José Melchor salió para Santa rosa, donde los realistas formularon su plan de ataque. La contrarrevolución se desarrollaría en dos etapas: primero los conspiradores tomaría Monclova y evitarían que la noticia del golpe llegara al ejército rebelde que se venía acercando; después, en su confiado viaje a Monclova, los insurgentes serían emboscados en Baján. Como precaución, en caso de que el plan abortara, José Melchor y sus hermanos proveyeron de armas, provisiones y caballería a los oficiales realistas que se encontraban libres bajo palabra, para que pudieran escapar de Santa Rosa, haciendo su viaje a través de las montañas y llegar a la Nueva Vizcaya. Los hermanos Sánchez Navarro enviaron a Ignacio Elizondo a Monclova para que estuviera al frente del ataque y prudentemente ellos permanecieron en Santa Rosa a esperar los acontecimientos.
El 17 de marzo, Elizondo llegó a Monclova y el mismo día la columna rebelde salía de Saltillo. Después de conferenciar secretamente con los simpatizantes realistas locales -entre ellos el comandante del fuerte, teniente Rábago, el hacendado Macario Vázquez Borrego y el cajero de los Sánchez Navarro, Faustino Castellano- Elizondo decidió dar el golpe esa misma noche. Ayudado por los miembros disidentes del fuerte, ocuparon el hospital, las barracas y el palacio del gobernador con muy poca dificultad. Sin embargo, el gobernador Aranda no estaba en el palacio; siguiendo su costumbre, andaba por las calles bebiendo con un grupo de sus oficiales. Uno de los conspiradores había sido designado para seguir al grupo, y mostrando considerable iniciativa llevó al gobernador y a sus acompañantes a una casa a la orilla del pueblo, donde los entretuvo con plática y brandy. Para cuando Elizondo llegó con diez soldados a aprehender al gobernador, Aranda estaba casi inconsciente y sus oficiales tampoco estaban en condiciones de ofrecer resistencia. Una vez que los confundidos insurgentes fueron tomados prisioneros y llevados a las barracas, Elizondo y sus asociados pasaron el resto de la noche enviando mensajes a sus compañeros conspiradores en Santa rosa y al cuartel general en Chihuahua. También enviaron mensajeros a los asentamientos y haciendas cercanas a Monclova, ordenando la concentración de hombres y de provisiones que se necesitaban para instrumentar la segunda fase del plan.
Al amanecer del 18 de marzo, la gente del pueblo de Monclova estaba peinando los alrededores buscando insurgentes que pudieran haber eludido la captura la noche anterior, así los monclovenses tuvieron éxito en evitar que las noticias del golpe dado por Elizondo llegara a los que venían de Saltillo. durante la tarde, grupos de viajeros armados de las haciendas vecinas empezaban a llegar a Monclova. Atanacio Vázquez Borrego, hermano de Macario, viajó de Encinas con diez vaqueros; el hermano de Elizondo, Nicolás, trajo ocho más y por la tarde todavía seguían llegando algunos grupos, entre ellos el del Tapado, donde el capataz de los Sánchez Navarro había estado reuniendo caballos, ganado y provisiones para el uso de la creciente fuerza realista que se encontraba acampada a poca distancia al sur de Monclova.
José Melchor y los otros conspiradores esperaban ansiosos en Santa Rosa. Habían decidido ir a Monclova tan pronto como recibieran noticias de su captura. Ahora que la mayoría de los realistas estaban congregados en la capital, el 21 de marzo organizaron un gobierno provisional. Al teniente coronel Herrera, como era el oficial de mayor rango, se le nombró gobernador y como su asistente al teniente coronel Salcedo. También se formó un comité de seguridad pública compuesto por doce hombres, con Herrera a la cabeza y entre los miembros restantes se incluían a Juan Ignacio de Arizpe, José Melchor y el cura.
Mientras los realistas restablecían la autoridad en Monclova, la segunda fase de la conspiración se llevaba de acuerdo con el plan trazado. Elizondo estaba al frente de la notable fuerza, que consistía de más de doscientos soldados y colonizadores. A mediodía del 20 de marzo acamparon a tres kilómetros al sureste de Baján en un punto donde el camino rodeaba una colina de poca altura. Además de estacionar guardias en el camino, Elizondo decidió enviar esa noche una exploración para reconocer el campo insurgente.
Habiendo dejado un destacamento para la defensa de Saltillo, los generales rebeldes y un grupo de más de mil de sus seguidores, avanzaron lentamente durante cuatro días con rumbo al norte, ignorando no solamente que Monclova estaba en manos del enemigo, sino que también los realistas habían tomado San Antonio el 1o. de marzo. Mientras cruzaban la polvorosa planicie parecían más una columna de refugiados que una fuerza militar. La rezagada caravana consistía de grupos de soldados y civiles en coches, a caballo y a pie, que viajaban diseminados entre la artillería y los tiros de mulas que portaban el equipaje. En la noche del 20 de marzo, la columna rebelde se extendía a lo largo de unos veinticuatro kilómetros, y las avanzadas estaban a sólo dieciséis kilómetros de los realistas que esperaban en Baján.
Por la carencia de vigilancia y aprovechando el manto nocturno, los exploradores de Elizondo penetraron sin dificultad en las líneas de los rebeldes y reportaron que las condiciones tan desorganizadas del enemigo les favorecían. Aunque confiando más en la victoria, Elizondo hizo que uno de sus subordinados, un oficial rebelde desertor del fuerte de Monclova, le escribiera al general Jiménez asegurándole que la fuerza de ciento cincuenta insurgentes estaba esperando en Baján como lo había ordenado.
El correo entregó la carta al anochecer del 21 de marzo y además se burló del confiado Jiménez, pues en respuesta a sus preguntas acerca de la situación en Monclova, le contestó que se había preparado una cálida bienvenida para los insurgentes, incluyendo arcos de triunfo y que la gente del pueblo haría vallas en las calles para vitorear su llegada. Satisfecho de que todo estaba bien, Jiménez preguntó acerca de la disponibilidad de agua en Baján. El astuto correo le informó que había suficiente para la multitud de insurgentes y sugirió que llegaran a Baján en intérvalos, para facilitar la extracción del agua de pozo; además les urgió para que los principales jefes insurgentes estuvieran entre el primer contingente y así pudieran saciar su sed y seguir su camino hacia Monclova sin ninguna dilación, Jiménez consideró que ésta era una excelente sugerencia y la pusieron en práctica.
Pensando en el agua de Baján, los asoleados rebeldes se pusieron en marcha la mañana del 21 de marzo, sin molestarse en adelantar una avanzada. Discretamente el correo se desprendió de la columna y galopó entre los cerros a reportarse con Elizondo. Se reunieron trescientas gruesas de soga para atar a los prisioneros, asignándose cuatro hombres para esta labor, mientras que otros fueron destacados para vigilar a los cautivos, así como a los tiros de mulas que supuestamente transportaba el tesoro de los rebeldes. Había incluso un sacerdote para hacerse cargo de sus seguidores, así como de los clérigos. Elizondo desplegó la mayor parte de su grupo a lo largo del camino, como si fuera una guardia de honor. Como el camino daba vuelta a una colina los realistas podían hacerse cargo de cada contingente rebelde sin alertar a aquellos que se venían acercando.

Camino Real antes de llegar a la Loma del Prendimiento
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El plan marchaba casi a la perfección, ya que se estaba capturando a los rebeldes en partes. En muchos casos estaban demasiado sorprendidos para resistirse y eran rápidamente conducidos a donde los ataban y después a Baján. Los pocos rebeldes recalcitrantes fueron muertos. En el quinto carro que cayó en la emboscada iban los generales Allende y Jiménez, quienes fueron identificados ante los realistas por un oficial recién capturado. Cuando se les ordenó rendirse en nombre del Rey, Allende abrió fuego con su pistola, la contestación fué una descarga que causó la muerte de su hijo y de uno de sus ayudantes. Jiménez se bajó del coche reclamando indignadamente que esa no era la forma de darle la bienvenida a un general. Unos de los realistas le contestó airadamente que no sabía nada, pero que podía preguntar a Elizondo si lo deseaba.
Con la captura de Allende y Jiménez, los realistas cumplieron la parte vital de su misión, ahora impacientemente esperaban que Hidalgo cayera en sus manos. Llegaron más coches, uno de los cuales venían manejando Bastrop y Sebastián Rodríguez. Hidalgo no venía en el coche que le había sido asignado. Finalmente los preocupados realistas lo vieron acercarse montado a caballo, a la cabeza de una unidad de cuarenta soldados. Esperaron hasta que hubieran penetrado entre la valla de los realistas y uno de los subordinados de Elizondo le pidió que se rindiera. Hidalgo tomó su pistola, pero desistió cuando advirtió la inutilidad de su resistencia. Por lo que se refiere a los soldados que se pasaron a los rebeldes en Aguanueva, cuando se les ofreció escoger entre permanecer leales a Hidalgo y convertirse en prisioneros o regresar a su lealtad y retener sus armas, rápidamente accedieron a pasarse al bando realista.
A medida que caía la tarde más rebeldes eran emboscados, por lo que se necesitaban más hombres para ayudar a atarlos. Cuando se agotaron las sogas, los hombres de Elizondo tuvieron que utilizar bridas, para las últimas horas de la tarde más de seiscientas personas habían sido tomadas prisioneras y se había decidido enviar dos terceras partes de ellas a Monclova. Para entonces el oficial a cargo de los prisioneros recibió un mensaje de Elizondo notificándole que una artillería de insurgentes rehusaba rendirse y que amenazaban con abrir fuego. El oficial realista ordenó a sus hombres que principiaran a degollar a los prisioneros al momento de escuchar los disparos de los cañones; Hidalgo horrorizado, ordenó a los artilleros rendirse.
Al caer la noche, los realistas llevaron al resto de los prisioneros a Baján. A Elizondo y sus seguidores aún les resultaba difícil comprender la magnitud de su victoria. Además de los jefes rebeldes, habían tomado cerca de mil prisioneros, veinticuatro cañones, gran cantidad de víveres, suplementos y equipos militares y más de un millón de pesos en monedas y barras de plata. Sólo la retaguardia rebelde escapó, huyendo en desbandada a Saltillo.
Al día siguiente, el 22 de marzo de 1811, muy temprano, el campo era escenario de una gran actividad. Los prisioneros, colocados por grados militares, fueron atados juntos, los líderes y los más notables rebeldes fueron conducidos en coches; el tesoro fue empacado en mulas y toda la procesión inició su viaje a Monclova. Como el correo le aseguró a Jiménez, la gente del pueblo hacía valla en las calles para ser testigos de la llegada del ejército insurgente.
El comité de seguridad pública empezó a disponer de los prisioneros. El 25 de marzo los líderes fueron enviados encadenados a Chihuahua, donde se encontraba el cuartes general del  norte de la Nueva España. Allí, Hidalgo, Allende y Jiménez, entre otros, fueron fusilados; varios cientos de prisioneros fueron fusilados en Monclova y algunos de los oficiales restantes fueron condenados a servicio presidial en Nuevo Santander. Los demás técnicamente fueron liberados, pero asignados a trabajar en las haciendas y minas de Coahuila.
 
 
La Loma del Prendimiento
 
 

Versión obtenida del libro "El Imperio de la familia Sánchez Navarro 1765-1867" autor Charles H. Harris III. Tercera edición en español. Septiembre de 2002. Páginas 145 a 159. Uso educativo.
Fotografías. Familia De Hoyos Casas.


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Ultima actualizacion: 17 de Junio de 2003
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