"VERITATIS SPLENDOR" 
y JUAN PABLO II 
La Gnosis Ecuménico-Personalista

R. P. Basilio Méramo

V. "VERITATIS SPLENDOR" 
El Esplendor de la Verdad de la Gnosis Wojtyliana

   Con todo lo dicho no sorprenderá que consideremos y califiquemos la Encíclica de Juan Pablo II "Veritatis Splendor" (El Esplendor de la Verdad) con la denominación de gnosis Wojtyliana. Pues se trata en realidad, ciertamente, del esplendor de la verdad según la gnosis cabalista que ha penetrado dentro de la misma Iglesia con la astucia y sinuosidad de la serpiente maligna.

   La Encíclica comienza destacando cómo el esplendor de la Verdad brilla en todas las obras del Creador y de modo particular en el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Se trata del esplendor de la Verdad de Dios, de la irradiación de su divinidad y de modo especial en el hombre, creado a imagen y semejanza. Esto, dentro del pensamiento gnóstico es, nada más ni nada menos, que el fundamento de la divinidad del hombre pues, no lo olvidemos, de acuerdo con la gnosis el hombre es una chispa divina, es de origen divino, y es así como brilla de modo especial el esplendor de la divinidad en el hombre. Esa divinidad que hay que rescatar, redescubrir. El esplendor de la luz divina, ilumina a todos los hombres, recordándole lo sublime de su origen, lo cual ocasiona "la nostalgia de la verdad absoluta y la sed de alcanzar la plenitud de su conocimiento". De aquí brotan, de lo más profundo del corazón los "interrogantes fundamentales" del hombre. Jesucristo, imagen de Dios invisible es quien puede así, revelar, redescubrir, el esplendor de la Verdad divina en el hombre, dar respuesta a los interrogantes fundamentales del mismo. Por eso: "Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado. Pues Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, de Cristo" ("V.S.", nº 2). Es decir, que Adán, figura de Cristo, lo representa; el hombre es imagen de Dios. Cristo es imagen de Dios, representa el misterio del Padre, el hombre representa el misterio de Dios, pero no lo sabe. "Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación" ("V. S.", nº 2). Cristo le revela al hombre, que el hombre es divino, que es Dios.

   También es lo que de Lubac dice: "Revelando al Padre y siendo revelado por El, Cristo acaba la Revelación del hombre a él mismo. Tomando posesión del hombre, arrebatándolo y penetrándolo hasta lo más profundo de su ser, le obliga, también a él a descender en sí mismo para descubrir de repente lugares hasta entonces insospechables. Por Cristo, la persona es adulta, el hombre emerge definitivamente del universo." ("Get.", p. 59).

   Karl Rahner no se queda atrás, pues identifica -como ya vimos- la esencia de Dios y del hombre, pero no está de más citar un texto que refresca lo dicho: Pero todo lo que dice Rahner revela una teoria antropológica que conduce directamente a una historización total de Dios y a la identidad de las esencias de Dios y del hombre. Por eso declara Rahner: 'Lo que el hombre sea, constituye la afirmación de la totalidad de la teología en lo absoluto'" ("Get.", p. 289).

   Así, la nueva Iglesia postconciliar se dirige "a todos los hombres" y está "al servicio de cada hombre y de todo el mundo" en su afan de ecumenismo gnóstico y personalista (Cf. "V.S." nº3).

   Según "Veritatis Splendor" la moral (moderno-subjetivista) es el camino de la salvación, abierto a todos los hombres sin importar la fe verdadera, ni la Iglesia. La salvación queda abierta a todos los hombres, sin importar sus cultos y creencias, por la vía de la moral directamente con Dios (sin intermediarios). La conciencia del hombre basta para que se salve. La conciencia le revela y le dicta al hombre lo que tiene que hacer y eso basta para que el hombre se salve.

   La Iglesia Católica, no es el único camino de salvación. El Dogma: "fuera de la Iglesia no hay salvación", pierde sentido ante el camino de la moral según el dictamen de cada conciencia, conforme a lo que ésta les revela y dicta. Nos encontramos, pues, con la moral kantiana, siguiéndola, el hombre se salva. Por eso, Juan Pablo II dice: "Ella (la Iglesia) sabe que, precisamente, por la senda de la vida moral está abierto a todos los hombres el camino de la salvación" ("V.S.", nº3). Sí, estamos ante la moral kantiana, que conlleva el personalismo y que condena todo lo que atenta contra la dignidad de la persona humana, reflejada en su libertad, principio y fundamento de la moral y de todo derecho. Es la moral de la libertad religiosa, es la moral masónica, del ecumenismo. No es la moral católica sino la moral gnóstica, cabalista.

   La moral que Juan Pablo II presenta en su Encíclica no es la católica ni mucho menos, es la moral ecuménica que es gnóstico-cabalista.

   La influencia de Kant y de Hegel se deja ver en el pensamiento moderno, no lo olvidemos: "Todos están de acuerdo en decir que Kant ha ejercido influencia muy grande en las esferas filosóficas y por consiguiente teológicas, desde su tiempo hasta hoy en día; la ha ejercido a pesar de la aparición de sistemas y doctrinas nuevos que no se referían, de ningún modo al pensamiento de Kant" ("Get.", p. 219).

   No se diga que somos nosotros quienes ven a Kant y a Hegel por todas partes, es un Cardenal de la talla y envergadura de la del Cardenal Siri quien así lo constata y dice: "El filosofismo que caracterizó la evolución de las corrientes teológicas hizo presente el pensamiento de Kant en muchas obras concernientes a la teología" (Ibid., p. 226).

   No somos nosotros quienes ven la gnosis por todas partes, es la lógica consecuencia de la difusión de la filosofía y del pensamiento moderno que tienen en Hegel su máximo representante y respecto al cual el P. Meinvielle dice: "Pero ha de ser Hegel quien en su Filosofía de la Religión y en su Fenomenología del Espíritu ha de ser el exponente máximo de la gnosis valentiniana" ("De la Cáb.", p. 258).

   Además, recalca que: "El idealismo alemán debe ser considerado como la forma más completa del pensamiento moderno, como la expresión teorética y sistemática más alta del principio de inmanencia y síntesis de la metafísica espinosiana y del ich denke kantiano, es decir, del principio monístico y naturalístico del ser y de la nueva roncepción de la productividad de la conciencia. Una síntesis de elementos que hoy pueden parecer disparatados y extraños... que pertenecen desde ahora a la estructura de la conciencia occidental" ("De La Cáb." p. 274).

La gnosis y las ideas divinas

   Otro de los temas de la gnosis, es la cuestión de las ideas divinas. Para la gnosis es de capital importancia esta consideración, pues encuentra en ello (interpretado a su modo) el fundamento de su posición. Las ideas divinas que son la representación de las cosas, existen en Dios desde siempre y estas ideas divinas lo son distintas de la esencia de Dios, establecen luego la identidad de las cosas con la esencia divina.

   Es muy significativo cómo Juan Pablo II retoma esta interpretación gnóstica cuando expresa que: "El hombre existe 'in Christo', y así existía desde el principio, en el eterno designio de Dios; pero por medio de la muerte y de la Resurrección es cómo esta 'existencia en Cristo' se convirtió en un hecho histórico, radicado en el tiempo y en el espacio" ("Sig.", p. 118).

   La gnosis, a través de las ideas divinas, establece que las cosas y la esencia divina se identifican, pues Dios conoce las cosas en las ideas divinas y estas no son distintas de la esencia de Dios.

   "Es así -dice Borella- en este acto de conocimiento como el intelecto realiza su identidad con su prototipo in divinis, es decir, con la idea que Dios, desde toda la eternidad, ha formado de este intelecto" ("La Pensée Cath.", n° 180, p. 54).

   "El intelecto, afirmamos, se identifica con su naturaleza sobrenatural, con su prototipo in divinis" ("La Char.", p. 405).

   "¿Pero qué son las cosas en Dios? Las cosas en Dios, decimos, son en Dios como Ideas que Dios determina por el conocimiento que El tiene de su Infinidad. Son posibilidades de existencia o de creación... Luego estas posibilidades de creación no son otra cosa que la Esencia divina misma en tanto que consiente ser imitada y participad a por los diferentes seres". ("La Char.", p.342).

   El error de la gnosis está en no saber distinguir, tal como lo hace Santo Tomás, entre la esencia como idea por la cual Dios conoce las cosas y la esencia de Dios en sí misma. El texto de Santo Tomás que impide el error de la gnosis dice así: "Deus per essentiam suam se et alia cognoscat, tamen essentia sua est principium operativum aliarum, non autem sui ipsius: et ideo habet rationem idea secundum quod ad alía comparatur, non autem secundum quod comparatur ad ipsum Deum". (S.Th. l: q. 15, a. 1, ad.2). "Si bien Dios se conoce a sí mismo y a los otros seres por su esencia, sin embargo, la esencia divina, que es principio operativo de lo demás, no lo es de sí mismo, y, por consiguiente, tiene razón de idea si se la compara con las cosas, pero no comparada con el mismo Dios".

   Los gnósticos no entienden esto y así identifican las ideas divinas que en Dios son su misma esencia, con las ideas de las cosas, como divinas.

   La esencia de Dios en cuanto participable en la infinidad de cosas que puede crear Dios, constituyen las ideas divinas. Para la gnosis la esencia divina y las ideas divinas, al identificarse en Dios, no distinguen entre la esencia de Dios en sí y la esencia de Dios en cuanto participable por creación a las cosas, por eso identifican esencia divina con la idea (o esencia) de las cosas. Santo Tomás lo explica así: "Ipse enim essentiam suam perfecte cognoscit: unde cognoscit eam secundum omnem modum quo cognoscibilis esto Potest autem cognosci non solum secundum quod in se est, sed secundum quod est participabilis secundum aliquem modum similitudinis a creaturis" (S.Th. l.q.15,a.2). "Dios conoce su esencia con absoluta perfección, y, por tanto, la conoce de cuantos modos es cognoscible. Pero la esencia divina se puede conocer no sólo en sí misma, sino también en cuanto participable por las criaturas según los diversos grados de semejanza con ella".

   La gnosis no hace ninguna diferencia entre la esencia de Dios en cuanto participable (imitable) por creación y la esencia de las cosas; es todo lo mismo. De aquí su radical monismo y de su emanatismo.

   En cambio, Santo Tomás dice: "Unaquaeque autem creatura habet propiam speciem, secundum quod aliquo modo participat divinae essentiae similitudinem. Sic igitur inquantum Deus cognoscit suam essentiam ut sic imitabilem a tali creatura, cognoscit eam ut propiam rationem et ideam huius creature. Et similiter aliis" (S.Th. I, q. 15, a. 2)."Cada criatura tiene su propia naturaleza específica en cuanto de algún modo participa de semejanza con la esencia divina. Por consiguiente, Dios, en cuanto conoce su esencia como imitable por una criatura, la conoce como razón o idea propia de aquella criatura. Pues lo que sucede con una sucede con todas".

Gnosis y Moral

   ¿Qué se puede esperar de una moral como la de Juan Pablo II basada en las corrientes de la filosofía moderna bajo la impronta del pensamiento alemán? ¿Qué se puede esperar de la moral de Kant, para quien Dios no es algo exterior al hombre? Pues como hace ver el Cardenal Siri, Kant en sus páginas póstumas dice: "El concepto de Dios -y la personalidad del ser representado por este concepto- tiene realidad. Hay un Dios presente en la razón práctico-moral, esto es, en la idea de la relación del hombre al derecho y al deber. Pero esta existencia de Dios no es la de un ser exterior al hombre"("Get." p. 224).

   La moral verdadera nada tiene que ver con la moral moderna producto de la
moral judeo-protestante y del idealismo alemán.

   La moral por la cual "está abierto a todos el camino de salvación eterna" ("V.S.", n° 3), es el camino de salvación gnóstica. "La Ciencia o gnosis nos hace conocer nuestra realidad divina". (...) "Y en este conocimiento que nos convierte y retorna hacia lo Uno consiste la salvación gnóstica. No se trata como en el cristianismo de que, la salud, se opera por la gracia que se añade al hombre, sino de quitar lo que obstaculiza la gnosis y de sacar la malla que nos oculta la verdadera realidad divina que somos" ("De la Cáb.", pp. 256-258).

   Con "Veritatis Splendor', Juan Pablo II se propone quitar la malla que nos oculta la verdadera realidad divina que somos. Ese esplendor de la verdad divina que somos, brilla de modo especial en el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Y Cristo, imagen de Dios invisible, se hace visible (se encarna) para revelar al hombre el misterio del hombre en el misterio del Padre. Es decir, revelarle al, hombre su propia divinidad de la cual es imagen de Dios Padre, descubriéndole la grandeza de su vocación.

   Con una Encíclica como ésta, que revela el esplendor de la verdad gnóstica, ¿qué se puede esperar?, pues todo el contenido queda profundamente viciado. Adulterada la doctrina, la moral, las citas y referencias a las Sagradas Escrituras, quedan falseadas.

   El que no lo quiera creer no tiene más que buscar cuál es el significado de las palabras que Juan Pablo II repite con insistencia: "Cristo revela la condición del hombre y su vocación integral. Por esto, 'el hombre que quiere comprenderse hasta el fondo de sí mismo... debe 'apropiarse' y asimilar toda la realidad de la Encamación para encontrarse a sí mismo. Si se realiza en él este hondo proceso, entonces da frutos no sólo de adoración a Dios, sino también de profunda maravilla de sí mismo'" ("V.S.", n° 8). "La Iglesia... no ha dejado, ni puede dejar nunca de escrutar el 'misterio del Verbo Encarnado' pues sólo en él 'se esclarece el misterio del hombre'" ("V.S.", nº 28).

      'Misterio del hombre' que, según la gnosis, debe tomar conciencia de lo que es en realidad, de su realidad divina. Por eso, Cristo viene a revelar al hombre, el hombre en su dimensión divina, la cual fue opacada por el pecado pero que, por el hecho de la Encamación, ha sido definitivamente restablecida.

   Según la gnosis, el hombre es imagen de Dios (imago Dei) con aquella semejanza o similitud de Dios (similitudo Dei) que a raíz del pecado (caída) quedó deformada, alterada, pero que Cristo restableció para siempre por el hecho de la Encamación, uniéndose con todo hombre. Así, Cristo revelando al Padre, revela al mismo tiempo al hombre, el propio hombre, revela su imagen y semejanza con Dios, revela su divinidad que fue empañada por el pecado (caída en la materia), y le muestra la dignidad eminente de la persona humana y la excelencia de su vocación (el retama a Dios) por el conocimiento de lo divino que hay en él.

   Se comprenden así las palabras de Juan Pablo II, que bien analizadas van contra el pecado original y son por lo tanto una herejía: "El objeto de esta premura es el hombre en su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo" ("Redemptor Hominis", n° 13). Decir que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo en el hombre después del pecado original, es una estulticia y una herejía que sólo un gnóstico puede afirmar.

   Herejía que está contenida en Vaticano II y que Juan Pablo II no hace más que difundir retornando con brío y vigor la doctrina de Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual: "El que es imagen de Dios invisible (Col. 1, 15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado" ("Vaticano II Documentos'", ed. BAC., Madrid, 1990, p. 216, Gaud. et spes, n° 22).

   Para la gnosis, el Pecado Original alteró o deformó la imagen y semejanza del hombre pero no admite que haya perdido la semejanza (similitudo Dei), pues pertenece a la naturaleza del hombre, siendo tan sólo susceptible de alteración o deformación, pero no de pérdida absoluta y total.

   La doctrina católica, en cambio, enseña que el hombre perdió la semejanza (justicia original, gracia santificante) y que la imagen (naturaleza) quedó integra, aunque vulnerada o debilitada.

   Santo Tomás enseña así: "Defectus autem originalis iustitiae est peccatum originale" (S. Th. I-II, q. 81, a. 5, ad. 2).

   "Et ideo omnes vires animae remanent quodammodo destitutae proprio ordine, quo naturaliter ordinatuntur ad virtutem: et ipsa destitutio vulneratio naturae dicitur" (S. Th. 1-11, q. 85, a. 3).

   El error de Vaticano II y de Juan Pablo II halla su fundamento en la doctrina de la gnosis que Borella expone.

   Borella, en consonancia con Juan Pablo II, afirma: "El hombre es la imagen de Dios... esta imagen es semejante... es conforme a su Modelo, es decir que en su naturaleza, el hombre se asemeja a Dios" ("La Char.", p. 144). El decir que el hombre en su naturaleza se asemeja o es semejante a Dios, es en sí mismo un error contrario al Dogma Católico y por lo tanto una herejía. Además, se explica porque la semejanza fue tan sólo deformada o alterada pero no quitada o perdida, pues pertenece a la naturaleza y como tal no puede perderse sin que se aniquile al hombre. Pero por si fuera poco Borella reafirma su error diciendo (en un texto ya citado en la p. 11): "El hombre es, en efecto, no solamente Dios para el mundo, sino también en él mismo" (Ibid., p. 144). Pues: "La semejanza indica la persona espiritual. Y se la nombra en segundo lugar porque es como una consecuencia de la imagen, está implicada en la imagen. Por eso, la imagen es, por otra parte, la única que se menciona a veces" (Ibid., p. 144). "En la medida que es imagen de Dios, el hombre es una forma de la gloria, pues no es imagen de Dios sino en la medida que refleja la irradiación cósmica de lo divino" (p. 140.)

   Se ve cómo la doctrina de fondo de la "nueva teología" de Juan Pablo II y del Profesor Borella, es la misma, y ella es la gnosis.

   El hombre perdió la gracia, y su naturaleza quedó íntegra pero vulnerada, es decir, perdió la semejanza (gracia) mientras que la naturaleza (imagen), quedó íntegra aunque deteriorada. Decir otra cosa es negar el pecado original.

   Todo lo que Johannes Dórmann plantea y denuncia en su famoso libro: "L'étrange théologie de Jean-Paul II et I'esprit d'Assise", ed. Fideliter, encuentra su causa y explicación en la concepción gnóstico-personalista que Juan Pablo II tiene. El personalismo neopelagiano y la gnosis se dan la mano conformando una síntesis acabada, un verdadero sincretismo religioso gnóstico ecuménico-personalista. Este sincretismo no es más que la cabalización de la Doctrina de la Iglesia; la única alternativa es la reafirmación de la Tradición Católica Apostólica Romana en oposición a la tradición gnóstico-cabalista que adultera e invierte la Revelación Divina.

   La moral que propone Juan Pablo II en "Veritatis Splendor", es la moral personalista en la cual se condena todo lo que atenta contra la dignidad de la persona humana hecha a imagen y semejanza de Dios tal y como la gnosis la concibe. Es la moral que garantiza la transcendencia del hombre y que rechaza todo lo que pueda mermarla. Es la moral de los derechos del hombre, de la libertad kantiana, con su libertad de conciencia y de culto. Es la moral de los derechos inalienables de la persona humana, la moral de los derechos de la conciencia y de la libertad religiosa. Es la moral ecuménica, del humanismo integral, la moral sin infierno ni condenación.

   Juan Pablo II propone una moral que esté de acuerdo con "el hombre en su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo". Es la moral sin pecado original. Poco importa que cite los pasajes de las Sagradas Escrituras, los protestantes hacen lo mismo y no por eso vamos a considerar como buena o católica su moral, ni su moralismo.

   El planteamiento de la cuestión moral queda trazado por el "conócete a tí mismo" según la gnosis; ésta es la perspectiva de Juan Pablo II, que al comienzo y al final de su Encíclica así lo manifiesta aunque se valga de la expresión de San Ambrosio(10), pero dándole un sentido gnóstico conforme a su mentalidad: "La Iglesia, iluminada por las palabras del Maestro, cree en el hombre hecho a imagen del Creador (...) 'Conócete a tí misma, alma hermosa: tú eres la imagen de Dios' -escribe San Ambrosio-." ("V.S.", n° 10) y casi al final de la Encíclica: "la teología moral alcanzará una dimensión espiritual interna, respondiendo a las exigencias de desarrollo pleno de la 'imago Dei' que está en el hombre..." ("V.S.", n° 111). Sí, la "imago Dei" (imagen de Dios) que permanece intacta para la moral gnóstica de Juan Pablo II, como ya dijimos.

   La moral de Juan Pablo II es la del hombre unido por siempre a Cristo por el hecho de la Encarnación, sin barreras de culto ni de religión. Es la moral del Dios que confiesa el trapense, el beduino, el budista, es la moral del Dios indefinido indeterminado, del Dios de la Cábala. Es la moral humanista y ecuménica que corresponde casi al pie de la letra, a la moral que iba a "reemplazar la fe por una cultura moral, fuerte, independiente de toda enseñanza confesional" tal y como dijo Mons. Delassus y que, además "esta cultura moral es también una religión, pero una religión superior a todas las otras, en la cual pueden y deben las demás confundirse" ("La Conj.", T.I I, p. 646).

   Es la moral que manifiesta plenamente al propio hombre, es la moral que toca el misterio del hombre, el cual sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado. Es la moral de Vaticano II, la moral del camino de salvación abierto a todos los hombres. Es la moral ecuménica que reconoce todo lo bueno y verdadero que hay en las falsas religiones, es la moral que considera las falsas religiones como caminos (extraordinarios) de salvación. Es la moral personalista del Humanismo Integral, en definitiva, de los que no creen que fuera de la Iglesia no hay salvación, como enseña el Dogma católico (Os. 802 y 3866).

   La larga consideración moral de la Encíclica puede tener su explicación en el intento de conciliar Juan Pablo II la moral kantiana (la libertad como derecho inalienable) con la moral Católica (la coacción moral). Así como erradamente Marechal en filosofía quiso conciliar Kant y Santo Tomás, Juan Pablo II parece querer conciliar moral Kantiana con moral cristiana (Católica). Pero también tengamos en cuenta que en los grupos esotéricos había -en relación con Steiner- lo que Pierre Virion advierte: "muchas pretensiones moralistas y educadoras del antroposofismo" ("El Gob. Mund.", p.23).

Conclusión

   La conclusión que se impone, de sí misma, es que, así como hay dos amores que edifican dos ciudades, según San Agustín, el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, funda la Ciudad de Dios; y el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, funda la Ciudad del Hombre; así hay dos doctrinas que fundan dos culturas diametralmente opuestas: la cultura católica (tradicional) basada en la Revelación del Verbo Encarnado, la Tradición Católica, y la otra, la cultura moderna(11) basada en la tradición gnóstico-cabalista, que tiene la insolencia de levantarse hasta Dios y ser como Dios.

   La Tradición Católica nutre la Iglesia, la tradición gnóstico-cabalista nutre la Contra Iglesia o Sinagoga de Satanás. Una es de Cristo, la otra es del Anticristo, no hay conciliación.

   El Ecumenismo de la Iglesia postconciliar es la gnosis dentro de la Iglesia, es la judaización de la misma, es la cabalización de la Doctrina, del culto y de la moral católicas. Es el humo de Satanás en el lugar santo: "Roma perderá la fe y será la Sede del Anticristo", profetizó Nuestra Señora de La Salette. La judaización del mundo no debe asombrarnos, pues como expresa León de Poncins: "Extranjero entre los pueblos, negándose a la conversión y a la asimilación, constituyendo un Estado dentro del Estado, el judío se dedica incansablemente a judaizar a las naciones" ("El Judaismo y la Cristiandad", ed. Acervo, Barcelona, 1966, p. 120) y citando en la página siguiente una declaración muy significativa de Marx cuyo origen hebreo es manifiesto: "Los judíos se han convertido en la medida en que los cristianos se han convertido en judíos."

   Juan Pablo II, Desgraciadamente, se dejó seducir por la tradición gnóstico-cabalística y propicia el sincretismo religioso ecuménico gnóstico-personalista; es un hecho, sus obras lo manifiestan. La Encíclica "Veritatis Splendor" es, ni más ni menos, que el esplendor de la verdad gnóstica, que nos manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre.

   Juan Pablo II está imbuido hasta los tuétanos del sentir y del pensar gnósticos. La Encíclica no hace más que reafirmar el personalismo neopelagiano. Se tergiversa la noción de la "imago Dei", del "capax Dei", según la perspectiva de la gnosis. El misterio de la Encarnación no se salva de esta consideración. La moral, no es más que la moral del personalismo, de la dignidad de la persona humana, de su libertad y de sus derechos, condenando todo lo que pueda afectar estos principios. Es la moral ecuménica, antropocéntrica, basada en la dignidad del hombre y de sus derechos inalienables, tales como la libertad de conciencia y de culto (libertad religiosa).

   No nos queda más que comprobar con los hechos, los planes de la Sinarquía, propalado por un alto iniciado en la gnosis y la masonería: "El abate Roca (1830-1893), sacerdote apóstata, se dedicó a las ciencias ocultas y mantuvo relaciones con grandes iniciados de la época... Interdicto por Roma, continuó sin embargo, hablando y actuando como si perteneciere a la Iglesia, predicando la rebelión y anunciando el próximo advenimiento de la 'divina Sinarquía', bajo la autoridad de un Papa convertido al cristianismo científico. Saint-Yves d'Alveydre ha trazado en sus obras las grandes líneas de la Iglesia Universal(12), pandemonio de todas las religiones y de todas las sectas, bajo el imperio de la Teocracia. Roca comprendió que, para realizarla, era menester introducir en el clero otra concepción de los dogmas, insuflarle, sin que lo adviertiese, un universalismo masónico, adoctrinarle en la trascendencia de la Gnosis sobre la fe, de la unión íntima de lo oculto y del cristianismo..." ("La Igl.", p. 248). Ni más ni menos que la nueva iglesia ecuménica, que Vaticano II impuso y que Juan Pablo II predica.

   Los comentarios sobran, la evidencia se palpa, hoy todo esto es un hecho, un verdadero Misterio de Iniquidad. Juan Pablo II responde a los designios de los nemigos de la Iglesia con tal perfección que pasma la comparación y coincidencia entre los planes de la Sinarquía y el Ecumenismo del Concilio Vaticano II. Con el reciente anuncio de Juan Pablo II de su deseo para el año 2000, de reunir en el Sinaí a Católicos, Musulmanes y Judíos, no hace más que cumplir el cometido de integración universal (ecuménica) tal como lo evidencia el siguiente texto de Mons. Delassus: "Convencido en materia religiosa que el espíritu es todo y la forma poca cosa, el judío Hipólito Rodrigo, citado por los Archivos israelitas, se dirige sucesivamente a los tres hijos de la Biblia: al judaísmo, al cristianismo y al islamismo. Exhortándoles y conjurándoles a dejar de lado las formas exteriores del culto que los separan, misterios, sacramentos, etc., y para unirse en el terreno que les es común: el de la unidad de Dios y el de la fraternidad universal" ("La Conj.", T. II, p. 639). Es tremendo, pero aquí está claramente expresado el ideal del sincretismo religioso judaíco en plena armonía con el Ecumenismo de Juan Pablo II y de Vaticano II. Sólo un gnóstico-ecumenista, como Juan Pablo II, puede realizar una conjunción tan desastrosa para la Iglesia dejando las formas exteriores del culto que separan y uniéndose en el terreno común de la unidad de Dios y de la Fraternidad universal.

   Hoy más que nunca cobran vigencia y actualidad las palabras con las que queremos finalizar, citando a San Pablo, y que bien pueden haber sido dichas para esta época de gran confusión doctrinal y de apostasía, sólo comparables a los últimos tiempos del Apocalipsis: "Carísimo, te conjuro delante de Dios y de Jesucristo, que ha de juzgar vivos y muertos al tiempo de su venida y de su reino; predica la palabra divina, insiste con ocasión y sin ella; reprende, ruega, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo en que los hombres no podrán sufrir la sana doctrina, sino que acudirán a una caterva de doctores según su gusto, que halaguen los oídos y se amolden a sus desordenados deseos; y cerrando su oído a la verdad, lo aplicarán a las fábulas. Tú entretanto, vigila, trabaja en todas las cosas, haz obra de evangelizador; cumple con tu ministerio. Se sobrio". (11 Tim., 4, 1-5).

   Que la Virgen de La Salette y de Fátima nos proteja y asista perseverando en la Fe Católica y en el amor a Jesucristo y a su única Iglesia, la Iglesia Católica Apostólica Romana, a la cual debemos ser siempre fieles.

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