El Fundamentalismo
reniega de su propia Madre II
Mauro Ciotola

La devoción mariana
es básica para honrar a Dios. II

   MÁS COSAS EN CONTRA DE MARÍA  

Los prejuicios reemplazan a la lógica en el campo fundamentalista

   LA IGLESIA ENSEÑA, “Tota pulchra es, María, et macula non est in te”—“Toda hermosa eres, María, y en ti no hay mancha alguna.”  

   Esta enseñanza crispa los nervios de los fundamentalistas, y desaprueban apasionadamente toda mención de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora y de su exención de pecado.  Sus libros y folletos despotrican contra estas doctrinas de la Iglesia, y las usan agresivamente para demostrar que en verdad los católicos “adoran a María.”

   Como de costumbre, los fundamentalistas recurren a las Escrituras para asegurar su posición.  Como de costumbre, comprenden y interpretan los pasajes de la Sagrada Escritura mal para apoyar su pretensión que María era pecadora como todos nosotros y por lo tanto no podía haberse concebido inmaculada.  Procederemos a examinar los textos que usan y los colocaremos a la clara luz católica.  

“Dios Mi Salvador”

   En el primer capítulo del Evangelio de San Lucas, el versículo 47 dice lo siguiente: “Mi espíritu regocija en Dios mi Salvador.”  Estas son las palabras del gran cántico de María, el Magníficat, que compuso bajo la inspiración del Espíritu Santo en el momento de su visitación a su prima Isabel.  Los fundamentalistas usan este pasaje para demostrar que María desde luego pecó, o por lo menos fue sujeto al pecado original, pues solamente el pecador necesita de un salvador.

   Sin embargo, aquél que se da cuenta de que la Virgen María, como criatura igual que nosotros, dependía totalmente de su Creador, no tendrá ninguna dificultad para reconciliar las dos posiciones aparentemente contradictorias.  La lógica es la siguiente.

            Todo descendiente de Adán está sujeto a contraer el pecado original.

            María es descendiente de Adán.

            Luego, María estaba sujeta a contraer el pecado original.  

Toda la Verdad, Por Favor

   El pobre fundamentalista detiene su tren de lógica aquí y grita victorioso que la Iglesia Católica está equivocada, que desafía las Escrituras, y que eleva a María a un estado cuasi divino.  Deja de considerar el argumento contrario—el que demuestra con magnificencia el poderío omnipotente de Dios al abrogar la sentencia del pecado original para obrar una maravilla aún más grande, la Encarnación.

   Si la Madre de Dios hubiera contraído el pecado original, luego habría tomado su carne en pecado, como todos los hombres.  Esta carne también llegaría a hacerse carne del Verbo Encarnado, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios Mismo, cuando María consintió al plan divino de la encarnación y la redención.  En resumen, Dios se hubiera revestido de carne pecaminosa.  La paradoja de que Dios realmente habitase y se encerrase en carne manchada por el pecado es una paradoja mayor que la abrogación del pecado original para proporcionar una habitación apropiada a Dios hecho hombre.

   Ciertamente no está fuera del campo de lo posible que Dios preservase a María milagrosamente del pecado original por el privilegio de la Inmaculada Concepción.  Ciertamente es más lógico concluir que esto es exactamente lo que hizo para adaptar a María a su posición elevada y exaltada en Su plan para la redención del hombre.  La adaptó para proporcionar la sangre manada de su propio cuerpo con la que redimiría a la raza de Adán de la culpa y del castigo del pecado.

Revelado Implícitamente

   Pero nuestros pobres amigos fundamentalistas aún apalean el punto de que no hay pruebas bíblicas de la Inmaculada Concepción.  Se asombrarían enormemente al aprender que de verdad las hay.

   En las Escrituras encontramos las verdades reveladas “explícitamente” e “implícitamente.”  La revelación pública cesó con la muerte del último apóstol, y nadie puede afirmar revelaciones de nuevas doctrinas necesarias para la salvación—ni siquiera la Iglesia.

   La Iglesia tiene la autoridad, sin embargo, de definir explícitamente lo que está revelado implícitamente a través de las Escrituras y la Tradición.  El Papa Pío IX hizo eso exactamente cuando definió el dogma de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre, 1854.  Citó dos pasajes en los que se revela implícitamente que María fue preservada del pecado original.

   El primer pasaje ocurre enseguida en las Escrituras—Génesis 3:15.  Hablando a la serpiente que ocasionó la Caída, Dios dice, “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: ella te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.”

Enemigos, no Sujetos, del Pecado

   Cuando contemplamos estas palabras, “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje,” vemos claramente que en este mismo momento, allá en el Jardín de Edén, la Bienaventurada Virgen María ya se había concebido en la mente de Dios.  Incluso entonces, estaba concebida inmaculada, pues la enemistad de que habla Dios no admite reconciliación en ningún momento, ni siquiera con el pecado más mínimo, porque no era posible que un Dios Infinitamente Puro pudiera haber nacido de una mujer que hubiera estado bajo el dominio de Satanás siquiera durante el momento más insignificante.

   Ambos Cristo y María se citan como enemigos de Satanás y del pecado: Él, absolutamente sin pecado como Hijo de Dios; Ella, sin pecado por un don especial de Dios.

“Llena de Gracia”

   El segundo pasaje en que se revela implícitamente la Inmaculada Concepción es la escena de la Anunciación, descrita por San Lucas en el primer capítulo, versículo vigesimoctavo de su Evangelio: “Alégrate, llena de gracia.”

   San Gabriel usó este saludo para entregar un mensaje de Dios mismo a la humilde virgen de Nazaret.  Por tanto, no es sólo un mensajero angélico el que habla, sino Dios mismo quien saluda a María como “llena de gracia.”

   Ahora bien, la gracia excluye el pecado, y la plenitud de gracia tendría que excluir aún el pecado más mínimo.  Dios mismo declaró en aquel momento que María estaba “llena de gracia,” y por lo tanto lo tenemos no meramente por la autoridad de la lógica humana, sino por las mismas palabras de Dios, que María nunca tuvo la más mínima mancha de pecado en su alma, jamás.

Nuevas Traducciones, Nuevos Significados

   Llegado a este punto, permítanos mencionar que en las traducciones más recientes de la Biblia, “llena de gracia” se ha reemplazado por “altamente favorecida” o “hija altamente favorecida.”  Cuando se colocan al lado de las palabras tradicionales de la Anunciación, es obvio que las ediciones nuevas de la Sagrada Escritura pretenden expresar un significado totalmente distinto del de las más antiguas.

   No es incorrecto afirmar que María estaba “altamente favorecida” por Dios.  Sin embargo, es incompleto y menos enérgico.  Reduce a María al mismo nivel que gozaban las demás mujeres heroicas del Antiguo Testamento, tales como Sara, Isabel, Ana, la madre de Samuel, Judit, Rebeca, Rut, y otras tantas.  A pesar de sus grandes privilegios, ninguna de ellas parió el Hombre-Dios.  Solamente María, y por esto su posición, única en la historia, es única en la Iglesia Católica.

Simplemente Perfecta

   Los eruditos católicos nos dicen que “llena de gracia” es la traducción más acertada del griego kecharitomene.  Este término realmente representa el nombre propio de la persona a quien se dirige el ángel.  Expresa una cualidad característica de María, en cuanto que esta gracia es permanente y única.  Expresa e indica una perfección de gracia y esa perfección ha de ser perfecta no sólo intensivamente, sino extensamente también.  Así que María estaba llena de gracia no sólo en ese momento en el que recibió el mensaje de San Gabriel, sino que se extendía allá hasta su concepción.

   Por amor a la claridad, pues, que el católico se atenga a la traducción tradicional, “llena de gracia.”

   Claramente se ve que ella debía haber gozado del estado de gracia santificante desde el primer momento de su existencia para que se llamara “llena  de gracia.”

La Purificación

   Publicaciones Chick imprime un folleto en el que se afirma que después del nacimiento de Nuestro Señor, “María hizo algo sorprendente.  Los Evangelios nos cuentan que como toda madre judía, María trajo al templo su sacrificio de dos tórtolas por el pecado.”  El folleto cita a Lucas 2:21-24 como referencia del acontecimiento, y a Levítico 12:6-8 como referencia al sacrificio por el pecado.

   Como si la deducción no fuera suficiente clara (¿Por qué dejaría María un sacrificio por el pecado si no hubiera cometido pecado?), el folleto cita la epístola de San Pablo a los Romanos (Rom. 3:23): “todos pecaron y están privados de la gloria de Dios.”

   Otra vez he aquí el viejo truco fundamentalista: tomar sólo el significado literal de las palabras, y no hacer caso de las consecuencias de la posición literal.  Aquí de nuevo se derriba la posición anticatólica fácilmente.

   En cuanto al ritual de la purificación, contestamos que era la costumbre y la ley en aquellos días que “al cumplirse los días de su purificación, sea por niño o niña, presentará al sacerdote, a la entrada de la Tienda del Encuentro, un cordero de un año como holocausto, y un pichón o una tórtola como sacrificio por el pecado.  Esta es la ley.” (Levítico 12:6-7)  Nuestra Señora siempre hacía lo que se esperaba de ella según las costumbres y la ley.  Por lo tanto trajo el holocausto y el sacrificio por el pecado.  Su acatamiento a la ley no es lo mismo que una confesión de pecado.

   La posición católica siempre ha defendido que lo que hizo Nuestra Señora aquel cuadragésimo día después del nacimiento milagroso de Nuestro Señor no fue más que dar buen ejemplo a sus hijos.  Aunque era exenta de pecado, no era exenta de los preceptos de la Ley.  El buen ejemplo que dio es lo mismo que la bajada de Su Hijo al Río Jordán para bautizarse por Su primo Juan.  Estuvo entre pecadores, y a todos los que Le rodeaban, parecía ser pecador.  Sin embargo, no lo era.

   Cualquier “cristiano” ni por un momento interpretaría este episodio en el Río Jordán como una confesión por Cristo que fuera sujeto al pecado.  Tenía la intención de edificar a la gente, y después de algo de persuasión, San Juan honró la petición de bautismo del Salvador: “Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia.” (Mateo 3:15)

Conveniente, no Necesario

   Debemos fijarnos especialmente en que Jesús no dijo, “es necesario,” sino que “es conveniente,” y ciertamente no estaba obligado a someterse al bautismo de Juan.

   De un modo parecido, la acción de Nuestra Señora no fue necesaria, pero de verdad era conveniente, y no era menos aceptable a Dios que lo hiciera.

¿Pecan Todos?

   La referencia a la epístola de San Pablo a los Romanos igualmente cae bajo un examen más cuidadoso.  Los fundamentalistas usan este pasaje como palo para golpear el dogma de la exención de pecado de María.  Pero cuando lo ponemos en forma de pregunta, “¿Pecan todos?” es asombroso descubrir (si se es fundamentalista) que hay que hacer distinciones antes de atreverse a contestar.

   Para cometer el pecado, uno tiene que darse cuenta de que su acto es inmoral.  Para hacer esto, tiene que poder “razonar” meditándolo.  Además, una vez que llegue a la conclusión de que el acto en cuestión es pecado, hace falta llevar a cabo el acto con pleno consentimiento de la voluntad.

   A la vista de esta definición, ¿qué decir del niño que todavía tiene que llegar a la edad de razonar?  ¿Peca?  Si muriera antes de llegar a la edad de poder razonar, ¿habría pecado jamás?  ¿Está incluida tal persona en la declamación de San Pablo?

   El fundamentalista empeñado en destruir el dogma de la exención de pecado de la Bienaventurada Madre tendría dificultades con esta situación, pues no distingue entre el pecado original y el pecado actual.  “Todos pecaron” significa para él literalmente lo que San Pablo escribió: todos los hombres han cometido pecados (actuales).  El niño pequeño, los deficientes mentales, los pobres que han llegado a la madurez física pero que aun son niños mentalmente, han pecado a los ojos del fundamentalista.  Necesitan a un salvador porque han cometido pecados.

   Obviamente San Pablo quería decir que todos los hombres están sujetos al pecado original.  Hasta la Bienaventurada Madre estaba sujeta a ello, aunque estaba preservada milagrosamente de su mancha.  De ninguna otra forma se puede encuadrar este pasaje con la buena teología y la recta razón.

Para Honrar a Dios

   El fundamentalista deja de reconocer que la exención del pecado de Nuestra Señora le fue otorgada a causa de su Niño todo santo.  Es parte de la reverencia debido a Dios. 

   Sto. Tomás de Aquino escribió: “La Bienaventurada Virgen María fue escogida  por el cielo para ser la Madre de Dios; pero no habría sido una madre apropiada para Dios si hubiera pecado alguna vez.  Por lo tanto hemos de confesar simplemente que la Bienaventurada Virgen jamás cometió pecado de cualquier clase.”

   Hemos dedicado mucho tiempo en la defensa de la Bienaventurada Virgen María, y es apropiado que lo hayamos hecho, aun si es insuficiente, pues estate seguro que ella es una de las principales dianas de los fundamentalistas.  Sin duda, si alguna vez chocáis con un fundamentalista, pasará poco tiempo hasta que tengáis que defenderla.

La Asunción

   Una cosa queda para discutir, y es la Asunción de la Madre de Dios.

   Vamos a empezar con el hecho de que murió, aunque no tenía que sufrir la muerte, ya que la muerte es el “salario del pecado.”  No habiendo pecado jamás, no tenía que haber muerto.

   Pero Nuestro Señor no tenía que morir tampoco, ya que no era sujeto al pecado.  La Redención, si lo hubiera deseado, se podría haber logrado de otra manera.  Aún así escogió la muerte más ignominiosa posible.  Igualmente, Nuestra Señora, cuya vida entera era de colaboración con el plan de Dios para nuestra salvación, aceptó la muerte para estar unida a su Divino Hijo, Nuestro Señor Jesucristo.  Igual que participaba en Su obra, participaba de Su resurrección en aquel cuerpo glorificado que fue asumido por Dios al cielo de la misma forma en que se asumirán al cielo todos los elegidos, en cuerpo y alma, el último día.

   Aunque la Asunción de la Bienaventurada Virgen no se encuentra en la Escritura, está garantizado por la Santa Tradición y por la enseñanza de la Iglesia Católica.  Solamente que la Escritura no relata un hecho no es ningún argumento en contra de ello.  Después de todo, la Biblia es un libro acerca de Dios y no una biografía de la Virgen María.  Debe de esperarse el hecho de que la Asunción no esté registrada allí.

Sabido por los Apóstoles

   Mas la Tradición nos dice que “una doctrina mantenida universalmente por más de mil trescientos años sólo podía haberse originado en una revelación especial de Nuestro Señor a Sus apóstoles.”  Es seguro que los apóstoles sabían de ello, y además, la Biblia no dice nada en contra de la Asunción.

   Ciertamente parece apropiado que el cuerpo de la Inmaculada Madre de Dios no deba gustar la corrupción, y que deba participar en el triunfo de su Hijo, el Cristo Resucitado.

   Después de todo, ¡era del cuerpo de ella que tomó Él el Suyo propio!

(Traducido por Joan Marie Mart)

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