LA INFALIBILIDAD DE LA IGLESIA*


   La infalibilidad es un privilegio en virtud del cual la Iglesia no puede aceptar ni enseñar algo erróneo en lo que respecta al depósito de la fe.

   Toda la Iglesia es infalible. El Maestro nos dio esta seguridad cuando declaró: "Las puertas del infierno no prevalecerán jamás contra mi Iglesia edificada sobre Pedro".

   Cuando recordamos que la Iglesia es la "familia de Dios", la "casa de la fe" el "Fundamento y la columna de la verdad", comprendemos fácilmente la necesidad de ese privilegio. En efecto, si por un imposible "las Puertas del infierno " prevalecieran sobre esta Iglesia, si llegaran a cambiarla, aunque sólo fuera en un iota de la palabra de Dios, la Iglesia hubiera fallado, no sería ya la Iglesia de Cristo. Eh aquí por que Nuestro Señor nos lo ha asegurado: "las Puertas del infierno no prevalecerán JAMÁS contra mi Iglesia edificada sobre Pedro". La Iglesia de Cristo es pues infalible. Jamás aceptará un error en lo que respecta a la fe y jamás lo enseñará.

   Esta infalibilidad de la Iglesia, "casa de la fe", le viene de su fundamento, -"los Apóstoles y los Profetas"-, que nos hablan en nombre de Dios, para decirnos las palabras de Dios.

   La causa de la inquebrantable fe de toda la Iglesia, o sea, el principio de su infalibilidad, se apoya totalmente en la "piedra angular" (Cristo juntamente con su Vicario). De esta piedra, pasa a las otras piedras fundamentales que están unidas a ella ( los Apóstoles y los Profetas, es decir los Obispos en comunión con el Papa).

Infalibilidad de la Iglesia creyente

   Es una infalibilidad pasiva. Por una asistencia especial de Cristo y del Espíritu Santo, continuamente presentes en la Iglesia (Jn. XIV, 16-17; Mt. XXVIII, 20), jamás la "Casa de la fe", la "familia de Dios" en su totalidad, aceptará el error, en una sola iota del depósito de la fe. Individuos, grupos importantes, naciones enteras podrán dejarse vencer por las Puertas del Infierno, pero la Iglesia, en su totalidad, jamás.

   Esta infalibilidad pasiva nos asegura que en una gran crisis, cuando "numerosos falsos profetas surgen y seducen a muchos, cuando la iniquidad abunda y la caridad de una gran mayoría se enfría" (Mt. XXIV, 11-12), siempre habrá una resistencia al error que impedirá que las Puertas del infierno triunfen sobre toda la Iglesia.

   Esta verdad se verificó en tiempos del arrianismo, del protestantismo y de todas las herejías. Se verifica nuevamente en la crisis de fe provocada por el concilio Vaticano II.

   Como otras veces, hoy hay una resistencia católica que conserva íntegramente el depósito de la fe. ¿Cuántos somos? Sólo Dios lo sabe. En tiempos del profeta Elías, cuando él pensaba que era el único que resistía, el Señor le dijo: "He preservado dentro de Israel siete mil hombres que no han doblado su rodilla ante Baal" (III Reyes XIX, 18)

   Esta infalibilidad pasiva tiene otra consecuencia importante. Cada vez que en la Iglesia universal se extiende una creencia, ya sea por medio de una oración o de una práctica, y que ésta se impone apaciblemente durante cierto tiempo (el tiempo necesario para que sea notoria), esa creencia es necesariamente conforme a la Revelación. si le fuera contraria, la Iglesia entera estaría en el error, y eso es algo que la fe no puede aceptar. De ahí viene el axioma "Lex orandi, lex credendi, La ley de la oración es la ley de la fe".

Infalibilidad de la Iglesia enseñante

   Esta infalibilidad del Magisterio: el Papa y los obispos en comunión con él, Cristo los asocia especialmente a su poder profético, para que ellos enseñen a toda la Iglesia creyente y la mantengan en la ortodoxia. Es por lo tanto, una infalibilidad activa.

   Infalibles dentro de su función específica, el Papa y los obispos que están en comunión con él, no pueden equivocarse ni enseñar el error[1].

   La infalibilidad del Magisterio surge:

  • a) de su misma naturaleza.

  • b) de la obligación que Dios impone a todos de someterse al mismo.

  • c)  por la expresa promesa de Cristo

  • d) porque ha sido objeto de una definición conciliar   

a) La infalibilidad del Magisterio surge de su naturaleza

   Las obras de Dios son perfectas, poseen todo lo necesario para alcanzar el fin para el que fueron creadas. Veamos el fin que el señor le ha asignado al Magisterio.

   El Magisterio ante todo debe dar testimonio de la verdad que propone, asegurar que la misma pertenece realmente al depósito de la fe. Además, muchas de esas verdades sobrenaturales, necesariamente oscuras, deben ser explicadas. Al Magisterio le corresponde dar esas explicaciones. San Pedro es claro: "ninguna profecía de la Escritura es obra de propia iniciativa; porque jamás profecía alguna trajo su origen de voluntad de hombre, sino que impulsados por el Espíritu Santo hablaron hombres de parte de Dios" (II Pedro I, 20-21). Es decir, cuando entre los fieles o entre los teólogos se suscitan controversias doctrinales, corresponde a los miembros principales, al Magisterio, juzgar con autoridad para imponer la verdad y condenar el error.

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   "Las seguras promesas de Cristo no se realizan sino con el concurso de los hijos de la Iglesia. Nuestra oración debe unirse a la de Cristo para atraer la virtud del Espíritu Santo sobre el Pastor universal y sobre todos los pastores". (R. P. Gagnebet, o.p.)

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   ¿Cómo pueden los prelados encargados de tal función llevarla a cabo eficazmente, cómo pueden conservar y enseñar fielmente todo lo que Cristo ha revelado, cómo pueden juzgar con autoridad si, de no estuvieran protegidos del olvido y del error algún modo eficaz? El que crea en la divinidad de Jesucristo no puede dudar. El Maestro no podía no instituir tal medio.

   De hecho, ese medio soberanamente eficaz, existe. Es el compromiso del Hijo de Dios de asistir personalmente a sus prelados por la permanente presencia del Paráclito[2]. "Y mirad que Yo con vosotros estoy todos los días, hasta la consumación del siglo" (Mt. XXVIII, 20). "Y Yo rogaré al Padre y Él os dará otro Intercesor que quede siempre con vosotros" (Jn. XIV, 16). "Pero el intercesor, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todo, y os recordará todo lo que Yo os he dicho" (Jn. XIV, 26). "Y he aquí que Yo envío sobre vosotros la promesa de mi Padre. Mas vosotros estaos quedos en la ciudad hasta que desde lo alto seáis investidos de fuerza ... Porque no sois vosotros los que habláis, sino que el Espíritu de vuestro Padre es quien habla en vosotros" (Lc. XXIV, 49; Mt. X, 20).

   Por lo tanto, son a la vez esta asistencia del Dios hombre, y la permanente asistencia del Espíritu Santo, las que garantizan la infalibilidad exigida por la naturaleza del Magisterio eclesial.

b) La infalibilidad del Magisterio surge de la obligación
que Dios  impone a todos de someterse al mismo

   "Id pues, y haced discípulos a todos los pueblos, (...) enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado" (Mt. XXVIII, 19-20). "... el que no creyere será condenado" (Mc. XVI, 16).

   "... Y si alguno no quiere recibiros ni escuchar vuestras palabras, salid de aquélla casa o de aquélla ciudad y sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo, se usará menos rigor con la tierra de Sodoma y Gomorra, el día del juicio , que con aquella ciudad" (Mt X, 14-15).

   "Si alguno no escucha a la Iglesia, sea para ti como un pagano y como un publicano" (Mt. XVIII, 17).

   Después de amenazas tan graves como: ser rechazados como paganos o como publicanos, ser tratados más duramente que Sodoma y Gomorra, ser condenados al fuego eterno", cómo dudar razonablemente de que Dios, que es la misma Sabiduría, haya dado al Magisterio de su Iglesia los medios eficaces para cumplir esta función, es decir enseñar todas las cosas sin temor de error, permitiendo que los fieles lo escuchen con confianza y se sometan a él, seguros de que siguiéndolo no podrán extraviarse. Más aún, que, en conformidad con la órdenes de su Señor, ese Magisterio exige de todos los fieles, ya sean laicos, sacerdotes, teólogos, obispos, patriarcas, cardenales o papa[3], una sumisión inmediata y absoluta con un asentimiento interno que excluya toda duda. Lo que no sería razonable si, en su función específica, ese Magisterio no estuviera preservado de todo error.

   Dejemos que León XIII nos lo explique con su autoridad: "Cuantas veces, por lo tanto, declarare ese magisterio que tal o cual verdad forma parte del conjunto de la doctrina divinamente revelada, todos deben tener por cierto que es verdad; pues si en cierto modo pudiera ser falso, se seguiría, lo cual es evidentemente absurdo, que Dios mismo sería el autor del error de los hombres" (Satis Cognitum).

c) La infalibilidad del Magisterio surge finalmente
finalmente de una expresa promesa de Cristo

   Jesús nos dio la seguridad de que los poderes del Infierno jamás prevalecerán contra su Iglesia edificada sobre Pedro: "Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella" (Mt. XVI, 18)

   Jesús dijo también: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mc. XIII, 31)

   Ahora bien, la Biblia nos asegura, y lo creemos, que las promesas de Dios siempre se cumplen pues "Samuel llegó a ser grande, y Yavé estaba con él y no dejó que cayera por tierra nada de cuanto él decía" (I Samuel III, 19).

   Estas palabras de Jesús que prometen su presencia personal entre nosotros, todos los días, así como la presencia activa del Espíritu Santo, Espíritu de verdad, y la imposibilidad para el Padre de la mentira de prevalecer contra la Iglesia, permanecen y permanecerán hasta el fin. Entonces, dentro de su función específica, la Iglesia enseñante es infalible, no puede equivocarse, no puede enseñar el error; Jesús nos ha dado su palabra.

c) La infalibilidad del Magisterio ha sido
objeto de una definición conciliar

   Esta doctrina es dogma de fe. La Iglesia lo recordó en el concilio Vaticano: "Deben creerse con fe divina y católica todas aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios escrita o tradicional, y son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas, ora por solemne juicio, ora por su ordinario y universal Magisterio" (Denz. 1792).

Conclusión

   La Iglesia enseñante, Papa, obispos unidos al Papa, son pues, infalibles, cualquiera sea la forma de su enseñanza: solemne u ordinaria. el concilio lo recordó.

   Pero esta infalibilidad activa de las piedras fundamentales les viene, como ya lo expliqué, de la piedra angular: el Papa en unión con Cristo, que es su puntal. Porque la piedra angular es inamovible, infalible, es que las piedras fundamentales que se apuntalan sobre la misma, -los obispos en comunión con el Papa- también lo son. 

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