LA SAGRADA COBARDÍA

(No digas lo que debes)

   A cada quien lo propio. 

   Así como las cosas son lo que son, ya que ellas no dependen de mi opinión ni de mi gusto, así los hombres. Esto es una constante y vale para todo. Toda la vida humana se rige por ese canon, las cosas son lo que son y según lo que son debemos tratarlas. Pongamos un ejemplo: El aire se respira y el puré se come, nadie haría lo contrario, a no ser en un manifiesto acto de locura. Cuando un principio es tan general y tan verdadero puede aplicarse a todo y al hacerlo siempre se aplica bien. 

   Las cosas, entonces, son lo que son las mire yo como quiera mirarlas. 

   Lo que vale para las cosas, entonces, vale para los hombres ya que ellos no escapan al mundo real. Cada cosa sigue su natural y los hombres también. Por eso si veo a un señor manifiestamente señor pero manifiestamente vestido de señora, digo en buen francés que ese tal está “travesti”, es decir disfrazado ya que no se muestra como es. Si es hombre pórtese como tal, si es mujer haga lo propio y si siente distinto vea al médico, vea al sacerdote o hable con su papá, pero haga lo que haga no dejará de ser lo que es por más que sienta lo que sienta.

   Así las cosas, así los hombres. 

   Ahora bien, si es así ¿Por qué no pasa? ¿Por qué los hombres no tratan a las cosas como son? ¿Por qué no se comportan como deben? 

   Sin duda que por la bruta ignorancia en que nos sumió el pecado original y por la cómoda cobardía que parece más llevadera que el deber. 

   Volvamos a los ejemplos que siempre ayudan a entender, al menos cuando están bien puestos. 

   ¿Para qué sirve un médico? Si Hipócrates hablara diría que para salvar vidas, para curar enfermedades, para aminorar los sufrimientos y que así la vida sea más llevadera. ¿Sucede siempre así? ¿Son los médicos lo que deben ser? ¿Por qué entonces los abortos, por qué la visión mercantil, porqué no se cura si no paga, por qué en vez de hacer menos sufrido el sufrimiento matan al que sufre? 

   ¿Por qué no son los hombres lo que son? 

   ¿Son los periodistas lo que deben? Cuando nacieron transmitían noticias y los hombres, nacidos inteligentes, juzgaban de acuerdo a lo que escuchaban o a lo que leían. Hoy dicen que son comunicadores sociales. Curioso, mantuvieron el título y cambiaron el contenido; se recibieron de lo mismo pero son distintos, tienen los mismos derechos de los anteriores pero no son iguales. Hoy no transmiten noticias sino opiniones. Una vez le preguntaron a Reuter, el fundador de la conocida agencia de noticias norteamericana, por qué no daba su opinión, a lo cual contestó sin vueltas: -Yo vendo noticias, no opiniones. 

   Antes las opiniones estaban en los artículos de fondo o en los editoriales, ahora todo el diario o el noticiero es opinión que se digiere como si fuera noticia. Dice bien entonces un conocido canal norteamericano de noticias, viejo ya de veinticinco años, como lema constantemente repetido: “Lo que usted debe saber”. Pudiéramos agregar: “No se le vaya a ocurrir saber lo que sí debería saber”. Así nos venden la ilusión mientras ellos controlan la realidad. 

   ¿Por qué no son los hombres lo que son? 

   Llegamos a nuestro destino. 

   ¿Son los sacerdotes lo que deben ser? ¿Dicen lo que les cuadra? ¿Hacen lo que deben? 

   Yo digo que no y a eso le llamo, por llamarle de alguna manera, “La Sagrada Cobardía”. 

   La cobardía es la falta de valor cuando este es necesario, si sobra es temeridad y si falta es cobardía. Miedo siente hasta el más valiente, pero sólo es cobarde el que lo sigue.

   De Jesucristo para aquí  sacerdotes siempre ha habido, porque El los hizo y los quiso tales. Pero, ¿Son lo que deben ser? 

   Sacerdote se es para Dios y eso es lo del culto divino, por eso Jesucristo les dijo: “Haced esto en memoria mía” (S. Lucas 22,19). 

   Sacerdote se es para enseñar las verdades de la Fe apartando del error. Por eso Jesucristo dijo: “Id y enseñad a todas las naciones” (San Mateo 28,19). 

   Sacerdote se es para enseñar la moral, por eso dijo finalmente Jesucristo: “Quien creyere y se bautizare, se salvará” (San Marcos 16,16). 

   Cuando vemos a un sacerdote, cuando oímos sus palabras, cuando los Obispos dan a conocer un documento de la conferencia episcopal ¿Suenan allí las palabras sagradas que más o menos habrían de allanarnos el camino para salvarnos? ¿Es un problema grave para los Obispos y sacerdotes que la gente se salve, que se eviten los pecados? ¿Sienten ellos que ese es el grave, el más grave problema nacional y mundial? ¿Les preocupa la inmoralidad creciente, la invitación a lo malo en todos los medios de comunicación, las modas provocativas, el flagelo de la droga? 

   De la droga han hablado ¿Pero han hablado de los que la comercian lucrando con la destrucción de nuestros jóvenes? 

   Del sida han hablado y del supuesto medio más popular para evitarlo también. ¿Pero hablan claramente de los pecados que llevan al sida? ¿Atacan claramente la sodomía castigada por Dios en el Génesis y condenada por el Apóstol San Judas Tadeo (Jud, 7)? 

   Inocencia y virginidad son palabras borradas del diccionario de este mundo y los sacerdotes y Obispos callan con él. Todo lleva en los medios de comunicación, en la letra de las músicas, en los bailes y en las modas a borrar esas palabras, a reirse de ellas y a sepultar para siempre esas virtudes. 

   Imposible la grandeza de alma cuando lo que manda es la pollera corta o el pantalón apretado. ¿Qué integridad podrá tener alguien el día de mañana si su interés principal es el sexo, lo sensual y lo placentero? Si al ladrón le gusta lo ajeno es mejor no ponérselo a mano. Si alguien que debe ser probo en su tarea, en su profesión o en su obligación no ha forjado las otras virtudes entonces siempre alguien le hallará su precio. Cuando la virtud no existe es difícil que la Constitución contenga a alguien, por eso vemos la comparsa de los funcionarios que no funcionan, de los educadores que no educan o de los guardianes que no cuidan. 

   ¿No lo saben los Obispos? 

   ¿No lo saben los sacerdotes? ¿Saben? 

   O no saben qué decir, entonces sería ignorancia. 

   O no saben lo que deben, entonces sería culpa ya que deben. 

   O no dicen lo que saben, entonces sería cobardía. 

   O no saben lo que dicen, entonces es locura o desconcierto. 

   ¿Por qué hablan de economía y no del Evangelio? ¿Por qué desocupación, producto bruto interno, marginalidad y no pecados que causan muchas de esas cosas? Sea la sociedad cristiana y todo eso disminuye. ¿Quién la haría cristiana sino los sacerdotes? 

   Una sociedad sin virtudes está condenada al fracaso perpetuo; el mundo no se divide solamente entre ricos y pobres. Los Apóstoles eran pobrísimos y ¿Cuánto hicieron? Más pobre fue Jesucristo y cambió la historia y la eternidad de los hombres. Un bolsillo lleno y otro vacío pueden encerrar las mismas pequeñeces. Una nación grande, un pueblo sereno, un mundo en paz supone que entre sus hombres y mujeres no manden ni las pasiones, ni los vicios, ni las ambiciones mezquinas. Nada de eso es posible sin virtudes. Esto nadie lo predica, nadie lo dice ni lo grita. Han abandonado a jóvenes y viejos por miedo a decir lo que el mundo calla o lo que el mundo odia, olvidados y silenciando por cobardía aquella frase del Salvador: “Si el mundo os odia, sabed que antes me odió a Mi” (S. Juan 15,18). 

Padre Andrés Morello
30 de noviembre de 2005
Rincón Inalef, Mallín Ahogado
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