LA POBREZA DE CRISTO
 Y
LA DE JUDAS*

   Los nuevos católicos y los marxistas practican una explotación similar, muy embaucadora, de las necesidades humanas. y si ello es indigno en el plano político, aún lo es más en el religioso. La pobreza es una condición social que debe merecer consideración y miramiento, jamás mixtificación o engaño con fines proselitistas. Los pobres no sólo serán evangelizados según lo ha dicho el Señor, sino que también ayudan a salvar a los pudientes. Ya lo dice Cristo, "dad a los pobres y tendrás un tesoro en el Cielo. Tendrás el ciento por uno y después la vida eterna".

   Pero la defensa de la pobreza que surgió en la lid religiosa como caballo de batalla, no ha sido la cristiana. Desde un comienzo pudo evidenciarse en la nueva iglesia, que un grupo de obispos había resuelto consagrarse a su triunfo o a su explotación. Conductas ambas deleznables y reñidas con el Evangelio, sin embargo perfectamente identificadas con la ideología comunista. Si reparamos que este concepto de pobreza se extiende también al arte y al propio culto de nuestra fe, no hay que ser muy lúcido, para percatarse del sectario proselitismo que lo anima. El verdadero pobre, el que sufre penurias económicas poco le interesa, aunque aparentemente le preocupe, sólo constituye un punto de apoyo para facilitar la expansión totalitaria de la pobreza, no sólo en lo sobrenatural, sino también en lo estético, como puede observarse en la presentación de algunos Nacimientos.

   Para crear mayor emoción o suspenso, se hacen llamar la Iglesia de las Catacumbas, pues se reúnen secretamente aunque en ocasiones convocan o comunican a reporteros de la prensa alineada. Un espíritu subterráneo y fúnebre envuelve su atmósfera. De su prédica, por poco que se reflexione, surge la falsedad. Pregonan abrirse al mundo, aceptarlo y consagrarse a él en una sociedad de producción y consumo, pero al mismo tiempo aconsejan repartirlo todo. Solía decir Chesterton, que los herejes eran cristianos que se habían vuelto locos. Los nuevos católicos están justificando tal pensamiento. Este concepto aparentemente ilógico, se ha extendido como hemos visto, también al arte. Buscan degradar el adorno en la casa de Dios, abatir la inspiración creadora de aquellos artistas que aspiran consagrarla al Señor. No es necesario desmantelar la Iglesia para que luzca más buena o para estar más acorde con Dios; es todo lo contrario. Cuando nació Cristo, fueron invitados los pobres y los hombres más pudientes de la tierra, que ofrecieron riquezas como homenaje al hijo de Dios y no fueron rechazados. María de Betania derramó un perfume sobre Jesús, con cuyo costo podría darse de comer a miles de personas, como se lo dijo Judas; sin embargo Cristo lo aprobó y desechó la opinión del traidor. No cabe duda, que esta nueva espiritualidad que juega para su provecho o para el que los capitalice, con las necesidades del prójimo, defiende la pobreza de Judas y no la de Crísto.

   Pero lo más grave de este monstruoso engaño apostólico, es que ello condujo también al empobrecimiento del culto, de la fe y de las prácticas religiosas.

   El reloj de este tiempo revolucionario marca el tic en el púlpito y el tac en el sindicato marxista. En Chile consiguieron el tic-tac. El camino que ofrecen para liberarse de la pobreza conduce a su propia multiplicación, con cuyo éxito sólo sus seductores gozarán de comodidades y bienestar. La tristeza de los pueblos y ciudades socialistas donde sólo unos pocos viven bien, certifica este infortunio.

   En fin, esta nueva espiritualidad está haciendo uso de los pobres, a quienes el Señor otorgó privilegios especiales, como piezas en un tablero que busca dar jaque a Dios. Tal es la farsa del nuevo apostolado.
                                                                        PERMANENCIAS
                                                 "El País", Montevideo, 11 de enero de 1971.

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