La Iglesia y el Liberalismo
Revista "ROMA", Nº 63-64

  LOS CATÓLICOS LIBERALES   

Carta Per tristisima, 6 de marzo de 1873, de S.S. Pío IX, 
a los miembros del Círculo San Ambrosio de Milán.

   Si bien los hijos del siglo son más sagaces que los hijos de la luz (Lucas, 16, 18), sus astucias y violencias hubieran tenido menos efecto sin la ayuda ofrecida por muchas manos amigas de la grey católica. No hubiera servido, como ellos querían, unirse al mismo carro, esforzarse en unir la luz y las tinieblas y hacer participar a la iniquidad con la justicia, gracias a las doctrinas que han dado en llamarse católico-liberales y que fundadas en los principios más perniciosos, dieron ventajas al poder laico en el mismo momento en que éste se insertaba en el dominio espiritual, inclinando el espíritu a la sumisión, o por lo menos a la tolerancia ante las leyes más inicuas, como si no estuviere escrito que "para nada pueden servir dos maestros" (Lucas, 16, 13) .

   Esta clase de gente es, sin duda alguna, más peligrosa y dañina que los enemigos declarados, porque sin llamar la atención y sin, tal vez, ponerse en guardia, se prestan a las maniobras de estos últimos. Por otra parte, manteniéndose de este costado del límite de opinión netamente condenado, dan la impresión de una irreprochable probidad doctrinaria y atraen a los imprudentes amantes de la conciliación, engañando a la gente honesta que rechazaría un error dec1arado. Es así como dividen los espíritus, rompen la unidad y debilitan las fuerzas que deberían oponerse unidas al adversario.

ENCÍCLICA "DIUTURNUM ILLUD" (29-VI-1881)
SOBRE EL ORIGEN DEL PODER LEÓN PP. XIII

La Religión es el fundamento del orden

   Estos infortunios públicos que están a la vista, llenan a Nos con grave preocupación, al ver peligrar casi a toda hora la seguridad de los principios y la tranquilidad de los imperios, juntamente con la salud de los pueblos. Sin embargo, la virtud divina de la Religión cristiana engendró la egregia firmeza de la estabilidad y del orden de las repúblicas al tiempo que impregnaba las costumbres e instituciones de las naciones. No es el más pequeño y último fruto de su fuerza el justo y sabio equilibrio de derechos y deberes en los soberanos y en los pueblos. Porque en los preceptos y ejemplos de Cristo ,Señor Nuestro vive una fuerza admirable para mantener en sus deberes, tanto a los que obedecen, como a los que mandan, y conservar entre los mismos aquella unión y armonía de voluntades, que es muy conforme a la naturaleza, de donde nace el curso tranquilo, carente de perturbaciones en los negocios públicos.

   Por lo cual, habiéndonos sido confiados, por la gracia de Dios, el gobierno de la Iglesia católica, la custodia e interpretación de la doctrina de Cristo, juzgamos, Venerables Hermanos, que incumbe a Nuestra autoridad decir públicamente, qué exige la verdad católica de cada uno en este género de deber de donde surgirá también el modo y la manera con que en tan deplorable estado de cosas haya de atenderse a la salud pública.

Doctrina de la Iglesia acerca de la autoridad

Necesidad de una autoridad

   Aunque el hombre, incitado por cierta arrogancia y tozudez, intenta muchas veces romper los frenos de la autoridad, jamás, sin embargo, pudo conseguir sustraerse por completo a toda obediencia. En toda agrupación y comunidad de hombres, la misma necesidad obliga a que haya algunos que manden, con el fin de que, la sociedad, destituida de principio o cabeza que la rija, no se disuelva y se vea privada de lograr el fin para que nació y fue constituida.

 I. Origen Divino

Errores sobre el origen de la autoridad

   Pero si no pudo suceder que la potestad política se quitase de en medio de las naciones, lo tentó ciertamente a algunos a emplear todas las artes y medios para debilitar su fuerza y disminuir la autoridad; esto sucedió principalísimamente en el siglo XVI, cuando una perniciosa novedad de opiniones envaneció a muchísimos. Desde aquel tiempo, la multitud pretendió, no sólo que le otorgasen la libertad con mayor amplitud de la que era justo, sino que también establecieron a su arbitrio que se hallaba en ella el origen y la constitución de sociedad civil. Aún más: muchos modernos, siguiendo las huellas de aquellos, que en el siglo anterior se dieron el nombre de filósofos, dicen que toda potestad viene del pueblo; por lo cual, los que ejercen la autoridad civil, no la ejercen como suya, sino como otorgada por el pueblo; con esta norma, la misma voluntad del pueblo, que delegó la potestad, puede revocar su acuerdo. Los católicos discrepan de esta opinión al derivar de Dios como de su principio natural y necesario, el derecho de mandar.

La voluntad del pueblo y la doctrina católica. Formas de gobierno

   Importa que anotemos aquí que los que han de gobernar las repúblicas, pueden en algunos casos ser elegidos por la voluntad y juicio de la multitud, sin que a ello se oponga ni le repugne la doctrina católica. Con esa elección se designa ciertamente al gobernante, mas no se confieren los derechos de gobierno, ni se dan la autoridad, sino que se establece quién la ha de ejercer.

   Aquí no tratamos las formas de gobierno; pues nada impide que la Iglesia apruebe el gobierno de uno solo o de muchos, con tal que sea justo y tienda al bien común (1) . Por eso, salva la justicia, no se prohíbe a los pueblos el que sea más apto y conveniente a su carácter o los institutos y costumbres de sus antepasados.

   Pero por lo que respecta a la autoridad pública, la Iglesia enseña rectamente que ésta viene de Dios; pues ella misma lo encuentra claramente atestiguado en las Sagradas Letras y en los monumentos de la antigüedad cristiana, y además no puede excogitarse ninguna doctrina que sea, o más conveniente a la razón, o más conforme a los intereses de los soberanos y de los pueblos. 

   En realidad, los libros del Antiguo Testamento confirman muy claramente en muchos lugares que en Dios está la fuente de la potestad humana. Por mí reinan los reyes... por mí los príncipes. imperan, y los jueces administran la justicia (2) . y en otra parte: Escuchad los que gobernáis las naciones... porque de Dios os ha venido la potestad y del Altísimo la fuerza (3) . Lo cual se contiene asimismo en el libro del Eclesiástico: A cada nación puso Dios quien la gobernase (4) . Sin embargo, las cosas que los hombres habían aprendido enseñándoselas Dios, poco a poco, entregados a las supersticiones paganas, las fueron olvidando; así como corrompieron muchas verdades y nociones de las cosas, así también adulteraron la verdadera idea y hermosura de la autoridad.

   Después, cuando brilló la luz del Evangelio cristiano, la vanidad cedía su puesto a la verdad, y de nuevo empezó a dilucidarse de dónde emanaba toda autoridad, principio nobilísimo y divino. Cristo Señor Nuestro respondió al Presidente Romano, que hacía alarde y se arrogaba la potestad de absolverlo o de condenarlo: No tendrías poder alguno sobre mí, si no se te hubiese dado de arriba (5) . San Agustín, comentando este pasaje, dice: Aprendamos lo que dijo, que es lo mismo que enseñó por el Apóstol, a saber, que no hay potestad sino de Dios (6) . A la doctrina, pues, y a los preceptos de Jesucristo correspondió la voz incorrupta de los Apóstoles, como una imagen a su original. Excelsa y llena de gravedad es la sentencia que San Pablo escribe a los Romanos sujetos al imperio de los príncipes paganos: no hay potestad si no viene de Dios: de lo cual, como de una causa deduce y concluye: El príncipe es ministro de Dios (7) .

   Los Padres de la Iglesia procuraron con toda diligencia profesar y propagar esta misma doctrina, en la que habían sido instruidos: No atribuimos sino al verdadero Dios la potestad de dar el reino y el imperio (8) . San Juan Crisóstomo dice, siguiendo la misma sentencia: Que haya principados, y que unos manden y otros sean súbditos, y que todo no suceda al azar y fortuitamente la atribuyo a la divina sabiduría (9) . Lo mismo atestiguó San Gregorio Magno con estas palabras: Confesamos que la potestad les viene del cielo a los emperadores y reyes (10) . Y aun los Santos Doctores tomaron a su cargo el ilustrar los mismos preceptos, hasta con la luz natural de la razón, de suerte que deben parecer rectos y verdaderos a los que no tienen otra guía que la razón.

   En efecto, la naturaleza, o más bien Dios, autor de la naturaleza, impulsa a los hombres a que vivan en sociedad civil: así nos lo demuestran muy claramente, ya la facultad de hablar, fuerza unitiva muy grande de la sociedad, y además, muchísimas ansias innatas del ánimo, como también muchas cosas necesarias y de gran importancia que los hombres aislados no pueden conseguir, y que sólo obtienen unidos y asociados unos con otros. Ahora bien; ni puede existir, ni concebirse esta sociedad, si alguien no coordina todas las voluntades, para que de muchas se haga como una sola y las obligue con rectitud y orden al bien común; quiso pues, Dios, que en la sociedad civil hubiese quienes mandasen a la multitud. He aquí otra razón poderosa que los que tienen la autoridad en la república, deben poder obligar a los ciudadanos a la obediencia de tal manera, que la desobediencia sea un manifiesto pecado. Ahora bien, ningún hombre tiene en sí o por sí la facultad de obligar en conciencia la voluntad libre de los demás con los vínculos de tal autoridad. Únicamente tiene esta potestad Dios Creador y Legislador de todas las cosas los que esta potestad ejercen deben necesariamente ejercerla como comunicada por Dios. Uno solo es el Legislador y el Juez que puede perder y salvar (11)

Toda potestad viene de Dios 

   Lo cual se ve también en otros géneros de potestad. La potestad que hay en los Sacerdotes dimana tan manifiestamente de Dios, que todos los pueblos los llaman Ministros de Dios, y los tienen por tales. Igualmente la potestad de los padres de familia tiene expresa cierta imagen y forma de la autoridad que hay en Dios, de quien trae su nombre toda paternidad en los cielos y en la tierra (12) . Y de este modo los diversos géneros de potestad tienen entre sí maravillosas semejanzas, de modo que todo poder y autoridad que hay en cualquier parte, trae su origen de un solo y mismo Creador y Señor del mundo, que es Dios.

II. Errores acerca de la autoridad

El pacto social

   Los que pretenden que la sociedad civil se ha originado en el libre consentimiento de los hombres, al atribuir el origen de la autoridad a esa misma fuente dicen que cada uno cedió parte de su derecho y que voluntariamente se sometieron al derecho de aquel que hubiese reunido en sí la suma de aquellos derechos. Pero es un grande error no ver lo que es manifiesto, a saber: que los hombres, no siendo una raza de vagos solitarios, independientemente de su libre voluntad, han nacido para una natural comunidad; y además, el pacto que predican es claramente un invento y una ficción, y no sirve para dar a la potestad política tan grande fuerza, dignidad y firmeza, cuanta requieren la defensa de la república y las utilidades comunes de los ciudadanos. Y el principado sólo tendrá esta majestad y sostén universal, si se entiende que dimana de Dios, fuente augusta y santísima.

Frutos de la doctrina de la Iglesia

Dignifica el poder

   Ninguna opinión o sentencia puede hallarse, no sólo más verdadera, pero ni más provechosa. Pues, si la potestad de los que gobiernan los estados es cierta comunicación de la potestad divina, por esta misma causa la autoridad logra, al punto, una dignidad mayor que la humana, no aquella impía y absurdísima, reclamada por los emperadores paganos, -que pretendían algunas veces honores divinos, sino verdadera y sólida, y esta recibida por cierto don y merced divina. Por lo cual deberán los ciudadanos estar sujetos y obedecer a los príncipes, como a Dios, no .tanto por el temor del castigo cuanto por la reverencia a la majestad, y no por adulación, sino por la conciencia del deber. Con esto, la autoridad colocada en su sitio estará mucho más firmemente cimentada. Pues sintiendo los ciudadanos la fuerza de este deber, necesariamente huirán de la maldad y de la contumacia; porque deben estar persuadidos de que los que resisten a la potestad política, resisten a la divina voluntad, y los que rehúsan honrar a los soberanos, rehúsan honrar a Dios (13)  

San Pablo y la potestad humana

   En esta doctrina instruyó particularmente el apóstol San Pablo a los romanos, a quienes escribió sobre la reverencia que se debe a los supremos poderes con tanta autoridad y peso, que nada parece poder mandarse con más severidad: Todos están sujetos a las potestades superiores: pues no hay potestad que no provenga de Dios: las cosas que son, por Dios son ordenadas. Por lo tanto quien resiste a la potestad resiste a la ordenación de Dios. Mas los que resisten se hacen reos de condenación...  Por tanto debéis estarle sujetos no sólo por el castigo, " sino también por conciencia (14). Con este mismo sentido está del todo conforme la nobilísima sentencia de San Pedro, príncipe de los Apóstoles: Estad sujetos a toda humana criatura (constituida sobre vosotros) por respeto a Dios, ya sea el rey como el que ocupa el primer lugar, ya sean los gobernadores, como puestos por Dios para castigo de los malhechores y la alabanza de los buenos; porque así es la voluntad de Dios (15) .

Cuándo no se debe obedecer

   Una sola causa tienen los hombres para no obedecer, y es, cuando se les pide algo que repugne abiertamente al derecho natural o divino; pues en todas aquellas cosas en que se infringe la ley natural o la voluntad de Dios, es tan ilícito el mandarlas, como el hacerlas. Si, pues, aconteciere que alguien fuere obligado a elegir una de dos cosas, a saber. o despreciar los mandatos de Dios o los de los príncipes, se debe obedecer a Jesucristo que manda dar al César lo que es del César ya Dios lo que es de Dios , y a ejemplo de los Apóstoles responder animosamente: "conviene obedecer a Dios antes que a los hombres (16) . Sin embargo, no hay por qué acusar a los que se portan de este modo de que quebrantan la obediencia; pues si la voluntad de los príncipes pugna con la voluntad y las leyes de Dios, ellos sobrepasan los límites de su poder y trastornan la justicia: ni entonces puede valer su autoridad, la cual es nula, donde no hay justicia.

Protege al súbdito. El modo de ejercer el poder

   Mas para que en el ejercicio de la autoridad se conserve la justicia importa mucho que los gobernantes comprendan que el poder político no nació para el provecho de ninguna persona particular y que las funciones del gobierno de la república no deben desempeñarse para bien de los que gobiernan sino para bien de los gobernados. Los soberanos deben tomar como ejemplo a Dios óptimo máximo, de quien desciende toda autoridad: deben proponerse su acción como modelo; presidan al pueblo con equidad y fidelidad, y apliquen la caridad paternal junto con la severidad que es necesaria. Por este motivo, las Sagradas Letras les advierten que ellos mismos tienen que dar cuenta un día al Rey de los reyes y Señor de los señores: si abandonaren su deber, no podrán evitar en modo alguno la severidad de Dios. El Altísimo examinará vuestras, obras y escudriñará los pensamientos. Porque siendo ministros de su reino, no juzgasteis con rectitud... se os presentará espantosa y repentinamente, pues el juicio será durísimo para los que presiden a los demás... Que no exceptuará Dios persona alguna, ni respetará la grandeza de nadie, porque lo mismo hizo al pequeño y al grande y de todos cuida igualmente. Mas a los mayores les reserva una sanción. más severa (17 .

Contenido del sitio


  • (1)   León XIII, Encícl. Sapientiae christianae, 10-1-1890; (volver)

  • (2) 2 Proverbios 8, 15-16.  (volver)

  • (3) Sabiduría 6,3-4.  (volver)

  • (4)  Eclesiástico 17, 14.. (volver)

  • (5)  Juan 19, 11. (volver)

  • (6)  Roman. 13, 1; S. Agustín, Tract. 116 in Joann. 5 (Migne PL. 35, col. 1912).  (volver)

  • (7) Rom. 13,1,4. (volver)

  • (8)  S. Auustín, De civitate Dei lib. V, cap. 21 (Migne PL. 41, col. 167) .(volver)

  • (9) S. Juan Crisóstomo, In Epist. a los Romanos; Homil. 23 (Migne.PG. O, col. 615 al medio) (volver)

  • (10) S. Gregaria M., Epist. lib. II, 61; (Migne PL. 77 [lib. III, epist. 65] col. 663-B\. (volver)

  • (11) Santiago 4, 12.. (volver)

  • (12) Efes. 3, 15.. (volver)

  • (13)  Ver León X1II, Encícl.Graves de Communi, 13-1-1901. (volver)

  • (14)  Romanos 13, 1-5; ver León XIII, Encícl., Caritatis Pro1lidentireque, 13-1II- 1894; en esta Colección: Encicl. 67,5, pág. 5{¡9. (volver)

  • (15)  I Pedro 2, 13-15. (volver)

  • (16) Act. 5, 29.. (volver)

  • (17) Sabid. 6, 4-8.  (volver)

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