CONSIDERACIONES SOBRE
LA REFORMA LITÚRGICA*

   No es en verdad la reforma litúrgica sea un elemento accesorio en la Iglesia postconciliar. Es la parte visible, es el elemento sensible de un "cambio de mentalidad", es la demostración pal pable de una ruptura con la Tradición, del abandono de formas que algunos consideran como "caducas y petrificadas", es a los ojos de los progresistas la prueba de un "dinamismo e interés por adaptarse al mundo moderno"; dinamismo y adaptación que dicen indispensables "dada la evolución acelerada de la sociedad".

   Cuando, abandonando estas frases hechas y estas consideraciones superficiales, intentamos profundizar las razones que se invocan en favor de las reformas (de la Reforma) no resisten éstas a la más ligera crítica; toda verdad definitiva y toda norma que escapa a la acción disolvente del relativismo podría ser calificada de "petrificada y caduca". El dinamismo en sí, no quiere decir nada pues puede aplicarse a muy diversos fines y "la adaptación al mundo moderno" es igualmente imprecisa pues ni éste es un conjunto homogéneo, ni es única la manera de efectuar esta adaptación.

   La "evolución de la sociedad" no debe afectar para nada las formas religiosas, que deben de ser universales y perennes para inculcar en los fieles ideas de estabilidad, de invariabilidad y de intemporalidad y la sumisión a las realidades sobrenaturales y a los fines últimos del hombre que, sean las que fueren las condiciones sociales e históricas, siempre serán los mismos.

   La mayoría de los fieles que afortunadamente han conservado, sobre todo en los países de habla española, el sentido de la obediencia y el respeto a lo establecido por la Iglesia, juzgan extemporáneas toda discusión y todo juicio acerca de las reformas actuales, se limitan a obedecer a sus párrocos y obispos y a seguir las pretendidas enseñanzas del Sumo Pontífice descargando sobre ella, si la hubiere, toda la responsabilidad. Pero precisamente una de las características de estas reformas, de estas indicaciones y de estos mandatos es que los fieles deben de abandonar este papel pasivo y colaborar activamente a crear la "conciencia del pueblo de Dios" como se dice actualmente. Además las reformas que se desarrollan no se caracterizan por su exactitud y precisión y no tienen nunca forma definitiva de modo que si éstas han lo grado sustituir las formas tradicionales, nada impide que, con el debido respeto, trabajemos para que las formas modernas sean modificadas de nuevo en el sentido de una restauración, pues nos otros pertenecemos a este "mundo moderno" y no vemos en base a qué se nos podría impedir expresar nuestra opinión sobre las formas, a nuestro juicio, más adecuadas para realizar esta necesaria adaptación de la que tanto se habla.

   Muchos fieles creen que las nuevas formas litúrgicas han sido elaboradas por santos varones eminentísimos, inmunes a toda crítica e inspirados por el Espíritu Santo y que están infaliblemente en el secreto de las necesidades "pastorales" de la humanidad en esta segunda mitad del siglo xx. La realidad es muy distinta. El hecho es que existen desde hace algunos lustros unos grupitos muy reducidos de liturgistas más o menos eruditos que han ido elaborando la Reforma, primero en círculos muy restringidos, luego en "etapas experimentales" y finalmente han logrado introducirse en la administración romana imponiendo sus novedades detrás de una cortina de humo de erudición sociológica, psicológica o histórica.

   El autor de estas líneas ha conocido en varios países europeos y en Medio Oriente a algunos de los inspiradores de estos grupos hace unos quince años, cuando se ocupaba de estudio de liturgia oriental en general y de liturgia copta en particular. Encontró al principio buena acogida en estos grupos y hasta pudo asistir a algún congreso pues la contribución de un ingrediente copto podía espesar todavía más la cortina de humo de la erudición y aumentar la confusión litúrgica. Pero cuando intentó des arrollar un estudio sobre el valor dogmático de alguna de estas liturgia s y sobre su contenido espiritual tal como es vivido por los fieles, se notó muy claramente que estas cuestiones iban clara mente en sentido opuesto a lo que se proponían estos sabios liturgistas y nunca pudo ser publicado su Estudio Temático de la Liturgia de San Juan Crisóstomo pues no se trataba de un mero análisis erudito, sino que trataba de elaborar una exposición dogmática y espiritual a partir de los textos litúrgicos.

   Poco a poco, las relaciones con estos grupos liturgistas nos hicieron ver que no interesaba de ningún modo desarrollar a través de la liturgia el sentido de la oración y las precisiones doctrinales y menos de aumentar el sentido de lo sagrado, sino todo lo contrario: buscar armas para destruir y para desarrollar la idea del relativismo litúrgico, borrar los límites entre lo sagrado y lo profano, los sacerdotes y los fieles, la verdad y el error... disminuir las distancias y diferencias con los protestantes y llegar a desarrollar una "conciencia ecuménica" sacrificando tradiciones y hasta formulaciones dogmáticas.

   Estos grupos minúsculos lograron introducirse en los Dicasterios romanos y como "expertos" en los obispados y el resultado fue, primero el Concilio que abrió muchas puertas que hasta entonces habían permanecido cerradas, después vino la Reforma, lenta, calculada y que destruyó mucho y construyó poco y este poco muy inestable.

   Como las reformas iban siempre acompañadas de facilidades y comodidades para los fieles fue fácil hacerlas aceptar, sobre todo porque aquellos que discrepaban eran precisamente los más piadosos y por lo tanto los más disciplinados. La Jerarquía de la Iglesia no pudo, no quiso o no se atrevió a oponerse a las múltiples experiencias e innovaciones propuestas y desarrolladas por los "expertos" y finalmente la marea de destrucción, de improvisación y de fantasía resultó incontenible y como dijo el cardenal Gut en una célebre entrevista "El Santo Padre, en su gran bondad, no ha tenido más remedio que ceder sobre puntos en los que discrepaba"(1).

   Nada nos impide pensar que esta misma gran bondad pueda beneficiar a aquellos que trabajan por la restauración litúrgica y procuran que termine la anarquía y la desacralización impía que aqueja ahora a la Santa Liturgia.

   Pero antes de restaurar hay que impedir que continúe la demolición, la "autodemolición" como la llama Pablo VI. Mantener lo que todavía no ha desaparecido, la liturgia de San Pío V(2), el canto gregoriano, los altares con su Sagrario en el lugar preferente, la lengua latina, la Misa cara a Dios, las imágenes sagradas, los reclinatorios, etc. La Constitución litúrgica del último Concilio "pastoral" establece (Introducción, 4): El sacrosanto ... Concilio...declara que la santa madre Iglesia quiere que en el futuro se conserven y fomenten todos los Ritos legítimamente reconocidos" pues no hay razón ninguna para que se conserve el rito mozárabe, ambrosiano, maronita, armenio, etc., y no se conserve el de San Pío V que ha sido el propio del rito latino durante tantos siglos. La misma Constitución dice que "se conservará la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular"(35) y que el Canto gregoriano tendrá el primer lugar en las acciones litúrgicas (116).

   Es pues basándose en las prescripciones del último Concilio (pastoral) que los elementos dinámicos y progresivos (no progresistas) de la Iglesia deben empezar la labor de restauración. Pero su trabajo no debe limitarse a mantener lo que hasta ahora no se ha destruido sino en ir poco a poco restaurando las iglesias, colocando de nuevo imágenes, altares normales, eliminando las antiestéticas mesas y las novedades artísticas de mal gusto. Eliminando las músicas profanas que han invadido la Casa de Dios y restaurando los coros gregorianos; introduciendo gradualmente la lengua latina en partes cada vez mayores de la Santa Misa. Lo más urgente es formar pequeños grupos de estudio y de acción que organicen ceremonias tradicionales y se pongan valientemente a estudiar (o recordar) el latín y sobre todo exijan a sus sacerdotes el retorno a las formas tradicionales.

   En diversos países se están desarrollando intensas campañas en favor de la restauración litúrgica, surgen revistas, libros y asociaciones; los países de habla española no pueden quedarse atrás en esta acción.
                                                               Julio Garrido

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