«Soy un esclavo de la Virgen María»*

   Córdoba, miércoles 22 de Diciembre de 2004 - Julián Espina está envuelto en una sotana negra, larga como un cortinado. Tiene dos metros de altura, 40 años y 10 hermanos, entre los que se cuentan otros dos sacerdotes y una monja. Nació en Gijón, España, vino a Córdoba cuando tenía 4 años y a los 19, luego del servicio militar, ingresó al seminario. Vive en El Retiro Molinari, cerca de Cosquín. Se declara católico, apostólico, romano y tradicionalista sedevacantista, línea que no reconoce la autoridad de los papas posteriores a Pío XII. El lunes Julián Espina irrumpió en el Cabildo y consiguió, de pecho, que la Municipalidad de Córdoba levantara una muestra artística.

   –¿Por qué fue al Cabildo?

   –Me enteré de esto por mi padre. Me dijo que esta muestra tenía cosas peores que la de León Ferrari en Buenos Aires. Me explicó lo que era e inmediatamente nos fuimos allá, con mis hermanos. Estábamos ahí, en el Cabildo, y había una de las artistuchas, muy indignada. Se nos acusa de no permitir la libre expresión, pero esa libertad tiene sus límites y la prueba está cuando, en un momento, esa artistucha, una señorita con un vestido que era un taparrabos, se indignó tanto delante nuestro y empezó a hacer escenas obscenas.

   –¿Perdón?

   –Se empezó a levantar la pollera... bah, el pedacito de pollera que tenía porque no era ni vestido. Empezó a hacer posturas eróticas, e inmediatamente intervino la Policía. La ley le prohíbe que haga ese tipo de escenas. Es lo mismo en este caso: se trata de una muestra artística en un lugar público y yo, como ciudadano, tengo tanto derecho como los otros a pasearme sin tener que bajar la mirada porque a la santísima Virgen María la están mostrando en una forma... asquerosa.

   –La suya fue una intervención muy decidida.

   –Mire: ayer (por el lunes) me insultaron, me trataron hasta de travesti, y yo me las aguanté todas.

   –¿Los artistas le dijeron travesti?

   –Una señora me gritó travesti. Sí, fueron muy, muy insultantes todos. Pero lo que yo no pude soportar (mis hermanos me sujetaron en dos o tres oportunidades) fue cuando se blasfemó el nombre de Dios y de la Virgen; eso me sacó, realmente me sacó. Fue peor que insultarme la madre.

   –Usted da catecismo a adolescentes. ¿Qué cree sentirían ellos si pudieran ver la muestra?

   –Yo antes les diría que no se acerquen para nada, porque les chocaría muchísimo. Muchos de ellos, a Dios gracias, en su inocencia ni la entenderían. La Virgen es virgen antes, durante y después del parto, lo que nos muestra que esa obra es una blasfemia, una blasfemia espantosa.

   –¿Qué sintió cuando vio la imagen de la Virgen manteniendo relaciones sexuales?

   –Yo ni siquiera la quise describir ante los medios porque me daba vergüenza. No quería ensuciar mi boca con esa descripción.

   –¿Qué es para usted la Virgen?

   –Después de Dios, la Virgen es todo.

   –¿Eso qué significa?

   –Yo trato, como católico, como sacerdote, de vivir en presencia de Dios, hay una devoción que predicó San Luis María Grignon de Monfort, que se llama la esclavitud mariana. Enseña a dar todo a la santísima Virgen, hacer todo por, con, para y en María y uno se consagra como esclavo a ella. Yo hice esa consagración a la Virgen. Como esclavo que soy de ella siento que tengo deberes para cumplir.

   –Alguien que, como usted, hace esta defensa religiosa tan vigorosa ¿cómo vio el libro de memorias del sacerdote Guillermo Mariani?

   –Si él es sacerdote, le voy a citar una frase terrible del Evangelio: “¡Ay de aquellos que escandalicen! Más les valdría colgarse una piedra de molino al cuello y tirarse al mar”. Son palabras de Nuestro Señor Jesucristo. El sacerdote debe llevar las almas a Cristo; el padre Mariani lo único que hizo fue escandalizarlas y llevarlas al pecado. No lo puedo creer.

   –Imagino que a veces se sentirá solo en su lucha.

   –Somos pocos, desgraciadamente. No es que me sienta un iluminado, un predestinado o que tengamos delirios místicos, no digamos tonteras.

   –Alguien podría pensar que usted es un fanático.

   –¡De qué no me trataron! ¡De inquisidor, nazi, de vivir en la época del Proceso!

   –¿Qué habría que hacer con las obras de la muestra?

   –La (obra) blasfema, quemarla en un lugar público, pero antes, pintarla, para que no la vea nadie.

   –Hace años quiso evitar la exhibición de la película...

   –La última tentación de Cristo.

   –¿La vio alguna vez?

   –No, jamás.

   –¿Hay muchas películas que no quiere ver, libros que no quisiera leer?

   –Uf, claro que sí. Tenemos un sistema: alquilamos las películas y las vemos primero nosotros. A las escenas malas las cortamos y recién entonces se las damos a ver a los chicos.

   –¿Qué le pasa a los libros?

   –Con los libros, a Dios gracias, ya hubo un muy buen control antes, y tenemos una buena biblioteca, con Salgari, Julio Verne. Esas cosas tratamos de inculcárselas a los chicos, son totalmente sanas: yo me he criado con esos libros.

   –¿Le molesta vivir en una provincia tan “permisiva”?

   –Hoy por hoy, el mundo entero está así. Yo vivo en un lugar hermoso, que tiene un portón: lo cierro y vivo en otro mundo, con chicos y familias que han ido a vivir con nosotros, para apoyarnos mutuamente y sentirnos protegidos.

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