Web  de  Cesar  Calvo  Soriano

        César Calvo Ardiendo Bajo Tierra


                                                        
Texto: ARTURO CORCUERA

 

No sabemos dónde ha nacido realmente César Calvo. Siempre nos dijo a sus amigos que fue en Iquitos.

Algunas veces le oí decir que en La Habana, París, Lima, Cusco, Florencia, las ciudades que habían entrado

en su vida. Nos amenazaba con volver a nacer. Nadie ha visto su partida de nacimiento.

Lo cierto es que su primera infancia la pasó en la selva amazónica, en la zona fronteriza con Brasil.

Se jactaba de haber aprendido a leer con los libros en portugués de Monteiro Lobato, el célebre autor de Naricita.

Por Manuel Pantigoso sé que lo trajeron después sus padres a vivir a Magdalena, donde vagabundeaban juntos y jugaban fútbol en la calle muy a menudo con los muchachos del barrio. Después habitó con su familia una vivienda en el centro de Lima, primero en un piso antiguo del jirón Carabaya y luego en una casona del jirón Callao. De su casa de Carabaya recordaba las amistades variopintas con las que alternaba, los domingos, sesiones de timba, de cerveza, de competencia en el manejo de la chaveta y hasta horas de lecturas con un profesor proletarizado que vivía en el vecindario.

A Nicolás Yerovi le dijo en una conversación “que había como veintitantas familias para un solo baño, una sola tina; y mis vecinos eran mayormente hijos de zapateros remendones, canillitas, putas...Todos ellos eran chaireros, tenían sus talleres allá en el barrio, pero vivían en la pedrera o en barrios así malevos...”

 

Aquellos años los evoca en su libro Sinarahua, aún inédito, escrito inmediatamente después de Poemas bajo tierra. Alude a sus hermanos, a su padre, a su madre, a cuyo regazo volvía siempre: “...Helwa es pequeña y llora por las noches, Guillermo tropieza cada mañana con su sombra, Nanya cierra los ojos y se peina. Madre resbala los ojos de miel sobre nosotros...Con Helwa solíamos oler la barba de mi padre mientras dormía...Pálido el único balcón de la casa, las maderas, el polvo, la imagen de una Virgen (que rompí en un acceso de dulzura)... Mi corazón encaneció. Fue en ese jueves que mi corazón encaneció. Se oxidaría el aire si dijera la edad que tuvo mi vida desde entonces...Cierta vez informaron los diarios que habías muerto. Madre dijo que no, pero lloramos; y llorábamos más a la par que íbamos dejando de esperarte. No sé por qué, esa noche, los vecinos creyeron que habías vuelto a casa. A los dos días de llorar rectificaron la noticia: seguías en Colombia: éxito coronaba tu última exposición de retratos. Y retornó la paz a nuestros ojos, porque era hermoso recordarte, padre, es hermoso esperarte...” Sinarahua es el nombre con el que se desdobla César en el libro arriba citado. Palabra onomatopéyica, rumor de viento y agua, voz de origen tupi-guaraní que él asumió como su nombre y que viene de una de las grandes civilizaciones que pobló la Amazonia hace más de cuatro mil años. En la actualidad corresponde a los coma-cocamillas.

En el rostro interior de César Calvo existieron siempre dos perfiles. Uno, el de los instantes diáfanos y efusivos, dulce y tierno, despilfarrando, estruendoso, talento y fantasía; el César exaltado de tanto amor, dichoso y generoso, dándonos de vivir, riendo a mares y haciéndonos sollozar de risa. Pero también existía un César recóndito que conocimos sus amigos más cercanos, el tocado por la soledad y el dolor, por los presagios y la noche negra, el César quebrantadamente triste y desvalido. El César de cuerpo entero .

http://lassumasvoces.com/edi11/024_11.htm

 

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